1. El personaje: the profile
La foto muestra a un hombre bien afeitado y peluqueado, con
traje impecable. Su actitud reflexiva apenas difiere de la postura beatífica de
manos en posición de plegaria y vista al cielo, ya que la mirada ha descendido.
Hoy, meditar no es mirar a Dios, sino a su obra y, de todas maneras, seguirse
encomendando al más allá donde apuntan los ojos de Ayala… ¿tal vez hacia el
futuro? Y no hace mayor diferencia si la foto es espontánea o si es una pose.
Estamos en la época de la razón cínica (1).
Muchos se preguntarán qué hace el vicepresidente senior de
mercados emergentes de Microsoft hablando de educación y por qué no entrevistan
más bien a un funcionario del despacho ministerial, a un investigador en el
tema, a un profesional del área o, incluso, a un padre de familia. Pero, ¿es
justo ese reclamo de una “propiedad” sobre el campo educativo?, ¿tiene dueño la
educación?
La educación formal —a la que se refiere Ayala— tiene el
dueño que se la apropie, tiene el sentido dado por la correlación de fuerzas
que se disputan su interpretación, que disputan por establecer qué debería circular
allí, cómo correspondería agenciarse, con qué propósitos, etc. La educación no depende
meramente de los objetivos que le asigne una ley, el Ministerio de Educación o
las entidades educativas; si así fuera, no sería objeto permanente de queja. Depende
más bien de la pugna que hay a su alrededor, de los discursos que ganan autorización
para pronunciarse en su nombre. Entonces, estamos ante la evidencia, con foto y
todo, de que el discurso encarnado por Ayala ha ganado esa posición… si no
fuera así, él mismo se habría negado a hablar del tema, habría declarado no
estar capacitado para ello.
Esto pasa todo el tiempo: ¿a quién se le ocurría, hace un
par de décadas, medir los resultados de la educación?; los discursos reinantes
consideraban su especificidad de una manera que la hacía casi inalcanzable por
la medida… sin embargo, hoy no se concibe la educación sin mediciones. ¿A quién
se le ocurriría, hace un par de décadas, definir el presupuesto del sector estableciendo
“factores asociados a la calidad”?; era evidente que, en atención a la particularidad
de la escuela, el gobierno ponía —con voluntad política— los insumos que la definen:
¿no estaba claro que las escuelas necesitaban libros y los maestros
capacitación, más allá de las estadísticas?... sin embargo, hoy la banca
multilateral no asigna préstamos para educación que no cumplan ese requisito,
hoy no se la concibe sin el discurso de la economía.
La escuela ha sido objeto de explicaciones psicológicas,
sociológicas, lingüísticas, políticas, económicas, de gestión administrativa y,
ahora, de tecnologías de la información y la comunicación. Ante esto, cierta
tendencia investigativa denuncia que tales discursos son foráneos, extraños a
su especificidad, y que es la hora —aunque vienen diciéndolo hace años— de que
un discurso propiamente pedagógico se apropie de lo que es suyo. Pero tal vez
la política no espere a que se establezca lo que es la escuela-en-sí y que, en
consecuencia, sólo los predicadores de ese credo estén autorizados para hablar
del tema. A pesar de que no pocas cosas se juegan en la educación, la única
legitimidad en ese campo es la de ser capaz de imponer una manera de describirla.
Por supuesto, el camino que conduce a esa posibilidad no es el de las reglas
claras, el de los comienzos desde el mismo punto de partida, el de la igualdad
de posibilidades. Estamos en una sociedad “estratificada”, para decirlo en
términos del recibo de servicios públicos; en una sociedad a la que el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial imponen una política que no obstante
se llama “consenso” (de Washington).
De manera que todos pueden hablar de la escuela. Primero,
porque no tiene dueño y, segundo, porque todos están marcados por ella, desde el
nacimiento hasta el fin: lo que la familia hace con un niño está marcado por la
existencia de esa institución, tanto en las formas de crianza como en el hecho
de que los criadores han pasado por ahí; y, de otro lado, nos convencieron de
las bondades de andar diciendo que se aprende de manera permanente, lo cual
resulta muy útil a la hora de reconsiderar la estabilidad laboral, la cual estaría
en contradicción con la falibilidad de los aprendizajes, toda vez que la época
dictaminó que se desactualizan a la velocidad que vencen los productos lácteos.
Entonces, Ayala puede hablar de educación con igual
“derecho” que un profesor o un investigador del área: ¿acaso no ha pasado él mismo
por la escuela?, ¿no está su posición de “ejecutivo que ha logrado una carrera
exitosa” —como dice la revista Dinero— legitimada a la hora de hablar de
educación? Lo prueban la entrevista, la portada de la revista y el hecho de que
no se haya negado a hablar. Por eso, no importa si afirma cosas sabidas, si dice
fruslerías, si se contradice… lo que ahora importa es que quien responde las
preguntas “ha logrado una carrera exitosa en el entorno corporativo
internacional”. O sea, él mismo es la prueba de sus argumentos: “su desempeño
en las áreas de mercadeo y ventas le permitieron llegar a la cúpula de las
decisiones en Microsoft, cerca de Bill Gates y Steve Ballmer, los máximos
dirigentes de la empresa”. Y, ¿quién no quisiera estar cerca de Gates y Ballmer?
