Kevin
Hall, del Instituto de salud de Estados Unidos, investigó a los participantes del
reality The Biggest Loser, y encontró
que, después del programa, recuperaron en promedio un 70% del peso perdido.
Según la nota periodística (Semana #
1776, 2015-05-15), es la sempiterna dificultad para bajar de peso y, en caso de
conseguirlo, para mantenerlo. El New York
Times, que tuvo la primicia, afirma: “el organismo lucha a toda costa para
recuperar el peso perdido”. Esta expresión hoy suena “normal” pero, si nos
fijamos con cuidado puede ser escandalosa. ¿Acaso no hay un sujeto de por
medio?
Al
relacionarnos, vemos que cada persona tiene con la comida un lazo específico. Hay,
por supuesto, algunas con afecciones orgánicas que les causan problemas de peso,
pero no es el caso de la mayoría. Según la Organización Mundial de la Salud, “La
obesidad suele ser el resultado de un desequilibrio entre las calorías
ingeridas y las calorías gastadas” (http://www.who.int/features/factfiles/obesity/facts/es/index4.html).
“Suele ser”, o sea, los casos de obesidad por asuntos orgánicos son marginales.
De hecho, para la OMS, antes la obesidad era “un problema confinado a los
países de altos ingresos”. De acuerdo con esta estadística, ¿podríamos decir
que en tales países había más afecciones orgánicas que causan problemas con la
alimentación? Por supuesto que no. En países de altos ingresos se puede comprar
más comida y, a su vez, se puede trabajar sin tanto gasto de calorías.
En
consecuencia, es necesario hacer entrar la variable subjetiva: es el sujeto
(hablamos de aquellos cuyo metabolismo no presenta problemas) quien decide
cuánto y cómo comer. Por lo tanto, cuando se dice “el organismo lucha a toda
costa para recuperar el peso perdido”, se le dice al sujeto que él no tiene responsabilidad
en el asunto. En lugar de preguntarse por él mismo, por la función que cumple
la comida en su manera de relacionarse con el mundo y con los demás, ahora tiene
a quién señalar: el “organismo” es el culpable, él es quien lucha por recuperar
el peso perdido, no la persona; ella es como una “víctima” de su propio
organismo. ¡Como si el peso ganado no hubiera entrado por su decisión!
No
decimos que estas cosas sean conscientes. Prueba de ello es la dificultad,
tanto para perder peso como para conservarlo. Pero esa dificultad —salvo excepción—
está en la persona. Sería razonable que el especialista hablara del organismo, si
se tratara de establecer un problema orgánico. Pero el discurso, que se basa en
alguna medida en la ciencia y en alguna medida en ciertos ideales sociales, hoy
en día más bien iguala a todos en tanto organismos. No importa si el problema
se origina en la modalidad de relación con la comida que el sujeto ha construido:
a todos les aplican esa idea de un cuerpo que “quiere” hacer cosas. Es un
discurso que elimina la dimensión subjetiva y, con ella, la responsabilidad. La
persona misma queda satisfecha con delegar sus preguntas a un discurso que la
trata como cosa... pero esa satisfacción no dura mucho, como vemos en el caso
de la noticia, pues —digámoslo de otra forma— el sujeto lucha a toda costa, sin entender por qué, para recuperar el
peso perdido.
Pese
a que diga conscientemente que quiere bajar de peso (y, para el caso, podríamos
hacer una lista: dejar de fumar, de beber alcohol, de consumir drogas, etc.),
hay algo en él que lo empuja a comer.
Es fácil escuchar esto cuando dejamos hablar al sujeto y no lo consideramos
meramente un organismo. La “resistencia”, entonces, estaría en el sujeto. Ahora
bien, eso no quiere decir que no haya alteración del organismo, del metabolismo.
Por supuesto. Pero acá es donde resulta muy útil preguntarse: si es por tener
cierto metabolismo que nos da por comer... o si es por comer en demasía que se
nos altera el metabolismo; si es por tener bajo el nivel de leptina (hormona
que envía mensaje de saciedad al cerebro) que comemos en exceso... o si es por
el impulso a comer en exceso que alteramos la producción de leptina.
