José Joaquín Brunner |
El diario El Espectador reportó recientemente (mayo 15 de
2013) «El fracaso de la educación pública en América Latina». Se trata de una charla
con el chileno José Joaquín Brunner Ried [1], de
quien se dice en el pie de foto que es «una autoridad mundial en educación y en
investigación en este campo». Pero no basta con este criterio de autoridad
—literalmente—, sino que se lo refuerza, planteando que el sociólogo fue ministro
de Estado de Chile. Y no es que no sea reconocido en el difuso “campo educativo”
—donde caben desde los vigilantes de los colegios hasta los ministros de
educación—, sino que el reconocimiento no es un criterio a favor de lo que
alguien dice. Incluso vemos que —al menos en Colombia— cierto reconocimiento se
gana gracias a decir, con tono académico, lo que los impulsadores de la política educativa quieren oír.
Pues bien, el diario aplica un calificativo consecuente con esta vía de
reconocimiento: «Brunner es una especie de celebridad mundial en el sector
educativo». Fiel a lo que la prensa busca, ya lo tenemos al lado de otras
celebridades como Shakira, que se pasó las piernas detrás de la cabeza sin
ningún esfuerzo, o como Falcao, que fue vendido al Nápoles por cerca de 45
millones de euros. Celebridades. Y no hablamos de las piruetas de Shakira por
hacer listas caóticas —género relevado por Borges—, sino para poder introducir la
siguiente observación que se hace de Brunner en el reportaje: «Cada paso del
chileno es cuidado por dos mujeres que “le hablan al oído”. Se preocupan porque
tenga su café en la mesa a tiempo, y porque por lo menos coma fruta y queso al
desayuno». Queso y fruta al desayuno… quizá esto tenga algún secreto educativo
que es necesario descifrar.
Y su paso por Colombia fue también para recrear esta imagen
de acontecimiento social (no investigativo, digamos de paso): estaba invitado
por la Universidad del Rosario para celebrar el día del profesor con una
conferencia ante “decenas de profesores” (las cifras, recordémoslo, así sean
imprecisas, deben adobar el contexto social). Y, según el periódico (que quede
claro: no nos referimos a Brunner, sino al personaje de la mini-telenovela creada
por el periódico), nuestro autor habló «Sobre la brecha insuperable que existe
hoy entre los viejos y los más jóvenes, porque los primeros defienden una
metodología que “va a desaparecer” arrasada por el mundo digital». Acá no hay
posturas, acá no han concepción sobre la educación… acá lo que vemos es el
arrasador e indiscutible progreso del “mundo digital”, frente al cual se
constituye un drama: los tontos que no ven, y no es raro que sean los viejos,
pues ser viejo ahora es carecer de un valor; y los que sí se dieron cuenta de que
hay que plegarse a esa corriente avasallante para sobrevivir, y no es raro que
sean los jóvenes —buenos per se—, a
quienes se les asigna la densidad cero de dejarse arrastrar por la
corriente, independientemente de hacia dónde los lleve. Todo un drama.
Y se narra como tal: «Se paró frente a decenas de académicos
para contarles que en Colombia sólo el 4,8% de los maestros contaba con un
doctorado para 2010 y que entre 2005 y 2010 la planta de maestros
universitarios creció solo en 4.672 docentes, al pasar de 97.880 a 102.552». Si
eso se dijera, simplemente, no habría narrativa; es necesario que el personaje se pare frente a decenas de
académicos para contarles (sobre unos datos a los que nadie más parece tener acceso). Si lo mismo se dijera sentado, tal vez otra sería la
historia. ¡Pero lo dijo —o, mejor: lo contó— parado!... ¡alguien cuyos pasos tienen
que ser escoltados por dos mujeres!
Luego de la charla, fue entrevistado por El Espectador. El
periodista le dice: «Sus teorías llevan a pensar que el postulado “pueblo
pobre, pueblo mal educado” es nuestra irremediable realidad». Y Brunner
responde:
«Los niños de hogares de menores
ingresos están recibiendo una educación realmente deficitaria. Lo más grave es
que las competencias más importantes para aprender autónomamente a lo largo de
la vida están siendo mal formadas en esta etapa. La comprensión lectora y el
manejo numérico y de razonamiento, que es lo que el colegio debería estar
formando en el plano cognitivo, son muy débiles».
