lunes, 15 de noviembre de 2021

Fracaso de Cop26 ¿cantado?

 El Pacto Climático de Glasgow (COP26) sólo se comprometió a reducir —no a eliminar— el uso de combustibles fósiles. ‘Eliminar’ es cero; en cambio, ‘reducir’ puede ser cualquier cifra, con todos los ceros que queramos poner después de la coma. El COP26 también prometió —sí, una promesa, solamente— ayudar a los países en desarrollo a adaptarse a los impactos climáticos[1]. O sea que no vamos a evitar la catástrofe sino a paliarla, con una buena acción de por medio. Y los países que más emisiones tóxicas producen son los que tienen derecho a veto, pues sostienen que el uso de esos combustibles se necesita para erradicar su pobreza interna que, por principio, nunca dejan de generar. Es decir, con lenguaje sobrio y diplomático el Pacto Climático de Glasgow fue suicida. ¿Hay opción cuando nadie —salvo José Mujica— quiere renunciar al modelo de consumo que le ofrece el capitalismo, justo aquel que está acabando con el planeta?

El capitalismo es una máquina imparable a la que nos subordinamos, pues produce objetos de satisfacción. A esa máquina no le importan los efectos de su ejercicio: polución, extracción indiscriminada, extinción de las especies, extinción de las culturas, colonización, lumpenización, intoxicación, nuevas enfermedades. A veces nos quejamos, pero por carecer de las garantías para obtener el nivel de satisfacción que obtienen otros. ¿Cómo oponerse a un sistema que no esgrime un ideal —ya dio lugar a que se extinguieran— sino la satisfacción personal? Que lo haga de manera desigual, no es finalmente un problema, pues todos entienden que hay que hacer un esfuerzo, legal o ilegal (el capitalismo mismo se fundamenta en una expropiación por la fuerza), pues el asunto depende de las propias competencias. No importa que tengamos una isla de plástico en el Océano Pacífico más grande que la suma de las superficies de España, Francia y Alemania… pero sí importa si el reciclaje produce acumulación de capital, si los productos orgánicos se venden más caros, si la medicina alternativa es un negocio, etc.

¿Cuántos de los que se preguntan qué planeta le vamos a heredar a los descendientes dejan de usar productos cuya cadena de producción y consumo implica la destrucción del planeta? Un ejemplo: es fácil hablar mal del consumo de combustibles fósiles y de sus efectos en el calentamiento global, y después salir a casa en un auto que consume combustibles fósiles y produce polución; incluso se puede creer que el daño lo producen los demás, que el daño propio es infinitesimal al pie del que producen las grandes industrias… el problema es que también consumimos los productos de esas grandes industrias. ¿Y el que no sale en carro propio sino en transporte público?; parece bien, siempre y cuando no sea por ahorrarse el parqueadero, de manera que sí tiene auto; con todo, el transporte público también consume combustibles fósiles (a veces más contaminantes, como el diésel de uso aprobado en Colombia). ¿Pero y cuando el transporte público es movido por energía eléctrica?; pues no produce emisiones directamente, pero sí indirectamente cuando es movido por energía atómica (el metro y el tren en Francia, por ejemplo). ¿Y el que sale en carro eléctrico? Las pilas de un carro eléctrico que pesan entre media y una tonelada— requieren litio, níquel, cobalto, manganeso y cobre, productos obtenidos en países con poco control ambiental y normas laborales laxas (el Congo, Indonesia, Rusia). Al respecto, según Madeleine Stone[2], el auge de los automóviles limpios impulsará un auge de minería sucia. “La extracción de los materiales necesarios para este despliegue masivo de baterías y productos electrónicos ya está destruyendo comunidades, talando bosques, contaminando ríos, destruyendo frágiles desiertos y, en algunos casos, obligando a las personas a la casi esclavitud”, dice George Monbiot, periodista de The guardian[3]. Vamos a pasar de las guerras por el petróleo a las guerras por el litio, más escaso que el petróleo e imposible de producir sintéticamente[4].