Si
el metabolismo basal de quien pierde peso se hace más lento, ¿podemos pasar, de
nuevo, a personificarlo y a hacerlo agente? No otra cosa vemos en la nota de
prensa, según la cual el metabolismo “se defiende, bajando su nivel”. Curioso
que la responsabilidad haya que “humanizarla” y, en consecuencia, se hable de
esos asuntos objetivos como si fueran personas. Se le quita la responsabilidad
al sujeto y se la ubica en una causa “objetiva” pero, de todas maneras, ésta se
antropomorfiza. El colmo de esto lo expresa Sandra Aamodt —citada en el
artículo de Semana— en su libro Never Diet Again, cuando dice que la
explicación está en el cerebro: él establece un peso natural que considera
ideal para cada uno, independientemente de lo que piense el médico; así el
cerebro “declara un estado de emergencia” contra la inanición. ¡Ahora el
responsable es el cerebro! Y también los genes: según la autora, tendríamos
genes especializados en no perder energía, asunto de supervivencia de la
especie, pues en otras épocas era más difícil conseguir alimentos... Este tipo
de discurso, que usa palabras de la ciencia, no obra con la lógica del saber
que ha producido esos términos y que no los usa al servicio de la venta de un
libro (debe venderse bien en Estados Unidos un libro llamado Jamás otra dieta). De hecho, ese argumento
no explicaría la decisión contraria del sujeto, que se conoce con el nombre de anorexia: ¿por qué, en el caso de la
anorexia, el cerebro no declara un estado de emergencia?; y, en tal caso, ¿no
funciona la genética?
Por
supuesto que perder peso no es simplemente un asunto de “buena voluntad”, pues
el sujeto obeso se sabe dividido entre sus “propósitos” (que le vienen de los
ideales sociales) y su impulso a comer. ¡Pero eso no quiere decir que no se
sienta involucrado! Y la nota periodística cree eliminar del todo la dimensión
subjetiva cuando explica que el asunto de perder peso no es de “fuerza de
voluntad”. Claro que no lo es. Pero no tendríamos una escena sólo compuesta, de
un lado, por la causa objetiva y, de otro lado, por la ingenua idea de la
fuerza de voluntad. La escena sería más compleja, entre al menos cuatro variables:
en primer lugar, el impulso del sujeto que, aunque no es consciente, sí le
concierne (y él lo sabe); en segundo lugar, los ideales sociales que él asume y
que lo llevan a la idea de perder peso; en tercer lugar, los efectos materiales
sobre el cuerpo a partir de los hábitos alimenticios; y, en cuarto lugar, un discurso
que aboga por la causa objetiva, sin dejar lugar al sujeto.
En
relación con los ideales sociales, no solamente está el asunto de los llamados
a “mantenerse en forma”, sino también aquellos como los que expone la OMS: “Los
gobiernos, los asociados internacionales, la sociedad civil, las organizaciones
no gubernamentales y el sector privado tienen una función crucial en la
prevención de la obesidad”, toda vez que “cada año mueren, como mínimo, 2,8 millones
de personas a causa de la obesidad o sobrepeso” (http://www.who.int/features/factfiles/obesity/es/).
Más
allá de la bondad de una política como ésa, la cuestión es que extravía la
dimensión singular —es cada uno el que está involucrado, y de manera específica—
y se vuelve una preocupación de “salud pública”; es decir, un discurso según el
cual todos tienen que estar bien, de
cara a un estándar (insuficiencia ponderal, intervalo normal, sobrepeso,
pre-obesidad, obesidad, y obesidades de clase I, II y III), establecido a
partir del concepto de “Índice de masa corporal”, que se obtiene: dividiendo el
peso en kilos por el cuadrado de la talla en metros (http://www.who.int/features/factfiles/obesity/facts/es/).
El asunto no le dice mucho al sujeto y, más bien, lo condena a medir, a su vez,
su distancia con un ideal que tiene autoridad matemática. Se compra una balanza
y se compara con los índices internacionales, con lo cual ahora tiene un motivo
más para sufrir.
El
problema no es fácil. La política es loable, pero está en desfase frente a la
manera como los sujetos se insertan en el mundo, que no es tocable de manera
inmediata por políticas. Si funcionara, qué bueno sería, pero el caso es que la
OMS habla de que el problema ha crecido y que, actualmente, es una epidemia
mundial. Nadie niega que las autoridades tengan esa función, pero, ¿no se podría
dejar también un lugar al sujeto, sin detrimento de los hallazgos científicos?
Cuando oímos al sujeto aparece otro panorama; oigamos lo que declaró al New York Times uno de los participantes
del reality: “darse un gusto ocasional era imposible porque se convertía en una
comilona desaforada que podía durar tres días”. ¿Se necesita otra prueba de que
el sujeto está concernido?
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