domingo, 12 de abril de 2020

Coronavirus y educación

La trama


Algunos intelectuales ya tienen —ya la tenían— respuesta al asunto del Covid-19[1]. Culpa nuestra, ansiosos como estamos de que nos “esclarezcan” todo. Y cuando la reimpresión de la respuesta denuncia una conspiración, pues más acogida es en cierto sector que se recrea en esa postura adolescente (que se puede postergar hasta la vejez) de que el poder está sobre nosotros y que debemos resistir; en la mayoría de los casos, eso se reduce simplemente a vociferarlo. Esta postura puede ser así de simple o expandirse en un libro, ¡incluso en toda la obra de un autor y de sus epígonos! Este tipo de “explicaciones”, entonces, cumplen su función de hacer ebullir la sangre que tiene por principio disentir —no de quien elige disentir por razones lógicas, sociales, políticas—. Y aquello que es difícil de entender… pues lo seguirá siendo, toda vez que para desbrozarlo hay que hacer un recorrido que no todos quieren echarse a cuestas. Ejemplo: Agamben acusó al gobierno italiano de inventar la epidemia para instalar un estado de excepción; ahora dice que el “prójimo ha sido abolido”… y mientras él monta esas frivolidades, Italia pasó a ser el país con más muertos por el coronavirus y el ‘prójimo’ sigue siendo algo extraño, más o menos distante, así estemos en el transporte público a la hora pico (antes de la cuarentena, claro).

La precipitación de hacer coincidir el mundo con nuestra consigna es síntoma de que se trata de repetir la misma respuesta. Ahora bien, ¿hay que esperar hasta tenerlo todo claro para poder actuar? Esta pregunta es engañosa, pues se hace desde la creencia de que todos los enunciados están en el mismo nivel. Pero la urgencia —porque la hay— no puede acelerar la comprensión; por eso, la llegada —si la hubiere— de la vacuna depende del ritmo propio de la comprensión, de un lado, y de las posibilidades del campo técnico, de otro. Por eso, también hay otras salidas, en otros registros como el religioso o el político. Ahora bien, que las salidas políticas sean torpes o inteligentes, efectivas o no, oportunas o extemporáneas, es otra cosa. En cada caso (comprensión, posibilidad técnica, política), se trata de lógicas distintas y casi siempre asumidas por personas distintas, con intereses y posiciones distintas. Y claro que las medidas políticas agregan algo de su propia agenda: acallar la protesta social, imponer medidas legislativas retardatarias, restablecer la imagen del gobierno, etc.; y pueden tener efectos esperables como la corrupción y la segregación (Trump y Byung Chul-Han, por ejemplo, hacen eco de la segregación: el primero habla del “virus chino”; el otro considera que Oriente —gracias al big data— es más eficaz que Occidente, y ya registra el éxodo de orientales a sus países).

También hay otra “interpretación” de los hechos que acá nos interesa: la que habla de “oportunidad”, usando una epistemología sin abolengo que es la “matriz DOFA” (si usted no la conoce, no busque su fuente entre epistemólogos, sino entre administradores de empresas). Tampoco aquí hay mucha comprensión, sino conformismo y puesta en funcionamiento de los ideales. Por ejemplo, dado que la cuarentena producirá una recesión, Zizek afirma que la pandemia ataca el capitalismo y, entonces, propone pensar en una “sociedad alternativa”… Por su parte, Markus Gabriel propone una “nueva Ilustración” ante la crisis. ¡Como si una gripita —como dice el cínico Bolsonaro— cambiara las relaciones sociales o tocara las estructuras cognitivas! El nivel de incidencia del virus en esas direcciones es mínimo, pues las estructuras sociales y cognitivas se encuentran en otro tipo de relaciones. Incluso, por qué no, la incidencia de la pandemia será opuesta al sueño de Zizek: los saqueos, que ya se presentan, instauran momentáneamente una “sociedad alternativa”, sí, pero en el peor de los sentidos: ¿de qué pueden echar mano los afectados diferencialmente si las condiciones para una “sociedad alternativa” no están creadas? ¿O acaso ayuda a crearlas Boaventura de Sousa Santos haciendo el listado pormenorizado, malicioso, de los sectores más vulnerables? Y claro que una cuarentena es más difícil de sobrellevar para unos grupos sociales que para otros… pero lo mismo pasa con la inundación, la sequía, el tornado, la recesión, el sunami, la guerra, la peste, el derrumbe… que generalmente no dan paso a “pensar en una sociedad alternativa” ni a crear una “nueva Ilustración”… Al otro día de finalizada la cuarentena también quedarán libres las maneras de hacer existir, con la frialdad de costumbre, las diferencias sociales. Si la crisis llega a afectar mayormente las condiciones materiales que garantizan ciertas relaciones sociales, el resultado no va a ser el sueño de Zizek o de Gabriel.

