miércoles, 20 de octubre de 2021

A propósito de la V Semana de la Pedagogía

  

La pedagogía en discusión

Poner algo en discusión no es lo mismo que ponerlo bajo sospecha. Esto último, cuando se trata de un saber, es una actitud más bien moralista y acrítica que esconde el de temor a contaminarse de lo desconocido. La discusión, el cuestionamiento, por el contrario, es producto del conocimiento y, por tanto, de la capacidad de decir algo acerca del objeto en discusión. Por eso, nadie mejor para poner abiertamente en cuestión el concepto de pedagogía que quienes han estudiado, investigado, defendido y le han dado un lugar a la pedagogía en la formación superior y en el ámbito profesional. 

No solo se pone en discusión, sino que se hace desde una pregunta hasta cierto punto provocadora: ¿es la pedagogía una ciencia? En momentos en que se ha vuelto lugar común, o sea dogma, negar, en vez de discutir, los grandes metarrelatos que son la esencia de la tradición alfabética occidental: la Ciencia, la Historia y el Arte, así, con mayúscula —y que son, al mismo tiempo, el corazón de la cultura académica—, resulta por lo menos una incomodidad para los propios académicos tratar de situar la pedagogía en una de esas denostadas tradiciones o verse obligados a discurrir sobre un objeto poco digno de estudio, pues ya hay quienes en el ámbito académico y pedagógico se desentendieron de las preguntas reflexivas sobre la escuela, la enseñanza, el aprendizaje, la formación, la transmisión cultural. 

Meirieu en su ponencia durante la V Semana de la Pedagogía


Entre las discusiones que se dieron, es claro que la pedagogía no tiene el carácter de una ciencia en el sentido convencional de la palabra; no tiene niveles de generalización y mucho menos tiene axiomas que puedan servir de respuesta universal a los problemas de la formación. De ahí se desprende que tenga un lugar indeterminado dentro del conjunto de los saberes. 

Una de las preguntas que surge es si se trata de una lógica o de una ética, es decir, si se trata de una forma de pensar o de una forma de actuar; o en la vieja taxonomía de la tecnología educativa, ¿es un conocimiento o un valor? 

Por otro lado, surge otra pregunta que podríamos llamar comunicativa: ¿es la pedagogía una gramática o una pragmática? ¿Se trata de un sistema de relaciones sintáctico semánticas más o menos establecido, con cierto grado de univocidad entre significantes y significados, o se trata de una forma de aplicar o de integrar, en el día a día de la educación, ese sistema de enunciados conocidos como tradiciones pedagógicas? 

Finalmente, ¿viene entonces la pedagogía a situarse en algún lugar entre la técnica y el arte? En términos generales, antes de la modernidad o, mejor dicho, antes del capitalismo y la industrialización, la técnica y el arte son la misma cosa. La técnica era algo así como el arte de hacer cosas. Tener un arte o un oficio era saber hacer algo. Pero saber hacer significaba tener cierto secreto para hacerlo que era el saber propio del artesano, el cual era por principio un conocimiento tácito (por oposición al conocimiento codificado) y, por tanto, intransferible fuera del hacer. Es entonces un saber no convertido todavía en símbolos. No se puede convertir en algoritmo. 

Pero con la industrialización el arte de hacer se convierte en técnica, en un saber hacer estandarizado y transferible a las máquinas, lo que viene a ser la tecnología. Al mismo tiempo, y casi en el mismo movimiento, el arte pasa a ser un saber absolutamente idiosincrático, individual, único e irrepetible. El arte es inspiración, según los románticos y, por tanto, alejado de las necesidades del día a día cualesquiera que ellas sean, incluyendo el día a día de la educación. 

En consecuencia, la pedagogía no puede ser una tecnología, o sea un conjunto de formas repetibles de hacer. Pero tampoco puede ser un arte, no puede estar libre de los constreñimientos de la institución, de la sociedad y de los sujetos, no es creación de obras o actos únicos e irrepetibles que no siguen reglas sino que las instituye en cada acto. El saber del pedagogo no puede tener el carácter esotérico (el enigma) del saber del artista, pero tampoco el carácter exotérico del saber estandarizado del técnico. 

Así las cosas, sabiendo lo que no puede ser la pedagogía ¿qué hay de malo en que el saber del pedagogo siga siendo un saber de artesano? En ese caso, sería un saber no transferible como información, por tanto, no reductible a maneras de hacer repetibles y, sobre todo, no convertible en software. 

Pero para que la pedagogía sea una artesanía pragmática, es decir, de interacciones, que tenga un valor agregado más allá del prejuicio y la costumbre, el pedagogo necesita tener un saber sobre los sujetos, sobre la sociedad y sobre la cultura que le permita hacer una interlocución, un cuidado, una socialización y una instrucción cualificadas, basadas, más que en la tradición y en la fuerza, en la autoridad del saber.