Julián de Zubiría Samper escribe
una columna en El Espectador con el título de «Cuatro lecciones del
torneo que perdió Djokovic en Australia»[1].
Como pretende “sacar lecciones” o —según nos parece— “darle lecciones” al
tenista Djokovic, es un asunto que le interesa al Observatorio Pedagógico de
Medios: las implicaciones educativas de noticias que circulan en los medios.
El bueno
Dice la columna: «Ojalá Djokovic se
vacune y muy pronto vuelva a competir». Zubiría cree estar del lado de los
buenos —según los medios—: los que se vacunan; y el tenista, en consecuencia,
estaría del lado de los malos, o sea: los que no se vacunan —de nuevo, según
los medios—. ¡Qué educador tan simple! Tiene el mundo dividido por la línea de
la justicia, una justicia que ha oído por ahí, porque ni siquiera investiga
algo al respecto. No es de aquellos educadores que traen a cuento la complejidad,
la dificultad, que abriría posibilidades al pensamiento para el otro, sino
de aquellos que creen que la pedagogía es “hacer fácil lo difícil”. Y qué
manera más fácil de hacerlo que repetir el sentido común. ¡Pero, para eso no se
necesita un educador!, basta con un “comunicador”. Y esto también va para la
escuela: ella no es el sitio para repetir el sentido común. Cuando se convierte
en eso, ¡pues deja de ser una escuela!, aunque administrativamente sea tratada
como tal.
El calumnista
La columna dice a continuación: «Al
fin y al cabo, él [Djokovic] lo que sabe hacer es jugar tenis». Esta idea —que repite
al final del texto— además de grosera, es una falsedad: de nadie se puede decir
que “lo que sabe hacer” es jugar tenis, o hacer contratos, u opinar sobre
educación, o abrir zanjas, etc. Un ser humano es algo más complejo. Si
dijéramos eso de Zubiría, que él “Al fin y al cabo, lo que sabe hacer es dirigir
el Instituto Alberto Merani”, no seríamos justos (¡no podría ser columnista de El
Espectador!). Veamos lo que dice wikipedia sobre Djokovic: es miembro de
una organización que sirve a la paz en el mundo; habla cuatro idiomas y está en
proceso de aprender otros; presta asistencia a la población serbia, a los templos
y a los monasterios de la Iglesia ortodoxa; estudia piano; apoya a niños
huérfanos… No podemos reducir una persona a un oficio. Cuando deje el tenis
profesional, quedará con muchas cosas qué hacer. Esta lección no se la sabe el
columnista; es de aquellos profesores que le espetan al estudiante una
consigna, con la idea de dejarlo congelado. Eso sí, cita los actos de «niño
malcriado» que ha desplegado el serbio en algunos certámenes deportivos, pues
eso le ayuda a edificar la figura de “malo”. Narración ingenua para ingenuos.
¿Ingenuoso?
Dice el texto a continuación: «Para
decidir si nos debemos vacunar, hay que consultar a la comunidad científica y
no al mejor jugador de tenis del mundo actual». La frase tiene su ritmo —se ve
que Zubiría sabe manejar los medios— pero no tiene consistencia. Claro que las
propagandas no buscan consistencia, sino adhesión. Tenemos, entonces, a alguien
que habla de educación pero en el “modo-propaganda”. Volvamos a la frase.
Muchos estarían de acuerdo con ella, pues solemos quedar atrapados en los enunciados
que urde la publicidad. Pero veámosla despacio, si queremos entender y no
simplemente comprar. Dice Zubiría: «Para decidir si nos debemos vacunar, hay
que consultar a la comunidad científica…». Esto no es cierto, pues la decisión
no se consulta: es un acto del sujeto; así, los profesores que forman no
responden a la consulta sobre qué decidir, sino que acercan los mejores
análisis para que el otro tome su decisión, en el momento que él decida.
Zubiría es un docente que aboga por una posición acrítica, pero que reprocha —en
otros momentos— la falta de lectura crítica.
