Hacer diferencias
En la “realidad” que creemos percibir,
las cosas siempre están mezcladas. Por ningún lado podemos percibir hidrógeno,
energía cinética, valor de cambio, triángulos, significantes... tenemos agua,
que ya es un compuesto y que siempre está mezclada con cantidades de otros
minerales; tenemos cuerpos moviéndose, vértice de infinidad de fuerzas y
acontecimientos aleatorios; mercancías, fluyendo de un lado para el otro, con
gente pegada; vemos objetos de forma más o menos triangular; escuchamos sonidos
articulados, modificados por gran cantidad de fenómenos físicos.
Pero, si las cosas están mezcladas,
¿entonces para qué diferenciar? Una respuesta corta sería: eso caracteriza a
los humanos; en la etimología de “inteligencia” está la idea de diferenciar
entre lo cultivado y la maleza que crece alrededor. Las lenguas humanas son
sistemas de discriminación. Por lo tanto, discriminar es constitutivo de lo
humano. Querer que no se diferencie (por ejemplo, con palabras mágicas como
“holismo”) es una curiosa postura a caracterizar, pues no sólo es imposible no
clasificar, sino que la pretensión misma ya incluye una clasificación. Ahora
bien, esto no quiere decir que debamos estar haciendo clasificaciones
explícitas todo el tiempo (un imperativo así, imposible de llevar a cabo, puede
no obstante ocupar a algunos que, de hecho, se aburrirán bastante). Quiere
decir, más bien, que la clasificación forma parte de nuestra manera de ver el mundo.
Ver un paisaje, arrobado, en silencio, ya incluye la clasificación de los
colores que le vienen al sujeto contemplativo por la lengua que habla. Así no
abra la boca.
Entonces, es falsa la dicotomía de
clasificar o no clasificar. La condición humana ya lo incluye. Es
irrenunciable. Además es propio de dicha condición humana pugnar por el
sentido, pues sentido no hay. Si lo hubiera, no habría discusiones. Un sentido
adviene de una compleja convergencia de asuntos. Eso hace que sean posibles varios
sentidos acerca de “lo mismo”. Así, toda clasificación es susceptible de ser discutida.
Por eso, las clasificaciones cambian. Pero no al ritmo que se quiere, sino al
ritmo que mueve la esfera de la praxis donde las clasificaciones se originan,
donde se pugna por ellas, donde se recontextualizan otras, etc.
La posición frente a las
clasificaciones, entonces, revela el interés social que agenciamos, en la
medida en que nos reporta una ubicación, donde ponemos a funcionar nuestro
propio régimen de satisfacción. No se trata, como quiere el estereotipo, de
dejar de desbaratar flores y empezar ahora a cantarles loas. Las flores se
desbaratan en favor de ciertos intereses, y se intenta mantenerlas unificadas en
favor de otros intereses. Difícilmente un poeta diría:
Las gimnospermas pueden poseer
flores
que se reúnen en estróbilos,
o bien la misma flor puede ser
un estróbilo de hojas fértiles.
En cambio, una flor típica de
angiosperma
está compuesta por cuatro tipos
de hojas
estructural y fisiológicamente
modificadas
para producir y proteger los
gametos.
Y difícilmente un botánico diría: «Oh,
blanca flor intacta. Abierta y ya cerrada, trasplantada tan sólo por mi sueño. ¿Cómo,
cuándo alcanzarte? ¿Adónde enamorarte? ¿Qué puedes tú desear hoy que vives el
gozo de aquel cielo lejano, hoy que encierras las nieves invisibles de tus
canciones altas? [Ricardo Peña].
Es evidente que se trata de esferas de
la práctica social, legítimas, identificables por cualquiera, deseables por
unos u otros... pero diferentes.
Documento y mezcla
Todo esto para decir que la “encrucijada”
de la Ministra de Educación con el asunto de la cartilla (Ambientes escolares libres de discriminación) es el resultado de mezclar las cosas. Si uno busca comprender,
desagrega. No para dejar tiradas las partes, sino para entender el conjunto,
para entender su configuración, incluso para producir cosas que no existirían
en la realidad si no fuera por esa comprensión. Los últimos elementos de la
tabla periódica, por ejemplo. O, sin ir tan lejos, el plástico. No existen en
la naturaleza. No hay manera de que la naturaleza los produzca, pero fueron posibles
gracias a nuestra comprensión de la naturaleza, gracias a la desagregación de
sus partes, al entendimiento de su composición. Cuando uno no quiere entender
—cosa absolutamente legítima—, usa la mezcla que ve para su conveniencia. Ahora
bien, que uno no quiera entender y que, en consecuencia, no use conceptos
(herramientas teóricas que sirven justamente para discriminar), no quiere decir
que no esté usando nociones que también clasifican. Clasifica, pero cree estar detectando.