¡Soñamos con una sociedad de negociantes exitosos!, sin pensadores, artistas ni
filósofos.
Está dicho: si Colombia sigue las consignas de las áreas de
mercadeo y ventas, algún día sus estudiantes estarán cerca de Bill Gates. Por
supuesto que los cientos de estudiantes que compartieron pupitre con Ayala, desde
la primaria hasta la universidad, no tienen ese privilegio; algunos de ellos
pueden estar engrosando el sector de la banca (la banca del parque, los
desempleados), si entraron en franca lid a disputarse los puestos en el
mercado; y otros pueden tener cargos importantes, incluso similares a los de
este colombiano afortunado, si obtuvieron su puesto a la manera como los
distribuye la cruda realidad económico-política, es decir, sin mucha relación
con los estudios (aunque unos títulos sean necesarios para llenar ciertas
casillas de los requisitos del empleo, sin que las “competencias” concomitantes
sean un requerimiento funcional del cargo [2]).
Ahora bien, ¿cómo lo logró Ayala, si él no se formó en una
educación como la que recomienda?, ¿cómo consiguió estar al lado de Bill Gates
si se formó en un régimen educativo que merece —según él mismo— transformarse
completamente, toda vez que acusa un atraso de 500 años? No podemos saberlo;
quizá se trate de un talento natural, capaz de sobreponerse a tanta torpeza… talento
que no debemos esperar en otros y por eso tenemos que cambiar la educación,
para favorecer a los que no son como él. Pero cuando hagamos esas
transformaciones según sus dictámenes, ¿habrá lugar para todos los colombianos
al lado de Bill Gates? Si así fuera, ¿quién limpiaría, mientras el semáforo cambia
a verde, el parabrisas del carro en el que se desplaza Ayala cuando visita el
país?, ¿quién pondría manjares en su mesa?, ¿quién le dejaría las uñas tal como
lucen en la foto?, ¿por quién podría sentir una lástima sincera?
2. El diagnóstico
Desde la portada, se hace un “duro diagnóstico”, como
reconoce la revista: “Las nuevas generaciones viven en un mundo digital, son
visuales y se aburren en clase. Colombia debe modernizar su propuesta
pedagógica para enfrentar esta realidad o se atrasará en la competencia
global”.
¡Cuántas cosas hay en esa precisa diapositiva que hace
Ayala!: 1. La vieja idea de las “nuevas generaciones”; 2. La afrenta del “mundo
digital”; 3. La primicia de que los estudiantes se aburren en clase; 4. El tono
que lo autoriza a decir que Colombia debe hacer ciertas cosas; 5. La necesidad de
“modernizar” nuestra propuesta pedagógica; 6. Que de esa manera se enfrenta el
problema; 7. Que la “competencia global” es el horizonte de ese enfrentamiento.
Si de algo no podemos quejarnos es que en tan pocas palabras
se hayan podido reunir tantos estereotipos. Veámoslos.
2.1 Las “nuevas generaciones”, ¿son nuevas?
El mismo Ayala las quiere convertir en sus clones:
alfabetizadas en lo digital, exitosas en el mercado y articuladas a la
competencia global. No criticamos esa pretensión, pues es la de todo proceso
educativo: hacer que los recién llegados sean parte de la cultura vigente. Para
que la pasen bien, dirán unos; para que no la reproduzcan servilmente, dirán
otros; para que encuentren un sentido, agregarán más allá… Y se le puede dar la
razón a todos, pues concuerdan en asumir una perspectiva de la cultura (la que
pueden describir con ayuda de sus convicciones, de sus teorías, de sus utopías)
y en querer que las nuevas generaciones formen parte de ese modelo. O sea, no
soportamos que sean nuevas y las queremos volver prematuramente viejas, como la
generación que se hace tales propósitos. Pero, ¿hay alternativa?
De otro lado, apelar a lo de “nuevas” es decir que no están
contaminadas y que merecen lo mejor; y eso está muy bien. Ahora bien, si igual
pasó con las generaciones que no son nuevas, ¿por qué no cambió todo? ¿O sí
cambió, aunque en un sentido que no estaba previsto en las idealizaciones desde
la cuales se le quieren trazar derroteros al proceso educativo?
Es todo un deporte nacional decir cómo debe ser la
educación, eso sí, haciendo caso omiso de la historia del proceso educativo, de
la historia del país, de las condiciones de posibilidad del cambio anunciado
como aquel que, ahora sí, transformará todo... que es el lema con el que toda noticia
de cambio se promueve.
2.2 Las nuevas generaciones, ¿viven en el “mundo digital”?
Según Ayala, debido a la tecnología, las nuevas generaciones
tienen diferentes expectativas y visión de mundo. Como desde temprana edad se
le imponen imágenes (TV, Xbox, computador, MP4), es muy difícil llegar a ellas,
motivarlas a aprender.
