Nuestra entrega anterior[1] da
comienzo a una reflexión sobre la idea de “Ciencia abierta”, adoptada por la
UNESCO y, a su turno, por el Ministerio de ciencias de Colombia, según se difundió
por los medios de comunicación, por ejemplo en el video «Lanzamiento Política
Nacional de Ciencia Abierta»[2].
Las oportunidades
La UNESCO dice reconocer «las
oportunidades y el potencial que representan la expansión de las tecnologías de
la información, así como las comunicaciones y la interconexión mundial para
acelerar el progreso de la humanidad, reducir la brecha digital y crear las
sociedades del conocimiento».
De nuevo, estamos ante la posición
que formula buenos propósitos. Posición que los cree tan buenos que se siente
eximida de consultar bajo cuáles condiciones —novedosas— es posible alcanzarlos;
y todo porque, en realidad, forma parte de las condiciones en uso, aquellas que
justamente reproduce. Si miramos hacia el contenido de tales propósitos, parece
un discurso inane (“soñar no cuesta nada”); pero si miramos hacia su forma, se
revela como un discurso activo, pues repite —hasta el cansancio— cierta sintaxis
en cuyos espacios se insertarán las palabras de un diccionario de pocas
entradas. Veamos:
-
La expresión ‘oportunidades’ proviene del discurso de
la administración de empresas. Forma parte de la tristemente célebre matriz
DOFA. Es un procedimiento que no se pregunta por las razones que hacen algo
posible, sino que lo aceptan con resignación, incluso con orgullo (“aquí no hablamos mal del país...”). Por ejemplo,
el discurso que la usa no investiga por qué hay “brechas”, sino que se propone
reducirlas, señalando porcentajes de reducción esperables para ciertos
períodos. Eso es parte del pobre lenguaje que constituye el diccionario del que
hablábamos: porcentajes, períodos de tiempo. Al final, lo que ocurre es con
arreglo a las condiciones dadas, no a las supuestamente anheladas.
-
Las tecnologías de la información llegarían, como por
arte de magia, a prestarnos sus servicios desinteresadamente. No se insertan en
ciertas relaciones de producción, no hay unas condiciones políticas que les permiten
prosperar, no tienen una dirección: están ahí, para todos, no hacen
distinciones de clase, no participan del régimen de ganancia, todos podemos echar
mano de ellas, no tienen color político, están por fuera de lo social. Es el
típico discurso que multiplica el sistema productivo: el que nos toma como
especie, donde todos son iguales. No se sabe por qué el “potencial” de las
tecnologías de la información aparece luego (después de la “expansión”)… entonces,
¿para qué servían antes? No se sabe por qué ahora son una “oportunidad”: antes
¿no brindaban oportunidades?… Es como la “entrega” que se hizo a Colombia de
ciertas minas explotadas en el Chocó durante mucho tiempo: una vez desecadas, una
vez evadida la gran mayoría de los impuestos que tendrían que haber pagado, una
vez destruida la naturaleza a su paso, una vez perseguidos los trabajadores que
denunciaron con sangre la relación que el país tenía con esas empresas… ahora
sí “las devuelven” a Colombia, a una cooperativa de trabajadores para que hagan
algo con las migas y podamos incluirlos en las cifras de los que tienen empleo.
- Todo potencial está marcado por las relaciones de producción. El asunto mismo que haría “potente” algo entra en el juego de las posibilidades económicas. Muchas iniciativas mueren porque no resisten ese juego. Es decir, no es el asunto mismo de la iniciativa el que va o no va, sino su inserción en el mercado. Un motor para automóvil que se mueve con aire comprimido, cuyo residuo es agua, no es viable en el mercado, pues —entre otras— hay que vender el petróleo disponible, uno de cuyos residuos —son decenas— es el monóxido de carbono que está volviendo al planeta un invernadero mortífero. Y no importa que produzca polución, pues ya habrá unescos que perorarán sobre los “desafíos ambientales” (ya lo vimos en la entrega pasada). ¿De qué “potencial”, entonces, nos habla la UNESCO? Pues de aquel que ya apostó duro en el juego de las posibilidades económicas. El “algoritmo” que hoy se ha vuelto moneda corriente ¿no está, pues, dirigido a orientar las decisiones políticas y comerciales? Potencial, ¿para quién?, ¿para qué?
-
La expansión de las tecnologías de la información es
la expansión de un negocio. Exaltarlas no es exaltar las posibilidades, supuestamente
abiertas para todos, sino vender los productos de ese negocio. Y claro, quien
compra también obtiene un beneficio. Si uso las tecnologías de la información
para enseñar, estoy obteniendo una ganancia, pero a condición de pagar por la
plataforma, de recibir propaganda. Te regalan, como a un niño, un dulce para que compre otros; atención pollos: al final de la fila de granos de maíz hay un asadero. De hecho, ahí
están los cuarenta minutos gratuitos de aquella plataforma por la cual pagamos para no
tener el inconveniente de la interrupción, y para poder grabar. La otra no
restringe el tiempo, pero sí los opciones internas… y así sucesivamente.
