domingo, 24 de noviembre de 2013

Presupuestos del sentido común sobre educación en los medios

El diario El Tiempo publicó, en su versión on line, un artículo titulado “¿Por qué somos tan malos en matemáticas?”* (2013-09-28), firmado por Andrea Linares Gómez. Reseña un estudio de la Universidad Nacional (sede Palmira) en el que se afirma que “el 88,6% de los 'primíparos' reprueba la evaluación de matemática básica” (sólo aprueba el 11,4%), que la mitad está “en un nivel crítico” (notas entre 0 y 1). Y esto se lo relaciona con resultados de la prueba PISA (Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes): “en habilidades matemáticas, los jóvenes colombianos tienen un rezago de más de dos años de escolaridad frente a estudiantes de otros países”.




Escenario problemático porque, comenta el artículo, buena parte de las situaciones cotidianas requieren pensamiento aritmético: medir, repartir, calcular, contar… Pero, medir la estatura de alguien, repartir el postre del almuerzo, calcular lo necesario para el mercado y contar el cambio que nos da el tendero, ¿tiene que ver con el pensamiento matemático que fue evaluado? Por supuesto que no mucho, pues lo que hay que saber de matemáticas para la vida cotidiana es algo que se puede aprender sin pensamiento formal y no viene a la manera de preguntas en una prueba, sino a la manera de desafíos concretos en los que nos jugamos efectivamente algo, algo bastante sencillo… que poco tiene que ver con los “problemas” de la matemática escolar y, menos aún, con las matemáticas. Aquellas que se evaluaron para la investigación en mención, aquellas que se evalúan en las pruebas nacionales e internacionales (como PISA), sobrepasan con creces la vida cotidiana. Pensar la educación con el rasero de las “necesidades”, de los “contextos”, es desvirtuar el saber… pero es lo que está de moda decir. Ahora bien, que ese tipo de cosas se diga en las noticias, pues es comprensible (no justificable) en la medida en que la noticia tiene requerimientos distintos a los del saber formal, pero que se piense así en la escuela, ya es un síntoma de que se le está escapando lo que le es propio y que se está pasando del lado de los medios. Creer que las matemáticas están atadas a la necesidad quizá sea una de las causas del rezago de más de dos años de escolaridad que, según la noticia, tenemos frente a estudiantes de otros países que no enseñan “matemáticas adaptadas al contexto”, sino matemáticas.

No contenta con esta incomprensión, la periodista añade la idea de que “las matemáticas ayudan a formar ciudadanos críticos”; supuestamente, entonces, nos estaríamos privando del aporte que las matemáticas —no sabemos cómo— hacen a lo que ha dado en llamarse “crítico” y que se le agrega, como una salsa que ha demostrado su sabor, a todo cuanto tiene que ver con la escuela: pensamiento crítico, pedagogías críticas, posturas críticas, ciudadanos críticos… No se sabe bien qué quiere decir esa palabrita, pero parece que es “políticamente correcto” utilizarla. Y lo que se puede registrar es que detrás de la expresión no pocas veces se escuda la pereza de aprender (y, por qué no, también a veces la pereza de enseñar), pues antes de saber algo, antes de conocer sus fundamentos, antes de percatarse de qué postura se necesita para hablar desde ahí… hoy nos sentimos autorizados a criticar.

De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, ‘crítico’ es el “estado, momento, punto, etc., en que se produce una crisis”. Tendríamos, entonces un sistema inestable que tiene sus crestas y sus valles; para eso, tiene que oscilar. De tal manera, no puede estar permanentemente en estado crítico, pues ese sería su estado “normal”; y, paradójicamente, si tal fuera la condición, pues la estabilidad se convertiría en su estado crítico. El DRAE trae otra acepción: “tiempo, punto, ocasión, etc. más oportunos, o que deben aprovecharse o atenderse”. En este caso, se necesita un saber para ubicar el momento justo, la ocasión propicia, el punto preciso… de tal forma, no se podría ser crítico en todo momento, en toda ocasión, en todo punto. Una última acepción: “Examen y juicio acerca de alguien o algo”. En este caso, se alude al juicio mismo (“crítica literaria”, por ejemplo), y no al tipo de juicio (positivo o negativo), no a la postura de la persona (que protesta, no importa lo que se diga), como se pretende hoy. De ahí que se comente de un espectáculo que ha tenido “buena crítica”. En consecuencia, para hacer un examen o un juicio acerca de alguien o de algo, en la academia se requiere saber algo, tener conocimiento de causa, haber construido una posición. Así las cosas, la llamada ‘postura crítica’ sería un efecto posible de la enseñanza, no su condición de partida.

Entonces, si la crítica es algo que se juega en la esfera del sujeto, una vez tiene conocimiento de causa, la educación sólo podría crear las mejores condiciones de posibilidad, en caso de que eso tenga lugar. Sin embargo, la creencia de la que hace eco la noticia de El Tiempo, según la cual “las matemáticas ayudan a formar ciudadanos críticos”, se da en un contexto educativo en el que la tal crítica se pone como objetivo de la educación, no se considera un efecto posible. Así, es de esperarse que, con arreglo a esta manera de entenderlo, haya que dedicar tiempo deliberado a ello durante la enseñanza; pues bien, este tiempo habría que restárselo al tiempo propio de la enseñanza de las matemáticas (para retomar el tema de la noticia). No obstante, ¿se produce realmente la posición crítica? Tal vez no, pues si ésta —como hemos dicho— no es un tema de adoctrinamiento, sino un efecto posible, pues las condiciones de posibilidad de tal postura están en el conocimiento profundo de las teorías. Es algo que tematiza de una manera magistral el pensador Max Weber en su conferencia “La ciencia como vocación”.

