martes, 13 de marzo de 2012

“Autonomía y calidad” en la educación superior



Ancízar Narváez Montoya
Profesor Asociado, Departamento de Posgrado, Universidad Pedagógica Nacional
Licenciado en Ciencias Sociales y Magister en Comunicación Educativa por la
Universidad Tecnológica de Pereira.
Doctor en Educación por el Doctorado Interinstitucional en Educación,
Universidad Pedagógica Nacional, Universidad Distrital “Francisco José de Caldas” y Universidad del Valle.

Resumen
El artículo  establece una relación entre la autonomía y la calidad de la educación superior, recordando que la primera es la condición de la segunda, pero no la garantía. Se muestra cómo la autonomía ha tenido por lo menos tres momentos: frente a la Iglesia, frente al Estado y frente al Capital. Se concluye que cuando deja de existir la autonomía en cualquiera de estas relaciones se pierde la calidad puesto que se evalúa la educación superior con criterios extra-académicos.

Palabras clave
Educación superior, Autonomía universitaria, Calidad académica.

Introducción

Este  artículo tiene la intención de cuestionar una falacia: aquella de medir la calidad de la educación superior por parámetros absolutamente ajenos a la naturaleza de la institución educativa, ya sea por sus efectos, por el desempeño de los egresados o por los intereses de los mismos. Y si no se mide la calidad de esta manera, ¿cómo medirla entonces? Pues por parámetros internos. Aquí entra en juego un elemento nuevo: la autonomía. Esto es,  el reconocimiento de que hay verdades distintas a las verdades políticas, morales y religiosas y que éstas son las verdades científicas y artísticas. Recordemos que es la separación entre ciencia, moralidad y arte la  que permitió erigir las sociedades modernas.

La Universidad es la institución que hereda una tradición de ritos de iniciación y de paso, basados en la adquisición de un conocimiento hasta cierto punto esotérico (para iniciados) que llamamos conocimiento académico, cuya adquisición requiere especialización y escalas conducentes a grados y a títulos.

En consecuencia  hay una relación entre autonomía y calidad de la educación superior. La calidad comienza a ser un correlato de la autonomía. Pero si la autonomía es una condición de la calidad, ella misma no es todavía la calidad: ésta viene cuando la autonomía se utiliza para privilegiar los asuntos académicos por encima de los administrativos, políticos, económicos, etc. En otros términos, cuando lo académico tiene prioridad sobre lo extra-académico.

La autonomía frente a la Iglesia

 He aquí la primera paradoja. La lucha por la calidad de la educación superior en Colombia nace como una lucha contra la autonomía. Claro, es una lucha contra la autonomía frente al Estado, pero por la autonomía frente a la Iglesia. La educación superior en Colombia tiene un pecado original: la ausencia de la Universidad pública o su debilidad frente a la universidad privada, especialmente la que regenta la Iglesia

Un pasaje de la historia puede ilustrarnos tal situación: En 1774, a casi 250 años de formulada la teoría copernicana, Mutis fue invitado a una sustentación de Tesis en la Universidad Tomista, en cuya invitación se decía:

El sistema copernicano en forma de tesis es inaceptable para cualquier católico, teniendo en cuenta la revelación contenida en las Sagradas Escrituras; es más inaceptable aún si se considera la prohibición de la Santa Inquisición, porque los astrónomos tienen que explicar los fenómenos celestes por otros caminos. Defenderán (estas tesis) en esta Universidad Tomista, el primero de julio del año del Señor de 1774 (Mutis, 1982, p. 147).

Mutis entendió las alusiones a la Sagrada Escritura y a la Santa Inquisición como una amenaza. Obviamente no era lo mismo discutir con otro filósofo que con el Dios que habla por las Escrituras; no era lo mismo enfrentarse a un contradictor en calidad de opositor, o en todo caso de cuestionador del conocimiento, que a alguien que tiene la autoridad para mandarte a la hoguera. Se queja entonces ante el Virrey aduciendo que si el objetivo, como dicen los padres tomistas, no era otro que, “el de instruir a la juventud en los rudimentos, así teológicos como filosóficos y astrológicos (astronómicos, debería decir…) podría lograrse defendiendo algún sistema opuesto al copernicano sin herirle con la nota de herético, condenado y opuesto a la Sagrada Escritura y sin ponerme por blanco y objeto de su censura…” (p.152).