Ahora bien, ¿esto describe algo novedoso? En un nivel sí:
antes no había esos aparatos; y eso no es de poca monta. No obstante, si pensamos
que el lenguaje, el medio propio de lo humano (independientemente de la edad,
de la generación), se mueve en las dimensiones digital y virtual —¡desde que
andábamos con garrotes y vestidos con pieles de animales abatidos!—, tal vez no
habría algo tan novedoso. Es tentadora la idea de que antes las realidades eran
materiales y hoy son virtuales. Sin embargo, ¿era material el hacha antes de
hacerla por primera vez?; ¿acaso no existió primero en el mundo virtual del
lenguaje para ser posible luego en la “realidad material”? Así mismo: ¿era
posible un “sexo real” antes de la llegada del “sexo virtual”?, ¿no es el
cuerpo de carne y hueso del otro un sostén para nuestras proyecciones? (3).
Entonces, traer a cuento el tema de lo digital parece más
una postura disuasiva que argumentativa. Y, así, no se entiende lo pasado ni se
entiende lo presente, simplemente se lo esgrime como arma contundente. Y como
estamos en una cultura de la fecha de vencimiento, todos caen rendidos ante lo “actual”
y desprecian lo “viejo”. ¿Y si se tratara de lo mismo? Por supuesto, no es
igual, recibir el texto por correo al cabo de meses que hacer un click y
obtenerlo en una fracción de segundo. No es lo mismo si comparamos velocidades y
costos. En cambio, la velocidad de procesamiento cognitivo no ha disminuido en
función inversa al aumento de la velocidad a la que fluye la información; ni la
dificultad cognitiva ha disminuido en función directa a la reducción del costo
del trámite. “Las propiedades fundamentales de nuestra inteligencia son muy
antiguas. Si tomáramos a un hombre que vivió 20 mil años atrás y lo colocáramos
desde su nacimiento en la sociedad actual, aprendería lo mismo que todos los
demás, y sería un genio o un idiota, o lo que sea, pero no diferiría en lo
esencial” (4).
De otro lado, quizá hoy sea muy difícil “motivar” a los
estudiantes, como dice Ayala (¿y acaso no se ha dicho lo mismo en todas las
épocas?); ahora bien, como el asunto de la educación no es la motivación (que
sí está ligada a las maneras de distracción de la época), esa verificación no
ayuda mucho a comprender la educación que tenemos, ni ofrece salidas. De manera
que las nuevas generaciones tienen anécdotas muy distintas, efectivamente, escogidas
de entre las condiciones de posibilidad que esta sociedad les brinda… aunque,
en relación con lo que interesa a la educación, no parecen tener mucho de nuevo.
2.3 ¡Hoy los estudiantes se aburren en clase!
Según Ayala, hoy es más difícil que los estudiantes pongan
atención. Y sale a defenderlos, con toda razón, de aquellos que argumentan
deficiencia de atención. Con lo cual, de paso —posiblemente sin saberlo—, los
defiende de la prescripción de Ritalina… siempre y cuando compren computadores.
Para él, se trata de una condición básica de los niños hoy, “que son
bombardeados con información y deben hacer multitasking permanentemente”. Y se
pregunta: ¿cómo podría motivarlos una educación que no ha cambiado en los
últimos 500 años? Curiosamente, Ayala sabe que las grandes diferencias
producidas en 500 años no juegan a la hora de caracterizar la educación… sin
embargo, olvida esa agudeza para juzgar ¡los últimos cinco años! No percibe
diferencia entre la existencia o no de la escuela (pues ésta cumple 4 siglos) y
sí le parece trascendental “la expansión del acceso a Internet y la
proliferación de los dispositivos que permiten interactuar de manera visual y
en tiempo real con fuentes de información”.
Ahora bien, como sabemos que en todas las épocas los
estudiantes se aburren en clase (ese es el leit motiv de la caricatura de la
escuela, desde Pinocho hasta Calvin y Hobbes), era previsible que también hoy
se aburrieran. Ayala nos lo confirma y, como si esto fuera poco, nos brinda una
explicación: hoy ocurre porque hay un profesor hablándoles, mientras el mundo
bulle de imágenes; “hay una clase llena de pupitres, un tipo hablando al
frente, en una sola vía, mientras el alumno trata de ver cómo se distrae”. Además,
según él, esto produce una alta deserción.