Y en unos años habrá millones de toneladas de baterías agotadas que acabarán en los vertederos; por ejemplo, “La totalidad de los vehículos eléctricos lanzados a las calles en 2019 acabará desechando 500.000 toneladas métricas de baterías”[5]. ¿Y no son reciclables las baterías desechadas? No olvidemos que el capitalismo es un negocio y que las consecuencias no importan: estas baterías no están diseñadas para ser desarmadas; intentarlo es muy costoso pues consume grandes cantidades de energía y produce gases tóxicos (como el CO2, que es uno cuya producción buscaba disminuir el Pacto Climático de Glasgow) y otros productos de desecho, en extremo contaminantes[6]. En Estados Unidos ha sido prácticamente imposible que los productores de baterías para carros eléctricos se comprometan con la gestión de los desechos[7]. Si se traza una política que obligue a los productores a recoger los desechos, posiblemente no habrá quien produzca las baterías, pues el asunto de los productos del capitalismo es su rentabilidad: si la rentabilidad no da signo positivo, el productor busca otro renglón de producción rentable.


En realidad, entre los países no ha habido negociaciones sobre el cambio climático sino dilaciones. Cada uno espera que los otros intervengan, para él no tener que hacerlo. Es tal como decía Marx: el industrial paga malos salarios, pero quiere que los demás industriales paguen buenos salarios para que los trabajadores puedan comprar sus productos. Dado el fracaso del COP26, se piensa que ya es demasiado tarde para cambios incrementales decididos por los países y, entonces, queda el recurso de acudir a… ¡las personas! Contra las leyes del capitalismo —ineluctables mientras no haya iniciativas políticas anticapitalistas— ahora queda es la iniciativa de personas de buena voluntad (obsérvese la ausencia del rasgo político), pues el gran público se dice testigo de iniciativas políticas anticapitalistas que produjeron remedios peores que la enfermedad. Ahora parecemos estar “todos del mismo lado” —como proclamaba un candidato a la presidencia en Colombia, utilizando una propiedad de la banda de Möbius—, es decir, sin política. Por eso, Monbiot piensa (porque lo publicó la revista Science) que la solución es por la vía de que el 25% de las personas cambien las actitudes sociales hacia el clima. La solución que se propone es educativa… como el COP20, que hablaba de una “sensibilización”. Es fácil asignar la responsabilidad a la educación, porque sus logros son a largo plazo y sus fracasos poco visibles.

Según Monbiot, “los gobiernos poderosos buscaron un compromiso entre nuestras perspectivas de supervivencia y los intereses de la industria de los combustibles fósiles”… ¡como si las perspectivas de supervivencia fueran una opción! ¡Cuántos trabajadores no murieron en Colombia esperando a que se prohibiera el uso del asbesto! Consideraciones de ese tipo sólo se tienen en cuenta cuando arriesgan inversiones, y cuando ya hay alternativas rentables. Ante la opción que plantea el periodista, es claro que la decisión no está en los gobiernos, sino en los principios que rigen la industria. Entre otras porque los gobiernos en el capitalismo están para eso, de manera que la opción del periodista es ilusoria. ¿No tenemos constancia histórica de que cuando los gobiernos intentan poner límites a las leyes del capitalismo, ahí sí se encuentra la voluntad política para derrocarlos?

La iniciativa de no quemar más combustibles fósiles a partir de 2030, obedecerá a asuntos económicos y políticos: de un lado, por el agotamiento de esa industria (las reservas de petróleo son finitas); y, de otro lado, por las tensiones geopolíticas que causan los países productores de petróleo. Los productos necesarios para pasar a las baterías de litio están en otros países con otras tensiones… ya se trasladarán allá los mecanismos necesarios para hacer esas extracciones y que la generación de problemas ambientales y sociales parezcan naturales.

Un colapso ambiental en cascada sólo cuenta como una “oportunidad” para el capitalismo. Incluso algo parecido se hace también artificialmente: se venden armas a los bandos contrarios y después se les vende la reconstrucción respectiva, a veces con gobierno incluido, si se compra el combo. La vida de los seres humanos depende de complejos sistemas naturales. Pero eso también está en venta. Y cuando ya la vida también esté en riesgo para los que venden la salud, el agua, el sol… entonces migrarán —como ya previó la ficción— a una estación orbital o a otro planeta, conservando exactamente las mismas relaciones: los creadores de riqueza en una Tierra arrasada por el capitalismo y los propietarios en un nuevo lugar —creado por los trabajadores— en el que no viven los trabajadores.