Mutis esgrime un argumento de autoridad diciendo que tanto el Rey Carlos III, como el Supremo Consejo en el nuevo “arreglo de Estudios ha mandado que se lean en las Universidades el Newton, el Volffio y el Mushenbrock, autores que asertivamente defienden el Sistema Copernicano”. Y contraataca diciendo que lo que pretenden los padres tomistas es crear temor frente a las nuevas teorías para mantener “el predominio que hasta ahora muchos han disfrutado en la enseñanza con detrimento de las ciencias” (p. 154).

Y es que en efecto lo que viene caminando es la Reforma de Carlos III en España. Pero más que en España, existía en la Nueva Granada un triunvirato compuesto por Mutis, con su apego al conocimiento científico, Moreno y Escandón y su interés por la Reforma Educativa y el Virrey Guirior y su afán por introducir en esta colonia las ideas de progreso material del monarca español.

En efecto, en su Método Provisional… Moreno y Escandón (1995, pp. 63-64), que había sido el encargado por el Virrey para ejecutar la orden de expulsión de los Jesuitas, escribía:

En esta capital tiene la sagrada religión de predicadores en su convento de Santo Domingo, facultad de conferir grados hasta el de doctor, a cuyo permiso se le da el nombre de universidad y para ello la misma Religión nombra por rector a uno de sus individuos; y los religiosos lectores del mismo convento; con los que se forma este cuerpo, gobernado sin la menor intervención de los doctores y graduados por sola voluntad del convento y sus individuos que califican los documentos de los pretendientes para comprobación de cursos; perciben el precio de los grados y propinas de argumentos que distribuyen entre sí [… ].

Esta advertencia significa adentrarse en dos cotos de autonomía de alta sensibilidad para los dominicos: introducir la vigilancia académica y la vigilancia financiera. Esto no es una inferencia, sino lo que viene al final de su Memoria…:

La regalía que el convento de Santo Domingo de esta capital disfruta de conferir grados, no comprende la de disponer a su arbitrio de todo lo concerniente a estudios y providenciar sobre los requisitos de su colocación y modo de verificarlo; ni tampoco excluye la facultades nativas del gobierno, a quien incumbe, como asunto público, en que se interesa la felicidad del Reino, prescribir las reglas oportunas para formalizar la enseñanza como en España se ha ejecutado en sus universidades (Moreno y Escandón, 1995, p.87).

El Virrey, por su parte, había enviado días antes, en junio, una relación de mando al Rey en la que decía explícitamente que con el conocimiento

de los esmeros con que vuestro sabio monarca y su gobierno se han dedicado a establecer acertados métodos en las enseñanzas, procuré también instruirme del estado que tenían en este Reino, para contribuir por mi parte a tan gloriosa empresa, de erigir Universidad pública y estudios generales, por no desmerecer este Reino, la gloria que disfrutan los de Lima y México […] (Ortiz, 2003, pp. 36-37).

Según el Virrey, aunque la Corte conoce la solicitud, “se dilata la resolución por las contradicciones que hace el convento de Santo Domingo de esta ciudad, como que en la actualidad goza de la facultad de dar grados” (p.37). O sea que las acusaciones contra Mutis no tenían que ver con argumentos teológicos, sino, según Ortiz, con ganar tiempo ante la Corte de Madrid para que se retrasara el Plan de Moreno y Escandón e impedir la vigilancia sobre sus procedimientos y cobros, pues con ella perdían, no sólo un privilegio de 300 años, sino la renta que significaba otorgar un promedio de 50 títulos por año, si tenemos en cuenta que la Universidad Tomística otorgó 2079 grados en 40 años entre 1768 y 1808 (Ortiz, 2003, p. 103).

Así que el primer intento de Universidad nace contra la autonomía de la Iglesia. Pero sobre todo es ilustrativo que la autonomía se utilice aquí para defender principios morales e intereses políticos y económicos contra el conocimiento.