El que quiere conocer y usa conceptos, en cambio, pone en entredicho la
detección aparentemente espontánea, aparentemente desprovista de intención
clasificatoria; y propone una intelección dependiente del sistema de
comprensión elegido; por eso, habla en condicional. Mientras que el que cree
estar más allá del bien y del mal, habla en imperativo.
Ante el paquete completo, ante la
inmensa mezcla de los hechos, se nos invita a tomar postura: contra la cartilla
o a favor de la cartilla. Lo curioso es que pocos la han leído. Se trata de
optar por los intereses en juego, que van más allá del documento y por eso no
necesitan leerlo. La clasificación que hacen es de buenos y malos. Otra vez el
drama, la telenovela, el reality. La
comprensión no puede ejercerse entre tan pocos elementos. Pero, si uno señala
una razón acertada en alguno de los bandos, inmediatamente figura como traidor
del otro. Y si uno señala una razón desacertada en alguno de los bandos,
inmediatamente figura como aliado del otro
Por esto, si queremos entender, es
necesario intentar diferenciar los niveles de análisis que concurren, cosa
bastante dispendiosa.
Lo político
El ámbito político, por ejemplo, no
busca comprender, sino decidir. Por
eso se pone en juego el asunto de si la cartilla había sido o no legitimada por
el MEN (independientemente de lo que diga, porque —insistimos— no se la ha
leído); también por eso, se enarbola la idea de que los padres exigen conservar
su derecho a intervenir en ese asunto, en el marco del fuero que les es propio.
No se trata de si estas cosas son
ciertas, si los padres pueden hacerlo, si en realidad quieren hacerlo; incluso,
si lo que están haciendo no es tan criticable como lo que critican... no,
estamos señalando simplemente que el ámbito político busca decidir, no
entender. Por eso, muchas veces decide por la fuerza, no por los argumentos.
Por eso se hacen manifestaciones y no argumentaciones. Y con razón, pues del
otro lado también está alguien que decide, no que quiere discutir. Se trata de
bandos en la misma esfera de la praxis. Por eso su pugna sale en los medios.
Curiosamente, ninguno es más racional que el otro, pues no se trata de razones.
Si el asunto fuera meramente político,
nosotros no estamos con el oportunismo de cierto sector político que se
fundamenta en el principio de usar la ley si le sirve, modificarla si no le
sirve y pasar por encima de ella si no puede modificarla. Y, en ese sentido, apunta
al corazón de los sujetos... razón por la cual ninguna acusación parece hacerle
mella. Es que cada humano lleva un personaje de esos en el corazón. Otra cosa
es que a veces se aguante las ganas, o que el alcance de sus actos no llegue
tan lejos, así lo quisiera. La popularidad del líder de ese sector político es
proporcional al porcentaje de nuestra alma que quisiera proceder así.
¿Y en el otro bando? En el otro bando
también hay humanos de los que se puede esperar cualquier cosa. Estar en
desacuerdo con las mentiras que se esgrimen para descalificar una postura que
no se conoce, no es estar de acuerdo con dicha postura, ¡también
desconociéndola! Por eso nos dimos a la tarea de leer la cartilla. Pero, antes
de ocuparnos de ella (quizá en una entrega posterior), queremos revisar la
manera como se registra el hecho en los medios.
Ah... los medios
Los medios registran las
multitudes que se volcaron a las calles. Es algo visible y ruidoso. ¿Algo más
apetecible para informar? Las reflexiones y las discusiones de quienes elaboraron
el documento no son noticia. ¿Quién gana rating filmando a una persona que
piensa?, ¿o a un grupo que trata de diseñar en clave pedagógica unas ideas que
no han nacido en el campo educativo?
Las manifestaciones se hacen para que
la prensa las registre. Por eso un expresidente se hacía grabar cuando
supuestamente estaba respondiendo airado a una invitación fraudulenta. Los
medios son hoy el escenario natural de la política. Si los periodistas no filmaran
la manifestación, sino calcularan el número de manifestantes, si no lo pusieran
en relación con otros hechos que convocan manifestaciones parecidas...
sencillamente no existirían.