Lo que no se entiende es por qué antes las nuevas
generaciones igualmente se aburrían, si no las esperaba el solaz de la imagen
después de clase (no eran “visuales”, para usar sus palabras). Esa tozuda
propiedad de los estudiantes es una modesta objeción al argumento implícito de
Ayala y es que se aburren porque la clase es alfabética, mientras los
estudiantes son visuales; porque el profesor tiene algo que decir, mientras
ellos no quieren oír… Incluso le parece que considerar el hecho de que los
estudiantes no lean (como la comisión de notables, según él recuerda) ¡es
hablar de cosas inútiles, irrelevantes! Despacha el asunto diciendo que la
nueva generación no está muy alentada a leer porque es visual. Y eso no le
parece un problema, ni le parece reversible: si bien leen menos, si bien leen
“de forma más corta” [sic], cuando les interesa un tema “investigan a
profundidad, desde diferentes fuentes, no solamente desde lo que hay en los
libros”. No explica qué es “investigar a profundidad” por fuera de la cultura
alfabética, ni cuál es el sentido de esas “otras fuentes” no librescas… si, por
ejemplo, se trata de libros en soporte de fósforo o de cristal líquido (en cuyo
caso no habría una crítica al libro), o si se trata de “investigar con
imágenes”, lo cual es un oxímoron.
Entonces, si los estudiantes siempre se han aburrido, la
explicación va más allá de la oposición entre la rezagada tiza y el moderno
marcador para tablero acrílico, entre la anticuada cartelera y las deslumbrantes
diapositivas del power point, entre el marchito relato y el florecido video en
blue ray, entre la trampa copiada en un papelito furtivo y el fraude con
teléfono celular, entre el desafinado coro escolar y el infinito y discreto iPod,
entre la dispendiosa escritura y el ligero copy-paste, entre la fastidiosa
investigación y el inmediato motor de búsqueda, entre el argumento necesario y
la fácil opinión de blog.
Algo no ha sido explicado. ¿Se aburren porque la oferta de
la escuela no es —y nunca será— el desarrollo natural de alguna condición
inherente al sujeto? ¿Acaso la función de la escuela es distraer? Las causas de
la deserción, ¿son solamente las del aburrimiento?; un niño aburrido, ¿puede
decidir dejar la escuela? Por supuesto, no eximimos a la escuela de no ser
capaz de implementar su transformación cultural de manera menos traumática o
menos aburridora. Pero tampoco estas consideraciones apoyan la idea de Ayala,
pues no se trata de un fenómeno actual, solucionable mediante decisiones de “modernización”.
Todo parece indicar que se trata más bien de una condición humana. Si así es, ni
siquiera los aparatos de Ayala —siempre y cuando contribuyan a tener una
escuela y no un club de fans de la tecnología— podrán solucionar este “problema”…
que resulta siendo la razón de ser de la escuela.
2.4 El deber ser
Las cámaras y el micrófono de la revista Dinero —materializaciones
de una expectativa— autorizan a Ayala a decir que Colombia debe hacer ciertas
cosas. La expresión ‘debe’ está al menos seis veces en sus respuestas: “No creo
que la discusión deba centrarse en cómo utilizar la tecnología”; “la
experiencia del Sena es una semilla que se debe mirar con más interés”; “no
quiero decir que no debamos darles las bases a los muchachos”; “el conocimiento
que adquieren lo deben aplicar dentro y fuera del colegio”; “la gente debe
apersonarse de cómo aprender”; “debe haber un cambio fundamental”. También usa
la expresión ‘hay que’, la cual tiene el mismo sentido de deber… aunque no
queremos hacer una necia contabilidad.
Con esto, Ayala no habla como alguien que investiga el campo
educativo, sino como alguien que lo gobierna. Y no se lo criticamos, pues hace
parte del Unlimited Potential Group de Microsoft. De más está decir que la
actitud investigativa extirpa de su lenguaje fórmulas que impliquen pontificar
sobre el objeto. En la investigación, más bien se intentan explicar las razones
por las cuales la escuela es lo que es en cada momento; por ejemplo, las
razones por las cuales los estudiantes se aburren, las razones por las cuales
la idea de “cerrar la brecha digital en el mundo” se impone como si fuera buena
per se en el campo educativo, las razones por las cuales el Vicepresidente
senior de mercados emergentes de Microsoft puede hablar con autoridad sobre
educación, etc.
Para Ayala, la visión con la que se contemplan estos temas
en Colombia es superficial y atrasada. De un lado, el gobierno no tiene
voluntad política, no tiene propuestas profundas, no tiene una estrategia “agresiva”
[sic] de acceso (más allá de lo que se ha hecho con Computadores para Educar,
donde él trabaja) y opacó a la educación con los temas de guerra y seguridad. Y,
por su parte, los actuales candidatos a la presidencia de 2010-2014 son poco
profundos en el tema: como no entienden, el asunto no les parece urgente y
viceversa. Ahora veamos hacia dónde lo conducen estas brillantes intuiciones.
2.5 Modernizar la propuesta pedagógica de Colombia
Si hay que “modernizar” es porque somos anticuados. Y en
esta época eso es poco menos que un insulto. Nadie quiere estar atrasado o al
margen de la moda. Empresas como aquella para la que trabaja Ayala —Microsoft —
lo saben muy bien, pues desactualizan con periodicidad creciente los programas
y sistemas operativos para que nos toque volver a comprar. La obsolescencia de
los productos tiene muchas ventajas; se adecua muy bien a la búsqueda incesante
de los sujetos… pero no la búsqueda por “cerrar la brecha digital” —que no
sabemos que pueda cerrarse, que no sabemos si al sistema que la produce le
convenga cerrarla—. No; la búsqueda incesante de los sujetos es por negar la carencia
que los constituye como seres humanos, tratar de llenar esa falta con objetos
que, finalmente, se revelarán como insuficientes.