Claro que a la “criticadera” infundada podemos llamarla “posición crítica”, pero eso es otra cosa.

Y, bueno, como en la noticia no se trata de ahondar en estas cosas, sino de montar el drama y dar un panorama de opiniones, entonces el diario se dio mañas de “consultar expertos”, usando el recurso mediático de la superposición de opiniones, sin que importe si son solidarias, si son redundantes, si son mutuamente excluyentes, si provienen de corrientes teóricas inconmensurables… lo que importa es mostrarse “democrático”, sin posición, indiferente. Pero debemos no tener en cuenta detalles como éstos, pues los cinco expertos consultados son “de primer nivel”. Se trata, según se anuncia, de “identificar las razones del bajo desempeño en matemáticas de los estudiantes colombianos y las mejores estrategias para entenderlas y, sobre todo, aplicarlas en situaciones reales”. Para ello, se definen diez temas: 1) La formación y la actitud de los maestros. 2) Se utilizan métodos pedagógicos inapropiados. 3) La dictan como un área independiente. 4) Poca comprensión de lectura. 5) La cultura del atajo. 6) La promoción automática. 7) El mito de que son difíciles. 8) Carencia de hábitos de estudio. 9) Influencia familiar. 10) Los absurdos del sistema educativo.

¿Por qué son diez temas? De pronto porque son diez los mandamientos, porque los decálogos tienen diez puntos o porque el plan de desarrollo al que la Ley obliga al sector educativo es cada diez años. Listas —como éstas— son muy fáciles de hacer: basta con poner a funcionar el piloto automático, la asociación libre, la escritura automática… para que surjan listados. El pensamiento empieza justamente después, cuando tenemos que esforzarnos por determinar unos criterios de clasificación, cuando intentamos que las clases obtenidas sean mutuamente excluyentes, cuando nos esforzamos porque la clasificación cubra el universo que buscamos explicar… y no porque se piense que observar estos procedimientos asegure una clasificación por los siglos de los siglos, no, pues sabemos que todos esos procedimientos se hacen en comunidades que pugnan entre sí por la mejor explicación, de manera que las clasificaciones han de cambiar… ¡Pero no inmediatamente!, ¡no por acción del pensamiento crítico!, sino por acción del pensamiento, sencillamente.

Fijémonos en lo heterogéneo de los 10 temas escogidos en la noticia: ¿son asuntos del mismo nivel de análisis? Suponiendo, por ejemplo, que la formación y actitud del maestro es rigurosa, ¿importaría el mito de que las matemáticas son difíciles? Ahora bien, el tal mito, ¿no depende de la actitud de los maestros? La carencia de hábitos de estudio, ¿nada tiene que ver con la influencia familiar? La promoción automática, ¿no es uno de los absurdos del sistema educativo? Etc., etc. Con todo, veamos algunos de los “argumentos”. Los expertos dicen:

1. Que no hay ni vocación ni buena preparación. Y es de creerles, pues es un testimonio de lo que ellos mismos hacen, toda vez que fueron consultados —entre otros— el director de la carrera de Matemáticas de la Universidad Javeriana, el director del Departamento de Matemáticas de la Universidad de los Andes y un profesor de la maestría en enseñanza de las ciencias exactas y naturales de la Universidad Nacional. Ellos se encargan de formar docentes que dan las clases en los colegios de donde salen los estudiantes a quienes les va tan mal como informa la noticia. Ya veremos si las declaraciones de los expertos apuntan a superar estas fallas.

2. Que predomina la memorización de fórmulas. ¿No es esto también efecto de la formación? (o sea, debería estar incluido en el primer punto). Es claro que, cuando la formación no funciona, el docente recurre a los modelos que internalizó, o sea, los de sus maestros… los de la universidad (como a las que pertenecen los expertos consultados), o los del colegio (formados por personas como esos expertos). Además, se plantea que los maestros ignoran el poder conceptual de las matemáticas y, contra eso, se pone el telón de fondo de “la vida real”. No sabemos qué dijeron los expertos, pues sólo disponemos de lo que entendió la periodista, pero nada más alejado del mundo real que el pensamiento formal (por eso se llama “formal”). Einstein decía: En la medida en que los enunciados de la geometría hablan acerca de la realidad, no son seguros; y, en la medida en que son seguros, no hablan de la realidad. De manera que entender el poder conceptual de las matemáticas no tiene que ver con el estereotipo de relacionar los contenidos de la enseñanza formal con los contextos y con las necesidades “reales”.

