Lo virtual es una de las
nociones más manoseadas últimamente en todos los ambientes de discusión, tanto
académica como mediática, económica o política. Se lo equipara con lo
inmaterial, lo posible, lo potencial, lo ficcional. Se opone a lo real, a lo
efectivo, a lo material, a lo actual. El equivalente menos afortunado ha sido
el que considera lo virtual como irreal y, por tanto, engañoso. Sin embargo,
este adquiere su sentido literal cuando se trata de la llamada educación
virtual.
Se presenta, por parte de un
negociante de la educación superior[1], cuyo nombre
desde luego no aparece siquiera en el registro del CvLac de Colciencias, el
paso a lo que él llama la educación virtual como una gran innovación que supera
la educación presencial e incluso la educación a distancia.
El título con que se presenta
en el medio es ya un síntoma de la manera en que se tratará el tema: “Habrá un
tsunami académico”. La definición de tsunami, según la RAE, es la siguiente:
“Ola gigantesca producida por un maremoto o una erupción volcánica en el fondo
del mar”[2]. Ello ameritaría por lo menos encerrar
la palabra entre comillas para significar su uso figurativo. Pero la
característica del texto mediático es precisamente mostrar, no demostrar. De
ahí que se prefiera el uso de expresiones metafóricas, en vez de conceptuales,
para definir los fenómenos.
¿Cuál es, según la lógica de
la entrevista, el tsunami? Nada más y nada menos que la educación virtual. Pero
cuando se le pregunta sobre el origen de esta, dice que “surge como una forma
de expresión de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación”, o
sea que estas vienen a ser el maremoto o algo por el estilo. Según esto, la
educación virtual no es una necesidad de la educación sino una necesidad de las
tecnologías; pero hasta donde alcanzamos a entender, las tecnologías no tienen
necesidades, ni deseos, ni toman la decisión de producirse y reproducirse. Eso
lo hacen los empresarios, los ingenieros, etc. En consecuencia, la educación
virtual es una necesidad inconfesable del capital y desde luego de funcionarios
y periodistas de todos los niveles fletados por las empresas de tecnología para
venderla como necesidad.
Pero no solo es una
‘necesidad’ del capital vinculado a la informática y a los medios de
comunicación, sino de los empresarios vinculados a la venta de títulos de
educación superior. Y aquí entra nuestro personaje: su argumento es la
democratización, pues presenta números como los siguientes: “anualmente están
egresando de los colegios cerca de 800 mil [estudiantes], de esos no más de 200
mil ingresan a la educación superior y sólo la mitad se gradúan […] La pregunta
es qué hacer con el resto”. Y la respuesta es que como no se los puede atender
presencialmente es necesaria la educación virtual, pues, según él, “no es lo
mismo tener sillas para 30 estudiantes que una asignatura para 500 personas”.
Lo que no dice es que eso representa para su negocio ingresos 16 veces
superiores y gastos supuestamente iguales. Para los estudiantes, el resultado
es peor, pues la deserción alcanza el 70 por ciento y crece más rápido que en
la educación presencial[3].
Esta pretensión se adorna
con una metáfora impactante que para él debe ser ingeniosa y que el texto
mediático resalta con una ventana: “el reto de la educación virtual en el país
es alinear estudiantes del siglo XXI con profesores del siglo XX e
instituciones del siglo XIX”, lo cual es difícil de compatibilizar. La
conclusión es fácil: para quedarse con los estudiantes del siglo XXI, que son
los que pagan, lo mejor es prescindir de los profesores del siglo XX, que son
los que cobran, y cambiarlos por diseñadores de power point y
‘gestores’ del conocimiento, o sea administradores y burócratas, que son más
eficientes. ¿Para qué? Pues para que sustituyan a las instituciones del siglo
XIX, que poco a poco dejan de existir, y las remplacen por empresas
capitalistas del siglo XXI, vendedoras de títulos.
Cómo toda expresión
figurativa, la cronología es impactante, pero no siempre cierta. Lo que está en
juego no es si los estudiantes y los profesores son o no son de tal o cual
época o si la institución es la del siglo xix o la del Renacimiento. En
realidad, la institución es del siglo xiii. ¿Acaso se ha preguntado por qué
subsiste tal institución?