El capitalismo no apuesta por la dignidad del sujeto, en el
sentido de que haga con esa falta —tal como testimonian los artistas, que no
hacen productos con valor de uso y empujados por el valor de cambio—, sino que
apuesta por la acumulación del capital, independientemente de qué o quién vaya
cayendo en el camino. ¿No resulta paradisíaco, para quien tiene cosas que
vender, que lo más envilecedor, es decir, definirse como sujeto del consumo,
sea lo que más quieren los sujetos? Bueno, Ayala nos dice que descolonicemos la
escuela, que deje de ser ese reducto donde la cultura alfabética todavía se
empeña en alguna dignidad humana, y que la convirtamos en una tienda más de
productos de Microsoft. No en vano, la revista Dinero anota que Unlimited
Potential Group de Microsoft intenta cerrar la mencionada brecha “mediante la
creación de nuevos productos que generen oportunidades sociales y económicas
para los 5.000 millones de personas que aún no tienen acceso a los beneficios
de la tecnología” (en el mundo, 1.200 millones de personas tienen acceso a un
computador). O sea, ¡hay 5.000 millones de personas que todavía no son sus
clientes! Es como los bancos en Colombia: no satisfechos con ganancias de 7
billones de pesos anuales, están pensando en cómo obligar a las personas que
viven por debajo de la línea de miseria a ser sus cuentahabientes.
Y no estamos contra la libre empresa; ni nos parece mal que se
le pague al trabajador… en este caso, al vendedor: Ayala es el hombre de los
mercados emergentes. ¿Será que la educación es uno de los mercados emergentes?
En todo caso, es un buen lugar para vender y para hacer de los clientes otros
vendedores. La técnica de Avon, siendo de la época de las cremas, algo le
enseñó a Microsoft, que es de la época del chip. Sus clientes satisfechos, ¿no
son acaso excelentes vendedores de computadores, de programas, de hardware, de
técnicos, de cursos, de periféricos, de capacitación, de actualización? Los
clientes no lo saben, y trabajan gratis: van felices, luciendo logos de
empresas multimillonarias que no les pagan por la publicidad y que sí les cobran
la prenda o, al menos, los derechos para poder llevar estampado tan glorioso nombre.
Cada vez que alguien despliega la pantalla del portátil, muestra íconos que ayudan
a vender otros tantos aparatos. Y no se trata de una carga que se lleve
pesadamente o resignadamente. Se es un trabajador sin sueldo de las grandes
empresas con la satisfacción de sentirse parte de. Como el esclavo romano, que
se sentía orgulloso cuando las huestes llegaban con la noticia de una nueva
conquista (5).
Pues bien, según Ayala, la fórmula para modernizar la
propuesta pedagógica de Colombia es sencilla: 1. No meter a todos los
estudiantes por el mismo camino, ni medirlos de la misma manera, con el fin de encontrar
las verdaderas capacidades y vocaciones; 2. Aplicar lo que se aprende en la
vida real desde el primer momento, lo cual es motivante; 3. Concebir el
aprendizaje durante las 24 horas; 4. Tener acceso a Internet.
Curiosamente, sabiendo tanto de mercados y tan poco de
educación, Ayala coincide con otros que se dedican a la educación desde alguna
esquina. Veamos las fórmulas:
a. Encontrar la “vocación” de cada uno, descubrir las
capacidades para el aprendizaje de cada niño, ha sido el sueño de muchos
pedagogos; no obstante, con ello miran de lado el papel que cumplen en la producción
de tal “vocación”, no en su detección, pues no es ella una semillita que anida en
el corazón y que habría que fertilizar, sino uno de los efectos posibles de la
interacción con una tradición cultural. De todas maneras, harían bien los
funcionarios del sector en hacerle caso a Ayala, pues no es forzoso
homogenizar, también se puede trabajar en la diferencia.
b. La aplicación del saber en la vida real es otra
aspiración recurrente; lástima que él no tenga esas servidumbres, y que nuestra
“vida real” sea no sólo un producto de ese saber (en gran medida), sino una de
las cosas sobre las que no nos ponemos de acuerdo con su ayuda, pues de tener a
la “vida real” como árbitro de la discusión, podríamos prescindir del saber. Los
ejemplos de Ayala permiten entender que la “vida real” a la que se refiere
tiene el sesgo de ciertos intereses. Primer ejemplo: Bill Gates abandonó la
universidad, cansado de estudiar matemáticas que no se aplicaban; pero al
enunciar esto, Ayala afirma —tal vez sin querer— que fueron matemáticas aplicables, que Gates contaba con
excelentes profesores y, sobre todo, que tenía intereses personales. Segundo
ejemplo: unos niños en Malasia deben pensar un robot que rescate a unos rehenes,
sin exponer sus vidas ni la de los del equipo de rescate… parece que lo real de
este escenario son las vidas de las que sí se puede disponer, así como las
palabras que se presentan como ventanas al mundo —llama “ataque terrorista” a
un secuestro— y que ahora constituirán el vocabulario de las nuevas
generaciones.
