jueves, 2 de junio de 2022

Musk y Tweeter. Tecnología del siglo XXI, esfera pública medieval


Hace aproximadamente un siglo, el público norteamericano llamaba a los tres grandes monopolistas de las principales industrias del país los “caballeros ladrones”. Se referían a Rokefeller, Carnegie y Vandervildt, dueños en su orden del petróleo, el acero y los ferrocarriles. Para convertirse en monopolistas tuvieron que comportarse como gánsteres que aplastaron a sus competidores por métodos non sanctos, conductas que fueron luego tapadas por el éxito y la filantropía. 

Después vino la segunda generación de monopolistas, más conocidos para nosotros por ser los contemporáneos de Ford, ligados a los automóviles, la energía eléctrica y las telecomunicaciones. Claro que simultáneamente se desarrollan todos los otros sectores de la producción industrial de los Estados Unidos, pero fundamentados en los anteriores, que por eso se llaman sectores estratégicos de la economía. 

A estas dos olas de monopolización y de primacía de lo privado sobre lo público hubieron de enfrentarse coincidencialmente los dos Roosevelt, Teodoro en la década de 1910 y Franklin D. en la década de 1930, aunque la última regulación antimonopolio impuesta fue la de 1980, cuando el Departamento de Justicia ordenó a la empresa de telecomunicaciones AT&T (American Telephone and Telegraph Company) dividirse en siete empresas regionales. 

Hoy estamos ante una nueva generación de empresarios vinculados a los sectores también estratégicos de la economía, esto es, a las tecnologías de la información. Pero esta tiene, a su vez, dos generaciones: por un lado, los pioneros, que se formaron en los setentas; por otro, los que se formaron en los noventas. A la primera pertenecen los legendarios Steve Jobs y Bill Gates; a la segunda, los que se relacionan con lo que se conoce como internet 2.0, la de las redes sociales. Son los que hoy dominan Facebook (Metaverso), Google (Alphabet), Amazon y, por supuesto, Tweeter. 

Si miramos el ranking de las 500 empresas más grandes de los Estados Unidos por sus ventas en 2010 y 2021 encontramos variaciones fundamentales en lo que se refiere a las industrias dominantes. Así, en el año 2010 (Fortune 500, 2010), entre las primeras diez tenemos la siguiente jerarquía[1]:

 

- Petróleo, 3;

- Bancos, 2;

- Electricidad, 1;

- Telecomunicaciones, 1;

- Automotriz, 1

- Tecnológicas, 1;

- Retail, 1.

 

En el año 2021, la jerarquía de las primeras diez empresas es casi desconocida: aparte de la persistencia de Walmart, las demás posiciones se trastocan. Veamos[2]:

 

- Salud, 4;

- Tecnológicas, 3 (Amazon, Apple, Alphabet);

- Seguros, 1;

- Petróleo, 1;

- Retail, 1.

 

Como se ve, las proporciones se invierten: la versión en línea de Walmart, que es Amazon, se sitúa inmediatamente después de aquella; la proporción entre las petroleras y las tecnológicas que era de tres a una en favor de las petroleras en 2010, en 2021 es de tres a una en favor de las tecnológicas. Entre tanto, los bancos, la electricidad, las telecomunicaciones y las automotrices ceden su lugar a las empresas de seguros y de salud, que son también una rama del sector financiero en Estados Unidos. En síntesis, pasamos del dominio de la industria, la energía y las telecomunicaciones, al dominio del sector tecnológico y financiero. 

Esta nueva generación de empresarios tampoco tiene buenas maneras para hacerse con las empresas de los competidores o para arruinar a quienes consideran sus adversarios. En un artículo publicado el 28 de abril de 2022 por el diario La Vanguardia de Barcelona, que no es precisamente de izquierda, y titulado “'PayPal Mafia': la historia de un grupo de colegas que ha acabado dominando el sector tecnológico[3] se muestran los lazos entre quienes hoy dominan la industria tecnológica, entre ellos Musk, quienes se caracterizan por posiciones neoliberales en varios aspectos, que van desde la fiscalidad hasta el poco respeto por los derechos laborales o la privacidad de los ciudadanos”, es decir, por no pagar impuestos, esclavizar a los trabajadores[4] y por utilizar a su antojo la información sobre los usuarios, incluso, para fines ilegales, como en la elección de Donald Trump. 