Otra cosa es que la persona se
informe antes de tomar la decisión, pero, aun así, sobre el mismo asunto hay
muchísimas posiciones, con lo que la decisión sigue estando del lado del
sujeto.
El columnista cree que “comunidad
científica” es una voz unísona, cuando, en realidad, el campo científico
está constituido de tensiones (¡lo dicen todos los epistemólogos y lo saben
todos los investigadores!). Sobre el Covid-19, por ejemplo, los científicos no
sólo están investigando (o sea, no hay un conocimiento pleno para ser
consultado), sino que tienen posiciones distintas. De otro lado, ¿acaso tenemos
acceso a los productos de la “comunidad científica”? Hay que ser científico
para entender aquello a que llegan los investigadores. No cualquiera está en
capacidad de consultarlos; hay que conocer las gramáticas del campo para poder
entender algo. Es evidente que Zubiría se refiere a otra cosa, pero la recubre
con una expresión intimidadora: “comunidad científica”; se refiere, más bien, a
la recontextualización de lo que producen los científicos (cf. Pierre
Bourdieu). Y eso es algo que oscila en un margen muy amplio: desde la bata
blanca que en las propagandas indica que el actor de turno es un científico al
que hay que creerle y, en consecuencia, comprar el jabón que nos indican, hasta
trabajos serios de aproximación.
Todas, absolutamente todas
las medidas tomadas en relación con el Covid-19 son recontextualizaciones
políticas (y, con eso, no estamos diciendo que son buenas o malas). ¡Por eso,
el tiempo prudencial de cuarentena puede cambiar de un día a otro; por eso se
prohíbe mezclar vacunas y, al poco tiempo, se exige la mezcla; por eso se
prohíbe la vacuna para los menores y, al poco tiempo, se exige…!
Cuando el columnista llama a
“consultar a la comunidad científica”, nos engaña en dos sentidos: de un lado, no
es “ciencia” aquello que circula, sino recontextualización; y, de otro lado, no
es la “comunidad científica” la que se pronuncia, sino los políticos: la Organización
Mundial de la Salud [OMS], el Ministerio de Salud, el Ministerio de Educación,
etc.
El juego que opone buenos/malos no
le permite a Zubiría —ni a las audiencias que lo siguen— preguntarse si Djokovic
consultó alguna recontextualización hecha con base en la producción de otro
sector de la “comunidad científica”, no el que ha sido considerado para tomar las
medidas actuales: muchos investigadores interrogan si el “efecto” vacuna está
teniendo lugar o no… ¿no vamos ya, pues, por la cuarta aplicación, cuando al principio
habían dicho que bastaba con un refuerzo? El tenista pudo consultar la
información de algún grupo de investigación al respecto, así como el columnista
pudo consultar la última intervención de Fernando Ruiz Gómez, el cual actúa
—cuando hace declaraciones— como Ministro de Salud, no como médico; actúa como
político que defiende un gobierno que aboga por el restablecimiento de la
economía, así sea a costa de la salud. Y ese es un cálculo que no puede hacer
un virólogo, en tanto tal. Aclaración: el ministro de salud actual no es
virólogo: sus especializaciones —máster y doctor en Salud Pública— son para
ámbitos políticos; de ahí los empleos que ha desempeñado.
El dictamen
Djokovic decidió no vacunarse y
pretendía participar en el Torneo de Australia-2022 de tenis. En un caso como
éste, tenemos una doble contabilidad: de un lado, la decisión de la persona (vacunarse
o no); y, de otro, las determinaciones que toman las instancias políticas, que
pueden ser muy diversas. Se trata de una típica tragedia, si hemos de
entenderla a la manera de Hegel: son dos principios válidos, pero excluyentes.