c. El aprendizaje permanente sí es una convicción más
reciente, más ligada a una novedosa extracción generalizada de plusvalía, sin
que la multitud lo sepa (6). De todas maneras, da cierto toque de juventud a la
gente, al sentirse alumnos durante toda la vida.
d. El acceso a Internet, aclara Ayala, es para trabajar en
el proyecto, no para tomar el pelo en las redes sociales. O sea, reconoce —con
un eufemismo, hay que decirlo— a qué tienden los seres humanos. ¿Y quién, señor
Ayala, transformará esa tendencia a tomar el pelo en las redes sociales (lo que
se hace en Internet es más que eso) en una tendencia a trabajar en el proyecto?
¿No serán los maestros?, ¿no ha sido siempre esa su función? Algo envolvente
hay en la idea de Ayala: la escuela tradicional no sirve y, a cambio, hay que
tener acceso a las nuevas tecnologías… pero para que los estudiantes no
realicen con ellas su ancestral especificidad, necesitamos las funciones de la
escuela tradicional.
2.6 Acabar el aburrimiento y el atraso
“A través de este programa, Microsoft pretende utilizar
tecnología, capacitación y alianzas para transformar la educación, fomentar la
innovación local y facilitar la creación de empleos y oportunidades en el
mundo”. Con este Super-Ministerio Microsoft, todos —¡a escala mundial!— ganan. Y
nada impide implementar aquí la propuesta, pues en Colombia, precisa Ayala, no hay
problema de talentos ni de adaptación.
Sin embargo, de un lado, ¿acaso hay problema de talentos en alguna
parte?… porque si en ninguna parte eso fuera problema, pues no habría necesidad
de decirlo. ¿Clasifica Ayala a los seres humanos entre los que tienen talento y
los que no? Adolf Hitler, que también tenía vínculos con una multinacional que también
volvió mundialmente famoso un ícono, pensaba así. Confiamos en que Ayala no, si
interpretamos que, como buen vendedor, lo que estaba era adulando al cliente.
De otro lado, sostiene que el problema tampoco es de adaptación
a las nuevas tecnologías. Está bien, no le pidamos a un vendedor de
computadores que haya superado la idea de que el conocimiento humano es un
asunto de “adaptación”. Él es bueno en lo suyo y no tiene por qué saber de
educación para hablar de educación, como ya explicamos. Lo sorprendente no es
que no sepa de pedagogía ni de epistemología, que no sepa que el ser humano es
un animal que no se adapta, lo sorprendente es que ponga el tema de las nuevas
tecnologías como indefectible, siendo que los mismos mercaderes ya entienden
—¿tal vez un poco tarde?— que ciertas ventas exitosas nos pusieron en una
carrera de explotación del planeta que nos va a matar a todos y que entonces se
hace forzoso renovar la propaganda que esgrime como indefectible la compra de
ciertos productos y reasignarla a otros que —según nuevas propagandas— no
producen tantos daños como los que hoy nos resultan evidentes. Es más, esto es
un “valor agregado” —como se dice en esos ámbitos— de los productos.
Entonces, si el mismo modelo de desarrollo de la sociedad reconoce
que no está definido de manera indefectible, no se trataría de “adaptarse”,
sino de decidir sobre las implicaciones del consumo (que incentiva la
producción). ¿Y dónde ocurre esto, señor Ayala? Puede que él no sepa que la escuela
es un sitio donde estos asuntos se pueden dirimir, tal vez porque lo que conoce
de cerca son “los esfuerzos que diferentes países del mundo están haciendo para
transformar sus sistemas educativos, aprovechando el poder que ofrecen hoy las
tecnologías de la información”. No conoce los esfuerzos que buscan aprovechar
otros poderes, los esfuerzos por definir el rumbo y no tomarlo como predefinido.
Está excusado, pues cada cual busca lo que quiere… aunque todo se complica
cuando verificamos que la función del vendedor es lograr que lo beneficie el
ejercicio de tal albedrío.
2.7 No atrasarnos en “la competencia global”
Este loable propósito de Microsoft se relaciona con ciertas
propiedades de la actualidad. Responsabilidad, flexibilidad y tecnología son
las que podemos vislumbrar en el discurso de Ayala.
