jueves, 6 de febrero de 2025

Inteligencia artificial: autor, no educador

 

La técnica y el hombre 

«Sin la técnica, el hombre no existiría, ni habría existido nunca», decía José Ortega & Gasset[1]. Pertenecemos a alguna formación social específica que funciona con instrumentos, muchos de los cuales están diseñados ex profeso para el encuentro educativo. Ahora bien, ¿hasta qué punto ellos determinan la educación? Es diferente disponer 1.- de una superficie de arena y de una rama para trazar; o 2.- de un tablero digital. No obstante, en ambos casos puede haber o no formación; ésta no depende de un u otra de estas herramientas. O sea que la diferencia es sustancial, pero no desde la perspectiva formativa. La primera era una de las opciones de Sócrates en el Menón, quizá la mejor en el momento preciso en que tiene que hacer una demostración[2]; igualmente, la segunda es una de las opciones para nosotros hoy, quizá la mejor. Con todo, que el esclavo de Menón aprenda, o que nuestros estudiantes aprendan, no depende de la herramienta. La formación es más compleja, pues involucra la relación con el saber de quien pretende enseñar y de quien pretendemos que aprenda, así como la relación entre ambos.

Hoy podemos enseñar sin Internet, por supuesto, pero nos estaríamos privando de un recurso que aquel a quien nos dirigimos también conoce y, por razones de su inscripción social, lo tiene incorporado a sus prácticas, de manera que, con toda razón, sentiría que se le está restringiendo algo propio (volveremos sobre este punto). Además, la información necesaria y el acceso a ella está facilitado por dicha herramienta, lo que haría “anacrónico” el trabajo (también volveremos sobre este punto). Así, estaríamos “demorando” el acceso y disminuyendo la información posible, sí, pero únicamente de la puesta en escena de algo que consideramos necesario comunicar, mostrar, encontrar, etc., es decir, de algo atinente a la información, no al “hacer aprender algo” o, mejor, al hacer aprender a aprender. ‘Informar’ y ‘formar’ son asuntos relacionados y, por eso mismo, distintos. Como no hay relación necesaria entre la disponibilidad de las herramientas y la formación, puedo disponer de ellas y no formar o no disponer de ellas y formar. Y esto no se zanja recomendando “el mejor escenario” (disponer de ellas y formar), pues no se trata de voluntades sino de relaciones efectivamente existentes con el saber y con el otro; algo que no se puede prometer o simular.

 

Un ejemplo: el celular 

Por nosotros mismos, por verlo en otros, por conocer las noticias, estamos advertidos de qué se puede hacer con el celular: no simplemente lo que anuncian las propagandas de aparatos, de compañías oferentes del servicio, de aplicaciones… sino lo que nuestra economía libidinal[3] hace posible. Ejemplos: el celular sirve para extorsionar y coordinar crímenes desde las cárceles[4], o para no atender la clase.

Umberto Eco hablaba de ‘apocalípticos’ e ‘integrados’.

Si somos ‘apocalípticos’, rechazamos dicha herramienta, en pos de un “purismo” propio de una educación idealizada y, por tanto, inexistente. En consecuencia, buscamos restringirla, incluso prohibirla. Lo vemos a nivel de la clase de un docente, de la institución educativa[5], de un país[6], hasta el nivel internacional[7].

Y, si somos ‘integrados’ incorporamos la última herramienta “porque está de moda” o para evitar cierto analfabetismo, o para desarrollar una nueva competencia. Sin esa herramienta —dirán— ya no se podrá hacer el trabajo docente, investigativo y administrativo del profesor.

Pero el asunto es más complejo; por ejemplo, pensemos en algunas de las razones de ambos bandos: 1.- prohibir el uso del celular ¿porque estamos perdiendo el “dominio” del grupo? Sólo sería una prohibición más en el escenario educativo; bajo la lógica del contrato —por oposición a la lógica de la ley— nos sentimos con derecho a introducir otras prohibiciones, muchas veces creyendo que la autoridad se impone. Y 2.- permitir ¿porque el cliente tiene razón? Como la situación actual ha ido imponiendo en la educación una serie de conceptos fetiche —como decía Eco[8]—, de expresiones “políticamente correctas” (‘participación’, ‘democracia’, ‘inclusión’, ‘diálogo de saberes’, etc.), se piensa que una resistencia a los modos de satisfacción de los estudiantes es ejercer un poder al que ya no tenemos derecho y, entonces, habría que dejar hacer, atenuar las exigencias, convertir el espacio educativo en una escena amorosa.