3. Que las matemáticas no se enseñan en relación con la vida diaria (algo que ya se dijo en el punto 2) ni con otras áreas. Es algo ya comentado, pero aquí se menciona un remedio contra este mal: “fomentar las aplicaciones atractivas de esta materia, como la electrónica, la exploración espacial y la creación de robots”. Este antídoto es, en realidad, otro veneno. No podemos pensar las ciencias en función de sus aplicaciones. Brevemente: porque aunque están relacionadas, pertenecen a dos campos distintos (en el uno tenemos matemáticas, física… mientras en el otro tenemos ingeniería, tecnología…); porque obedecen a exigencias que incluso pueden ser excluyentes entre sí; porque el saber no se produce para ser aplicado… otra cosa es que encontremos aplicaciones (de lo contrario, tendríamos que decir un absurdo como el de que la matemática es fascista); porque las variables que entran a jugar en cada caso son distintas. En fin, se necesita un esfuerzo teórico muy juicioso para entender cuál es la relación entre la ciencia y las prácticas sociales mencionadas, tales como la exploración espacial y la creación de robots. Curiosidad: ¿cómo podría un maestro fomentar la exploración espacial como aplicación atractiva de las matemáticas? A lo sumo, hablará de eso, lo cual nos vuelve a dejar en el mismo punto.

4. Que la poca comprensión de lectura no permite entender los problemas planteados en las pruebas. ¿Y en qué medida ese es un problema de las pruebas? ¿Cómo es posible que los profesores promuevan a alguien a un nivel de saber matemático y después se argumente que la falla matemática depende de una falla de lectura? No estamos diciendo que no exista el problema señalado, sino que hay muchas variables en juego. Por ejemplo, ¿están funcionando los profesores de matemáticas como profesores de lectura y escritura? (¡que lo son!); ¿están funcionando los profesores de lenguaje —supuestamente encargados de la lectura y la escritura— como profesores de lógica? (¡que lo son!); ¿está funcionando la escuela toda como formadora del pensamiento formal y de su vehículo, la lengua escrita? Tal como queda enunciado, parecen parcelarse las responsabilidades, lo cual fácilmente diluye los compromisos…

5. Que predominan el inmediatismo y el facilismo. ¿Y no es este aserto aplicable a los senadores de la república, a los altos funcionarios de la rama judicial, al Ministerio Público, a los medios de comunicación? ¿No se trata de una manera de funcionar la cultura en todos los niveles? Cuando dice la noticia que “a los estudiantes no se les enseña a ser constantes, dedicados, pacientes, críticos, analíticos y reflexivos”, se supone que a las asignaturas de matemáticas, geometría, cálculo, álgebra, ¿habría que agregar las de “Constancia”, “Dedicación”, “Paciencia”, “Crítica”, “Análisis” y “Reflexión”? ¿No son éstos más bien efectos —como lo decíamos más atrás para la crítica— de la formación y, en consecuencia, lo que tendríamos, en general, es una formación a la medida de la época?

6. Que la evaluación conocida como promoción automática “generó mediocridad y desinterés en el aprendizaje”. Esto querría decir que los estudiantes no tienen interés en el aprendizaje, ni de una manera ni de otra: si cuando quitan la sanción no estudian, ¡quiere decir que lo hacían por el miedo a la sanción, no por el interés de aprender! Y no es que no haya algo de razón en la percepción negativa de las medidas que, de cara al ajuste fiscal y a la “eficiencia interna”, se toman en evaluación, almibaradas por un discurso crítico contra las formas de poder y la necesidad de introducir democracia en el salón de clase. Con todo, las opiniones están divididas: se usa el discurso que justifica las medidas, pero se critican las medidas, como causantes de los efectos. Con cara gano yo y con sello pierde usted.

7. Que la creencia según la cual las matemáticas requieren un nivel intelectual superior, hace que los niños y jóvenes las enfrenten con actitud de derrota. Este es otra de las ideas de época: hay que hacerles saber a los aprendices que no hay dificultad y, en consecuencia, hay que reducir el nivel de complejidad de todo lo que les enseñemos. Pero no es más que verlos entrenar sus deportes favoritos para darnos cuenta que ellos piensan distinto: saben que, para disfrutar el desempeño de lo que para ellos vale la pena, es necesario esforzarse, no es algo que se dé inmediatamente, sino que requiere de la entrega, de la disciplina. Ahora bien, hacia el estudio hay una resistencia, pues no se trata de la satisfacción inmediata que produce jugar fútbol o superar obstáculos en patineta; se trata, más bien, de una satisfacción mediada, a la que hay que dedicarle mucho tiempo. De manera que, en lugar de insistir, optamos por las aplicaciones, por el contexto, por las necesidades… y ese tipo de cosas que están lejos de representar el asunto del saber. El artículo dice que “faltan estrategias para hacerlas atractivas”, cuando en realidad falta actitud para que lo que no es atractivo en principio, en una aproximación externa, resulte deseable.

8. Que hay carencia de hábitos de estudio. Se habla del hábito como si fuera positivo: hábitos de aseo, hábitos de lectura, hábitos de estudio. ¡O sea que se trata de amaestrar a los sujetos! Porque un hábito es algo que se hace sin saber bien por qué, sin poderse resistir, es algo que controla al sujeto… no en vano las adicciones también se llaman hábitos. Aprender, en sentido humano, nada tiene que ver con el hábito. En cambio, lo que un animal aprender para realizar en el circo, sí. Desear leer no es tener hábitos de lectura; desear el saber no es tener hábitos de estudio. Una cosa es trabajar para que otro tenga hábitos y otra cosa es el proceso educativo, de cara al saber.