Los niños son el 27% de los muertos en la
guerra que tiene lugar en Siria[1],
pero nos enternecemos (“niño sirio herido cuya mirada mueve conciencias”[2])
cuando la televisión muestra a Omran Daqneesh, niño de 5 años que sobrevivió a
un bombardeo en Alepo. “Se volvió viral en la red”, es la expresión
periodística. ¡Pero si ese es uno de los miles que están muriendo! Sí, pero ése
es el que muestran los medios. Que nos muestren los otros, que todavía nos
queda ternura para llorar.
Entonces, dado que los medios se
ocuparon del asunto, ahora nos ocupamos nosotros. Y la televisión y la prensa
escrita inmediatamente hacen una encuestica de pacotilla, para establecer qué
porcentaje está de acuerdo o en desacuerdo.
Según la revista Semana #1789, “Muchos colombianos sintieron
que el Estado quería inmiscuirse en sus creencias, su concepto de familia y la
forma de educar a sus hijos” (p.20). ¿Cómo lo saben los periodistas? ¿No es
“inmiscuirse en sus creencias”, hacer entender que las cosas no se caen por su
peso?, ¿o que el aceite no es más espeso que el agua sino más viscoso, lo cual
es una propiedad molecular invisible? Y como se trata de un “Desafío 2016”, en
la otra esquina estarían otros indignados: los que defienden la igualdad de
derechos.
Los primeros, ¿están formando a sus hijos para que no discriminen
por razones de orientación sexual? Evidentemente, no. Parece que muy pocos lo
están haciendo (o logrando, pese a que lo intentan), pues el matoneo viene en
aumento. Parece que sólo lo frena la represión, porque los jóvenes se inhiben
cada vez menos. ¿Y por qué no se inhiben? Los que aparentemente están del lado
bueno creen que es un asunto de educación, en el sentido de “información”...
¡son como los medios! Hace falta una cartilla. ¿Eso es todo el problema? No nos
parece. En el asunto de la intolerancia, la línea divisoria parte a todo el
mundo en dos. Ni gritando mentiras, ni haciendo monsergas se soluciona el
problema... si es que queremos entenderlo.
Según los buenos, los malos mataron a Sergio Urrego y lo tienen
como un héroe. De nuevo, en la lógica mediática... como el niño de Alepo... o
como Aylan Kurdi, que ya tiene su entrada en
wikipedia[3]:
el niño de 3 años que se ahogó tras el naufragio de dos embarcaciones de
refugiados sirios (¡qué casualidad!, también era sirio). ¿Se acuerdan? De
nuevo, según la UNICEF[4],
dos niños mueren cada día en el mediterráneo, pero el que nos enternecía era
Aylan, pues llegó a youtube[5]
donde —para garantizar que se vuelva viral— nos advierten que “las imágenes
pueden herir su sensibilidad”. Y fue viral. Ahora es uno más de la estadística
de UNICEF.
Pero tragedias como la de Sergio Urrego no son tan fáciles de despachar. Por
el lado político, es justo que la Corte Constitucional quiera poner coto a la
discriminación y al matoneo. Pero, ¿eso se logra revisando los manuales de
convivencia? Parece ser la idea, toda vez que no se caracteriza como una de las
medidas que habría que tomar en el marco de un proceso con múltiples aristas,
sino que esa sería la panacea. Aparentemente, hemos renunciado a convertir los
metales en oro, pero no hemos renunciado a la pretensión —igualmente alquímica—
de buscar el medicamento que cura todas las enfermedades, a buscar la
asignatura que soluciona los problemas (“Cátedra de la paz”, decreto 1038 de
mayo de 2015), la cartilla que disuelve la intolerancia. Los alquimistas no han
desaparecido, mutaron en diseñadores de política educativa.