La autonomía frente al Estado

A partir del Decreto Orgánico de la Universidad Nacional del 13 de enero de 1868 se empieza a reorientar la educación pública universitaria. La Universidad Nacional se concibe como la cima de la pirámide educativa. Sin embargo, se pone bajo la Dirección del Secretario del Interior y de Exteriores, que además tiene las funciones de Dirección de la Instrucción Pública, a cuya autoridad está sometido el Rector de la Universidad. Su primer Rector, Manuel Ancízar, denunció durante el primer año, el poco interés del gobierno de la Federación, “para aportar los recursos necesarios para impulsar la escuela de artes y oficios, la escuela de ciencias naturales y la escuela de ingeniería, que fueron concebidas como soporte principal para desarrollar en ese momento la ciencia y la tecnología” (González, 2005, p. 112). Este ideal positivista e ilustrado tampoco está pues en las prioridades del gobierno radical, hasta el punto de que el rector Ancízar, en su informe de enero de 1869, llega a sostener que: “Tal como está existiendo, a medias, es inútil; impotente para generalizar el bien, petrificada al nacer, mezquina en proporciones, parecida a las universidades españolas que no son sino costosas máquinas de diplomas para ergotistas. Si hubiera de continuar así mejor sería suprimirla desde luego” (citado por González, 2005, pp. 111-112). Este tiene que ser un golpe para sus copartidarios radicales, pues los está comparando nada menos que con el proyecto hispanizante de los conservadores de quienes quieren diferenciarse.

Pero en lo que más se empezaron a parecer los radicales a los conservadores fue en su proyecto de imponer por decreto algunos textos universitarios, especialmente los de De Tracy y Bentham, impuestos por acuerdo del Senado. Ante esto, el rector Ancízar presenta su renuncia, aduciendo falta de confianza en el encargo que se la ha hecho, pero sobre todo denunciado la intención política en la instrucción “en detrimento de los resultados de la ciencia” (la misma acusación de Mutis a los Tomistas), pues estos textos se consideran anticuados para algunos y discutibles para otros. Como corresponde a una entidad académica, la Rectoría nombró una comisión integrada por tres académicos para que conceptuaran sobre algunos textos en discusión: Miguel Antonio Caro, profesor de latín y griego, Francisco Enrique Álvarez, profesor de Filosofía y el mismo Manuel Ancízar.

De estos conceptos sólo el de Álvarez apoyó de manera resuelta, aunque sin exhibir sus argumentos, la adopción de los textos en cuestión… M.A. Caro elaboró una frondosa argumentación de tipo doctrinario, en la que se empeñó en demostrar la incompatibilidad del sensualismo y el utilitarismo con la doctrina católica. Manuel Ancízar se encargó de poner en evidencia el carácter obsoleto de los principales argumentos de Destutt de Tracy acerca del origen de las sensaciones tomando como referencia los avances de la fisiología experimental (González, 2005, p. 114).

La dramaturgia del profesor González nos presenta la situación como un antagonismo entre, por un lado, un dogmático liberal que no presenta argumentos y un dogmático conservador que sólo presenta argumentos religiosos, y por otro lado, un académico que presenta argumentos científicos. Sin embargo, la situación, a juzgar por el trabajo de Saldarriaga (2005), es un poco más compleja, pues, según este autor, los argumentos de Caro lo acercan más a una posición académica, aunque opuesta a la de Ancízar, que a la dogmática liberal.

En todo caso lo que está aquí planteado es el problema de la autonomía de la Universidad como institución y del conocimiento como otro tipo de verdad distinta a la doctrina política y religiosa. En esto no hay conciliación posible, pues mientras Ancízar es acusado de ecléctico, por no ser dogmático, los políticos radicales reclaman su botín como lo hacía un senador radical:

…si hemos fundado la universidad es para enseñar liberalismo, es para formar liberales. Nada de eclecticismos: Balmes y Bentham no pueden darse la mano en los claustros universitarios. Eso de eclecticismos es un absurdo, es ridículo: mientras el partido liberal esté en el poder debe enseñarse liberalismo; así lo pide la honradez política; si creemos de buena fe que el liberalismo es lo que conviene al país, eso es lo que debemos enseñar a la juventud (citado por González, 2005, p. 121).

