domingo, 17 de febrero de 2013

La educación, ¿un asunto de medios? (1)

Resumen

Mientras aprender es de animales y de humanos, enseñar es prácticamente de humanos: la sociedad es un dispositivo pedagógico que se reproduce si enseña su funcionamiento, que es construido, no-natural. Para esto, recurre a distintos medios, que se constituyen en una condición de posibilidad de la educación, pero no en algo que la determina, como se quiere mostrar a veces a propósito de las relaciones entre educación y ciertos medios modernos. Cada educación obedece a sus propias determinaciones, no se puede comparar con otra de cara a un valor transcultural. En nuestro caso, muchas veces los medios se usan para “hacer fácil lo difícil”, cuando en el ámbito del conocimiento —que la escuela se propone desarrollar— “lo que es fácil de enseñar es inexacto”: lo enseñado con los atractivos de los medios puede ser lejano al conocimiento, en tanto no causa preguntas; en esto, un buen medio no remplaza a un maestro. La sociedad dispone de los medios que ha creado para responder a sus propias exigencias, de manera que lo interesante es entender esa cultura, y no obnubilarnos por las propiedades de unos medios que no pueden hacer más que aquello que es posible en esa cultura. La cantidad de información y la velocidad de su transmisión no son valores en sí mismos.
 

Educación y medios, ¿es lo mismo? 


No se puede decir que aprender sea algo exclusivo de los humanos: los animales aprenden en función inversa al peso que tienen sus respuestas instintivas. Pero la idea de enseñar sí es prácticamente humana; en los animales sólo se han verificado incipientes procesos de enseñanza en algunos mamíferos superiores (determinados chimpancés africanos, por ejemplo, que derivan parte de su sustento de frutos que es necesario partir con ayuda de un objeto contundente, “enseñan” a sus crías una conducta que no es instintiva). En cambio, en las sociedades humanas, todo es construido, no-natural y, en consecuencia, arbitrario: el lenguaje, la alimentación, la sexualidad, las costumbres, las normas... y por eso, si se quiere que la vida social siga existiendo, nos vemos en la obligación de enseñar todas estas prácticas y, en consecuencia, tienen que ser aprendidas. La sociedad es un gran dispositivo que se reproduce en la medida en que enseña sus maneras de funcionar, desde amarrarse los zapatos hasta codificar mensajes cifrados, dirigidos a culturas extraterrestres que, sin embargo, no sabemos si existen[2]. En este sentido, y siguiendo a Basil Bernstein, puede afirmarse que las sociedades humanas se basan en el dispositivo pedagógico.
 
Si esto es así, la educación —no la escuela, que es un mecanismo específico, más o menos reciente, para llevar a cabo algunas de las funciones educativas— ha existido siempre que ha habido sociedad humana, y siempre ha tenido que servirse de los mecanismos necesarios y disponibles para hacerlo.

Si educación es lo que ocurría cuando Sócrates se paseaba, discutiendo con sus contertulios sobre lo sagrado y lo profano; si es lo que ocurre cuando en la maloca un adulto le cuenta a un muchacho —que ya está candidatizado para ser hombre— la historia de todas las cosas, según lo entiende la cultura... si estos eventos son educativos, allí lo determinante serían asuntos como: aquello de lo que se habla, los mecanismos de persuasión o disuasión, las ejemplificaciones, las maneras para verificar si está teniendo lugar la comprensión, las formas de pedir otra explicación, de tratar de interpretar algo con esas herramientas, las aplicaciones, los ritos en los que se inscriben, los saberes a los que se recurre, las autoridades que se traen a cuento, los ejercicios que se estiman convenientes para familiarizar al aprendiz con la habilidad que se espera desarrollar, la clasificación de los temas según la edad, el sexo, etc. Sin asuntos como estos, no hay educación.

En todos los casos, estas interacciones sociales han tenido que recurrir a medios: un fragmento de madera que se recoge del piso para hacer unos trazos; objetos hechos a semejanza de otros que resultan inalcanzables, peligrosos, invisibles o muy grandes; superficies especiales para dibujar o marcar; instrumentos para marcar, tintas; espacios específicos donde cierta actuación se circunscribe y se hace visible... En este punto, hemos de entender que la educación es versátil: de un lado, a falta de algún recurso, se buscará un reemplazo; y, de otro lado, ante un nuevo recurso, es posible adaptar sus formas. Así, la diferencia entre la tiza y el marcador para tablero acrílico no es educativa; en cambio, sí es educativa la diferencia entre relatar ciertas cosas como historia de la cultura, de manera oral, a cargo de una persona específica, a cierta edad del aprendiz, en un sitio sagrado –vs.– contarla como cuentos en las cartillas destinadas a que los indígenas aprendan a leer.

Por todo esto, es necesario plantear que la educación ha estado ligada de manera indefectible a los medios, que ellos constituyen una condición de posibilidad de la educación (una condición permanente de su realización), pero no algo que la determina; y, además, que esos medios dependen de la cultura que los utiliza (no necesariamente que los produce). De tal manera, si hoy los mass media nos parecen tan importantes para la educación es por efecto de una inversión, muy propia de nuestra época, en la que un medio se eleva al estatuto de especificidad. Pero mientras el medio se puede comercializar, la especificidad elude hasta cierto punto ese régimen (el intento de comercializar el conocimiento, por ejemplo, produce el efecto de que lo comercializado pueda ya no ser el conocimiento sino la “información” o la “aplicación”). Si esto es así, podríamos estar dejando escapar lo importante —quizá nos interesa evadirlo— y haciendo esfuerzos e inversiones en lo secundario (lo cual no deja de rendir sus propios dividendos en niveles no propiamente educativos).

El gobierno distrital en Bogotá, por ejemplo, hace unos años invirtió —a expensas de la investigación educativa—, varios miles de millones de pesos en la serie televisiva “Francisco el matemático”. El propósito —inobjetable, como todo buen propósito— era educar a muchas personas, más de lo que podría hacer la escuela, en el tema de los valores, algo que la escuela tal vez no haría mejor que los medios[3]. Pues bien, al cabo de un tiempo lo único que tuvimos con certeza fue otra telenovela y un dinero oficial invertido para posicionar un producto cuyos beneficios económicos fueron para el capital privado. No hay pruebas de que tengamos un país más “educado en valores” gracias a la telenovela, pretensión que parece desconocer la complejidad de cómo se gesta lo que llamamos “valores”[4].

Por efecto de la época en que vivimos, al hablar de medios parece que la referencia fueran fundamentalmente los mass media, los medios masivos de comunicación. En relación con los medios audiovisuales en la educación, el asunto apuntaría entonces a la televisión, a las cintas, discos o archivos de video y a los aparatos que las graban y reproducen; y, por extensión, también al lenguaje propio en que tales videos son diseñados. De tal manera, los trozos de piedra pizarra en los que escribían los niños a comienzos del siglo XX en Colombia (y que borraban con saliva) ya no se nos presentan a la “altura” de los medios, ni siquiera se los consideraría como tales.

En conclusión, se abren dos alternativas: a) Si los medios son los mass media, sería forzoso afirmar que antes de su existencia —que es contemporánea—, no hubo educación, pues la educación se hace a través de medios; y entonces los medios serían determinantes en lo educativo. Y b) Si los medios son mecanismos usados para comunicarse —en todas las épocas— y si siempre hubo educación, sería forzoso afirmar que la educación siempre ha estado relacionada con los medios, pero que no son ellos los que definen su especificidad.

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