El
manual denominado Ambientes escolares
libres de discriminación, ¿es lo que plantea o las intenciones que se le
atribuyen? Es completamente legítima, justa y coherente con nuestra
Constitución, la intención de detener la discriminación, de poner coto al
matoneo, de promover ambientes escolares propicios a la resolución razonable de
los conflictos. Pero, ¿eso cómo se logra? Como la situación que se quiere
erradicar no fue promovida por cartillas —o manuales de convivencia— que llamaban
a discriminar y a agredir, no parece claro que tal situación se vaya a
erradicar por la vía de una cartilla y de unos manuales de convivencia que
enuncien el comportamiento ideal o, al menos, el comportamiento justo. No
decimos que un documento no forme parte del esfuerzo necesario, sino que si
unos hechos se han producido por el acumulado histórico —en relación con la
condición humana—, es imposible deshacerlos sólo mediante enunciados bien
intencionados. La buena intención está democráticamente distribuida en las
acciones humanas, en las condenables y en las elogiables; en las de un color
político y en las de otro; en las que se logran y en las que fracasan.
No
todo lo que se diga a nombre de “promover la tolerancia” promueve la
tolerancia. Y no todo acto que pudiera ser considerado intolerante por alguien,
es promotor de la intolerancia. En la lógica mediática, los propósitos
enunciados son muy importantes. Por eso los productos comerciales hablan de
“nueva imagen”, o sea: no cambian nada por dentro, pero saben que sujetos que
creen haber encontrado su ser en el hecho de ser consumidores, compran
imágenes. En educación, compramos eslóganes, buenos propósitos, misiones y
visiones trascendentales. Ese ámbito de disfrute del nuevo empaque no es necio.
La satisfacción de los humanos es misteriosa. Pero cuando uno trata de entender
una situación como la que se comenta, bota el empaque y analiza el contenido.
Y, a veces, no hay contenido.
¿Colonización o
comprensión?
El
MEN no está haciendo “colonización homosexual” de los planteles, como dijo
Ángela Hernández, diputada de Santander. Pero porque eso es imposible. La orientación
sexual en los humanos no es un asunto de consejos, de consignas, de ejemplos,
de normas... Cuando nos parece que la solución está en cambiar unas palabras
por otras, asignamos un papel mágico a las palabras. Por supuesto que la
palabra es eficaz, pero no cualquiera, ni en cualquier momento, ni de cualquier
forma. La eficacia de la palabra requiere condiciones de posibilidad, es algo a
entender. De nuevo, es algo compuesto de manera múltiple.
Pero
si la orientación sexual convoca muchas cosas, y no solo las buenas intenciones,
y si ese conjunto de asuntos no es un listado sino que admite también una
jerarquía a partir de la dominancia de alguno de los aspectos concurrentes...
pues estamos lejos de entender, lejos de incidir en lo que decimos querer
erradicar.
Ahora
bien, es legítimo dudar de las posibilidades que tiene quien quiere transformar
algo sin entenderlo del todo. Eso nos parece que está ocurriendo —de manera
desigual— en ambos bandos. Claro que en este punto alguien salta a decir que
con qué derecho se afirma que alguien no entiende del todo algo y que si acaso
quien lo dice entonces habla desde la autoridad inadmisible del que cree saber.
Este tipo de argumento sirve para justificar todo, pues cada uno sabe lo que
sabe y nadie tiene derecho a objetar ese saber, legítimo e históricamente
comprensible. Sí, es cierto. Pero “saber” es algo que puede tener muchos
estatutos. El saber del mito, por ejemplo, es legítimo, es válido, produce
cohesión social. Pero es distinto al saber según el cual el universo tiene que
ver con la especificidad de las partículas subatómicas. Ninguno es más válido o
legítimo que el otro... a no ser que intente salirse de su ámbito de validez.
Si en un intento de comprender, y no de dar cohesión social, se introduce el
mito, ahí sí que se lo puede valorar con iguales criterios que a la teoría
quántica, y entonces sale perdiendo. Igual, la ciencia no es capaz de producir
cohesión social, de manera que perdería a esa escala.
La
cartilla tiene pretensión de comprender a escala de la ciencia: cita a la
Asociación americana de psicología [APA]; habla de lo ‘cromosomático’, lo
‘gonadal’, lo ‘genital’, de ‘caracteres sexuales secundarios’... que no son
términos del sentido común, sino que vienen de una disciplina científica. Es
decir, pretende comprender, pretende que su acción política (lo que busca
cambiar) está fundamentada científicamente. La otra postura, en medio de la
cual se dice toda clase de mentiras, no esgrime argumentos de esa naturaleza:
habla de tradición, familia y propiedad.
