Mientras aprender es de animales y de humanos, enseñar es
prácticamente de humanos: la sociedad es un dispositivo pedagógico que se
reproduce si enseña su funcionamiento, que es construido, no-natural. Para
esto, recurre a distintos medios, que se constituyen en una condición de
posibilidad de la educación, pero no en algo que la determina, como se quiere
mostrar a veces a propósito de las relaciones entre educación y ciertos medios
modernos. Cada educación obedece a sus propias determinaciones, no se puede
comparar con otra de cara a un valor transcultural. En nuestro caso, muchas
veces los medios se usan para “hacer fácil lo difícil”, cuando en el ámbito del
conocimiento —que la escuela se propone desarrollar— “lo que es fácil de
enseñar es inexacto”: lo enseñado con los atractivos de los medios puede ser
lejano al conocimiento, en tanto no causa preguntas; en esto, un buen medio no
remplaza a un maestro. La sociedad dispone de los medios que ha creado para
responder a sus propias exigencias, de manera que lo interesante es entender
esa cultura, y no obnubilarnos por las propiedades de unos medios que no pueden
hacer más que aquello que es posible en esa cultura. La cantidad de información
y la velocidad de su transmisión no son valores en sí mismos.
Educación y medios, ¿es lo mismo?
No se puede decir que aprender sea algo exclusivo de los humanos: los
animales aprenden en función inversa al peso que tienen sus respuestas
instintivas. Pero la idea de enseñar sí es prácticamente humana; en los
animales sólo se han verificado incipientes procesos de enseñanza en algunos
mamíferos superiores (determinados chimpancés africanos, por ejemplo, que
derivan parte de su sustento de frutos que es necesario partir con ayuda de un
objeto contundente, “enseñan” a sus crías una conducta que no es instintiva).
En cambio, en las sociedades humanas, todo es construido, no-natural y, en
consecuencia, arbitrario: el lenguaje, la alimentación, la sexualidad, las
costumbres, las normas... y por eso, si se quiere que la vida social siga
existiendo, nos vemos en la obligación de enseñar todas estas prácticas y, en
consecuencia, tienen que ser aprendidas. La sociedad es un gran dispositivo que
se reproduce en la medida en que enseña sus maneras de funcionar, desde
amarrarse los zapatos hasta codificar mensajes cifrados, dirigidos a culturas
extraterrestres que, sin embargo, no sabemos si existen[2]. En este sentido, y
siguiendo a Basil Bernstein, puede afirmarse que las sociedades humanas se
basan en el dispositivo pedagógico.
Si esto es así, la educación —no la escuela, que es un mecanismo
específico, más o menos reciente, para llevar a cabo algunas de las funciones
educativas— ha existido siempre que ha habido sociedad humana, y siempre ha
tenido que servirse de los mecanismos necesarios y disponibles para hacerlo.
Si educación es lo que ocurría cuando Sócrates se paseaba, discutiendo
con sus contertulios sobre lo sagrado y lo profano; si es lo que ocurre cuando
en la maloca un adulto le cuenta a un muchacho —que ya está candidatizado para
ser hombre— la historia de todas las cosas, según lo entiende la cultura... si
estos eventos son educativos, allí lo determinante serían asuntos como: aquello
de lo que se habla, los mecanismos de persuasión o disuasión, las
ejemplificaciones, las maneras para verificar si está teniendo lugar la
comprensión, las formas de pedir otra explicación, de tratar de interpretar
algo con esas herramientas, las aplicaciones, los ritos en los que se
inscriben, los saberes a los que se recurre, las autoridades que se traen a
cuento, los ejercicios que se estiman convenientes para familiarizar al
aprendiz con la habilidad que se espera desarrollar, la clasificación de los
temas según la edad, el sexo, etc. Sin asuntos como estos, no hay educación.
En todos los casos, estas interacciones sociales han tenido que
recurrir a medios: un fragmento de madera que se recoge del piso para hacer
unos trazos; objetos hechos a semejanza de otros que resultan inalcanzables,
peligrosos, invisibles o muy grandes; superficies especiales para dibujar o
marcar; instrumentos para marcar, tintas; espacios específicos donde cierta
actuación se circunscribe y se hace visible... En este punto, hemos de entender
que la educación es versátil: de un lado, a falta de algún recurso, se buscará
un reemplazo; y, de otro lado, ante un nuevo recurso, es posible adaptar sus
formas. Así, la diferencia entre la tiza y el marcador para tablero acrílico no
es educativa; en cambio, sí es educativa la diferencia entre relatar ciertas
cosas como historia de la cultura, de manera oral, a cargo de una persona
específica, a cierta edad del aprendiz, en un sitio sagrado –vs.– contarla como
cuentos en las cartillas destinadas a que los indígenas aprendan a leer.
Por todo esto, es necesario plantear que la educación ha estado ligada
de manera indefectible a los medios, que ellos constituyen una condición de
posibilidad de la educación (una condición permanente de su realización), pero
no algo que la determina; y, además, que esos medios dependen de la cultura que
los utiliza (no necesariamente que los produce). De tal manera, si hoy los mass media nos parecen tan importantes
para la educación es por efecto de una inversión, muy propia de nuestra época,
en la que un medio se eleva al estatuto de especificidad. Pero mientras el
medio se puede comercializar, la especificidad elude hasta cierto punto ese
régimen (el intento de comercializar el conocimiento, por ejemplo, produce el
efecto de que lo comercializado pueda ya no ser el conocimiento sino la
“información” o la “aplicación”). Si esto es así, podríamos estar dejando
escapar lo importante —quizá nos interesa evadirlo— y haciendo esfuerzos e
inversiones en lo secundario (lo cual no deja de rendir sus propios dividendos
en niveles no propiamente educativos).
El gobierno distrital en Bogotá, por ejemplo, hace unos años invirtió
—a expensas de la investigación educativa—, varios miles de millones de pesos
en la serie televisiva “Francisco el matemático”. El propósito —inobjetable,
como todo buen propósito— era educar a muchas personas, más de lo que podría
hacer la escuela, en el tema de los valores, algo que la escuela tal vez no
haría mejor que los medios[3]. Pues bien, al cabo de un
tiempo lo único que tuvimos con certeza fue otra telenovela y un dinero oficial
invertido para posicionar un producto cuyos beneficios económicos fueron para
el capital privado. No hay pruebas de que tengamos un país más “educado en
valores” gracias a la telenovela, pretensión que parece desconocer la
complejidad de cómo se gesta lo que llamamos “valores”[4].
Por efecto de la época en que vivimos, al hablar de medios parece que
la referencia fueran fundamentalmente los mass
media, los medios masivos de comunicación. En relación con los medios
audiovisuales en la educación, el asunto apuntaría entonces a la televisión, a
las cintas, discos o archivos de video y a los aparatos que las graban y
reproducen; y, por extensión, también al lenguaje propio en que tales videos
son diseñados. De tal manera, los trozos de piedra pizarra en los que escribían
los niños a comienzos del siglo XX en Colombia (y que borraban con saliva) ya
no se nos presentan a la “altura” de los medios, ni siquiera se los consideraría
como tales.
En conclusión, se abren dos alternativas: a) Si los medios son los mass media, sería forzoso afirmar que
antes de su existencia —que es contemporánea—, no hubo educación, pues la
educación se hace a través de medios; y entonces los medios serían
determinantes en lo educativo. Y b) Si los medios son mecanismos usados para
comunicarse —en todas las épocas— y si siempre hubo educación, sería forzoso
afirmar que la educación siempre ha estado relacionada con los medios, pero que
no son ellos los que definen su especificidad.