El sorpresivo viraje no es tan sorpresivo si
se considera que los empresarios de los medios son sobre todo eso:
empresarios... y, en Colombia, como caso excepcional, son empresarios de otras
ramas que, además, pueden invertir en medios de comunicación. Y, como
empresarios, sus intereses no están puestos en algo tan poco contable como la
nación o la identidad colombiana, sino en el mercado.
Desde que existe la televisión privada en
Colombia (1998), los dos canales privados han colonizado algo más del 80% de la
audiencia, con lo que se convierten en duopolio del ramo; en este período han
quebrado a los canales públicos y han defendido la maniobra fraudulenta mediante
la cual un consultor privado, contratado por el presidente, dictaminó que Inravisión
—la empresa estatal que tenía el control de la infraestructura técnica de la
radio y la televisión colombianas— era inviable en manos del Estado, pero que
era viable si se le concedía la explotación de dicha infraestructura al mismo
consultor, ahora empresario de radio televisión. Pero el asunto no para ahí. Un
estudio reciente de la Comisión Nacional de Televisión (CNTV), realizado por la
Universidad Nacional, demostró que los canales privados tienen tarifas
reducidas de publicidad para las empresas del mismo grupo económico, con lo
cual no sólo hacen competencia desleal a otros medios, sino que permiten, a los
grupos corporativos a los que pertenecen, hacer competencia desleal en otros
sectores de la economía. Como si esto fuera poco, los canales privados demandan
a la CNTV por los ingresos dejados de percibir, debido a las tarifas
preferenciales. Es decir: no sólo tienen todas las ganancias del mercado, sino
que ahora reclaman subsidios del Estado.
Los empresarios de la televisión no han
contribuido en sus espacios a abrir el debate sobre las implicaciones del TLC
en materia de pérdida de empleos y de empresas agrícolas, ni sobre las
implicaciones en materia de vidas humanas que traería consigo la protección del
derecho de propiedad intelectual y la prohibición de producir medicamentos
genéricos a bajo costo para los más pobres, para no hablar de la quiebra de los
laboratorios y la pérdida de empleos. Su actitud “democrática” tampoco les ha
permitido cubrir las protestas que hacen los trabajadores y las organizaciones
sociales —a no ser para tratarlas de “terroristas”— contra la firma de dicho
tratado en las condiciones de postración en que está “negociando” el actual gobierno.
Desde luego, tampoco defendiendo el derecho de los trabajadores a la protesta y
a defender su propio empleo. Ni siquiera han dado cuenta de la represión
ejercida contra los indígenas que reivindican su derecho (reconocido por la
Constitución) a organizar su vida comunitaria con base en sus tradiciones
culturales, al margen del conflicto armado y en posesión de su tierra
ancestral. Mucho menos hemos visto información (ya no una postura) sobre la
fumigación de los parques nacionales, de los cultivos de pancoger de los
campesinos o sobre las violaciones de la soberanía a manos de militares
norteamericanos desplegados en Colombia como si fuera su propio territorio.
Pero, ahora que el gobierno ha dicho que
negociará la cuota de pantalla existente, la cual está fijada en un 70% de
producción nacional en el horario triple A, los empresarios de los medios
recordaron que existía una nación, que existían empresas nacionales, que
existían trabajadores que vivían de su trabajo y a quienes seguramente van a despedir
bajo el amparo de los recortes en la producción; en fin, se acordaron de que
había hasta una identidad nacional reflejada, según ellos, en sus realities y
en sus telenovelas.
Este súbito despertar de los empresarios tiene
explicaciones más prosaicas que su sensibilidad social hacia los trabajadores,
o que su sensibilidad patriótica hacia los valores culturales y la identidad
nacional. Lo que está de por medio es un negocio que arroja 16 mil 074 millones
de pesos en utilidades netas en 2003 y 12 mil 863 millones de pesos en 2004.
Aunque esta es una cifra importante para cualquier empresa, resulta pálida ante
los más de 550 mil millones de utilidades de la primera empresa financiera del
país. Es decir, las dos empresas televisivas privadas del país mueven en ventas
algo menos de lo que obtiene en utilidades la primera empresa financiera.
Aquí queda maltrecho otro mito
propagandístico: el de que la televisión es un sector estratégico. En primer
lugar, un negocio que mueve menos del 0.3% del PIB anual, no puede considerarse
una actividad estratégica económicamente: con ella o sin ella la economía no se
afecta siquiera en el crecimiento anual. Y es que lo estratégico en
telecomunicaciones no es la producción y la difusión de productos mediáticos,
de soft ware, sino la infraestructura y la producción de tecnología es decir
las redes y el hard ware; y en esto las empresas colombianas no tienen la
intención de invertir en investigación y desarrollo, sino en compra y
adaptación. Es decir, siendo que lo estratégico es Telecom e Inravisión, ahora
nos quieren convencer de que RCN y Caracol son las que deben ser salvadas y no
las primeras.
Entonces, ¿cuál puede ser el interés del
capital de mantenerse en un negocio poco rentable y poco estratégico
económicamente? No olvidemos que, más allá de la utilidad inmediata, está en
juego la reproducción del modelo económico que le permite al capital apropiarse
de la televisión como negocio y sacarlo del ámbito del servicio público;
teniendo el control sobre los medios, los grupos económicos mantienen una
manera de legitimar el modelo económico que les permite incrementar ganancias
en otras actividades económicas.
Siendo así, no hay que hacerse muchas
ilusiones sobre la posición patriótica de los grupos económicos que controlan
los canales de televisión: si la importación de enlatados les repone las
ganancias dejadas de percibir por la producción nacional, se convierten en
meros transmisores o programadores; o, simplemente abandonan el negocio,
mientras haya gobiernos y otros empresarios que mantengan la promoción del
modelo de sociedad que les permite mantenerse como monopolios en la economía
colombiana.
En otras palabras, los empresarios pueden
migrar de actividad, pueden cubrirse sus ganancias, pueden metamorfosearse.
Mientras tanto, los que sí sufrirán todos los rigores del TLC son los que
realmente producen, los que tienen identidad y generan valores culturales, es
decir, los creadores, los actores, los realizadores colombianos, los
técnicos... en una palabra, los trabajadores, como siempre ocurre en todos los
ajustes de cuentas del capital. Y, desde luego, pierde el pueblo colombiano en
todo lo relacionado con derechos sociales y culturales.
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