2.7.1. La responsabilidad. En las escuelas ideales de Ayala:
“Existe un tutor, pero la responsabilidad de la discusión es del niño […] la
gente debe apersonarse de cómo aprender y cómo profundizar en su aprendizaje”. Afirma
que es necesario “suministrar la conectividad y crear el entorno adecuado para
que los niños asuman la responsabilidad por su propio aprendizaje”. Aquí el
sentido de responsabilidad es muy interesante. Siempre los sujetos han estado
frente a ella; por eso, cuando no son responsables, se les puede llamar a
rendir cuentas. Sólo que ahora eso se esgrime como novedad. ¿La razón? Que en
el presente la dimensión en la que eso se juega se ha desplazado del ágora, del
foro… al lugar mismo del trabajo, de la estabilidad laboral. Si ahora
interpelan nuestra responsabilidad es porque nos quieren libres en la dimensión
de la labor, es decir, que el Estado y la empresa se liberan de su
responsabilidad y la confieren como una dimensión política (de la praxis) [7]
que ahora regiría la vida entera.
No decimos que sea bueno o malo, sino que se pasa por encima
de siglos de configuración de lo social, con el fin de desarraigar aún más a
los trabajadores. Así mismo se habló de “libertad” cuando se expropió totalmente
al siervo de la gleba y se lo transformó en proletario de la urbe, sin más
propiedad que su fuerza de trabajo: las funciones ideológicas —que habían corrido
a cargo de la iglesia— se disgregaron en un séquito de semi‑dioses: Progreso,
Justicia, Libertad, Civilización, Humanidad, Patria, etc.(8). El obrero no
tenía más que su fuerza de trabajo y “decidía” venderla para sobrevivir. Pues
bien, aunque más explotación no pareciera posible, la “competencia global” de
la que habla Ayala materializa un dispositivo sutil del capitalismo mediante el
cual esa fuerza de trabajo se hace insuficiente para sobrevivir, pues debe
capacitarse permanentemente, como responsabilidad del mismo trabajador. Esto también
tiene que ver con la “individualización de la educación” de la que hable Ayala.
La formación y la capacitación, impartidas antes por la
empresa y la escuela, ahora aparecen como responsabilidad del individuo. Paradójicamente,
Ayala habla del papel de líderes (léase “gobernantes”) dispuestos a jugársela
por soluciones útiles a la gente: “En Portugal y Uruguay decidieron hacer
disponible esta herramienta a todos. Crearon la oportunidad de que los muchachos
usen la tecnología como la capacidad para apersonarse del conocimiento […] en
Noruega o Finlandia se ha decidido reconocer el acceso a Internet como un
derecho humano, por la capacidad que brinda de poderse interconectar con el
mundo”.
Se trata de la libertad mayor —resolver vender o no la
fuerza de trabajo, bajo el compromiso de tener que actualizarla por sí mismo—,
aunque bajo el formato de seguidores del “líder”. Es toda una lección la que
nos da Microsoft: hay que estar del lado de los que mandan, incluso hacerles
caer en cuenta de qué deben ordenar.
2.7.2. La flexibilidad. Sostiene Ayala: “Todo cambia,
empezando por la distribución de las aulas: ya no son filas de pupitres frente
a un tablero, sino que son cinco niños, que se sientan a debatir un tema. Como
en la Universidad de los Andes: bahías en las cuales se puede conectar el
computador y allí los grupos interactúan como pares. Los profesores proveen el
contexto o la asistencia, pero no hay clases de una sola vía”. De la misma
manera como el trabajo se flexibiliza, es decir que se pierde la estabilidad
laboral y las conquistas de los trabajadores, así se piensa la escuela. Ahora el
maestro es un “tutor” (ya deben estar pensando en replantear su contrato, pues
trabaja menos un tutor que un maestro). Eso desmorona toda jerarquía: la
distribución de los pupitres, la definición de los lugares de aprendizaje, la
“doble vía” de la comunicación, los tiempos. Por supuesto que son formalidades,
pues no es el hecho de “vernos las espaldas” o distribuirnos en círculos lo que
determina la especificidad del saber; tampoco lo es la posibilidad de opinar o
la desaparición del tablero. Además, difícilmente los estudiantes debatirán
temas por sí mismos sin una mediación. Todo luce como una crítica a la escuela:
ésta fue rígida con el espacio, con la participación, con las vías del diálogo,
con el tiempo. Y es cierto. Ahora se lo cobran, aunque no a nombre de la
construcción del saber, sino de la modificación de las formalidades que apuntan
al asunto, sin serlo por sí mismas.
2.7.3. La tecnología. Según Ayala, “estamos en el máximo
punto de oportunidad” después de la democratización del acceso a la información
que hizo Gutenberg: hoy tenemos acceso a cualquier tema si nos lo proponemos. O
sea, a toda la información, la producida y la que se producirá, pues no de otra
manera se atrevería Ayala a decir que estamos en el punto máximo. Ahora bien, ¿puede
estar toda la información en Internet? Ni siquiera si el conocimiento se
redujera a la información, podríamos decir que estamos ante un hito histórico
—como dice Ayala—, pues existen modalidades de la información vedadas al
“público”: información clasificada, patentes, reservas del sumario, información
censurada…
Si bien la imprenta permitió masificar los libros, ¿lo
principal se ubicaba en la dificultad de circulación? Ciertamente, la imprenta democratizó
el acceso a la información —para usar las palabras del entrevistado—, no a la creación
de conocimiento. Además, se habla como si los instrumentos vinieran a facilitar
lo que hay, como si no tuvieran el efecto de transformar las condiciones mismas
en las cuales se definen los problemas. En realidad, la imprenta no democratizó
el acceso a la información, sino que cambió la cultura. De otro lado, se habla
del conocimiento como un acceso personal a la información, como una oportunidad
que no hay que dejar pasar (es el tono de las propagandas); se diluye por
completo la perspectiva social de su construcción.