El discurso oficial tiene igual inspiración que el de la “oportunidad”: esgrimir el ideal. En este caso, ese ideal no es tan elaborado, pues está hecho de sentido común. Dice, por ejemplo: “¡No es el momento de pensar en diferencias! (¿y cuándo lo será?); “¡Entre todos vamos a resolver el problema!” (¿el de la insuficiencia del Estado para prestar los servicios de salud ante una crisis como la presente?). La diferencia es que ese tipo de discurso, más allá de las tonterías que diga (incluso pensando en que se trata de una venganza del planeta ante el daño que causa “la humanidad”), sí le toca hacer algo, no simplemente un listado de personas vulnerables (Sousa Santos), no una contabilidad —en tiempo real— de infectados, muertos y recuperados (como los carroñeros medios de comunicación).

La educación


Todos estos discursos aterrizan en la educación. Particularmente, haremos alusión a unos videos que publica nuestra universidad, llamados: “Pedagogía en tiempos de emergencia”[2]. Igual, podría ser cualquier otra universidad, pues lo que vamos a describir también es una pandemia en educación, que ataca desde mucho antes del Covid-19.


¿Hay “educación virtual”?


Se cree que la situación actual de cuarentena obliga a llevar a cabo una “educación virtual”. Bajo esa suposición estamos oponiendo —al mejor estilo del sentido común menos ilustrado— lo “real” a lo “virtual”, como si la “realidad” fuera la constatación de los sentidos y como si lo virtual hubiera aparecido con internet. ¿No es una idea muy elemental del ser humano? ¿Qué estamos enseñando, bajo esa suposición, nosotros que nos las tenemos que ver con conceptos delante de unos estudiantes? La condición humana está atada a lo virtual en su sentido de virtus, es decir, de algo que produce un efecto sin estar presente. ¿Y no es el lenguaje el que “trae” cosas que no están presentes? O sea que virtual es planificar la cacería de un mamut, hablar sobre Platón con los estudiantes, sumar dos números, insultar a alguien, declarar la paz, hablar de unicornios, mencionar el coronavirus, salir corriendo a casa porque nos informaron que está en llamas, decir “te quiero”.

Y claro que es distinta una clase presencial y una clase a través de Teams, o de Zoom, o de Skype; pero eso no legitima el desconocimiento de lo que está en juego en educación, que no es el de diferenciar entre real y virtual, entre realidad y fantasía. La cuarentena sólo ha eliminado la presencia física simultánea de maestros y estudiantes (lo cual, a su vez, trae otras repercusiones), no ha introducido la virtualidad (que es condición de su existencia). Y en lugar de decir que se trata de una “oportunidad” y salir a desplegar todo el arsenal de TIC, como si el asunto de la formación tuviera que ver principalmente con eso, hay preguntas (están en algunos videos) más atadas a nuestro lugar: ¿se pueden pasar por las TIC todos los aspectos de la formación?, ¿se puede constituir subjetividad en entornos virtuales?, ¿se puede ahí atender al otro en su singularidad?, ¿se hizo desueta la presencia en el momento en que fuimos capaces de transmitir imágenes?

¿Hay “nuevos roles”?


Se cree que, dada la cuarentena, debemos preguntarnos por los “nuevos roles” de maestros, estudiantes y padres. ¡Hablamos como si ya conociéramos esos roles, como si un recurso técnico pudiera modificarlos! Mientras uno de los videos habla del rol de los padres, otro habla de que la escuela es un “más allá” de la familia, o sea que no está hecha tanto para que los padres “colaboren”, como para separar —por momentos— a los niños de las familias. A propósito, una estudiante de la Maestría en Educación de la Universidad nos contaba que, en el marco de su actividad, se había sorprendido de la diferencia entre grupos de niños de la misma edad, los unos educados en casa (bajo la consigna de que la escuela está superada) y otros educados en la escuela. Según ella, la diferencia es a favor de la escuela.