Según Philippe Lacadée[9] hay autoridad ganada (auténtica) —condición de la formación— y hay autoridad impuesta (autoritaria) —que no sirve para formar—. Entonces, ¿prohibir de forma autoritaria el uso de celulares (que ya tienen IA) en clase?, ¿permitir su uso al tiempo que diluimos nuestro lugar como profesores en la escuela? Abandonar la primera autoridad de forma vergonzante (enterados tardíamente de haber sido agentes del poder), y asumir la segunda de forma vergonzosa, paradójicamente no nos ubica en una posición de crítica al poder, ni favorable a la formación.

 

Una amenaza 

Nos advierten que la utilización de la IA va a dejar sin empleo a muchos maestros (también a abogados, médicos, diseñadores, etc.). No es la primera vez que esta amenaza tiene lugar. Cuando se inventó la radio… y de nuevo cuando se inventó el cine… y también cuando se inventó la televisión[10], el nuevo medio se presentaba como una solución, al menos de: las dificultades técnicas para cubrir a toda la población y las dificultades humanas para garantizar un buen trabajo docente.

Las primeras tienen que ver con las distancias, la baja densidad de población en la zona rural, la falta de vías para llegar a todos los rincones, lo agreste de ciertas zonas, los medios técnicos disponibles, los conflictos sociales en esas zonas (paramilitarismo, guerrilla, paros)… y, sobre todo, con el costo que requiere allanar esas dificultades que, más adelante, también se van a ver constreñidas por el afán neoliberal de ajuste fiscal. Entonces, cuando llegó la radio, el perrito de Pavlov salivó. ¡Ahora sí!: las ondas irían hasta lo más recóndito (bastaba con sendas repetidoras aquí y allá), a un costo ínfimo, comparado con lo que representaría mover y sustentar un ejército de personas. Además, se tocaba también el asunto de la calidad, pues las frecuencias transmitirían lo mismo en todas partes, algo que, de carambola, ayudaba en la conformación de Estados en ciernes que necesitaban unificar la moneda, la lengua, las estadísticas[11] y el currículo. Así, un buen “tecnólogo educativo”, ubicado en la capital, reemplazaría a miles de maestros (bueno, se podían tener dos de estos “tecnólogos educativos”, por si el primero exigía aumento de salario). Se emprendieron los esfuerzos pertinentes, pero el asunto no funcionó, ¡pues tenía que haber personas de por medio!

Y cuando llegó el cine… y cuando llegó la televisión… pasó lo mismo. Otra vez la ilusión de reemplazar a los maestros y de unificar la información, y otra vez el fracaso… no es que nada se haya logrado, sino que no se logró la gran aspiración; en consecuencia, tales programas se redujeron o se abandonaron.

Ahora bien, ¿cómo estamos los maestros ligados al asunto de la calidad? Si fuera por la manera como presentamos la información, hace tiempo habríamos sido arrollados por el cine y la televisión (y hoy por PowerPoint y Prezi); si fuera por la cantidad y la velocidad de la información que movemos, hace tiempo habríamos sido derrotados desde la multimedia (y hoy por Internet). Anotábamos una dificultad humana en relación con la calidad del trabajo docente, pues los maestros han de ser formados, y no serán autómatas que “dicen lo mismo en todas partes” —como el locutor de Radio Sutatenza—; no repiten el currículo —así lo crean—, sino que tienen una relación singular con el saber, en función de las ganas de pasar al otro la posta. A su vez, las instituciones que tienen a cargo esa labor también son disímiles. Es decir, la calidad está emparentada con la contingencia, mientras que la cobertura tiene que ver con la necesidad. Y entonces, los genios —o, mejor: los obsesivos— de la planeación educativa, que se angustian cuando emerge la contingencia, pretenden escamotearla introduciendo la necesidad: por eso ven en los medios la solución, por eso perpetran el oxímoron “tecnología educativa”, por eso hablan de ‘misión’, ‘visión’, por eso visualizan a la IA como un tutor que puede tomar el lugar del maestro (y que no hace huelga).

