El Pacto Climático de Glasgow (COP26) sólo se comprometió a reducir —no a eliminar— el uso de combustibles fósiles. ‘Eliminar’ es cero; en cambio, ‘reducir’ puede ser cualquier cifra, con todos los ceros que queramos poner después de la coma. El COP26 también prometió —sí, una promesa, solamente— ayudar a los países en desarrollo a adaptarse a los impactos climáticos[1]. O sea que no vamos a evitar la catástrofe sino a paliarla, con una buena acción de por medio. Y los países que más emisiones tóxicas producen son los que tienen derecho a veto, pues sostienen que el uso de esos combustibles se necesita para erradicar su pobreza interna que, por principio, nunca dejan de generar. Es decir, con lenguaje sobrio y diplomático el Pacto Climático de Glasgow fue suicida. ¿Hay opción cuando nadie —salvo José Mujica— quiere renunciar al modelo de consumo que le ofrece el capitalismo, justo aquel que está acabando con el planeta?
El capitalismo es una
máquina imparable a la que nos subordinamos, pues produce objetos de
satisfacción. A esa máquina no le importan los efectos de su ejercicio: polución,
extracción indiscriminada, extinción de las especies, extinción de las culturas,
colonización, lumpenización, intoxicación,
nuevas enfermedades. A veces
nos quejamos, pero por carecer de las garantías para obtener el nivel de
satisfacción que obtienen otros. ¿Cómo oponerse a un sistema que no esgrime un
ideal —ya dio lugar a que se extinguieran— sino la satisfacción personal? Que
lo haga de manera desigual, no es finalmente un problema, pues todos entienden
que hay que hacer un esfuerzo, legal o ilegal (el capitalismo mismo se fundamenta
en una expropiación por la fuerza), pues el asunto depende de las propias
competencias. No importa que tengamos una isla de plástico en el Océano
Pacífico más grande que la suma de las superficies de España, Francia y
Alemania… pero sí importa si el reciclaje produce acumulación de capital, si los
productos orgánicos se venden más caros, si la medicina alternativa es un
negocio, etc.
¿Cuántos de los que se
preguntan qué planeta le vamos a heredar a los descendientes dejan de
usar productos cuya cadena de producción y consumo implica la destrucción del planeta? Un ejemplo: es fácil hablar mal del consumo de
combustibles fósiles y de sus
efectos en el calentamiento global, y después salir a casa en un auto que
consume combustibles fósiles y produce
polución; incluso se puede creer que el
daño lo producen los demás, que el daño propio es infinitesimal al pie del que
producen las grandes industrias… el problema es que también consumimos los
productos de esas grandes industrias. ¿Y el que no sale en carro propio
sino en transporte público?; parece
bien, siempre y cuando no sea por ahorrarse el parqueadero, de manera que sí
tiene auto; con todo, el transporte público también consume
combustibles fósiles (a veces
más contaminantes, como el diésel de uso aprobado en Colombia). ¿Pero y cuando el transporte público
es movido por energía eléctrica?; pues no
produce emisiones directamente, pero sí indirectamente cuando es movido por
energía atómica (el metro y el tren en
Francia, por ejemplo). ¿Y el que
sale en carro eléctrico? Las pilas de un carro
eléctrico —que pesan entre media y una
tonelada— requieren litio, níquel, cobalto, manganeso y cobre, productos
obtenidos en países con poco control ambiental y normas laborales laxas (el Congo,
Indonesia, Rusia). Al
respecto, según Madeleine Stone[2],
el auge de los automóviles limpios impulsará un auge de minería sucia. “La
extracción de los materiales necesarios para este despliegue masivo de baterías
y productos electrónicos ya está destruyendo comunidades, talando bosques,
contaminando ríos, destruyendo frágiles desiertos y, en algunos casos, obligando
a las personas a la casi esclavitud”, dice George Monbiot, periodista de The guardian[3]. Vamos a pasar de las guerras por el petróleo a
las guerras por el litio, más escaso que el petróleo e imposible de producir sintéticamente[4].
Y en unos años habrá millones de toneladas de baterías agotadas que
acabarán en los vertederos; por ejemplo, “La totalidad de los vehículos
eléctricos lanzados a las calles en 2019 acabará desechando 500.000 toneladas
métricas de baterías”[5]. ¿Y no son
reciclables las baterías desechadas? No olvidemos que el capitalismo es un negocio y que
las consecuencias no importan: estas baterías no están diseñadas para ser
desarmadas; intentarlo es muy costoso
pues consume grandes cantidades de energía y produce gases tóxicos (como el
CO2, que es uno cuya producción
buscaba disminuir el Pacto Climático de Glasgow) y otros productos de desecho, en extremo contaminantes[6]. En Estados Unidos ha sido prácticamente imposible que
los productores de baterías para carros eléctricos se comprometan con la
gestión de los desechos[7]. Si
se traza una política que obligue a los productores a recoger los desechos, posiblemente
no habrá quien produzca las baterías, pues el asunto de los productos del
capitalismo es su rentabilidad: si la rentabilidad no da signo positivo, el
productor busca otro renglón de producción rentable.