Ahora ya sabemos por qué es una celebridad: ¡porque repite
lo que dicen los medios de comunicación! No se necesita ser un investigador
(aunque Brunner innegablemente lo es) para articular ese discurso. Se puede
buscar esa misma respuesta —palabras más, palabras menos— en noticias
periodísticas sobre los resultados de las evaluaciones masivas [haga click aquí para ver la reflexión que se hace al respecto en nuestra anterior entrega]. ¿No es acaso evidente
que los niños de hogares de menores ingresos (eufemismo por pobres) reciben una educación deficitaria?
¿No es eso parte de lo que constituye la pobreza? Los niños “de hogares de mayores
ingresos” no reciben la educación que
brinda el Estado, sino que compran la
educación que juzgan adecuada a su nivel económico y cultural. Y para
completar, el reporte de evidencias que cualquiera puede recoger está adornado
con las palabras de moda en la política educativa: “las competencias más
importantes para aprender autónomamente a lo largo de la vida están siendo mal
formadas en esta etapa”. Las competencias… Ahora resulta que la educación para
pobres es deficitaria porque no “forma” las competencias; antes era porque no
daba los conocimientos necesarios… igual: deficitaria. Lo curioso es que se
espera un aprendizaje autónomo “a lo largo de la vida”… salvo en este período.
Qué raro: las personas devienen autónomas sólo cuando la educación les forma
las competencias mediante las cuales la educación se libera de su responsabilidad,
pues con semejante herramienta de ahí en adelante, por toda la vida, los
sujetos aprenderán autónomamente. Y la prueba de estas verdades de Perogrullo
está en las estadísticas, en las evaluaciones masivas, que son las que
permiten hacer afirmaciones como aquella con la cual se cierra la primera
respuesta del entrevistado: la lectura y las matemáticas son muy débiles (léase: tienen bajos puntajes). Cosa que sabe cualquiera, sin haber sido ministro de
Estado y sin leer resultados de pruebas masivas.
El periodista, que va a la zaga de las respuestas, pregunta:
«¿El que está fallando entonces es el Estado, que tiene en sus manos la
educación básica de las poblaciones más vulnerables?». Blanco es, gallina lo
pone. Y el entrevistado le agrega vistosidad a la respuesta afirmativa: pero es
un fracaso de todos los Estados de América Latina, a lo largo del siglo XX, independientemente de
su color. Y si todos los Estados “fracasan”, ¿no será que se trata de un logro,
si entendemos de otra manera su función? ¿O es que la educación se sustrae a
las funciones que el Estado efectivamente cumple (no a las que supuestamente está
llamado a cumplir)? Viene un dato histórico: los países europeos sí lo hicieron
bien… no se dice qué interés habría en esa posibilidad (que por ahora pondremos
en remojo) sino que ese contraste supuestamente explica que el Estado está por
encima de las clases: “una educación de alta e igual calidad para todos, independientemente
de si eran hijos de obreros o de empresarios”. No es una teoría del Estado,
como la que afirma que se trata de una herramienta para hacer existir la
desigualdad, sino una propaganda desde el Estado ideal que ahora, entre
todos, podemos construir para América Latina… ahora que las estadísticas nos
hicieron ver la luz.
Conocedor de lo local, pero indiferente a lo que le están
diciendo, el periodista pregunta si es una salida la propuesta de la Secretaría
Distrital de Educación: que las universidades públicas tengan unos cupos
obligatorios para los estudiantes que vienen de colegios públicos. Brunner
hablaba de la formación básica y el periodista lo interroga por la formación
universitaria (la cual, si hemos de hacer caso a la celebridad, es un
período donde ya los muchachos tendrían que estar aprendiendo autónomamente). Pero el entrevistado
muerde la carnada (o quizá no quiere hacer quedar mal al periodista… aunque, como
ya había dicho que el nivel de comprensión en nuestros países es bajo, no
sería un asunto de ese periodista… en fin) y responde que la medida aludida
ayuda, pero que, además, hay que “organizar su pedagogía para ayudarles a estos
alumnos […] tienen que tener clases especiales y compensatorias, tutores
individuales”. ¡Una educación compensatoria! ¡Qué claridad! ¡Qué caridad! La diferencia social,
en la que el Estado y la educación nada tendrían que ver, produce un déficit cognitivo
compensable por la pedagogía. Que no digan después los pobres que no se ocupan
de ellos.