9. Que a los muchachos se les 'refuerzan' actitudes negativas cuando oyen frases como “yo también era malo en matemáticas”. Los periodistas no han salido del conductismo (“estímulo” y “refuerzo”). Aquí de nuevo tenemos una psicología animal, aplicada a los seres humanos. Si de “estímulos” se tratara, pues bastaría con que los padres se pusieran de acuerdo y todos dijeran a sus hijos “yo era bueno en matemáticas”. Y sabemos que no se trata de semejante simplicidad. Los aprendices humanos no son débiles mentales que funcionan por “refuerzos” positivos o negativos.

10. Que los “absurdos del sistema educativo” hacen que, por ejemplo, durante varios años de su educación media, los estudiantes no hayan tenido profesor de matemáticas. Para este reporte, la noticia no usa cifras, ahí sí no le interesa la supuesta exactitud. Ahora bien, si fuera cierto, tendríamos que concluir que las autoridades educativas en Colombia no se han tomado el trabajo de crear unas condiciones más o menos homogéneas para la educación de todos los jóvenes, de manera que pudiera evaluarse en todo el territorio nacional con las mismas pruebas estandarizadas. Se trata de un acto desleal que hace absolutamente inutilizables los resultados de pruebas así obtenidas, pues se supone que ellas cumplen requisitos mínimos de validez, confiabilidad y pertinencia. El caso que se ejemplifica en este punto estaría mostrando la falta de pertinencia de las pruebas. Buen punto para investigar y hacer un buen artículo de prensa, ¿no?, en lugar de estar haciendo drama desde la ignorancia frente al proceso educativo.





* http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/educacion/por-que-colombia-fracasa-en-las-matematicas_13088961-4

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Nicolás Maquiavelo: entre la comunicación política y el marketing político



El fin justifica los medios. La frase no es de Maquiavelo, es de la 'Cicciolina'.
Constain

Los actos políticos de hoy cumplen una función escenográfica para su pariente más poderosa, la comunicación televisiva. El verdadero destinatario no es el que concurre al acto, sino el que lo mira en directo por televisión. Los candidatos ya no compiten entre sí; ahora deben competir con Madonna.
Cocimano

Hoy Maquiavelo aconsejaría el amor
Martínez


“Es necesario que el príncipe sepa que dispone, para defenderse, de dos recursos: la ley y la fuerza. El primero es propio de hombres, y el segundo corresponde esencialmente a los animales. Pero, como a menudo no basta el primero, es preciso recurrir al segundo. Le es, por ende, indispensable a un príncipe hacer buen uso de uno y de otro, ya simultánea, ya sucesivamente. Tal es lo que con palabras encubiertas enseñaron los antiguos autores a los príncipes, cuando escribieron que muchos de ellos, y particularmente Aquiles, fueron confiados en su niñez al centauro Chiron, para que les criara y les educara bajo su disciplina. Esta alegoría no significa otra cosa sino que tuvieron por preceptor a un maestro que era mitad hombre y mitad bestia, o sea que un príncipe necesita utilizar a la vez o intermitentemente de una naturaleza y de la otra, y que la una no duraría, si la otra no la acompañara. Desde que un príncipe se ve en la precisión de obrar competentemente conforme a la índole de los brutos, lo que ha de imitar son el león y la zorra, según los casos en que se encuentre. El ejemplo del león no basta, porque este animal no se preserva de los lazos, y la zorra sola no es suficiente, porque no puede librarse de los lobos. Es necesario, por consiguiente, ser zorra, para conocer los lazos, y león, para espantar a los lobos” (Maquiavelo, 1999, pp.129-130).
El conocimiento que podemos obtener de los fenómenos humanos y sociales depende de y se da en los marcos históricos-culturales de los que formamos parte, comprendemos en situación o como se dice hoy, con mucha frecuencia, leemos el mundo desde el contexto en el que nos encontramos ubicados. El marco de referencia, el mundo de vida de los seres humanos de este siglo XXI está constituido por la globalización planetaria, el capitalismo global, los mercados en expansión, la existencia de megaestados, el enorme poder de algunas corporaciones o conglomerados económicos; así mismo, nuestra sociedad ha dado en llamarse sociedad de la información o de la comunicación generalizada, sociedad postfordista, también sociedad de masas , sociedad mediática, sociedad del consumo, sociedad teledirigida, etc.
 
En todas esas expresiones hay algo de verdad para definir la contemporaneidad. Los investigadores, los científicos sociales y los filósofos, han acometido la exploración de cada una de esas pistas obteniendo resultados más o menos esclarecedores. Grosso modo y como ejemplificación de lo dicho, se caracteriza nuestra vida política desde el imperio del marketing político; las complejas y enormes sociedades de masas actuales son dirigidas por ofertas políticas que se publicitan periódicamente sobre todo en los eventos electorales. Conllevando el hecho de que no elegimos gobernantes, sino que nos los venden, ofertándolos como bienes de consumo. Esas ofertas de gobernantes son de la misma naturaleza que las ofertas de cualquier producto mercantil, son atractivas a la vista de los compradores, son exhibidas en empaques que estimulan la decisión de compra, son, como oferta política mercantilizada, sujetas a una cuidadosa e ingenieril presentación, son mercancías que relucen para los ojos, que impactan a la visión como imagen.
 