Pero ¿por qué estamos hablando de esto si el tema es Tweeter y Elon Musk? Pues bien. Las empresas de tecnología son un nuevo sector de la economía que se rige por las ventas, la ganancia y la valorización bursátil. En ese sentido, no son distintas a las anteriores. 

Tesla no es una de las primeras empresas en Estados Unidos, pues ocupa el puesto 144, con ventas por 53 000 millones y ganancias de unos 5 500 millones. Sin embargo, su valor en bolsa es cercano al billón de dólares (un trillón anglosajón), lo cual puede explicarse porque, siendo una empresa situada entre las tecnologías de punta y las energías alternativas, puede ser de las más importantes en el futuro[5]. 

Mientras tanto, Tweeter apenas ocupa el lugar 647 entre las empresas norteamericanas, solo facturó cerca de 4 800 millones el año anterior, obtuvo pérdidas por 138 millones y su valor de mercado es solo de U$ 38 000 millones[6]. 

Entonces ¿por qué comprar Tweeter si está dando pérdidas? El hecho de que Amazon haya comprado el Washington Post es ya muy grave para cualquier democracia. El hecho de que Tesla compre Tweeter es doblemente grave. Por el lado del comprador, porque no se trata de una empresa subordinando a otra. Se trata de que las están comprando, a título personal, los dos hombres más ricos del mundo, con una fortuna de 219 000 millones de dólares, Musk y 171 000 millones, Bezos, según Forbes[7]. 

Con esta fortuna, Musk podría pagar de contado los 44 000 millones de dólares (15% más que su valor actual) en que se cerró el negocio de adquisición, o utilizar su patrimonio como garantía. Sin embargo, está intentando involucrar el patrimonio de Tesla como garantía de un crédito para la adquisición, lo cual contradice el principio empresarial de separación del patrimonio personal del patrimonio de la empresa y habla de su falta de escrúpulos para comprometer los activos de los accionistas en un capricho personal. Pero esto no sería tan grave si no estuviera en juego precisamente lo que llamamos la esfera pública. 

En efecto, dos problemas afrontamos con las redes sociales: el primero es de la propiedad, ya descrito. Pero el segundo es el del control y el poder para censurar. Como dice el artículo citado de La Vanguardia, refiriéndose a uno de los miembros de la mafia de PayPad: “Parece que a Thiel le gusta controlar el discurso, como su amigo Elon Musk, el nuevo propietario de Twitter”. Y es que, aunque Tweeter no es la red social más grande (329 millones de usuarios frente a 2100 de Facebook)[8], sí es la más influyente cuando se trata de influencia de verdad, dado que es la red de los políticos, los empresarios, los periodistas y las celebridades. De hecho, es la red que ha utilizado el mismo Musk, sin ser propietario, para manipular precios en la bolsa de valores y obtener ganancias millonarias en cuestión de horas, como cuando compró y luego vendió las criptomonedas. 

Musk se da el lujo de prometer que garantizará la más amplia libertad de expresión, lo cual es ya un exabrupto: si él cree que la libertad depende de él, ya es un peligro público; y si la libertad depende de que la garantice un individuo, cuyo único mérito es tener más dinero que todos los humanos, entonces ya estamos en la servidumbre. Es decir, estamos en un mundo con tecnología del siglo XXI pero con esfera pública de la Edad Media, cuando los agentes privados podían asumir funciones públicas cuanta más riqueza tuvieran. 

En cuanto no haya autoridad pública y legislación previa que regule el funcionamiento de las redes sociales y mientras los propietarios de la plataforma puedan controlar a capricho el discurso de los usuarios, no estamos ante una esfera pública sino ante un feudo, aunque sea tecnológico. 

La pregunta es: ¿por qué el Estado más poderoso del mundo no ha podido legislar para controlar los abusos de las empresas llamadas de tecnología, como lo hicieron los gobiernos de los Estados Unidos en las décadas de 1910, 1930 y 1980? Todo se reduce a la fórmula supuestamente libertaria de la Silicon Doctrine según la cual la sociedad debe garantizar libertad para las corporaciones y duras condiciones contractuales para trabajadores y usuarios[9]. La lección que nos queda es que en el país de la libertad y la democracia, con dinero se puede comprar y luego secuestrar la esfera pública. ¿Qué esperar en la periferia?

 

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