Profesor
Asociado, Departamento de Posgrado, Universidad Pedagógica Nacional
Licenciado
en Ciencias Sociales y Magister en Comunicación Educativa por la
Universidad
Tecnológica de Pereira.
Doctor
en Educación por el Doctorado Interinstitucional en Educación,
Universidad
Pedagógica Nacional, Universidad Distrital “Francisco José de Caldas” y
Universidad del Valle.
Resumen
El artículo establece una relación entre la autonomía y la
calidad de la educación superior, recordando que la primera es la condición de
la segunda, pero no la garantía. Se muestra cómo la autonomía ha tenido por lo
menos tres momentos: frente a la Iglesia, frente al Estado y frente al Capital.
Se concluye que cuando deja de existir la autonomía en cualquiera de estas
relaciones se pierde la calidad puesto que se evalúa la educación superior con
criterios extra-académicos.
Palabras clave
Educación superior, Autonomía universitaria, Calidad
académica.
Introducción
Este
artículo tiene la intención de
cuestionar una falacia: aquella de medir la calidad de la educación superior por
parámetros absolutamente ajenos a la naturaleza de la institución educativa, ya
sea por sus efectos, por el desempeño de los egresados o por los intereses de
los mismos. Y si no se mide la calidad de esta manera, ¿cómo medirla entonces?
Pues por parámetros internos. Aquí entra en juego un elemento nuevo: la
autonomía. Esto es, el reconocimiento de
que hay verdades distintas a las verdades políticas, morales y religiosas y que
éstas son las verdades científicas y artísticas. Recordemos que es la
separación entre ciencia, moralidad y arte la que permitió erigir las sociedades modernas.
La
Universidad es la institución que hereda una tradición de ritos de iniciación y
de paso, basados en la adquisición de un conocimiento hasta cierto punto
esotérico (para iniciados) que llamamos conocimiento
académico, cuya adquisición requiere especialización y escalas conducentes
a grados y a títulos.
En
consecuencia hay una relación entre
autonomía y calidad de la educación superior. La calidad comienza a ser un
correlato de la autonomía. Pero si la autonomía es una condición de la calidad,
ella misma no es todavía la calidad: ésta viene cuando la autonomía se utiliza
para privilegiar los asuntos académicos por encima de los administrativos,
políticos, económicos, etc. En otros términos, cuando lo académico tiene
prioridad sobre lo extra-académico.
La autonomía
frente a la Iglesia
He aquí la primera paradoja. La lucha por la
calidad de la educación superior en Colombia nace como una lucha contra la
autonomía. Claro, es una lucha contra la autonomía frente al Estado, pero por
la autonomía frente a la Iglesia. La educación superior en Colombia tiene un
pecado original: la ausencia de la Universidad pública o su debilidad frente a
la universidad privada, especialmente la que regenta la Iglesia
Un
pasaje de la historia puede ilustrarnos tal situación: En 1774, a casi 250 años
de formulada la teoría copernicana, Mutis fue invitado a una sustentación de
Tesis en la Universidad Tomista, en cuya invitación se decía:
El sistema copernicano en forma
de tesis es inaceptable para cualquier católico, teniendo en cuenta la
revelación contenida en las Sagradas Escrituras; es más inaceptable aún si se
considera la prohibición de la Santa Inquisición, porque los astrónomos tienen
que explicar los fenómenos celestes por otros caminos. Defenderán (estas tesis)
en esta Universidad Tomista, el primero de julio del año del Señor de 1774
(Mutis, 1982, p. 147).