La realidad contemporánea de la mercantilización amplia e intensa de nuestras vidas incluyendo nuestra vida política, la fabricación de la opinión pública --vía medios masivos de comunicación-- y la invasión de la publicidad incitadora del consumo constata un desplazamiento de la ideología a la comunicación, de los programas a las gestiones o puestas en escena de candidatos y campañas, de los partidos a las “personalidades”, de los intelectuales a los gestores de visibilidad. Constatación del poder de la comunicación, ratificación de la sociedad del espectáculo, confirmación por doquier de la invasión de la imagen, aceptación racionalizada-funcionalista de la sociedad de masas y de sus medios de información y representación. En términos generales, esta descripción es compartida hoy día en todo el mundo. Sin embargo, cabe preguntar en lo que se refiere a la política basada en y desde la imagen: ¿acaso es esto algo nuevo?, ¿acaso estamos enunciando algo característico, algo peculiar de nuestro aquí y nuestro ahora, de nuestro siglo XXI?, ¿es sólo a partir del siglo XX que se ha inventado la propaganda y la publicidad política?, ¿no eran sociedades del aparecer (¿de la imagen?) la antigua Grecia y la antigua Roma?, ¿acaso no fue en Roma en la que con una perfección clásica se produjo el paradigma de toda sociedad del espectáculo a través de la impresionante y excitante lucha de gladiadores en el circo?, ¿acaso no es Maquiavelo el pensador que inaugura la modernidad de nuestra política en el siglo XVI, con la austera y desapacible afirmación de que:
 
En general, los hombres juzgan más por los ojos que por las manos, y, si es propio a todos ver, tocar sólo está al alcance de un corto número de privilegiados. Cada cual ve lo que el príncipe parece ser, pero pocos comprenden lo que es realmente, y estos pocos no se atreven a contradecir la opinión del vulgo, que tiene por apoyo de sus ilusiones la majestad del Estado que le protege (Maquiavelo, 199, p.133).
¿Nos vemos, después de la sugerencia de respuesta afirmativa a estos interrogantes, en la imperiosa necesidad de concluir que la sociedad de la imagen, o la imagen como mediación es un rasgo permanente y transversal a toda la historia de la humanidad, consustancial (los filósofos dirían ontológico) en la relación entre gobernantes y gobernados?, ¿decretar clamorosamente la novedad en nuestro tiempo de la prioridad y exclusividad de la imagen, no es más que un desconocimiento del pasado?, ¿debemos, por consiguiente, afirmar que los consejos de Maquiavelo al príncipe son los de un experto en marketing político?, ¿la imagen ha sido, es y será lo que hay que diseñar para gobernar, para conquistar y ejercer eficientemente el poder?
 
Frente a esta conclusión retóricamente expuesta, que se sintetiza en la coloquial frase de “no hay nada nuevo bajo el sol”, frente al eventual reconocimiento de que el marketing político es tan viejo como las sociedades mismas, pueden anunciarse por lo menos dos posiciones:
 
1) Hoy día dado que la voracidad del marketing en general y del marketing político, en particular, al parecer no tiene límites, todo es conducido a la mercantilización y a la envoltura de “for sale”. Las industrias y las post-industrias mercantilizan el universo entero, recursos naturales, bienes y servicios sociales, bienes simbólicos de distintas clases (religiosos, estéticos, éticos), La fórmula es muéstrelo, envuélvalo, llévelo, consúmalo. Este arrasamiento ha tocado, reiteramos, a la estética, a las denominadas “altas” creaciones del espíritu y de la cultura, ha envuelto en su vértigo a la filosofía política y al mismísimo canciller florentino. Maquiavelo y sus consejos se han convertido en fórmulas de bolsillo para iniciados y profesionales del poder y la política, para gerentes y líderes sociales. La complejidad y profundidad de su pensamiento, de su obra, se ha mutado en la sentencia elíptica, en la frase de impacto, en el jingle comercial; “el fin justifica las medios”[1] equivale a decir la política es una mercancía y debes saber venderla.
 
No sin ironía, antes, en el transcurso del cinquecento (siglo XVI), Nicolás Maquiavelo fue reducido para aborrecerlo moralmente y ahora (siglos XX y XXI) es valorado, pero del mismo modo reducido, para venderlo o para hacerlo instrumento de negocios. Desde esta posición no sólo se reconoce el poder de la mercantilización de la existencia toda y de la política en particular en las sociedades en las que vivimos, sino queda también aunque, por ahora implícita, la declaración de la distancia entre los libros de consejos “espejos de príncipes”[2], los manifiestos políticos (ver adelante el apartado sobre la comunicación política) y el empaquetamiento en cómodas recetas del marketing político como ayuda a los políticos en sus campañas. Esta postura nos conduciría a plantear el problema de lo político y la política desde una alternativa o toma de partido en el combate entre comunicación política y marketing político. La alternativa se formularía de la siguiente manera: escoger entre la filosofía política seria o la trivialización de la política desde el marketing político, optar o por comunicación política o el mercadeo de una imagen. O Maquiavelo o el maquiavelismo empaquetado sin aprehensión moral y con promesa de éxito.
 