O sea que tampoco por el lado de las corrientes presumiblemente ilustradas como los liberales radicales se veía un interés por instalar la Ilustración en el centro de las preocupaciones del Estado. Aquí la calidad se sitúa del lado de la autonomía pero frente al Estado.

La autonomía frente al Capital


¿Cuál es la situación de la autonomía universitaria hoy? ¿Ante qué poder externo nos encontramos? Nada menos que ante el poder de las grandes empresas que exigen de la universidad profesionales funcionales al mercado de trabajo. Según el ex director del Sena, “el 90% del sistema universitario tiene 50 años de atraso… en entenderse con los empresarios. Porque la educación tiene que ser una respuesta flexible a las necesidades de cada empresa. Pero a la universidad eso no le importa(Montoya, 2010, p. 3, resaltado agregado). Para eso, el modelo o el parámetro de medición es el Sena. Y no es que la formación técnica no sea una opción, sino que lo que pretende la empresa privada es que sea un sustituto de la formación universitaria. Esto se expresa en una frase contundente: “Le voy a decir qué es calidad de educación para un individuo como yo, de 55 años. Es cuando lo que aprendo sé para qué sirve. [El maestro] no puede pretender que un niño que se muere de hambre o ya es sicario, lo pueda sentar a aprender logaritmos que no le sirve para nada (Montoya, 2010, p. 1). Siguiendo esta idea se podría   decir entonces que ‘el sicario’ ya tiene una educación de calidad.

Y esto no es todo; también exigen emprendedores en vez de trabajadores. “El Sena tiene dos indicadores fundamentales: la empleabilidad y el emprendimiento. Según un estudio que contratamos con Fedesarrollo, la posibilidad de que un egresado del Sena consiga empleo, de mejor calidad y mejor pago que el de otra institución, es del 9 al 20% [...] Por otra parte, los egresados del Sena están enfocados en tener su propia empresa (Montoya, 2010, p. 3). Pero la condición de emprendedor no es una condición cognitiva sino socio-económica, es decir, es una herencia social y familiar que nace de la posesión de un capital, de unas relaciones sociales, de la cercanía al poder, de un hábito, en fin, de una condición de clase, que no depende de si se es mejor académico o profesional. Sin embargo, ellos no están pensando en crearles competencia a los grandes empresarios sino en algo más modesto: “Colombia va a tener que entender que el empleo va de la mano algo que yo tengo clarísimo y es una política de creación y fortalecimiento de proveedores a partir de pequeña y mediana empresa (Montoya, 2010, p. 3). Están pensando en trabajadores atados a grandes empresas, sometidos a ellas, pero sin contrato laboral. Aquí la calidad depende de la autonomía frente al capital que no sólo nos quiere imponer los objetos de conocimiento sino también los resultados.

Conclusión

¿Cuál es la diferencia entre el dogmatismo católico, reinstalado por los conservadores en el período de la Regeneración, el dogmatismo liberal y el dogmatismo empresarial? En términos cognitivos, no hay ninguna diferencia, pues en todos los casos se está juzgando a la Universidad desde parámetros distintos al conocimiento, desde parámetros externos, desde parámetros morales, no lógicos ni epistemológicos. En consecuencia, se busca, no el conocimiento, sino la formación de buenos cristianos, buenos liberales, buenos emprendedores –y, en el extremo, buenos revolucionarios−. ¿Y qué diferencia a los buenos cristianos de los buenos liberales, de los buenos revolucionarios y de los buenos emprendedores? En términos epistémicos, nada, por lo menos en el sentido utilitarista que los poderes les dan a estos sujetos, es decir, que obedezcan los cánones de lo que está prescrito para cada uno. Eso sin hablar de los intereses inconfesados que a veces se esconden detrás de la rigidez moral.

La escolástica parece ser el sello distintivo de la academia colombiana, pues con mucha frecuencia termina imponiéndose como conocimiento el “deber ser” moral sobre el ser científico. Así que la autonomía académica frente al poder de la Iglesia (la moral), frente al poder del Estado (la política) y frente al poder del capital (las competencias laborales) es el primer paso para aspirar a una educación superior de calidad.


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