Mutis
entendió las alusiones a la Sagrada Escritura y a la Santa Inquisición como una
amenaza. Obviamente no era lo mismo discutir con otro filósofo que con el Dios
que habla por las Escrituras; no era lo mismo enfrentarse a un contradictor en
calidad de opositor, o en todo caso de cuestionador del conocimiento, que a
alguien que tiene la autoridad para mandarte a la hoguera. Se queja entonces ante
el Virrey aduciendo que si el objetivo, como dicen los padres tomistas, no era
otro que, “el de
instruir a la juventud en los rudimentos, así teológicos como filosóficos y
astrológicos (astronómicos, debería decir…) podría lograrse defendiendo algún
sistema opuesto al copernicano sin herirle con la nota de herético, condenado y
opuesto a la Sagrada Escritura y sin ponerme por blanco y objeto de su censura…”
(p.152).
Mutis
esgrime un argumento de autoridad diciendo que tanto el Rey Carlos III, como el
Supremo Consejo en el nuevo “arreglo de
Estudios ha mandado que se lean en las Universidades el Newton, el Volffio y el
Mushenbrock, autores que asertivamente defienden el Sistema Copernicano”. Y
contraataca diciendo que lo que pretenden los padres tomistas es crear temor
frente a las nuevas teorías para mantener “el
predominio que hasta ahora muchos han disfrutado en la enseñanza con detrimento de las ciencias” (p. 154).
Y
es que en efecto lo que viene caminando es la Reforma de Carlos III en España.
Pero más que en España, existía en la Nueva Granada un triunvirato compuesto
por Mutis, con su apego al conocimiento científico, Moreno y Escandón y su
interés por la Reforma Educativa y el Virrey Guirior y su afán por introducir
en esta colonia las ideas de progreso material del monarca español.
En
efecto, en su Método Provisional…
Moreno y Escandón (1995, pp. 63-64), que había sido el encargado por el Virrey
para ejecutar la orden de expulsión de los Jesuitas, escribía:
En esta capital tiene la sagrada
religión de predicadores en su convento de Santo Domingo, facultad de conferir
grados hasta el de doctor, a cuyo permiso se le da el nombre de universidad y
para ello la misma Religión nombra por rector a uno de sus individuos; y los
religiosos lectores del mismo convento; con los que se forma este cuerpo,
gobernado sin la menor intervención de los doctores y graduados por sola
voluntad del convento y sus individuos que califican los documentos de los
pretendientes para comprobación de cursos; perciben el precio de los grados y
propinas de argumentos que distribuyen entre sí [… ].
Esta
advertencia significa adentrarse en dos cotos de autonomía de alta sensibilidad para los dominicos: introducir la
vigilancia académica y la vigilancia financiera. Esto no es una inferencia,
sino lo que viene al final de su Memoria…:
La regalía que el convento de
Santo Domingo de esta capital disfruta de conferir grados, no comprende la de
disponer a su arbitrio de todo lo concerniente a estudios y providenciar sobre
los requisitos de su colocación y modo de verificarlo; ni tampoco excluye la
facultades nativas del gobierno, a quien incumbe, como asunto público, en que
se interesa la felicidad del Reino, prescribir las reglas oportunas para formalizar la
enseñanza como en España se ha ejecutado en sus universidades (Moreno y
Escandón, 1995, p.87).
El
Virrey, por su parte, había enviado días antes, en junio, una relación de mando
al Rey en la que decía explícitamente que con el conocimiento
de los esmeros con que vuestro
sabio monarca y su gobierno se han dedicado a establecer acertados métodos en
las enseñanzas, procuré también instruirme del estado que tenían en este Reino,
para contribuir por mi parte a tan gloriosa empresa, de erigir Universidad pública y estudios generales, por no desmerecer
este Reino, la gloria que disfrutan los de Lima y México […] (Ortiz, 2003, pp.
36-37).
Según
el Virrey, aunque la Corte conoce la solicitud, “se dilata la resolución por las contradicciones que hace el convento de
Santo Domingo de esta ciudad, como que en la actualidad goza de la facultad de
dar grados” (p.37). O sea que las acusaciones contra Mutis no tenían que
ver con argumentos teológicos, sino, según Ortiz, con ganar tiempo ante la
Corte de Madrid para que se retrasara el Plan de Moreno y Escandón e impedir la
vigilancia sobre sus procedimientos y cobros, pues con ella perdían, no sólo un
privilegio de 300 años, sino la renta que significaba otorgar un promedio de 50
títulos por año, si tenemos en cuenta que la Universidad Tomística otorgó 2079
grados en 40 años entre 1768 y 1808 (Ortiz, 2003, p. 103).