2) Como segunda perspectiva, resignación y confirmación de que son sinónimas las expresiones: comunicación política y el marketing político, constatando y subrayando que en el mundo actual y por decirlo así, dadas las condiciones que nos constituyen, la comunicación política entre gobernantes y gobernados se da principalmente a través de los medios de comunicación masivos, a través de una puesta en escena, a través de un atractor que es la imagen. En este sentido, se dirá que la comunicación política no es de mejor familia que el marketing, éste no es más que la forma eficaz, recetada y racionalizada, que tienen las sociedades de masas para transmitir un mensaje y estimular una decisión de los votantes que en grandes cantidades participan en nuestros sistemas electorales. Desde este punto de vista la única diferencia entre la circulación de la imagen y la irradiación de su poder en el siglo XV y en el XXI es el medio de difusión o de comunicación preponderante. En la época de Maquiavelo teníamos sociedades del cara a cara[3], contrario sensu, en nuestros días reina la imagen mediática predominantemente transmitida por los llamados medios masivos de comunicación.
 
Sintetizando, advertimos tres escenarios (Eco, 2004), el apocalíptico de fin de la comunicación política por el imperativo del marketing, el integrado en el que el marketing no es más que la función social racional de la comunicación política en la era de la sociedad de masas y, finalmente, un escenario crítico en el que se hace un diagnóstico sobre ¿por qué? y ¿con qué límites? vamos a seguir entendiendo y practicando la política como una dimensión del marketing. En lo que sigue presentaré algunos ejemplos de cómo se utiliza desde el marketing político la filosofía política de Maquiavelo, convirtiéndola en maquiavelismo (I) para después describir a modo de columna vertebral crítica una interpretación, de y desde la comunicación política, de la filosofía y la obra de Maquiavelo que conminan a pensar en el sentido de lo político, la política y la calidad de las llamadas “nuestras democracias” (II).

 
I. El maquiavelismo del marketing político (ejemplificaciones)
 
 
Antes de haber leído a Maquiavelo, se tiene ya una cierta noción del maquiavelismo. Aunque se ignore todo acerca del hombre y de su obra, el término es utilizado sin vacilar. Designa un carácter, un comportamiento o una acción, con la misma seguridad con que la palabra papelera designa un objeto. Incrustado en la lengua, no importa de dónde deriva; sirve. Parece que lo que Guiraudet escribía a finales del siglo XVIII todavía puede ser dicho: “El nombre de Maquiavelo parece consagrado, en todos los idiomas, a recordar, o incluso a expresar, los desvíos y las fechorías de la política más astuta, más criminal. La mayor parte de quienes lo han pronunciado, como sucede con las demás palabras de una lengua, antes de saber lo que significa y de dónde deriva [...] han debido de creer que fue el nombre de un tirano” (Lefort, 2010, pp. 11, 12).
En mostración de la utilización de la teoría política del pensador renacentista en una estrategia de promoción para campañas políticas y del management vigente, ilustraremos una panoplia de usos reveladores no sólo de la mercantilización-espectacularización del arte de gobernar, sino también de una mentalidad instrumental exacerbada que puede igual tomar una sinfonía de Schubert para vender un jabón, un paquete turístico a Cancún o una concepción profunda de las pasiones humanas para volverla estímulo para adherir a una campaña o candidato.
 
Empecemos citando y comentando a uno de tantos gurúes de administración y marketing, se trata del argentino Gustavo Martínez Pandiani quien posicionado ya como experto de un “saber”, doctamente nos recuerdo que el origen del marketing político se dio profesionalmente en los años sesenta del siglo XX en la famosa campaña Nixon-Kennedy en los Estados Unidos:  
 
Cambió la lógica de la comunicación, tenés que preparar una estructura de acuerdo al lenguaje audiovisual. Ya no le gritás al tipo que está al lado tuyo, pensás en frases cortas de fuerte impacto emotivo. Aunque todavía algunos siguen dándolo, el discurso de barricada no va más en televisión, cae antipático, porque el formato de televisión es de entretenimiento, no de discusión política (2012).
Martínez Pandiani sin rodeos declara el cambio de la lógica de la comunicación política, no hay discurso, hay frases cortas de impacto emotivo para un público que no va a las concentraciones sino que es televidente y está en sus casas. A la pregunta sobre si la imagen define el mensaje contesta nuestro especialista en visibilidad:  
 
Popularmente dicen “billetera mata galán”, yo digo “mensajero mata mensaje”. Si vos tenés un buen mensaje político pero un mensajero mal presentado, que habla fuera de tono o mueve mal sus manos, perdés. El mejor ejemplo fue en 1960 con Kennedy y Nixon: el primero era joven, un porte de estrella de cine, pero Nixon, se recuerda, decía cosas mucho más inteligentes. Se cuenta sobre ese debate, que la gente que lo vio por televisión dijo que lo ganó Kennedy, pero quienes escucharon por radio, dijeron que el ganador había sido Nixon (2012).
La televisibilidad o telegenia de Kennedy se impuso como antecedente de una puesta en escena que desde entonces haría carrera hasta convertirse en una sofisticadísima empresa o industria de relaciones públicas y comunicación política. Claro está que este maquiavelismo en el sentido de posicionar la imagen y la apariencia del político no tiene mucho que ver con El Príncipe de Maquiavelo, ni con los ciudadanos de las ciudades estado del Renacimiento italiano que tenía ante sí el florentino. Los personajes políticos de la televisión son seres entrenados, maquillados y semiotizados para impresionar y los destinatarios de su aparición mediática no son ciudadanos sino rating, audiencias que marcan puntos del rating. Dice Martínez Pandiani que un punto de rating equivale a 120.000 potenciales votantes. El mensaje televisivo dirigido a este público, estructuralmente, tiene como consecuencia el privilegiar un contenido llano, conciso, “esloganizado”, “mediocrizado”, lo que significa que no se dirige a personas sino a un estándar estadístico, un “término medio”, un “hombre medio”, una “masa” (Mattelart, 1997, p. 18). Esta nueva realidad tuvo como consecuencia que:  
 