Con todo, no se sabe quién está en capacidad de hacer tales
ajustes pedagógicos que corrigen lo social, pues, según argumenta el periodista ante
nuestro personaje (parece que tomó notas durante la conmemoración), él habría
afirmado «que los profesores no saben cuáles son las formas de aprendizaje para
los jóvenes entre los 18 y los 25 años, que no saben cómo aprenden sus mentes».
Responde que es necesario enseñarles a los profesores universitarios “el arte
de enseñar la profesión”, tal como se hace con los de básica. ¡Volvimos a la
idea de que la docencia es un arte! Está bien, mientras no se trate de “arte moderno”,
como creemos, pues Brunner afirma que “Estamos aprendiendo a enseñarles a
nuestros profesores a enseñar”. Sólo nos queda una duda: ¿quién está en
capacidad de enseñar eso, si los candidatos a hacerlo fueron producto de una educación en la que eso
faltaba? Y si se puede, pese a todo, aprender algo por fuera de los planes (por ejemplo: que no conocemos cómo aprenden las mentes de los jóvenes), pues
toda la argumentación se viene abajo, pues presupone un sujeto distinto al que
ha venido configurando.
Pregunta el periodista si ha decaído el estatus o el valor de la profesión de educador. Y nuestro personaje
responde que no se trata de caída, sino de diferencia. Pero explica la
diferencia en una escala vertical (o sea, se contradice): los maestros de antes
eran “genios absolutos”, hoy se doctoran a los 35 años. Los de hoy fueron a Europa
y a Estados Unidos, mientras que los de antes no salieron; los viejos no escribieron
para una revista internacional; antaño, la disciplina era menos dinámica y menos
poblada de conocimiento, hoy el conocimiento no se detiene. Uno por uno, estos “argumentos”
son superficiales y falaces, aunque estén aludiendo (o eludiendo) a asuntos
interesantes: a) lo de que ya no hay genios, le sigue el juego a la supuesta licuefacción
(Z. Bauman) del saber y de la autoridad (no decimos de la impostura y del
autoritarismo, que bien tienen merecido todo el palo que se les dé), que sólo
conduce a la superficialidad y la grosería. b) Por supuesto que salir es una
gran cosa, pero entonces Kant, que no se movió durante toda su vida, ¿es por
ello un mal filósofo?, ¿y por haber ido a Alemania es buen filósofo un joven de
35? c) publicar en una revista internacional, a sabiendas de que se trata de la
cienciometría y de la lógica propia del campo intelectual que denunciara Bourdieu, ¿es de por sí algo mejor que lo de
antaño? d) Y la idea de que antes la disciplina era menos dinámica es una
afirmación epistemológicamente insostenible… ¿cuándo se ha detenido conocimiento?,
¿es una idea aplicable al conocimiento?
En esa misma dirección de valorar lo nuevo, de presuponer un
desarrollo, de auntentificar, sin más, lo que ocurre con los “nuevos lenguajes”
y con la “era digital”, se da la última respuesta, según la cual, estamos ante otra
cultura, ante otros valores. Por efecto de cambios cuya especificidad no se
establece (¿hasta dónde son estructurales?), sino que se exalta su fuerza arrolladora (no importa hacia dónde
empuje), se señala que cierta forma de ejercer la profesión queda conceptual,
tecnológica y culturalmente “superada”. El mismo criterio con el que se propagandea
la impresora que saca dos páginas más por minuto que el modelo anterior. El asunto
del saber, que tiene que ver con la inteligibilidad (y sabemos el rol que ahí
tiene el texto, en soporte digital o de papel), ahora se reduce a los asuntos de la sensibilidad (y sabemos el
rol que ahí tiene la imagen).
[1] http://www.elespectador.com/noticias/actualidad/vivir/articulo-422239-el-fracaso-de-educacion-publica-america-latina
[1] http://www.elespectador.com/noticias/actualidad/vivir/articulo-422239-el-fracaso-de-educacion-publica-america-latina
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