-
La llamada “interconexión mundial” ni es
interconexión, ni es mundial. Y tampoco “acelera el progreso de la humanidad”.
Es una interconexión parcial, en función de las necesidades del mercado y de
los procedimientos que lo aúpan. Es una interconexión de ciertas zonas con
otras, de nuevo, en función de las ventas posibles. Y no acelera el
progreso de la humanidad, porque no somos “la humanidad”, somos considerables
en la medida de nuestro nivel de consumo. Internet no va a todas partes ni con
igual ancho de banda. Va a donde la compre suficiente número de clientes, que
paguen la instalación, las redes, el funcionamiento. La telefonía celular no llega
“a todos los rincones”, como dice la publicidad, sino a los rincones donde hay
clientes. No se trata de hacer progresar la humanidad, sino de la tasa de
ganancia. ¿Qué podría ser el ”progreso de la humanidad” —otra vez tratados como
“iguales”—, si el 10% de la población mundial vive en extrema pobreza y el 10%
de la población acumula el 76% de la riqueza global? Lo que sí progresa es la
desigualdad. Y los vendedores proclaman la disponibilidad de nuevas migajas.
-
Es el caso de lo que plantea la UNESCO: la “reducción de
la brecha digital”. Llaman a eso el incremento del servicio, en función del
crecimiento de la clientela, que se ve obligada a recurrir a tales
servicios, pues cada vez es más difícil acceder a la vida social sin ellos.
Negocio redondo. La brecha continúa, incluso se acrecienta, pese a que
dispongamos de más aparatos, de más plataformas, de más señal. Y atención: ¿qué circula por ahí?
-
Finalmente, la UNESCO habla de “crear las sociedades
del conocimiento”. ¡Como si no existieran hace siglos, por las vías que eran posibles
en cada caso! Por supuesto que hoy los campos de saber —que no “sociedades del
conocimiento”, otro objeto socio-mediático— recurren a lo disponible, que está
para intercambiar información… pero la información que hoy se permite
intercambiar es el insumo para cualquier cosa, por ejemplo, para oponerse al
conocimiento, a la vida, a la salud, etc.
Urgencia del acceso a la información
Oigamos a la UNESCO: «la crisis
sanitaria mundial de la COVID-19 ha demostrado a escala global la urgencia del
acceso a la información científica, el intercambio de conocimientos, datos e
información científicos, el refuerzo de la colaboración científica y la
adopción de decisiones basadas en la ciencia y el conocimiento para responder a
las emergencias mundiales e impulsar la capacidad de recuperación de las
sociedades».
Aquí vemos una muestra de la
sintaxis de la que hablábamos (y del diccionario: el semantema ‘ciencia’ está
cuatro veces en ese par de líneas, para que no nos quepa duda de que la cosa es seria). En la cita, se
mezcla el drama con cierto uso de la lógica. De un lado, se alude a algo que ya
está dramatizado por todos —aunque desigualmente—: la crisis sanitaria por
causa del COVID-19. Unos tuvieron unas vacaciones obligadas en sus casas de
campo o en sitios lo suficientemente costosos como para estar suficientemente
distanciados, más todas las comodidades. Otros tuvieron la opción de mantener
su trabajo de manera remota y, en consecuencia, pudieron comer y pagar los
servicios, comprar aparatos e insumos que garantizaran esa modalidad de trabajo.
Y otros tuvieron que salir a arriesgar la vida, única manera de sobrevivir. Vemos
que no se trata de una crisis sanitaria homogénea, que no se trata de una
situación afrontable de la misma manera por todos, porque la sociedad está
“estratificada” (para usar el eufemismo de los recibos de agua y luz). Para
verificarlo, basta con hacer un balance del número de muertos por sector social.
Con todo, UNESCO nos pone en medio del drama: todos afectados. Y ese ámbito de
telenovela es aquel en medio del cual se venden las mercancías que produce el
capitalismo: por unos instantes —los suficientes para ser especial—, alguien
sale de la ciudad gris a un paraíso multicolor, gracias a su flamante carro; alguien
hace sonreír a toda la familia gracias a una salsa que pinta de color la
comida; otro hace todas las transacciones bancarias sin necesidad de salir de casa, gracias a una aplicación en su celular, y puede estirar las piernas y no
hacer nada, eso sí, con una cara de satisfacción indestructible.
Pero, las imágenes no muestran el
costo: ese auto tienes que pagarlo, y produce polución y congestión de tráfico;
esa salsa tiene glutamato monosódico, que afecta la salud; ese banco
te paga, por tu dinero, menos de lo que te quita, elimina empleos en virtud de la aplicación, gana
billones al año y persigue a los empleados que se sindicalizan.