Esto no lo entiende el autor de la columna, que va sobre la ola de la publicidad
política. Cuando Antígona entierra a su hermano Polinices, que ha combatido
contra la ciudad, es sancionada por Creonte. Éste esgrime la ley de la ciudad
(castigar la traición), mientras ella esgrime la ley divina. No hay solución
posible, por eso se trata de una tragedia. Así mismo, el gobierno de Australia
aduce que Djokovic pone en riesgo “la salud pública”, y el tenista podría aducir
que obligar a alguien a vacunarse viola el derecho a la libertad y a la integridad
personal (en nuestra Constitución, el artículo 42). El asunto no es, como cree
Zubiría, que «Mis derechos individuales no anulan el derecho que tienen otros
para establecer los suyos». No en vano dicen los abogados, refiriéndose a la
idea de obligar a los ciudadanos a administrarse la vacuna: «No hay una regla
en el sistema jurídico que permita solucionar semejante colisión entre derechos
de igual rango»[2].
O sea: los que saben dicen que es una colisión entre derechos; mientras que
Zubiría, en su procedimiento amañado, se alegra de que el tenista hubiera sido
deportado y sancionado por tres años. Según él, ganaron los buenos, y lo
celebra a nombre de la eliminación del debate: «No hay duda, si hubiera jugado,
los antivacunas habrían alcanzado un triunfo de resonancia mundial». Si se
habla de “triunfo”, pues no estamos hablando de ciencia. Los geocentristas
alcanzaron un triunfo de resonancia mundial, pero la razón la tenía el único heliocentrista:
Copérnico. Y la “Santa Inquisición” defendía ese triunfo (casi quema a Galileo por
seguir esa orientación), pero no tenía razón.
Podemos no estar de acuerdo con las
justificaciones que algunos dan para no vacunarse; por ejemplo, que la vacuna
contiene un chip para mantenernos controlados. Pero, de un lado, esa es la
posición de algunos (que, por su manera de obtención —la fe— no es muy distinta
a la de Zubiría); y, de otro lado, hay otros que tienen argumentos basados en
la divulgación de científicos que no están de acuerdo con las medidas políticas
tomadas. Es el caso de Edhud Quimron, jefe del Departamento de Microbiología e
Inmunología de la Universidad de Tel Aviv, quien sostiene que, para la gestión
de la pandemia (atención a la expresión) se ha colocado a asesores
gubernamentales, a veterinarios, a agentes de seguridad, a personal de los
medios de comunicación (o sea: una escena política), y que se han eliminado
informes sobre efectos secundarios de las vacunas (otra escena política). Dice
Quimron, uno de los principales inmunólogos israelíes: «Ustedes calificaron,
sin ninguna base científica, a las personas que optaron por no vacunarse como
enemigos públicos y como propagadores de enfermedades».
Traemos esto a cuento sólo para
mostrar que no se trata de algo claro, soportado en una supuesta “comunidad
científica”. Es algo en lo que interviene toda la complejidad de lo social. Entre
otras, la política y las empresas farmacéuticas (tres de las cuales prevén
ganar, en 2022, 130.000 millones de dólares, según Amnistía Internacional)[3].
Según el columnista, el tenista perdió
y «ganaron la salud, el cuidado colectivo y la ciencia”. Que él se sienta
contento no es lo mismo que hablar de un triunfo:
1.- ¿Realmente la salud ha sido
controlada? En Colombia, antes de las vacunas, llegamos en 500 muertos/día;
aplicadas las vacunas, pasamos a 50 muertos/día. Pero hoy se presenta el cuarto
pico y ya vamos en 250 muertos/día. Hoy se toman terceras dosis, cuando se
suponía que era dosis + refuerzo. En Israel todos se aplicaron la cuarta…
¿Pasaremos a aplicarnos una vacuna encima de cada comida?
2.- El cuidado colectivo, es algo bien
curioso: fiestas clandestinas en medio del primer pico (como hizo el Primer
Ministro Inglés), uso del tapabocas con la nariz al aire, invitación a las
Ferias de Manizales y de Cali, a los Carnavales de Pasto y Barranquilla… El
columnista cree que el triunfo del gobierno australiano contribuyó a un asunto que,
más bien, está ligado a la idiosincrasia de los pueblos: Colombia y Corea del
Sur tienen casi la misma población[4], pero
—al día de hoy— acá han muerto 135.000 personas, mientras que allá han muerto
7000… ¡el 5.2%!