Monbiot sostiene que las estructuras sociales y las económicas comparten características con el entorno natural. Lo poco que esta afirmación tiene de cierto opaca dos asuntos fundamentales: primero, el entorno natural no es el entorno de los hombres; éstos han creado su propio entorno, que podemos llamar cultural. Y, segundo, las condiciones económicas están determinadas por las relaciones sociales, no por las relaciones con el entorno natural. Pensar que falta un conocimiento (que sólo podría otorgar la educación) sobre los daños que producimos a la naturaleza desconoce que el “nosotros” ha venido a fragmentarse por las relaciones sociales de producción (relaciones de propiedad sobre los medios de producción) y por las relaciones de apropiación real (relaciones de control sobre el proceso productivo).

Y como se desconoce la política, entonces se trae a cuento lo que dicen los “científicos”. Pero no se piense en términos epistemológicos esta palabra; piénsese, más bien, en aquellos que, desde las revistas indexadas, están pendientes de qué es lo que necesita el capitalismo. El periodista trae un ejemplo, publicado en Climate Policy: aprovechar la “dinámica dominó”, según la cual un cambio en el lugar correcto se expande a todo el sistema. ¡O sea que no hay que convencer a los gobiernos, no hay que hacer educación!, basta con escoger esos puntos claves para restaurar todo el daño que ha hecho el capitalismo (gracias a que creemos que el sujeto está definido por el consumo). No sería por solidaridad —pensando en la herencia a nuestros descendientes o en la naturaleza— sino por rentabilidad.

Y cuando se habla de una transformación de los modos de consumo, no se trata de una vuelta sobre nuestra propia condición humana (eso no es rentable para el capitalismo), sino sobre la del consumidor; por ejemplo, que pueda satisfacer sus necesidades con sólo caminar 15 minutos (idea de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, según Monbiot). En ese mismo sentido está la idea de que el 25% de la población es un punto de inflexión para cambiar un criterio. Supongamos que sea cierto, pero que conste que no nos están considerando sino como un rebaño en el que se pueden establecer probabilidades, sin contar con los sujetos. Y es que está de moda hablar de la inmunidad de rebaño, que ya hemos logrado, no por la vacuna contra el COVID-19, sino porque ahora pensamos que la política está desueta.


Para finalizar

En la Cumbre en Glasgow por enésima vez “los gobiernos” y los “gobernantes” del mundo hacen una puesta en escena ofensiva para la humanidad en su conjunto. Se toman fotos, se acomodan para las cámaras, pronuncian discursos y realizan declaraciones a periodistas de todas las latitudes del planeta sobre la sensibilidad por la salud del medio ambiente, sobre sus esfuerzos heroicos para luchar en favor del ecosistema y contra el cambio climático, etc. Cuando la verdad es que no sólo pecan por omisión sino por acción frente al deterioro de las condiciones de vida ambientales. Es un sainete orquestado como convite de hipócritas de toda laya. Presidentes como el de Colombia son representativos de esta mentira universal de la política. Ya sabemos que no sólo no implementan políticas sino que, por el contrario, son verdaderos depredadores de la naturaleza: permiten la deforestación para beneficiar a sus amigotes ricachones, adelantan políticas de fumigaciones como las del glifosato, estimulan estudios para el fracking, facilitan la explotación minera en páramos protegidos, estimulan los transportes masivos más dañinos en emisiones de gases contaminantes... y un largo etcétera.   

Ahora bien, no es la primera ni la última cumbre en que se gobierna y se gobernará al mundo de esta manera. Se trata de la conjunción de dos formas de la “administración” y “respuesta” a las necesidades de los países, las sociedades y el globo.  Por un lado se da la sensación de que “nuestros líderes” gobiernan, están reunidos y todos con cara de padres compungidos posan ante las cámaras (cenit de la telepolítica) y, por el otro, saben y practican una economía por y de los poderosos, de las corporaciones multinacionales, del sistema capitalista mundial que indiferente ante los medios (economías fósiles y sociedad de consumo) no tiene otra sensibilidad que para la ganancia, la concentración del poder y el dinero. Estamos en un mundo selfie, de hipocresías risueñas, en el que el poder utiliza a la política y no la política al poder.  


[1]      https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-59277933

[3]      https://www-theguardian-com.translate.goog/commentisfree/2021/nov/14/cop26-last-hope-survival-climate-civil-disobedience?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=nui,sc

[4]      https://www.autocasion.com/actualidad/reportajes/baterias-litio-coche-electrico-contaminacion-reciclaje

[6]      https://www.autocasion.com/actualidad/reportajes/baterias-litio-coche-electrico-contaminacion-reciclaje

[7]      Ídem.