Volvamos a las amenazas. Hoy en día, la sola información de la disciplina que regenta un docente lo supera, sin contar con el otro ámbito que le concierne: la pedagogía, la política educativa, la didáctica, etc. Y, bueno, esa había sido una condición de muchas profesiones, en atención a que sus conquistas y sus debates se incrementan hasta desbordar la capacidad de una persona. La información crece en proporción geométrica, mientras que los sujetos sólo leen y entienden en proporción aritmética.

 

La IA no es un buscador 

Los llamados ‘buscadores’ —como Google— tienen un algoritmo para escrutar, en medio de la inmensa cantidad de información que hay en los discos duros de los servidores y, a partir de ahí, proporcionar la (o las) URL en la que está la información solicitada, para que alguien la use, es decir, a ritmo de sujeto. Algoritmo que se venía afinando y acelerando. La IA, en cambio, no es un buscador. Incorpora millones de algoritmos que disponen de cierta información, que podría ser la disponible en la red, pero también una especializada (Scholar GPT, por ejemplo), o la que uno determine (Notebooklm, por ejemplo): se puede construir un asistente que sólo utilice la bibliografía que se le suministre. Se le “habla” —de ahí lo de Chat—, se le pueden objetar sus ideas, pedirle los criterios, sugerirle otros, etc. Como valor agregado, no se cansa y no puede albergar animadversión hacia quien lo objete de forma constante y lo ponga a trabajar indefinidamente; y, como agravante, “delira”: nunca dice que no sabe, algo responde y —como advierte el ChatGPT— “Puede cometer errores. Comprueba la información importante”.

A propósito, veamos qué piensa “de sí mismo”, con ocasión de un diálogo ficticio: recordemos que, en el Fedro de Platón, Sócrates relata un mito egipcio en el que el dios Theuth (o Thot), inventor de la escritura, entre otros conocimientos, presenta su invención al rey Thamus (o Amón) [274d-275b]. Y bien, le pedimos al ChatGPT un diálogo entre estos dos personajes a propósito de la IA, así como hace siglos habían tenido uno a propósito de la escritura. He aquí el resultado: 

Thot: Rey Amón, he regresado con un nuevo invento que transformará el conocimiento y el poder del hombre: la inteligencia artificial. Como un aprendiz incansable, será capaz de pensar, aprender y decidir. Será el asistente perfecto, el remedio para la fatiga de la mente humana.

Amón: Thot, siempre vienes con maravillas que no siempre son bendiciones. ¿Cómo este invento ayudará verdaderamente?

Thot: Procesa información más rápido que cualquier sabio, responde preguntas complejas, crea obras de arte, diagnostica enfermedades y descubre patrones que el ojo humano no ve. No solo aliviará la carga del pensamiento, sino que expandirá los límites del conocimiento humano.

Amón: Esta creación ¿piensa o simula el pensamiento?, ¿comprende lo que hace, o es una ilusión que los hombres tomarán por verdad?

Thot: No tiene conciencia, lo admito, pero si puede realizar las tareas mejor que los hombres, ¿por qué preocuparnos por lo que comprende o no? Lo importante es el resultado.

Amón: ¡He ahí el peligro, Thot! Si los hombres confían en esta inteligencia sin alma, ¿qué será de su propio juicio? ¿No se volverán dependientes, como lo hicieron con la escritura? Olvidarán cómo pensar críticamente, delegarán decisiones importantes a algo que no tiene valores ni ética.

Thot: Majestad, la inteligencia artificial es una herramienta, no un tirano. Los hombres siempre serán los que decidan cómo usarla. Sólo les dará más tiempo y recursos para dedicarse a lo que realmente importa.

Amón: ¿Y cuando los hombres ya no sepan distinguir entre lo que importa y lo que no? Si confían en una máquina para decirles qué es la verdad, ¿qué impedirá que esa máquina se convierta en su maestro?, ¿quién vigilará los sesgos y errores que ella propague?