¿Doxa
contra ciencia? Así es que lo quieren hacer pasar los buenos: nosotros tenemos
la comprensión legítima, ellos no tienen comprensión, sino una tradición que
está mandada a recoger. Si decimos que, a escala de la comprensión, la cartilla
deja mucho que desear, se nos dirá que no hay derecho a criticar el saber que
allí se expone; pero es a nombre del saber que se condena la otra posición, por
carecer de él y más bien encarnar el odio.
Pero,
si nos fijamos en los 43 textos que referencia la bibliografía de la cartilla,
encontramos lo siguiente: 3 de la APA, 3 del Congreso de la República, 10
sentencias de la Corte Constitucional, 1 del DANE, 1 de UNICEF, 2 del MEN, 3 de
la Oficina del Alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos,
3 de la ONU, 1 de la OEA, la Constitución, 2 de Secretarías distritales. ¡29
documentos de entidades que emiten o ejecutan política! Los 14 documentos
restantes son casi todos como la cartilla. Es decir, ¡las fuentes supuestamente
científicas se limitan a los documentos de la APA!
La ley
Aunque
se presente como si fuera una investigación científica, la cartilla es de
política. Y eso es legítimo. La contraparte, que alude a las buenas costumbres
y a una moral que suelen esgrimir pero nunca cumplir (como uno de sus
partidarios, el actual Procurador General de la República, que parece absolver y castigar con criterio moral), también es política.
Ahora bien, en ese nivel político, es indudable que la cartilla está del lado
de la ley, es legal. En cambio, si una familia o un colegio discriminan, no
pueden alegar “objeción de conciencia”, ni su derecho a educar como quieran, pues
eso está contra la ley colombiana vigente.
Pero,
el problema de justificarse en la ley es que ésta suele cambiar. ¿Acaso los
promotores de la cartilla estarían de acuerdo con la condena a la
homosexualidad si vivieran en alguno de los siete países que aplica la pena de
muerte[6] a
quien la practique? Si la lucha tiene un fundamento en las normas vigentes,
tendría que tomar el sentido del vaivén de la norma. Pero si tiene un
fundamento más allá, científico como se pretende, las referencias del documento
tendrían que ser principalmente teóricas. Si en la coyuntura actual la
normatividad está de nuestro lado, esa no es una justificación conceptual. Es
política. Y si mañana cambia la norma, ¿a nombre de cuál norma vamos a dar la
pelea?
Ese
tono ambiguo entre documento teórico y ejecución normativa (que lo blindaría a
la crítica), es lo más débil de la cartilla. Además —como si ya tuviéramos
poco— el documento le hace así el juego a algo que ocurre hoy y que es un
síntoma muy grave para la educación: los asuntos educativos se resuelven en los
juzgados. Las instituciones educativas, los agentes educativos están quedando desprovistos.
Muchos estudiantes se gradúan a golpe de mallete y no estudiando. Si un
profesor evalúa mal un trabajo de tesis, al otro día hay una orden de un
juzgado que obliga a graduarlo, toda vez que la víctima ha tutelado su derecho
al estudio. Sin proponérselo, el documento Ambientes
escolares libres de discriminación pone en acto la idea de que es en los
estrados judiciales donde se resuelve la educación. Si confiara en la fuerza
formativa de actuar de cierta manera, justificaría esa manera de actuar, no las
leyes que —hoy, por suerte, pero quién sabe mañana— coinciden con eso.
Vamos cerrando
La tradición que se creía descripción del mundo y poseedora
de la verdad ha pasado por encima de las diferencias. La sanción social a las injusticias
que ha cometido, puede ser retaliativa, o ampliar la visión sobre el tema. Con
los más de mil quinientos millones de pesos que costó la cartilla, hemos hecho un
gran avance. Pero ella no es precisamente, como dijeron las Naciones Unidas en
medio del escándalo, un “documento técnico de referencia”. Es necesario avanzar
un poco más en fundamentos teóricos rigurosos, que serán de mucha utilidad para
apoyar una posición política que es —según nos parece— plausible: la elección que cada sujeto haga en relación
con la sexualidad es respetable, y no justifica el irrespeto a las decisiones de
los demás.
Como estudio no puede convocar participantes en el sentido de
la política: las iglesias, las asociaciones de colegios y de padres de familia,
el sindicato de maestros, la Mesa Ampliada Nacional Estudiantil, Colombia
Diversa... con el fin de hacer consensos o acuerdos tan generales que no dicen
nada, para que nadie brinque.
