lunes, 16 de enero de 2012

¿Ser o no ser?... Firmado, Plutón (Parte 3)

Sólo hay un planeta, la Tierra


Entre agosto y septiembre de 2006 diversos medios de comunicación masiva hicieron saber a sus usuarios que Plutón había dejado de ser un planeta. La noticia no ocupó muchas páginas en los diarios, ni se le dedicaron largos momentos en los noticieros de televisión. No obstante tuvo cierta relevancia. Una noticia tiene cierta relevancia. Ésta, pensándolo bien, es una expresión redundante, pues parece que todo lo que aspire a ser noticia debe tener cierta relevancia. Debe tenerla, es un imperativo. La noticia, como tal, se levanta sobre un lecho constante y plano. “Se levanta”;tal vez éste sea un decir de corte impersonal, casi metafísico: la noticia se levanta. Mejor será decir (para no ahondar en vericuetos filosóficos) que noticia es toda información, sobre un determinado acontecimiento, que es considerado relevante por ciertas agencias instituidas en una sociedad. Digamos, en gracia de discusión, que en nuestra sociedad dichas agencias son los periódicos y revistas de amplia circulación, los noticieros de radio y televisión, y los dispositivos del mismo orden que tienen sus versiones correspondientes en la red electrónica. Estas agencias informativas hicieron, pues, saber al mundo que Plutón ya no era más un planeta. “Hicieron saber”. La pretensión de los medios de comunicación masiva es que ellos hacen saber al mundo o a la comunidad en su defecto. Hacer saber a otro es algo que también se le ha imputado a la escuela; por tanto, la escuela es un medio de comunicación masiva; pero si algo se apresuraron a hacer aquellos otros medios fue recordar que ellos estaban informando antes que la escuela, y que de ahí para adelante, la escuela tendría que informar lo que ellos estaban informando primero, para la muestra estos botones:








“[…] En adelante, en los colegios no se repetirá la retahíla de nueve planetas que comenzaba con Mercurio y terminaba con el sonoro y concluyente Plutón. Los diccionarios, las enciclopedias y los libros de astronomía deberán reescribir el significado de la palabra planeta” (Semana Nº 1.296, agosto de 2006, pp. 106-107).

“Armando Higuera, profesor de astronomía de la Universidad Nacional […] considera que en el hipotético caso de que (Plutón) sea excluido de este grupo (de los planetas), no habrá mayores implicaciones, aparte de que en sus clases deberá enseñar que Plutón ya no es un planeta” (El Tiempo, 24-8-2006, Sección 1, p.13).

“Durante 76 años nuestras escuelas enseñaron que Plutón era un planeta. [...] El debate sobre la definición de planeta dará a los educadores un ejemplo ilustrativo para mostrar cómo los conceptos científicos no están gravados en piedra sino que evolucionan” (Soter, 2007, pp. 20-27) [19].

Estas afirmaciones no son infundadas, por supuesto; pues, de hecho, la escuela ha proveído de información a millones de personas, desde su infancia y hasta bien entrada su edad madura; y las provee de la información que los respectivos Estados territoriales consideran relevante para su formación. “La escuela provee de información para la formación”. Esto también parece redundante. Y lo es: in-formare, o sea, en latín (de donde vienen la palabras castellana informar, e inglesa inform), la constitución de la formación, ir tras la forma, producirla. Procedimiento que, contemporáneamente y de manera casi exclusiva (por los políticos de todos los partidos y profesores de todas las tendencias pedagógicas) se le viene atribuyendo a la escuela. Ha sido relevante para los Estados que sus ciudadanos tengan nociones de astronomía, que se enteren que viven en un planeta, la Tierra, que forma parte de un conjunto de otros siete (ocho, hasta antes de agosto de 2006), los cuales giran alrededor de la estrella llamada Sol. Y esto en razón de cierto principio ilustrado: el saber enciclopédico del ciudadano culto. Un sujeto que conoce el acervo cultural de Occidente y puede tomar decisiones respecto a lo que quiere, en función de ese acervo. La universidad, la escuela superior, es el lugar al que accede (el ciudadano que puede, claro) para seguir con un nivel de formación más profundo, con base en la elección hecha a partir del acervo adquirido en el bachillerato y la primaria. Muy pocos se deciden por la astronomía. La mayoría se queda con las nociones básicas que pasan a conformar algo que la pedagogía dio alguna vez en llamar con el extraño nombre de “cultura general” y que, además de ser exigida en el Examen de Estado, en otras ocasiones, sirve para responder preguntas en los concursos creados, justamente, por los medios de comunicación para masas.