Todo lo mencionado por el
personaje de marras tiene que ver con asuntos extra-académicos, es decir,
sujetos, instituciones, tecnologías y sobre todo negocios. Pero la academia es
sobre todo una cultura, una forma de codificar el saber. El problema es la
academia como cultura y esta existe desde por lo menos el siglo iii antes de Cristo,
gracias a Aristóteles, pero la forma en que está codificada esa cultura como
tradición alfabética es incluso anterior. O sea, antes de que existieran el
español y el inglés y aun antes del latín, ya existe la cultura académica.
Entonces el asunto no es cronológico sino estructural. Se trata de saber que
tanto se ha apropiado el habitus académico y científico y, por tanto,
cómo se ha desarrollado en Colombia tal cultura, cómo la han adquirido, ahí sí, los sujetos.
¿Acaso se ha preguntado el
personaje por qué estudiar y aprender una lengua como el inglés, que fue
formalizada en los siglos xv y xvi? ¿Qué hace que siga siendo inglés a pesar de
los 500 años transcurridos desde entonces? Lo que hace que siga siendo inglés
es la gramática como estructura formal, que permite crear las palabras y dar
forma a los conocimientos nuevos, lo que permite que se actualice el
diccionario con el paso del tiempo. Así mismo, la educación superior tiene que
ver con la adquisición de las gramáticas de las disciplinas, lo que permite ser
competente no sólo en su aprendizaje, conservación y transmisión
(profesionalización) sino en su innovación (investigación).
Ese aprendizaje es el que se
les niega cada vez más a quienes se les vende un título sin necesidad de
estudiar, para que crean que se democratiza la educación superior. Pero sobre
todo, se les niega dicha posibilidad porque, a diferencia de la cultura
cotidiana, técnica, mediática, etc., esta cultura académica tiene que ser enseñada.
Así que necesita los profesores.
Pero, por otro lado, no se
crea que quienes se esfuerzan en estudiar y aprender la cultura académica, en
aprender el habitus investigativo y tienen capacidades para ello, van
a tener acceso a las posiciones de poder. Este no depende del conocimiento sino
de la estructura social, pues no van a llegar a ser ministros quienes más sepan
sino quienes defienden los intereses de los que ya tienen el poder. Para los
egresados de la universidad de los Andes que llegan a los ministerios, esto no
es un punto de llegada, supuestamente por los méritos, sino un punto de
partida. Ya están predestinados a ser ministros antes de entrar a los Andes. Es
una herencia, no una adquisición. Ser pilo paga, sí, pero para quienes antes ya
han podido pagar.
O sea que si antes teníamos
condiciones de partida desiguales en la familia y en la situación social, las
cuales se podía aspirar a revertir individualmente, por lo menos en la
narrativa liberal, mediante una formación superior más o menos correspondiente
a los cánones profesionales, ahora las condiciones desiguales en vez de
revertirse se refuerzan con una educación superior ficticia, virtual, para los
marginados social, económica y geográficamente, muchas veces pagada por el
Estado (las familias adineradas no suelen pagar universidades de garaje) y que
entrega títulos basura.
Si antes la condición social
no permitía el acceso a posiciones de poder aunque fuera con los mismos méritos
académicos, ahora la exclusión de dichas posiciones se reforzará argumentando
la incapacidad y la mala calidad de la formación profesional. ¿No está esta
garantizada de antemano? “Ya son 287 instituciones de educación superior las
que se están moviendo hacia el lado virtual”, dice el invitado de El
Espectador, convencido tal vez desde su ignorancia de que eso es una
‘innovación’. O sea que con ello estamos asistiendo no sólo a la reproducción
simple de la estructura social en la educación superior sino a la reproducción
ampliada de la misma; como se sabe, en la metáfora de El Capital, esta última
siempre favorece la redistribución del valor en favor del Capital.
[1] Fernando
Laverde, rector de la Fundación Universitaria del Área Andina. El Espectador,
agosto 31 de 2015, p. 40.
[2] RAE 23ª
edición
[3] Hederich,
Christian (2015) “Las expectativas frustradas de la educación virtual:
¿Cuestión de estilo cognitivo?” En Camargo, A. Educación y tecnologías de
la información y la comunicación. Bogotá, Fondo Editorial UPN, pp. 20-21.
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