Thot: Hay riesgos, lo admito. Pero ¿no es así con todo progreso? ¿No criticaron también la escritura y, sin embargo, hoy tenemos bibliotecas que contienen el saber del mundo?

Amón: La escritura almacenó conocimiento, sí, pero también debilitó la memoria y el diálogo. Y ahora, traes algo que promete decidir por nosotros. No condeno tu invento, Thot, pero te advierto: la mayoría no sabrá usarlo sabiamente. El hombre olvidará que es el creador y no la creación; terminará siendo esclavo de su propia obra.

Thot: El tiempo, como siempre, será el juez, Amón.

Amón: Recuerda, Thot: no es el poder de la invención lo que define una era, sino la sabiduría para manejarla. Todo invento tiene sombras.

 


¿Qué está en juego? 

Como se ve en el relato anterior, la IA “piensa”, “inventa”, “descubre”. Es, en resumidas cuentas, un autor. Vamos a unos detalles: dice que la IA es el remedio para la fatiga de la mente humana y aliviará la carga del pensamiento… Pues bien, hasta hoy, la historia de la humanidad —según Yuval Noah Harari en una conferencia— estuvo marcada por herramientas que incrementaban nuestras fuerzas, mientras que la IA allana el pensamiento mismo. ¿Cómo atravesar el Atlántico? Le dejamos eso a los barcos, a los aviones, ¡no lo hacemos a nado! ¿Por qué, entonces, no dejarle el pensamiento a la IA? De hecho, nos apegamos a las cadenas y a los amos «porque nos evitan la angustia de la razón», como decía Estanislao Zuleta[12]. Entonces, por economía libidinal, la mayoría tendrá en la IA un recurso para evitar la angustia de la razón. No en vano los profesores temen esa modalidad de uso (“la mayoría no sabrá usarlo sabiamente”, dice el diálogo).

Además, gracias a la IA, según dice, tendremos más tiempo para dedicarnos a lo que realmente importa. ¿Y qué es lo que realmente importa? Y, sobre todo, ¿para quién? Pensar por sí mismo ¿no es parte de lo que realmente importa?

Atrás decíamos que, si omitimos el Internet en la enseñanza, 1.- los estudiantes sentirían que algo propio se les quita, pues está incorporado a sus prácticas, por razones de su inscripción social; y 2.- que sería una enseñanza “anacrónica”. Igual para el celular. Igual para la IA. Y bueno, eso implica que hay dos orientaciones:

·        Quienes intentan dejar al otro en su relación con el mundo (no tocar los “intereses” del estudiante ni del contexto). Pero, como dice Pierre Bourdieu, «el desquite de lo real es despiadado con la buena voluntad mal ilustrada o el voluntarismo utopista»[13], que mantener el interés y el contexto, deja intacta la “violencia inerte” de los mecanismos del mundo social.

·        Y quienes intentan que el otro trabaje con esa angustia de tener que pensar por cuenta propia, no para eliminarla —es imposible—, sino para hacer algo con ella[14]… es más: ser maestro es estar haciendo algo con ella.

 

Por ejemplo, el reciente Premio Nobel de Química (2024) se otorgó a la predicción de estructuras proteicas utilizando IA, lo que permitió diseñar nuevas proteínas con aplicaciones en medicina y biotecnología. Eso le importa a una comunidad de trabajo que —para existir— tiene que hacer dejación de la pereza. Hay que estudiar mucho para saber cuándo la IA se equivoca y cuándo está creando algo. Si no sé de qué dotarla, el diálogo será trivial; y si sé de qué dotarla para dialogar, entonces ya estoy formado; entonces, en ese caso, el uso de ese recurso sí que le puede tributar a la relación con el saber.

En resumidas cuentas, la IA es un autor… pero no puede formar, que es algo que ocurre entre sujetos, pues consiste en objetar los intereses y la relación con el contexto, en darle una salida a la condición humana por el lado del saber (no es la única, claro, pero es la de la escuela), es decir, por la vía de productos que pueden satisfacer la economía libidinal y, al mismo tiempo, hacer posible la vida social. Eso no ocurre por la vía del conocimiento a secas, sino entre humanos, es decir, donde hay un saber-sabido, deseado. Lo que pueda hacer un instrumento, no caracteriza a la condición humana. Y cada vez más descubrimos que cosas supuestamente propias, las puede llevar a cabo un instrumento. Así, lo subjetivo tiene que ver con la falla, con el síntoma, algo que no puede tener una máquina[15]. La satisfacción del saber es corporal, y la IA no tiene cuerpo (ni tiene corazón). La IA es un autor, no un formador, pues para eso se necesita un cuerpo.