En realidad, entre los
países no ha habido negociaciones sobre el cambio climático sino dilaciones.
Cada uno espera que los otros intervengan, para él no tener que hacerlo. Es tal
como decía Marx: el industrial paga malos salarios, pero quiere que los demás
industriales paguen buenos salarios para que los trabajadores puedan comprar
sus productos. Dado el fracaso del COP26, se piensa que ya es
demasiado tarde para cambios incrementales decididos por los países y, entonces, queda el recurso de acudir a… ¡las personas! Contra
las leyes del capitalismo —ineluctables mientras no haya iniciativas políticas
anticapitalistas— ahora queda es la iniciativa de personas de buena voluntad (obsérvese
la ausencia del rasgo político), pues el gran público se dice testigo de
iniciativas políticas anticapitalistas que produjeron remedios peores que la
enfermedad. Ahora parecemos estar “todos del mismo lado” —como proclamaba un
candidato a la presidencia en Colombia, utilizando una propiedad de la banda de
Möbius—, es decir, sin política. Por eso, Monbiot piensa (porque lo publicó
la revista Science) que la solución es por la vía de que el 25% de
las personas cambien las actitudes sociales hacia el clima. La solución que se propone es educativa… como el COP20,
que hablaba de una “sensibilización”. Es fácil asignar la responsabilidad a la
educación, porque sus logros son a largo plazo y sus fracasos poco visibles.
Según Monbiot, “los gobiernos poderosos buscaron un compromiso entre nuestras
perspectivas de supervivencia y los intereses de la industria de los
combustibles fósiles”… ¡como si las perspectivas de supervivencia fueran una opción!
¡Cuántos trabajadores no murieron en Colombia
esperando a que se prohibiera el uso del asbesto! Consideraciones de ese tipo
sólo se tienen en cuenta cuando arriesgan inversiones, y cuando ya hay
alternativas rentables. Ante la opción que plantea el periodista, es claro que la
decisión no está en los gobiernos, sino en los principios que rigen la
industria. Entre otras porque los gobiernos en el capitalismo están para eso, de
manera que la opción del periodista es ilusoria. ¿No tenemos constancia
histórica de que cuando los gobiernos intentan poner límites a las leyes del
capitalismo, ahí sí se encuentra la voluntad política para derrocarlos?
La iniciativa de no quemar
más combustibles fósiles a partir
de 2030, obedecerá a asuntos económicos
y políticos: de un lado, por el agotamiento de esa industria (las reservas de
petróleo son finitas); y, de otro lado, por las tensiones geopolíticas que causan
los países productores de petróleo. Los productos necesarios para pasar a las
baterías de litio están en otros países con otras tensiones… ya se trasladarán
allá los mecanismos necesarios para hacer esas extracciones y que la generación
de problemas ambientales y sociales parezcan naturales.
Un colapso ambiental en cascada sólo cuenta como una “oportunidad” para el capitalismo. Incluso algo parecido se hace también
artificialmente: se venden armas a los bandos contrarios y después se les vende
la reconstrucción respectiva, a veces con gobierno incluido, si se compra el
combo. La vida de los seres humanos
depende de complejos sistemas naturales. Pero
eso también está en venta. Y cuando ya la vida también esté en riesgo para los
que venden la salud, el agua, el sol… entonces migrarán —como ya previó la
ficción— a una estación orbital o a otro planeta, conservando exactamente las
mismas relaciones: los creadores de riqueza en una Tierra arrasada por el
capitalismo y los propietarios en un nuevo lugar —creado por los trabajadores— en
el que no viven los trabajadores.
Monbiot sostiene que las
estructuras sociales y las económicas comparten características con el entorno
natural. Lo poco que esta afirmación tiene de cierto opaca dos asuntos
fundamentales: primero, el entorno natural no es el entorno de los hombres;
éstos han creado su propio entorno, que podemos llamar cultural. Y,
segundo, las condiciones económicas están determinadas por las relaciones
sociales, no por las relaciones con el entorno natural. Pensar que falta un
conocimiento (que sólo podría otorgar la educación) sobre los daños que
producimos a la naturaleza desconoce que el “nosotros” ha venido a fragmentarse
por las relaciones sociales de producción (relaciones de propiedad sobre los
medios de producción) y por las relaciones de apropiación real (relaciones de
control sobre el proceso productivo).