Trajo problemas y bondades para la política. Bondades porque con un mismo esfuerzo llegás en vez de a 4 personas, a 100. Un punto de rating son 120.000 votantes, una multiplicación enorme. Pero el riesgo es que deteriora la calidad del mensaje político, que tiene que ver más con el packaging (envase) que con el contenido. Entonces, lo que ha pasado es que el mensaje político se ha neutralizado mucho. En una campaña cuando se llega al final, los candidatos dicen la misma cosa, porque se apunta al público que está en el medio, no en los extremos. El voto conquistable es el de aquellos que no tienen una postura ideológica fuerte, sino que son más pragmáticos, se guían por el candidato que les gusta más (Martínez. 2012).
El maquiavelismo contemporáneo del marketing entonces, no pone en juego la semántica que habla de ciudadanos, de naturaleza humana, de bien común, de conductores políticos, de astucia y poder, de virtud y fortuna, su lenguaje es el de favorabilidad, percepciones, nichos, trata de personajes políticos, audiencias, error técnico, márgenes de error, muestra representativa, rating. También podríamos decir que no enseña o educa sino pone sobre el tapete técnicas de astucia y poder de seducción; categóricamente y a modo de gran conclusión dice Martínez Pandiani, en referencia indirecta al consejo de Maquiavelo al príncipe sobre que es preferible que te teman a que te amen:  
 
¿es maquiavélico?”. Ese es un término muy sobrecargado. Maquiavelo fue el mejor cientista político de su época, cuando no había presidentes sino príncipes, reyes, y él se dio cuenta de que para gobernar mejor el temor era necesario, porque era un tiempo en que de guerras, se mataba. Hoy Maquiavelo no diría “que te teman” sino “que te amen (Martínez, 2012).
El imaginado Maquiavelo contemporáneo que aconseja el amor más que el miedo, a nuestro parecer no recomienda o recomendaría esto por el supuesto de Martínez Pandiani de que la guerra es asunto del pasado, el Maquiavelo contemporáneo, de Martínez Pandiani y con él todos los constructores de la imagen del marketing político, lo recomendaría porque se percata rápidamente de la evidencia de esta sociedad como provista y necesitada de tantos medios de comunicación y técnicas de penetración para entretener y crear opinión pública, de tal suerte que el gobernante dotado de virtud debería ser aconsejado para aprovechar dicha circunstancia (la fortuna). El Estado hoy día ha transitado de ser educador a ser seductor, y la dominación cada vez más se da por estimulación y menos por represión (Debray, 1993).
 
Este maquiavelismo es corriente en la actual industria de la asesoría política; otro de los gurúes, el consultor político español en su libro cuyo título es una clara evocación a Maquiavelo: “Cómo se gana el poder”, enumera y describe los instrumentos del marketing político frecuentemente usados para el objetivo único de dicho marketing: ganar elecciones. Allí se estudian las encuestas, los sondeos, matrices de transferencia (traspaso de un candidato a otro), tracking (entrevistas cotidianas durante toda la campaña, seleccionando entrevistados, pequeñas y rápidas con miras a predicción de resultados. También este consultor de nombre José Luis Sanchis, trae a colación la estrategia del cluster que consiste en el análisis de tipologías de población, igualmente el path que son verificaciones de la causalidad de un grupo de variables en cuanto a la intención de voto. Toda esta estrategia técnica, toda esta ingeniería electoral, una suerte de acción racionalizadora con arreglo a fines no es óbice para citar otra vez al florentino y para meterlo en el mismo saco con el maquiavelismo:  
 
Toda una maquinaria puesta en marcha para generar un impacto en el elector-consumidor, y posicionar la imagen pública de cada candidato. “Ingéniese para que en sus acciones se advierta grandeza, valor, gravedad y fortaleza”, postulaba Nicolás Maquiavelo en su obra “El Príncipe”, acaso el primer tratado moderno sobre la imagen pública (...) Con todos los recursos técnicos y metodológicos de la ingeniería electoral, Maquiavelo hubiera hecho las delicias de cualquier príncipe. “El fin justifica los medios”, la sentencia inmortal del florentino, resuena más que nunca en las alfombradas oficinas de los publicistas y gurúes del marketing político” (Cocimano, 2007).
La obviedad con la que expertos en consultoría política y periodismo relacionan al maquiavelismo con Maquiavelo campea, también en Colombia. A la pregunta de Juan Gossain al presidente Juan Manuel Santos sobre el libro que estaba leyendo, el primer mandatario de los colombianos respondió que leía “El nuevo Maquiavelo” de Jonathan Powell. Se trata de un libro de memorias del que fuera el jefe de gabinete del admirado por Santos ex-primer ministro británico Tony Blair. Dice la nota periodística que esta respuesta del presidente generó un murmullo en la concurrencia dada “la mala reputación del pensador florentino”.
 