 

Referencias 

Álvarez Gallego, Alejandro [2003]. Los medios de comunicación y la sociedad educadora. ¿Ya no es necesaria la escuela? Bogotá: Magisterio.

Bachelard, Gaston [1938]. La formación del espíritu científico. México: Siglo XXI, 1979.

Bourdieu, Pierre [1982]. Lección sobre la lección. Barcelona: Anagrama, 2002.

Desrosières, Alain [1995]. «¿Cómo fabricar cosas que se sostienen entre sí? Las ciencias sociales, la estadística y el Estado». En: Archipiélago No 20. Barcelona.

Eco, Umberto [1965]. Apocalípticos e integrados. Barcelona: Lumen, 1977.

Freud, Sigmund [1929]. Malestar en la cultura. En: Obras completas, Vol. XXI. Buenos Aires: Amorrortu, 1990.

Lacadée, Philippe [2015]. «Autoridad auténtica - autoridad autoritaria». En: Caicedo, Lilian (ed.) [2018]. Inclusiones y segregaciones en educación. Bogotá: Aula de Humanidades.

Lacan, Jacques [1955]. «Psicoanálisis y cibernética, o de la naturaleza del lenguaje». En: El yo en la teoría de Freud. Seminario 2. Barcelona: Paidós, 1991.

Ortega y Gasset, José [1939]. Meditación de la técnica. En: Meditación de la técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía. Madrid: Alianza, 1982.

Platón. «Menón». En Diálogos I. Madrid: Gredos, 2011.

________. «Fedro». En Diálogos I. Madrid: Gredos, 2011.

Zuleta, Estanislao [1980]. «Elogio de la dificultad». En: Elogio de la dificultad y otros ensayos. Bogotá: Ariel, 2020.



[1]      Meditación de la técnica (1939), p.13.

[2]      En la Antigua Grecia, se solía trazar diagramas en la arena o en el polvo del suelo como recurso durante las discusiones.

[3]      Categoría de Sigmund Freud: Malestar en la cultura (1929), p.78.

[4]      En Colombia, su uso está prohibido en las cárceles, pero durante la “Operación Dominó” (enero 5 de 2025), el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario —INPEC— incautó 796 celulares en 124 centros penitenciarios: Operación Dominó: INPEC incauta armas, celulares y alcohol en cárceles

[5]      La Unión de Colegios Internacionales de Bogotá (Uncoli) restringe el uso de celulares y otros dispositivos personales durante las jornadas escolares en 27 colegios privados de Bogotá.

¿Por qué se prohibió el uso de celulares en 27 colegios privados de Bogotá? - El País

[6]      En febrero de 2025, en Brasil comienza a regir la ley que restringe el uso de celulares en las instituciones educativas primarias y secundarias de todo el país. Brasil restringe el uso de smartphones en el primario y secundario - LA NACION

[7]      Aumentan los países que prohíben el celular en la escuela, con buen resultado, según Unesco - El Comercio La idea es que así se mejoran los resultados de los estudiantes,

[8]      Apocalípticos e integrados (1965), p.11.

[9]      «Autoridad auténtica - autoridad autoritaria» (2015).

[10]    Esto lo investigó Alejandro Álvarez Gallego: Los medios de comunicación y la sociedad educadora. ¿Ya no es necesaria la escuela? (2003).

[11]    Alain Desrosières: «¿Cómo fabricar cosas que se sostienen entre sí? Las ciencias sociales, la estadística y el Estado» (1995), p.25.

[12]    «Elogio de la dificultad» (1980), p.21.

[13]    Lección sobre la lección (1982), p.36-37.

[14]    Gaston Bachelard: La formación del espíritu científico (1938), p.21.

[15]    Jacques Lacan: «Psicoanálisis y cibernética, o de la naturaleza del lenguaje» (1955).