Entonces, los “roles” a los que nos hemos visto impelidos habría que comprenderlos caso por caso (no olvidemos, por ejemplo, que la violencia contra la mujer ha aumentado con ocasión de la cuarentena). Y, por el lado de los profesores, ¿se trata de nuevos roles?, ¿o se trata de la realización de su deseo de saber y de su deseo de enseñar en el nuevo contexto? (donde lo que pesa es ese deseo y no ese contexto).

¿Podemos “ayudar”?


La universidad se ofrece a “ayudar a los maestros”, por ejemplo, en el uso de TIC. De nuevo, como si eso fuera lo importante. Lo esperable, como “formadora de formadores”, era que la universidad se ofreciera —no ahora, por motivo de la cuarentena, sino siempre— a poner en debate la idea de formación. Si así lo hubiera hecho, no estaríamos “respondiendo a la emergencia”, sino comprendiendo que su magnitud social no es directamente proporcional a sus efectos en educación. Si no nos debemos a esa discusión, ¿la vamos a “introducir” ahora a propósito de un virus? ¿Tiene más fuerza el coronavirus que nuestra relación con la educación?

De otro lado, ¡qué grosería con los maestros del país! Son nuestros egresados —en muchos casos— y todavía los tratamos como estudiantes: hay que ayudarles… ¡como si no fueran profesionales! Y, si necesitan ayuda, pues no se trata de ayudarlos, sino de trabajar con ellos para que no estén en posición de necesitar ayuda (a no ser que aspiremos a la buena acción y no a la formación). Hablamos de que tenemos “expertos” para aportar al país… ¿para aportar en TIC? No parece posible, pues sólo estamos usando aparatos y programas que se inventan y producen en otras partes. ¿O se trata de nuestras discusiones sobre educación, formación, pedagogía? En ese caso, no se ve por qué anunciarse en el marco de los “efectos educativos” de la cuarentena.

La emergencia, ¿es una oportunidad?


Hablamos como el gobierno: la emergencia es una oportunidad. ¿Es cierto? ¿Hay algo nuevo para la formación? Si la presencia de estudiantes y docentes es insustancial y podemos salirle al paso con la “clase digital” (esa palabra, ‘digital’, también merece su discusión), ¡entonces la oportunidad es para el gobierno!: ya no más movilizaciones, que requieren la presencia física, pues cada uno estará detrás de una pantalla en su casa (Cfr. la “ola verde” de infausta recordación); y ya no más salarios de profesores universitarios, pues los “repositorios” de las universidades son amplísimos (como se afirma en varios videos). Sólo se necesitarían unos cuantos tutores que organicen el flujo de información y atiendan (por una fracción del salario de un profesor) a los estudiantes (a muchos más de los que atiende un profesor). Hagamos loas a las TIC, produzcamos más información, hablemos de la “riqueza acumulada”… y seremos reemplazados rápidamente.

¿No estaría más acorde con nuestra función decir que aquí estamos y que somos imprescindibles pues la cantidad —monstruosa e inabarcable— de información que hay en la red tiene que ser deseada para que sea consultada y que requiere de criterios, y que esos son nuestros asuntos? ¿Qué hacemos —al estilo de los entrenadores conductistas— dando ánimo; o —al estilo de los aviadores— diciéndole a los demás que “disfruten” la situación?


En este momento, ¿necesitamos “prácticas colaborativas”?