3.- La ciencia no se mide por ganar
o perder. Esa pragmática le pertenece a la política, a las propagandas, a las
telenovelas. Y hemos visto que los “argumentos” de Zubiría tienen que ver con
la recontextualización política de datos que vienen de algunos sectores de la
investigación, cribados por las decisiones políticas. Como señala el exdirector
del Programa Mundial de Medicamentos de la OMS, Germán Velásquez, «Han
privatizado la OMS, la financiación privada condiciona sus decisiones»; de
hecho, en 2015 los laboratorios farmacéuticos dieron a la OMS US$ 31 millones
en dinero y US$ 61 millones en especie[5].
Un par de lecciones (según el columnista)
·
No transgredir las obligaciones que establecen los
Estados para permitir movilizarse por su territorio. A esos términos le
corresponde también el siguiente ejemplo: entre las condiciones para
movilizarse en su país, Siria no considera las acciones recientemente desarrolladas
por EE.UU. en su territorio, donde —según CNN— sus Fuerzas Especiales mataron al
líder de ISIS y a 13 personas más, incluidos seis niños y cuatro mujeres. Si el
columnista se quejó por la violación que Djokovic hizo a las obligaciones que
establece Australia a quienes se movilizan por su territorio —lo cual no
produjo muertos—, ¡qué no dirá en el caso de Siria! Esperemos que diga… Y si no
dice es que escoge, “para educar”, casos inanes y los trata de manera ídem,
como estamos viendo.
·
«Si quieres ser un líder, debes dar ejemplo por el
bien común» (cita a Martina Navratilova). A Zubiría no le importan los
argumentos de Djokovic para no vacunarse (nunca los cita; considera los actos),
pero sí le importa la opinión de esta tenista… y no dice que Navratilova «lo
que sabe hacer es jugar tenis», como dijo del serbio para silenciarlo; y olvida
a la “comunidad científica”, a favor de una idea bastante pobre pero, eso sí,
bastante mediática. Idea pobre, pues acepta la noción de “liderazgo” como buena
per se, siendo que ella ha estado ligada también a los genocidios; y promueve
la idea de “ejemplo” como asunto que orientaría la formación de la ciudadanía, siendo
que la posición de un ciudadano frente a la vida social no proviene de la imitación,
sino de procesos muy complejos que requieren explicación rigurosa. Justificar
lo que hacemos porque «lo hemos visto en nuestros gobernantes» (cita a Mockus)
no es una explicación, sino cinismo. A ese paso estaremos excusados de
cualquier cosa, sin que aparezca la responsabilidad del sujeto: «si ellos lo
hacen, ¿por qué yo no lo puedo hacer?». He aquí al columnista haciendo lo que le
critica a Djokovic: dando mal ejemplo. Afortunadamente, no se aprende mediante
el ejemplo; esto lo dice la “comunidad científica”, no la opinión. Zubiría condena
el atraso conceptual en relación con las vacunas, pero desconoce su atraso conceptual
en relación con el aprendizaje y la formación.
[1]
https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/julian-de-zubiria-samper/cuatro-lecciones-del-torneo-que-perdio-djokovic-en-australia/
[2]
https://biaggi.com.do/es/articulos-y-noticias/104-puede-el-estado-obligar-a-vacunarse-contra-el-covid-19
[3]
https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/noticias/noticia/articulo/un-nuevo-informe-muestra-que-las-principales-empresas-farmaceuticas-que-desarrollan-las-vacunas-contra-la-covid-19-avivan-una-crisis-sin-precedente-de-derechos-humanos/
[4]
A 2020, según el Banco Mundial, Colombia: 50.88 millones;
Corea del Sur: 51.78 millones.
[5] https://cadenaser.com/ser/2016/06/13/sociedad/1465814899_603885.html#:~:text=El%20ranking%20de%20esas%20donaciones,laboratorio%20m%C3%A1s%20importante%20de%20Cuba%20(
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