Así
que el primer intento de Universidad nace contra la autonomía de la Iglesia.
Pero sobre todo es ilustrativo que la autonomía
se utilice aquí para defender principios morales e intereses políticos y
económicos contra el conocimiento.
La autonomía
frente al Estado
A
partir del Decreto Orgánico de la Universidad Nacional del 13 de enero de 1868
se empieza a reorientar la educación pública universitaria. La Universidad
Nacional se concibe como la cima de la pirámide educativa. Sin embargo, se pone
bajo la Dirección del Secretario del Interior y de Exteriores, que además tiene
las funciones de Dirección de la Instrucción Pública, a cuya autoridad está
sometido el Rector de la Universidad. Su primer Rector, Manuel Ancízar,
denunció durante el primer año, el poco interés del gobierno de la Federación,
“para aportar los recursos necesarios
para impulsar la escuela de artes y oficios, la escuela de ciencias naturales y
la escuela de ingeniería, que fueron concebidas como soporte principal para
desarrollar en ese momento la ciencia y la tecnología” (González, 2005, p.
112). Este ideal positivista e ilustrado tampoco está pues en las prioridades
del gobierno radical, hasta el punto de que el rector Ancízar, en su informe de
enero de 1869, llega a sostener que: “Tal
como está existiendo, a medias, es inútil; impotente para generalizar el bien,
petrificada al nacer, mezquina en proporciones, parecida a las universidades
españolas que no son sino costosas máquinas de diplomas para ergotistas. Si
hubiera de continuar así mejor sería suprimirla desde luego” (citado por
González, 2005, pp. 111-112). Este tiene que ser un golpe para sus
copartidarios radicales, pues los está comparando nada menos que con el
proyecto hispanizante de los conservadores de quienes quieren diferenciarse.
Pero
en lo que más se empezaron a parecer los radicales a los conservadores fue en
su proyecto de imponer por decreto algunos textos universitarios, especialmente
los de De Tracy y Bentham, impuestos por acuerdo del Senado. Ante esto, el
rector Ancízar presenta su renuncia, aduciendo falta de confianza en el encargo
que se la ha hecho, pero sobre todo denunciado la intención política en la
instrucción “en detrimento de los
resultados de la ciencia” (la misma acusación de Mutis a los Tomistas),
pues estos textos se consideran anticuados para algunos y discutibles para
otros. Como corresponde a una entidad académica, la Rectoría nombró una
comisión integrada por tres académicos para que conceptuaran sobre algunos
textos en discusión: Miguel Antonio Caro, profesor de latín y griego, Francisco
Enrique Álvarez, profesor de Filosofía y el mismo Manuel Ancízar.
De estos conceptos sólo el de
Álvarez apoyó de manera resuelta, aunque sin exhibir sus argumentos, la
adopción de los textos en cuestión… M.A. Caro elaboró una frondosa
argumentación de tipo doctrinario, en la que se empeñó en demostrar la
incompatibilidad del sensualismo y el utilitarismo con la doctrina católica.
Manuel Ancízar se encargó de poner en evidencia el carácter obsoleto de los
principales argumentos de Destutt de Tracy acerca del origen de las sensaciones
tomando como referencia los avances de la fisiología experimental (González,
2005, p. 114).
La
dramaturgia del profesor González nos presenta la situación como un antagonismo
entre, por un lado, un dogmático liberal que no presenta argumentos y un
dogmático conservador que sólo presenta argumentos religiosos, y por otro lado,
un académico que presenta argumentos científicos. Sin embargo, la situación, a
juzgar por el trabajo de Saldarriaga (2005), es un poco más compleja, pues,
según este autor, los argumentos de Caro lo acercan más a una posición
académica, aunque opuesta a la de Ancízar, que a la dogmática liberal.