La nota periodística después de insinuar que en Colombia tenemos un conocimiento de la filosofía política que nos convierte en críticos y emisores de buena o mala reputación, en este caso para Maquiavelo, recala en el hecho político del momento a saber: la postulada crisis de estrategia comunicativa de Juan Manuel Santos para dar a conocer sus logros como gobernante:
 
Nicolás Maquiavelo es más conocido por encarnar el pragmatismo: “El fin justifica los medios”. No obstante el autor de El Príncipe también es considerado tanto el padre de la consultoría política como el primer asesor de imagen de la historia moderna. Por eso, que el presidente lea un libro basado en el filósofo renacentista no genera mayor sorpresa, ya que sus máximas hacen parte de la literatura básica de cualquier gobernante[4].
 
El mismo artículo periodístico en el tono de erudición y sagacidad con que se presenta se atreve, inmediatamente, a sugerir una política de comunicación de los sobresalientes logros del presidente y, de esta manera, ganar gobernabilidad gracias a una eficaz campaña de comunicación basada en Maquiavelo. Se toman frases cortas de El Príncipe como fórmulas frente a distintos eventos de la vida política, veamos:
 
“Nada proporciona a un príncipe tanta consideración como las grandes empresas”.
 
Esta afirmación de Maquiavelo sugiere el periodista, fungiendo como asesor de imagen, significa que Santos debe simplificar el mensaje agrupando sus múltiples ejecuciones de gobierno en una especie de gran eslogan que simbólica e hiperbólicamente se transmita como mensaje a toda la nación como el de su antecesor con lo de los “tres huevitos”.
 
“Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.
 
Esta frase es recomendada a Santos para que comunique más los logros, para que ponga a los miembros del gabinete a salir más en los medios de comunicación a informar todo lo que se está haciendo en bien del país. Para que llene más la agenda mediática como agenda gubernamental exitosa en sus realizaciones.
 
“Vale más hacer y arrepentirse que no hacer y arrepentirse”.
 
El llamado aquí al príncipe, al presidente Juan Manuel Santos, es a que reaccione más rápido y esté presto a dar declaraciones y utilizar todos los medios de comunicación disponibles para responder a los eventos y al “enrarecido clima político que enfrenta”.
 
“Porque los hombres atacan por miedo o por odio”.
 
La estrategia del periodista, metido a asesor comunicativo, citando esta frase de Maquiavelo es, en este caso, subirle el tono tanto a los negociadores de las FARC en la Habana como a la oposición uribista en Colombia en relación con esos diálogos. No desperdiciar la oportunidad de tomar la delantera ya que los contendores tienen miedo o practican odio. Termina la pieza periodística titulada: “De Maquiavelo para Santos” con la frase de Maquiavelo:
 
“Solo son buenas defensas, seguras y verdaderas, las que dependen de uno mismo y de la propia virtud”.
 
Finalizando este apartado sobre el maquiavelismo del marketing político, traemos a colación otra ejemplificación sobre esta colonización de la comunicación política por parte de los ofertantes de consejos para ganar elecciones y mantener gobernabilidad. Se trata de la promoción de un libro en el que se utilizan a Maquiavelo y Freud como garantes científicos de la eficacia de la consultoría política como estrategia de persuasión a través de la imagen, la comunicación y la publicidad. Utilizamos directamente la imagen de promoción de venta del libro y enmarcamos su contenido en la línea de argumentos que vamos desarrollando, vean figura más adelante.
 
A primera vista llama la atención el motivo de la tapa del libro en el que los pensadores (Maquiavelo y Freud) y sus investigaciones convertidas en recetas de marketing son publicitados con la portada de un guerrero ninja, con su atuendo típico: vestido oscuro de la cabeza a los pies, en la espalda la espada fácilmente disponible, con movimiento ultrarápido puede ser diestramente esgrimida o usada contra el enemigo, cubierto el rostro con mirada fija y acechante, expresando todo el gesto la fuerza contenida, la astuta sagacidad y el silencio previo a la asestada del golpe. Imagen concordante con una línea dominante de la publicidad contemporánea que entiende el marketing político como combate fulminante en que la agilidad y el carácter certero (spin) de nuestro mensaje puede dejar derrotados en el piso a nuestros rivales.
 
El libro se promociona de la siguiente manera: “Maquiavelo&Freud” es el producto de 30 años de investigación en psicología del votante y de experiencia práctica en campañas electorales” y la tabla de contenido es lo suficientemente diciente, veamos: Daniel Eskibel el autor de la obra titula el prólogo: (Casi) todo lo que sé de campañas electorales para después darnos una tabla de contenido ilustrativa de lo patentizado en este apartado como un maquiavelismo recurrente de los expertos en relaciones públicos y consultorías políticas sobre gestión de visibilidad de la imagen. La tabla de contenido se inicia con un por qué se pierde una elección (y por qué se gana), a continuación y bajo el titulo de psicología política la pregunta por qué no te votan (y por qué sí lo hacen). Como target, Eskibel adelanta la respuesta a la pregunta cómo decidir con quién nos comunicamos. Cada título de los capítulos del índice se acompaña de la cuestión que se responde: El Problema, cuestiona por qué los problemas atraen a los votantes, La Solución aclara que primero los problemas, y solo después las soluciones. Sobre La Personalidad va a tratar de: Carne y hueso detrás del mensaje. Bajo el título La Marca, se responde por qué el votante vive en un universo de marcas. Además El Posicionamiento pregunta: cómo ocupar un lugar en la mente del votante. La Confianza: ¿por qué creer en un político? El titulado Checklist es una guía rápida para planificar la campaña electoral (Eskibel, 2010).
 

 
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