Y como se desconoce la
política, entonces se trae a cuento lo que dicen los “científicos”. Pero no se
piense en términos epistemológicos esta palabra; piénsese, más bien, en
aquellos que, desde las revistas indexadas, están pendientes de qué es lo que necesita
el capitalismo. El periodista trae un ejemplo, publicado en
Climate Policy: aprovechar
la “dinámica dominó”, según la
cual un cambio en el lugar correcto se expande a
todo el sistema. ¡O sea que no hay que
convencer a los gobiernos, no hay que hacer educación!, basta con escoger esos
puntos claves para restaurar todo el daño que ha hecho el capitalismo (gracias
a que creemos que el sujeto está definido por el consumo). No sería por
solidaridad —pensando en la herencia a nuestros descendientes o en la
naturaleza— sino por rentabilidad.
Y cuando se habla de una transformación de los modos de consumo, no se trata de una vuelta sobre nuestra propia condición humana (eso no es rentable para el capitalismo), sino sobre la del consumidor; por ejemplo, que pueda satisfacer sus necesidades con sólo caminar 15 minutos (idea de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, según Monbiot). En ese mismo sentido está la idea de que el 25% de la población es un punto de inflexión para cambiar un criterio. Supongamos que sea cierto, pero que conste que no nos están considerando sino como un rebaño en el que se pueden establecer probabilidades, sin contar con los sujetos. Y es que está de moda hablar de la inmunidad de rebaño, que ya hemos logrado, no por la vacuna contra el COVID-19, sino porque ahora pensamos que la política está desueta.
Para finalizar
En la Cumbre en Glasgow por enésima vez “los
gobiernos” y los “gobernantes” del mundo hacen una puesta en escena ofensiva
para la humanidad en su conjunto. Se toman fotos, se acomodan para las cámaras,
pronuncian discursos y realizan declaraciones a periodistas de todas las
latitudes del planeta sobre la sensibilidad por la salud del medio ambiente,
sobre sus esfuerzos heroicos para luchar en favor del ecosistema y contra el
cambio climático, etc. Cuando la verdad es que no sólo pecan por omisión sino
por acción frente al deterioro de las condiciones de vida ambientales. Es un
sainete orquestado como convite de hipócritas de toda laya. Presidentes como el
de Colombia son representativos de esta mentira universal de la política. Ya
sabemos que no sólo no implementan políticas sino que, por el contrario, son
verdaderos depredadores de la naturaleza: permiten la deforestación para
beneficiar a sus amigotes ricachones, adelantan políticas de fumigaciones como
las del glifosato, estimulan estudios para el fracking, facilitan la
explotación minera en páramos protegidos, estimulan los transportes masivos más dañinos en emisiones de
gases contaminantes... y un largo etcétera.
Ahora bien, no es la primera ni la última cumbre en que se gobierna y se gobernará al mundo de esta manera. Se trata de la conjunción de dos formas de la “administración” y “respuesta” a las necesidades de los países, las sociedades y el globo. Por un lado se da la sensación de que “nuestros líderes” gobiernan, están reunidos y todos con cara de padres compungidos posan ante las cámaras (cenit de la telepolítica) y, por el otro, saben y practican una economía por y de los poderosos, de las corporaciones multinacionales, del sistema capitalista mundial que indiferente ante los medios (economías fósiles y sociedad de consumo) no tiene otra sensibilidad que para la ganancia, la concentración del poder y el dinero. Estamos en un mundo selfie, de hipocresías risueñas, en el que el poder utiliza a la política y no la política al poder.
[1]
https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-59277933
[2]
https://www.nationalgeographicla.com/medio-ambiente/2021/06/creciente-desarrollo-de-autos-electricos-plantea-reciclaje-de-baterias
[3]
https://www-theguardian-com.translate.goog/commentisfree/2021/nov/14/cop26-last-hope-survival-climate-civil-disobedience?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=nui,sc
[4]
https://www.autocasion.com/actualidad/reportajes/baterias-litio-coche-electrico-contaminacion-reciclaje
[5]
https://www.nationalgeographicla.com/medio-ambiente/2021/06/creciente-desarrollo-de-autos-electricos-plantea-reciclaje-de-baterias
[6]
https://www.autocasion.com/actualidad/reportajes/baterias-litio-coche-electrico-contaminacion-reciclaje
[7]
Ídem.
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