“APAGA EL
TELEVISOR, ASÓMATE A LA VENTANA”
“La dignidad de la gente en estos días del Paro Nacional
se manifiesta como despliegue de lucha y fiesta, no es un reclamo ni una
súplica angustiada a alguien”
En los identificados como “medios de comunicación
tradicionales” y en las llamadas “redes sociales” circulan informaciones y
diversas opiniones sobre los autocalificados como “gente de bien” o “buenos”, se
difunden informaciones y comentarios sobre los que vociferan que “los buenos
somos más”, todo ello con ocasión del cubrimiento mediático del Paro Nacional en
Colombia que empezó el 28 de abril de 2021. Atentos a esta realidad nos
permitimos hacer algunas observaciones y reflexiones a continuación.
Se trata para comenzar, de las palabras discriminación
y de cierto sentimiento de superioridad con respecto a los otros que vamos a
llamar narcisismo moral, es decir creerse (como sujeto individual o como
grupo social) mejor que los demás. La discriminación es el acto o el discurso
que trata de manera diferencial y perjudicial a una persona por razones de
clase, raza, sexo, género, ideas políticas, religión, etc. Se dice o se
advierte que estamos en una sociedad que discrimina y que no reconoce al otro. Determinado
grupo de la sociedad excluye, marginaliza, subestima, desprecia, menosprecia a
otros.
El “narcisismo moral” corresponde a una necesidad de visibilizar
o explicitar un autosentimiento de superioridad o autopercepción de ser cualitativamente
superior a otros. Es una autocomplacencia vanidosa o una presunción cuyo origen
es una evaluación endógena que a los ojos de los otros o mejor, que a la mirada
de los otros como diría Jean Paul Sartre, se le aparece o hace su aparición
como una arrogancia odiosa, grotesca y hasta ridícula. “Soy el bueno” o
“nosotros somos los buenos” o “los buenos somos más” significa que todo lo que
hacemos está bien y está bien porque nosotros lo hacemos. No somos susceptibles
de ser evaluados, no admitimos crítica alguna, es inadmisible cualquier
cuestionamiento a lo que somos y lo que hacemos. Cuando se dice “los buenos
somos nosotros” es porque se está ante la imperiosa necesidad de presumirlo, gritarlo,
pretender obtener el reconocimiento de esa afirmación por las buenas o por las
malas. El doctor Freud lo dice con contundencia, el narcisismo no es sino: “el
complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación” (Freud, 1914).


Desde luego existe una estrecha relación entre la
discriminación y el narcisismo moral, nos atreveríamos a decir que son lo
mismo, son las dos caras de la misma moneda. Hay discriminación porque hay
narcisismo, hay presunción de superioridad porque se considera en peligro la
autoconservación. Este narcisismo discriminador es en realidad una
hostilidad furiosa y resentida hacia una sociedad cambiante. Esto significa que
el discriminador no quiere acabar con el lazo social, quiere que el lazo social
no cambie,
no adquiera otras configuraciones. Es Hegel, el sabio de la tribu, quien
en distanciamiento con la filosofía política de Maquiavelo, Hobbes y John Locke
considera que la agencia social no se da por autointerés sino por la búsqueda
del reconocimiento (el caso del duelo por honor como ejemplo).
Ahora bien, estas descripciones semánticas y precisiones de definición
son importantes, son necesarias, pero son insuficientes para comprender el lazo
social. El asunto es que el tema no sólo es de autocomplacencias y odios
morales, entran en juego otras dimensiones como las socio-económicas y las
sociopolíticas.
Ya decía Óscar Wilde, aristócrata por cierto, que en el
mundo capitalista (dimensión socio-económica) se confunde el precio con el
valor, y también se confunde o se encubre la lógica de la dominación con la
explicación racional económica (sentido esencial de lo que es tecnocracia). Explicamos:
la existencia de la pobreza y de los pobres no es principalmente un asunto
económico, es un asunto de dominación, necesitamos pobres porque necesitamos
mandar y necesitamos que alguien nos obedezca.