En
todo caso lo que está aquí planteado es el problema de la autonomía de la Universidad
como institución y del conocimiento como otro tipo de verdad distinta a la
doctrina política y religiosa. En esto no hay conciliación posible, pues
mientras Ancízar es acusado de ecléctico, por no ser dogmático, los políticos
radicales reclaman su botín como lo hacía un senador radical:
…si hemos fundado la universidad
es para enseñar liberalismo, es para formar liberales. Nada de eclecticismos:
Balmes y Bentham no pueden darse la mano en los claustros universitarios. Eso
de eclecticismos es un absurdo, es ridículo: mientras el partido liberal esté
en el poder debe enseñarse liberalismo; así lo pide la honradez política; si
creemos de buena fe que el liberalismo es lo que conviene al país, eso es lo
que debemos enseñar a la juventud (citado por González, 2005, p. 121).
O
sea que tampoco por el lado de las corrientes presumiblemente ilustradas como
los liberales radicales se veía un interés por instalar la Ilustración en el
centro de las preocupaciones del Estado. Aquí la calidad se sitúa del lado de la
autonomía pero frente al Estado.
La autonomía
frente al Capital
¿Cuál es la
situación de la autonomía universitaria hoy? ¿Ante qué poder externo nos
encontramos? Nada menos que ante el poder de las grandes empresas que exigen de
la universidad profesionales funcionales al mercado de trabajo. Según el ex
director del Sena, “el 90% del sistema universitario tiene 50 años de atraso… en entenderse
con los empresarios. Porque la educación tiene
que ser una respuesta flexible a las necesidades de cada empresa. Pero a la
universidad eso no le importa” (Montoya, 2010, p. 3, resaltado agregado). Para eso, el modelo o el parámetro de
medición es el Sena. Y no es que
la formación técnica no sea una opción, sino que lo que pretende la empresa
privada es que sea un sustituto de la formación universitaria. Esto se expresa
en una frase contundente: “Le voy a decir qué es calidad de
educación para un individuo como yo, de 55 años. Es cuando lo que aprendo sé
para qué sirve. [El maestro] no puede pretender que un niño que se muere de
hambre o ya es sicario, lo pueda sentar a aprender logaritmos que no le sirve
para nada” (Montoya, 2010, p. 1). Siguiendo esta idea se podría decir
entonces que ‘el sicario’ ya tiene una educación de calidad.
Y
esto no es todo; también exigen emprendedores en vez de trabajadores. “El Sena tiene dos indicadores fundamentales: la empleabilidad y el
emprendimiento. Según un estudio que contratamos con Fedesarrollo, la
posibilidad de que un egresado del Sena consiga empleo, de mejor calidad y
mejor pago que el de otra institución, es del 9 al 20% [...] Por otra parte,
los egresados del Sena están enfocados en tener su propia empresa” (Montoya, 2010, p. 3). Pero la condición de emprendedor no es
una condición cognitiva sino socio-económica, es decir, es una herencia social
y familiar que nace de la posesión de un capital, de unas relaciones sociales,
de la cercanía al poder, de un hábito, en fin, de una condición de clase, que
no depende de si se es mejor académico o profesional. Sin embargo, ellos no
están pensando en crearles competencia a los grandes empresarios sino en algo
más modesto: “Colombia va a tener que entender
que el empleo va de la mano algo que yo tengo clarísimo y es una política de
creación y fortalecimiento de proveedores a partir de pequeña y mediana empresa” (Montoya, 2010, p. 3). Están pensando en trabajadores atados a grandes
empresas, sometidos a ellas, pero sin contrato laboral. Aquí la calidad depende
de la autonomía frente al capital que no sólo nos quiere imponer los objetos de
conocimiento sino también los resultados.