Nos encanta el drama (lo preferimos
al ejercicio de la lógica) y simulamos que no hay costo.
UNESCO monta el drama —la cuarentena—
y luego agrega el camino al final feliz: el acceso a la información científica
(y, como buena publicidad, camufla el costo). Pero, para colmo, lo hace con un
conector lógico: la crisis sanitaria habría demostrado la urgencia de intercambiar
conocimientos, datos e información científicos.
Sin embargo, una crisis sanitaria
no puede demostrar nada. La crisis por el COVID-19 es un acontecimiento,
mientras que las demostraciones son razonamientos. Y los razonamientos NO
demuestran nada a escala global («la crisis sanitaria mundial de la COVID-19 ha
demostrado a escala global […]»). Los razonamientos demuestran, primero, a quienes
están realmente interesados, y al que se le hace agua la boca con el carro
aquel no está interesado en entender nada, sólo ve el mundo a través de su imagen,
montado en el carro y atravesando la ciudad gris para llegar al paraíso
multicolor. Y, segundo, los razonamientos les demuestran algo a quienes se han tomado el
trabajo de estar a la altura de ese razonamiento; y estar a la altura requiere
dejar de mirar el mundo a través de la imagen de un sujeto gozando con su
mercancía. Y como —según Aristóteles— muy pocos quieren abandonar esa posición,
la crisis sanitaria no demostró nada, y menos “a escala global”.
Entonces, ¿qué quiere decir eso de que
ahora tenemos la “urgencia” de acceder a la información científica? Palabras,
palabras, palabras… como decía Hamlet. No es cierto que estuviéramos divididos
entre los sumidos en el drama y los científicos; la línea divisoria puede pasar
por el medio de los sujetos. El potpurrí que arma el mercado sólo separa entre
los que pueden comprar y los que no. De cara a la urgencia sanitaria
—facilitada, entre otras, por los intercambios que el eslogan de la UNESCO echa
de menos—, estábamos ante las decisiones políticas, ¡poco que ver con la
ciencia! No es posible que la ciencia cambie cada semana su parecer sobre el tiempo prudente
de aislamiento, una vez adquirido el COVID-19. Claramente, la medida tenía que
ver, no con el tiempo prudente, sino con el tiempo que se dejaba de trabajar.
La decisión, entonces, corría por cuenta de la política, no de la ciencia.
Los científicos estaban tratando de
entender, pues eso le es propio a la ciencia. Los políticos estaban decidiendo,
pues es lo propio de la política. Los científicos estaban divididos en relación
con varios puntos del problema sanitario, no constituyen un “frente común” de
conceptos. El campo del saber siempre experimenta una tensión interna. Mientras que en
el ámbito político vimos la basculación permanente, las decisiones disímiles de
un país a otro, los cambios de perspectiva.
Además, hay otro campo en juego: la
técnica. Hacer una vacuna es un asunto técnico, no científico. La ciencia encuentra la fórmula, por así decir; la técnica hace el protocolo de fabricación que, por supuesto,
toma elementos de la ciencia, pero sólo aquellos que interesan y en función de sus necesidades, ¡que no son las de la ciencia! Por eso, en
medio de todo están los laboratorios farmacéuticos y las patentes. ¿Acaso hay
un flujo libre de la información que circula en el negocio de los laboratorios?
¿Acaso la política comparte la información sobre el agente naranja con el que Estados
Unidos envenenó al Vietnam? ¿No hubo científicos de por medio en lo que terminó
siendo la bomba atómica? Y la UNESCO habla del intercambio de conocimientos
basados en la ciencia “para responder a las emergencias mundiales e impulsar la
capacidad de recuperación de las sociedades”. ¡No ha oído hablar del uso degradado
de la razón! (Edgar Morin).
Ante las “emergencias mundiales” ya
sabemos cómo responde el capitalismo: las ganancias son privadas y las pérdidas
son colectivas. Si, como dice la UNESCO, hay que “recuperar a las sociedades”
es porque han sufrido un daño. El daño de la guerra, por ejemplo; y sabemos que
un negocio de algunas empresas (sobre todo norteamericanas) es la
“reconstrucción”: hacen la guerra, suscitan la guerra, venden las armas… y,
después, cobran por la “reconstrucción”. Otra vez: negocio redondo. Hay otras
maneras de destruir para después vender la recuperación de las sociedades. El
genocidio cultural, por ejemplo, necesario para borrar las objeciones que una
comunidad podría poner al estilo que impone el mercado, y para hacer que todos
se conviertan en compradores.
Volveremos sobre el tema, pues la
ciencia no produce información a ser “compartida”. La UNESCO habla en nombre de
la recontextualización de una fracción de lo que hace la ciencia: aquella fracción
que tiene vocación de pasar al campo técnico y convertirse en negocio.