Entonces, el punto es que se trata de relaciones
de poder, relaciones que se manifiestan en lo económico, lo político, lo
coercitivo y lo simbólico o cultural, de tal suerte que el discriminador habla
no desde un estándar humano superior (tal cosa no existe) sino desde la
posición de dominación y desde ella no sólo se cree superior sino que además
juzga, califica y asigna grados de inferioridad a los dominados; hablar de
discriminación es admitir que el poderoso lo es porque él posee una
superioridad moral; ante esta afirmación decimos que el poder simbólico no
tiene ningún fundamento, contrario a lo que sucede con los otros poderes, el
político que descansa en la legitimidad, el coercitivo en la fuerza o la
amenaza de la misma y el económico en la posesión o accesibilidad a los
recursos “apreciados” por la sociedad en un momento determinado; este tema de
la discriminación resulta más comprensible y elucidador si lo abordamos desde
el polo dominante del lazo social y no tanto desde el polo dominado.
Nos referimos, en este orden de ideas, a que hay que excavar
en la mentalidad, en la animosidad, en la psicología del dominante; en primer
lugar, no su superioridad sino su arribismo, en segundo lugar su inseguridad
existencial, la pulsión de autoconservación al decir de Freud, el temor reactivo
a que su mundo mentiroso (su autoencantamiento) quede expuesto ante los ojos de
los demás y, en esa medida, tenga que hacer algo que ya es desesperado: salir a
gritar, a mostrar (que no demostrar) su superioridad. La hilarante y grotesca
exhibición como ser superior, es un autoponerse como rey desnudo, es autoexhibirse
en su debilidad, es hacer una aparición en
la que se representa el grado cero de su dominación: hacer una escena de
arrogancia, de indiscreta soberbia.
¿Acaso este darse “vitrina” como superior no está
relacionado con la culpa? Claro que sí. Muchos de los que salieron a marchar
vestidos de blanco (símbolo en este caso no de la paz sino de la pureza) en el
barrio Ciudad Jardín en Cali estaban representando un acto obsceno
involuntario, un set de profunda auto-contradicción, se ha dicho con fundamento
que los recursos económicos de una parte de estos vecinos tienen como origen la
corrupción, el crimen y la explotación.
La superioridad moral cacareada (gente de bien, los buenos
somos más, usted no sabe quién soy yo) es la angustia por quedar expuestos en
su hipocresía ante una esfera pública clamorosa y no eufemística que emerge y logra
hacer presencia en la dinámica del movimiento social primaveral, en esa
democracia callejera, constituyente, multitudinaria.

Esa esfera pública instituyente puede y quiere registrar
como su triunfo más significativo no lo concreto que se pueda obtener
(derribamiento del proyecto de reforma tributaria, del proyecto de reforma a la
salud, no realización en Colombia de la Copa América, renuncia de ministros, etc.)
sino el triunfo en el campo simbólico-cultural, la victoria en las luchas por
el poder y en el poder simbólico, algo vasto que podemos nombrar como el
triunfo inmenso en y para lo intangible a saber: que el origen y realidad de la
democracia no me la otorga nadie , no me la regalan, no me la conceden, ni
siquiera me la reconocen, no cae del cielo, la democracia la conquisto desde mi
poder, desde mi dignidad en acción, desde mi festejo como sujeto histórico. La
consigna lo dice mejor: “los derechos no se mendigan, se conquistan al calor de
la lucha organizada”.
A
PARAR PARA AVANZAR, VIVA EL PARO NACIONAL.
Axel Honneth discípulo de Habermas y quien es presentado
como de la tercera generación de integrantes de la “Escuela de Frankfurt”
realizó una investigación estupenda sobre las dimensiones de lo que él llama
lucha o luchas por el reconocimiento e identifica el amor, el derecho y la
solidaridad con sus respectivos principios de confianza, respeto y estimación (de
empatía se ha hablado en estos días del Paro Nacional). Este trabajo de Honneth
es un referente a tener en cuenta pero tomamos distancia por su perspectiva más
moral que política. Ver La lucha por el reconocimiento, por una
gramática moral de los conflictos sociales, Edit. Crítica, 1997, Barcelona.