Conclusión
¿Cuál
es la diferencia entre el dogmatismo católico, reinstalado por los
conservadores en el período de la Regeneración, el dogmatismo liberal y el
dogmatismo empresarial? En términos cognitivos, no hay ninguna diferencia, pues
en todos los casos se está juzgando a la Universidad desde parámetros distintos
al conocimiento, desde parámetros externos, desde parámetros morales, no
lógicos ni epistemológicos. En consecuencia, se busca, no el conocimiento, sino
la formación de buenos cristianos, buenos liberales, buenos emprendedores –y,
en el extremo, buenos revolucionarios−. ¿Y qué diferencia a los buenos
cristianos de los buenos liberales, de los buenos revolucionarios y de los
buenos emprendedores? En términos epistémicos, nada, por lo menos en el sentido
utilitarista que los poderes les dan a estos sujetos, es decir, que obedezcan
los cánones de lo que está prescrito para cada uno. Eso sin hablar de los
intereses inconfesados que a veces se esconden detrás de la rigidez moral.
La
escolástica parece ser el sello distintivo de la academia colombiana, pues con
mucha frecuencia termina imponiéndose como conocimiento el “deber ser” moral
sobre el ser científico. Así que la autonomía académica frente al poder de la
Iglesia (la moral), frente al poder del Estado (la política) y frente al poder
del capital (las competencias laborales) es el primer paso para aspirar a una
educación superior de calidad.
Bibliografía
Borrero, Alfonso (2003). La universidad: estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias:
historia universitaria: la universidad en América, Asia y África. Bogotá: Puj.
González, Jorge Enrique (2005). Cultura y legitimidad. Educación, cultura y
política en los Estados Unidos de Colombia, 1863-1886. Bogotá:
CES-Universidad Nacional.
Martínez-Chavanz, Regino et al. (1993). Historia social de la ciencia en Colombia.
Tomo VI. Física y Química. Bogotá:
Colciencias.
Montoya, Darío
(2010). “Las universidades de Colombia son obsoletas”. Entrevista.
Ricardo Gutiérrez Zapata/Pablo Correa, El Espectador, 21 Oct 2010. [En línea]
disponible en: http://www.elespectador.com/impreso/vivir/articuloimpreso-230869-universidades-de-colombia-son-obsoletas-dario-montoya,
recuperado, 2012-02-17.
Moreno y Escandón, F. A. (1995 [1774]). “Método
Provisional de Estudios de Santa Fe de Bogotá para los Colegios”. En: Pensamiento Pedagógico de los grandes
educadores del Convenio…”. Bogotá: Convenio
Andrés Bello, tomo I, pp. 63-88.
Mutis, José Celestino (1982). “Plan Provisional para la Enseñanza de
las Matemática, 1887”. En: Hernández de
Alba, Guillermo. Pensamiento
Científico y Filosófico de J. C. Mutis. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero,
pp. 117-124.
Ortiz R., Álvaro P. (2003). Reformas borbónicas. Mutis catedrático, discípulos y corrientes
ilustradas 1750-1816. Bogotá: Universidad del Rosario.
Restrepo, Gabriel (1993). “Elementos teóricos para
una historia social de la ciencia en Colombia”. En: Varios. Historia
social de la ciencia en Colombia. Tomo
I. Fundamentos teórico-metodológicos.
Bogota: Colciencias, pp. 87-123.
Saldarriaga, Oscar (2005). Miguel Antonio Caro: la modernidad del tradicionalismo. Episteme y
epistemología en Colombia, siglo XIX. Louvain-La Neuve.
Zuluaga, Olga L., Saldarriaga, O., Osorio, D., Echeverri,
A. y Zapata, V. (2004). “La instrucción pública en Colombia, 1819-1902: surgimiento y desarrollo
del sistema educativo”. En: Varios.
Génesis y desarrollo de los sistemas
educativos Iberoamericanos Siglo XIX. Bogotá: Magisterio, pp. 203-287.
No hay comentarios:
Publicar un comentario