Pero Ayala es inteligente y, entonces, cambia rápidamente de
posición (no nos avisa, tal vez porque en estos tiempos la vigencia del
conocimiento es mínima) y dice: “El corazón del problema está en lograr
acelerar el aprendizaje a pesar del caos y la sobreabundancia de conocimiento.
El dilema es cómo aprender algo útil en medio de tanta información”. Tenemos
tres elementos que no se diferencian muy bien: el aprendizaje, que ha de ser
acelerado, y que puede ser útil o inútil; el conocimiento, que es un caos y
está en exceso; y la información, de la que hay mucha. Otra vez, Ayala acierta
en algunas cosas. El aprendizaje, ya dijimos, no es algo que pueda ser
acelerado en función de factores externos, dado que tiene su economía y su
ritmo internos; además, algo aprendido no puede ser calificado de útil o inútil,
pues el caso es que ya fue aprendido… de nuevo, el criterio es interno: su
“utilidad”, si se quiere hablar así, ya fue realizada. Por su parte, el
conocimiento no puede ser un caos, ni estar en exceso, si ya es conocimiento.
En cambio, de la información sí podemos afirmar todas esas cosas: que la hay
inútil, que se puede acelerar su flujo, que hay en exceso.
Ahora bien, si el aprendizaje y el conocimiento tienen su
propia lógica, los medios bendecidos por Ayala y por la época lo que han venido
a producir es exceso de información, pues a las otras dos nociones no se las
puede calificar así. De manera que Ayala nos ayuda a caracterizar la época:
estamos en un momento en el que, como el conocimiento y el aprendizaje no
pueden ser alterados en su especificidad por los aparatos y las fuentes de
datos, nos dimos a la tarea de producir información en exceso para producir un
semblante de saber.
Ayala tiene la lucidez de decir —no necesariamente de creer
en lo que va a decir— que “La tecnología no es el propósito, es el medio”, que “No
basta con comprar computadores”. O sea, a las dificultades propias del
conocimiento, agregamos la de la sobreabundancia de información. Y, no obstante
ser la tecnología solamente el medio, Ayala sugiere regirnos por ella —en
asuntos en los que no define las cosas—, por el hecho de su “extraordinaria
difusión”… extraordinario argumento.
Pese a no ser lo más importante en juego, tenemos que “Tomar
decisiones ambiciosas, de largo alcance”, pues dada la disminución de los
costos de la tecnología, a cada niño se le puede dar un computador. Es como
decir que, así estemos llenos, hay que comerse la comida que está al frente,
porque hay mucha y porque es muy barata… no importa la indigestión. Y no se
trata solamente de los computadores, pues la tecnología va a venir en muchas
formas: celulares (ya hay casi 4.000 millones, muchos más que computadores),
Xbox como plataforma educativa, etc.
Que no se entienda que estamos en contra de que Microsoft le
regale a cada niño un computador. El capitalismo sabe que la aplicación del
saber aumenta vertiginosamente la productividad… pero no sólo no reduce las horas
de trabajo, sino que busca, de un lado, desmejorar las condiciones laborales;
para eso habla de competencias laborales, flexibilidad y responsabilidad. Y, de
otro lado, busca vender mucho; para eso tiene vendedores como Ayala. Entonces,
¿será el capitalismo capaz de democratizar la tecnología, de regalarle a cada
niño un computador? ¿O será más bien que Microsoft colabora con el gobierno, si
el gobierno colabora con Microsoft? Tal vez el capitalismo no regala si no está
obteniendo ganancias directas o indirectas… o bien expiando culpas.
1) Peter Sloterdijk. Crítica de la razón cínica. Madrid:
Taurus, 1989.
2) Richard Sennett. La corrosión del carácter. Barcelona:
Anagrama, 2000.
3) Slavoj Žižec. Ideología. Un mapa de la cuestión. Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica, 1994. Pág. 8.
4) Noam Chomsky/Michel Foucault. La naturaleza humana:
justicia versus poder. Buenos Aires: Katz, 2006. Pág. 48.
5) Sigmund Freud. El porvenir de una ilusión. En: Obras
completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1994. Vol. XXI, pág.13.
6) Paolo Virno. Gramática de la multitud. Buenos Aires:
Colihue, 2003.
7) Hannah Arendt. La condición humana. Barcelona: Paidós,
1993.
8) Paul Lafargue. «El método histórico». En: El materialismo
histórico según los grandes marxistas (varios autores). México: Roca, 1973.
Pág. 56-57.
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