Se dice que “ahora, más que nunca, necesitamos prácticas colaborativas, solidarias, de creación conjunta, que hagan frente al espíritu competitivo y eficientista del actual capitalismo”. Este enunciado es una mezcla de cosas, como todo enunciado, en alguna medida. Pero, para comprender ¿no hay que desagregar los elementos que están mezclados y, entonces, tratar de hacer enunciados más acotados?
  • Primero: ¿qué tiene el “ahora” que lo sitúa en el “más que nunca”? La afirmación suena más al tono de la publicidad que nos conmina a comprar pues ya no hay más tiempo (“hasta agotar existencias”); es como la idea de que debemos “renovar nuestras experiencias”, como si la novedad fuera buena per se. Pero estamos hablando de un virus y de las implicaciones sociales que tiene el tratar de detener su efecto sobre los humanos. En términos sociales, sí se trata de “ahora, más que nunca”, pues ya han muerto 105 mil personas. Pero no es lo mismo cuando hablamos de educación.
  • Segundo: la idea de las prácticas colaborativas no parece ser un asunto de “ahora”, sino una condición de la relación educativa, si hemos de entender ese comentario en su contexto educativo. Ahora bien, esa idea no es nada nueva, es la moda en educación: eliminar la diferencia, relievar la “creación conjunta”, convocar el diálogo, los “saberes que otros sujetos y actores sociales han construido”. Pero en esa idea está mezclado lo político: una cosa es la igualdad social (al menos su búsqueda) y otra cosa es la diferencia propia —necesaria— de ciertas relaciones. La diferencia entre maestros y estudiantes (razón por la cual los primeros cobran y los segundos pagan) es la que justifica la relación educativa. Si no, todo se viene abajo. ¿Es posible, en una clase en la universidad, la “producción teórica conjunta”? Si bien la política está por todas partes, podemos diferenciar entre una clase de historia (o álgebra o filosofía), por ejemplo, y los derechos de los estudiantes y del profesor que están en ese mismo recinto y que, con sus actos, promueven políticas. Pero, en la clase de historia, donde el estudiante tiene unos derechos, la comprensión no es un derecho, sino el resultado de un trabajo.
  • Y, tercero, al final de la frase vuelve lo político a aparecer, sin hacer las diferencias de rigor: se presentan la colaboración, la solidaridad y la creación conjunta como formas para hacer frente “al espíritu competitivo y eficientista del actual capitalismo”. Pero eso es otra cosa; para eso no se necesita la universidad (no en vano se afirma que con esta situación la universidad “sale de su torre de marfil”). Enseñamos historia, por ejemplo, para que el estudiante tenga una relación con el saber, lo cual le exigirá, en su momento —el de él — tomar una posición frente a su sociedad. Tenemos una posición política delante del estudiante, pero decirle qué posición debe tener frente a lo social y cuándo tomarla, es política de clase A (autoritaria). La escuela sindical tiene toda su legitimidad, pero es otra cosa. El maestro pone a disposición los mejores análisis de los que es capaz, para que la decisión del estudiante esté suficientemente documentada. Ahora bien, si el asunto no es formar sino oponerse al capitalismo (y se puede formar y oponerse al capitalismo), entonces no hay que poner en juego esos elementos, sino “dictar” la decisión (¿no es lo mismo que hace el capitalismo?). Además, la solidaridad, la “producción de contenidos colaborativos en línea”, la Co-docencia, la creación conjunta… no producen forzosamente una posición anti-capitalista, pues todas esas formas pueden perfectamente tributar a una lógica capitalista.

¿Experimento educativo?

Todo maestro enfrenta la contingencia del encuentro. En la respuesta a ese encuentro —que él suscita porque desea un saber y quiere que los otros también disfruten de él—, tiene que inventar algo de su cosecha (es él quien está armando la escena), no de la cosecha de otros que le ofrecen “ayudas” en un terreno que no es crucial, pues para nuestra relación con el saber no hay “ayudas”… hay duelo, hay tribulación, hay dificultad… y también una modalidad de satisfacción que no la brindan —ni la pueden expresar— los emoticones. No se trata, entonces, de un “experimento educativo”, ni de “estrategias alternativas”, sino de una respuesta singular. ¡Qué mal le hace a esto la idea de tener “todo preparado” (los enlaces a los textos, la presentación en “pobre Point”, los enlaces a los videos, a las páginas, etc.). Todo eso mata la contingencia, mata el deseo, lo cual le viene bien al que no desea el saber, sino que se gana la vida hablando de un saber, que es otra cosa.





[1] https://www.pagina12.com.ar/258063-los-intelectuales-y-los-lugares-comunes-ante-el-coronavirus

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