Un mejor documento no se librará de las mentiras de este
sector político que ojalá no acostumbre a los colombianos al axioma fascista
según el cual repetir incansablemente una mentira la convierte en verdad. Tal
vez la haga verosímil para el consumidor promedio, pero no se aproxima, en lo
más mínimo, a la comprensión. Una comprensión aproximada, siempre perfectible
se requiere cuando pensamos que para transformar algo, es bueno saber cómo
funciona.
[1]
http://elpais.com/elpais/2015/09/29/ciencia/1443551966_191417.html
[2]
http://cadenaser.com/ser/2016/08/18/internacional/1471509300_581568.html
[3]
https://es.wikipedia.org/wiki/Aylan_Kurdi
[4]
http://www.unicef.es/actualidad-documentacion/noticias/ayuda-refugiados-2-ninos-mueren-cada-dia-en-el-mediterraneo
[5]
https://www.youtube.com/watch?v=WgNBLu5_ITk
[6]
http://factoides.com.ar/post/11400150623/homosexualidad
Las apreciaciones ante un escándalo mediático y el trasfondo en el sector educativo acerca de la cartilla Ambientes escolares libres de discriminación marca unos ejes, que como bien se enunciaron (político, medios y ley) posibilitan pensar desde estas perspectivas. Entre tanto, la educación es un tejido que hace que el otro se encuentre allí y que dé apertura al descubrimiento de la existencia de sujetos, por eso, es nuestro compromiso fortalecer tal conocimiento de presencias, implicando una búsqueda y un encuentro de sentidos que fortalece el ambiente escolar.
ResponderEliminarPor eso el interrogante ¿Hay que descomponer la sociedad para identificar y visibilizar a un otro?, considero que en este tejido social se potencia con la comprensión, precisamente con el entendimiento que se alcanza al hacer una lectura de nuestro entorno, esto implicado a un ejercicio de expresión de sí mismo en conjunto con el otro, de ahí que la pregunta ¿Qué ocurre con el sujeto y con las relaciones que teje a su alrededor, sí se encuentra apartado o divido?, la fragmentación de una sociedad y la recurrencia a algunos instrumentos de identificación y caracterización, acaba toda alternativa de reconocimiento, entonces ¿Por qué recurrir a una cartilla, un manual de conductas o una guía de comportamientos, para reconocer la diferencia?. Realmente no se necesita una lectura de un texto- cabe agregar un tanto científico- para comprender que existe otro sujeto y que con él me construyo como sociedad independientemente de los sentidos que comparta.
Patricia Soler
ResponderEliminarEl autor deja entre ver que en un tema tan controversial como es el de la cartilla del MEN que no se conoce el contenido para acercarnos a favor o en contra de ella, la postura que ha fijado un grupo representativo de los Colombianos es una mezcla de una parte de intereses particulares donde se discrimina y se clasifica la información que se presen-ta por que toca sentimientos, emociones y satisfacciones donde ubicamos los buenos y los malos como si fuese un reallity donde se refleja el apoyo o la traición al defender una posición. Y de otra parte tenemos el ámbito político, la ley, la constitución , la ONU, UNI-CEF, DANE y demás que busca decidir sobre una problemática de carácter social de la educación y no entender las subjetivaciones de quienes participan sin argumentaciones ¿podría ser por falta de liderazgo para debatir? ¿y que debatir si no se conoce la informa-ción de la cartilla a fondo? ¿ o simplemente asumir una posición de desacuerdo?.
Y como todo reality busca captar las imágenes (manifestaciones, fotos de niños vulnera-bles, personajes que han ganado espacios y visitas en las redes sociales) que satisfagan a los medios así como las cifras, los porcentajes pareciese que interesan más al Estado Colombiano que en las creencias, las familias y las formas de educar a los estudiantes pues aquí no hay nada científico que le aporte a la educación si no una situación de forma que se sale de contexto para generar clasificación y discriminacición de actores involucrados en el ambiente pedagógico, surge la duda y ¿donde quedan los conteni-dos, la innovación y la investigación misma de educadores y estudiantes?. ¿No sería me-jor que el Estado a través del MEN tratará de buscar soluciones al matoneo, difundir el respeto a los formadores que están siendo atropellados por los estudiantes que quieren conseguirlo todo por la vía fácil cuando de exigir se trata. Por lo demás ¿qué cada quien elija su sexualidad y respete las decisiones de los demás?