Por los medios de comunicación se acaba de publicitar el
nacimiento del colombiano número 44 millones, según las cifras del DANE. La
cesárea de Sandra Ramírez a las 7:55 de la mañana ahora es un asunto de todos, por
el sencillo hecho de que su hijo fue “escogido” para ocupar ese lugar en una
cifra. El director del Hospital de Kennedy le avisó con anterioridad al padre,
un camarero cuyo deseo de “buscar la parejita” no sólo viene del consumo
masivo, sino que ahora sirve para el consumo masivo. La bendición institucional
corrió a cargo del Secretario de Salud de Bogotá (que será el padrino de la
criatura), y del Viceministro de salud, quien después de los saludos de rigor
señaló, tal como le corresponde, la importancia de reflexionar sobre el control
de la natalidad, el desarrollo infantil y la vacunación de los niños.
Aquí nadie fuerza a nadie y todos ganan: el padre sacó
beneficio económico de la elección de la que había sido objeto su hijo; una
empresa de productos para bebés hizo propaganda a costa del acontecimiento; el
Viceministro de salud aprovechó la oportunidad para hablar de la necesidad de
“disminuir los altos índices de embarazo en adolescentes, a través de muy
buenos programas de atención”; la prensa encontró algo para comentar, algo para
mostrar; y los consumidores de noticias nos informamos de algo real, pues
supimos los gramos que el niño pesó, los centímetros que midió, el color de sus
ojos, su primera alimentación fuera del vientre, la hipotermia de la madre, el
nombre del médico que dictaminó la necesidad del niño de comer y dormir, la
declaración del padre de que la situación está muy difícil y que no tendrá más
hijos. Hora, cifras, descripciones y declaraciones, todo ello es ahora de
conocimiento nacional, lo que también parece testimoniar de que se trata de
algo real y, como tal, necesario de ser sabido.
Todos hemos sido interpelados, aun en el rincón del alma
donde pudiera albergarse un juicio descalificativo sobre la frivolidad de la
noticia que registra hasta el bostezo de Nicolás —nombre del nuevo colombiano—,
el cual significa, según dicen los periodistas, que a él lo tiene sin cuidado
este galardón. Señalamiento cuya implicación es que al resto de compatriotas sí
le importa, lo cual queda demostrado con el simple hecho de que allí estaba la
prensa para registrarlo. A no ser por la noticia, de los 44 millones de
colombianos muy pocos habrían conocido al camarero, a su esposa, que luce muy
aséptica en la cama número 3 del hospital, y al niño que aprieta los ojos, tal
vez por la intensidad de las luces que nuestros profesionales de la
comunicación se ven obligados a aplicar a los hechos para subrayar su
autenticidad.
Ese cuarto de hospital popular, idéntico a tantos otros,
ahora se convierte en dato; todo en él adquiere una duplicidad. Y entonces es
necesario pulir las poses, acomodar los encuadres, evitar ciertos rincones,
pues ha llegado la realidad, con sus lentes y sus luces, y no podemos dejarnos
sorprender en nuestro estado natural de inverosimilitud. Una serie de eventos,
absolutamente contingentes, adquieren ahora la calidad de necesarios, con lo
que el acontecimiento ha sido creado, aunque todo se reduzca a una cifra
arbitraria.
Evidentemente, el conteo preciso de 44 millones de personas
es imposible. No sólo la gente no se está quieta, sino que muchos niños estaban
naciendo en el país a esa misma hora; instante en el que también muchas
personas estaban muriendo. Pero no importa que el desorden de la vida y la
muerte impida contar, pues la realidad (la que recrean la TV, la radio, la
prensa) está basada en el cálculo. Se trata de hacer del nacimiento de
cualquiera, la materialización de un cálculo estadístico (esta vez del DANE),
que está inscrito en otra serie de cálculos que se le escapan al realismo de la
noticia y que producirán otras realidades en otros ámbitos. Cualquier niño
habría dado lo mismo. Se trata de una sociedad que contabiliza, y de palabras
que no se pronuncian ante la prensa, sino porque la prensa está ahí.
Según nos parece, no es éste el momento en el que nace el
sujeto de las estadísticas, sino otro de sus bautizos. Así como cierta bebida
cola necesita promocionarse, pese a vender millones de botellas diarias, a no
salir ya de la canasta familiar, y a estar inscrita en la imaginación popular
en forma de Papá Noel, así mismo es necesario bautizar niños con cifras cada
que las aproximaciones llegan a ciertos límites. Si nuestra cultura es nuestra
creación, es necesario reproducirla de forma permanente. Y esta es una de las
maneras que, como tantas otras, es heredada: las agencias internacionales hacen
lo mismo desde hace muchos años en el mundo.
Este sujeto de las estadísticas no es ni bueno ni malo; es
otra manera de ser sujeto, como producto y productor de la cultura. Este sujeto
goza contando y goza cuando lo cuentan. Uno siempre sale en la prensa: o es del
40% de la población que lee el horóscopo, o del 60% que no. No da lo mismo que
un jugador desperdicie un penalti, a que se le consulte a la “opinión pública”
si esa fue o no una acción justa con el país. Todo se somete a la estadística a
todas horas y por todos los medios: las costumbres de un personaje de
farándula, la intención de voto, el tratado de libre comercio, la suerte de
alguien en un programa de concurso... independientemente de la relación entre
las cifras y las causas. Y si no se quiere contestar, pues uno pertenece al
residuo llamado NS/NR (no sabe/no responde). Por eso, es el DANE el que origina
la razón por la cual un fragmento trivial de la vida de una familia es
producido como noticia para todos.
Queda claro que hay una decisión de qué se mira y qué no, de
cómo se mira, de a quiénes hay que entrevistar, de qué fuentes citar, de qué
detalles dar, de qué nimiedades escarbar. Lo que resulta menos claro es cómo se
determina el conjunto a partir del cual se toman estas decisiones. Y, menos
aún, qué sujeto se produce con esta manera de decir y de mostrar.
Puede pensarse que educar es formar un sujeto que de
antemano se considera educable; por eso en la Universidad nos ocupan las
teorías del desarrollo. Pero el nacimiento de Nicolás indicaría que educar es
también algo menos visible, a saber, la producción de esa susceptibilidad del
sujeto de ser educable, el sentido en el que una cultura lo educa, que no son
todos, que no es cualquiera. E indicaría, todavía más allá, que ese sujeto se
produce, independientemente de cómo se lo eduque, con tal de que sea ese y no
otro. Y nos parece que la estadística y el conteo, que les permite a todos
sentirse partícipes, que traza un camino por oposición a otros, es una manera
de producir un nuevo sujeto para que se lo eduque, sin saber de dónde viene.
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