Los ejemplos transcritos arriba, tomados de diversos medios escritos, parecen ilustrar la única consecuencia práctica que trae, a la vida ordinaria, el cambio de definición de planeta adoptado por la UAI. Para la vida ordinaria, claro, de aquellos que no son astrónomos de profesión, ni siquiera aficionados al tema, es decir, aquellos que coloquialmente suelen ser denominados en los noticieros como “ciudadano común”.Casi más de dos generaciones recitaron el rosario de los nueve planetas y, tal vez, “sacaron buena nota”; Plutón era el último del rosario, el más pequeño; se veía en las láminas de los libros de texto, se hacían maquetas con icopor y plastilina (bueno, antes de la simulación con programas de computador). El ciudadano en formación escolar comprendía que más allá de su mundo inmediato, fuera de su atmósfera, millones de kilómetros fuera, había un planeta que, igual que la Tierra, orbitaba alrededor del Sol, la estrella central del Sistema Solar. Ahora, se ha anunciado, no por la escuela, sino por la revista y el periódico que se compran en el supermercado y el kiosco, el portal de Internet donde se tiene la cuenta electrónica, que Plutón ya no es un planeta. Sobre la monotonía de esas nociones básicas que la escuela ha pretendido cimentar en los ciudadanos se ha erigido la nueva de la remoción de Plutón de la dignidad de planeta. Los medios irrumpieron con la noticia, o sea, con la información relevante que se recorta sobre la información petrificada de la escuela. Luego, por eso asumen que la escuela habrá de comenzar a cambiar su información, para ponerla a tono con la época, habrá de actualizarse. Y no se equivocan, pues la escuela también es un medio.


I


Los llamados medios de comunicación masiva también son dispositivos de enseñanza, por eso pretenden hacer saber como la escuela. Y muchas veces resultan más atractivos que ésta, a tal punto que la escuela se ve tentada –y cede a la tentación muchas veces– de rendirse ante el apabullante despliegue de imágenes y estilo narrativo de, por ejemplo, los canales de televisión Discovery. Los documentales de Discovery enseñan, por supuesto, porque muestran (enseñar es mostrar); pero mostrar es un procedimiento mediado por diversas condiciones, pues mostrar unas cosas implica ocultar otras, implica una manera de hacer la mostración, etc. Las noticias de los periódicos también son mostraciones. En el caso del tema de Plutón, ¿cuál fue el acontecimiento con base en el cual se elaboró la noticia, es decir, el acontecimiento considerado relevante? Que Plutón dejó de ser planeta. No, en realidad eso no fue ningún acontecimiento. Eso fue a lo que los medios le dieron relevancia, haciendo énfasis en que la escuela también habrá de hacerlo. Plutón era, ya no es; era planeta, ya no es planeta; que algo deje de ser y sobre todo algo como un planeta deje de serlo no es una cosa para despreciar, así, de manera directa, no sirva para nada saberlo. Pues justamente es esa noción de planeta la que, por la enseñanza masiva de la escuela, se presenta como inamovible, con la consistencia perenne del cuerpo mismo que así se nombra. Es la naturaleza. “Plutón ya no es planeta”, parece algo extraordinario en cierta forma, como si se anunciara que para tal fecha, no lejana sino próxima, la Luna hubiera de caerse sobre la superficie de la Tierra. Los sobrevivientes al cataclismo, de haberlos, articularían entonces, para la posteridad, el enunciado “La Luna no es ya satélite de la Tierra”. Enunciado del mismo tipo de: “Plutón ya no es un planeta”. Y no porque al astro lejano le haya ocurrido algo, no, éste sigue allí orbitando alrededor del Sol; sino porque el acontecimiento se dio fue en la Tierra: los científicos cambiaron una definición, la definición de planeta.

De lo que los medios anuncian y muestran, de sus noticias, también, por supuesto se aprenden cosas importantes. Por ejemplo, una lección que queda de la forma como un periódico y una revista muestran se puede comprender que la ciencia es un asunto de afecto y sus aparentes avances siempre se hacen sobre lo mismo.


II


En cuanto al cambio de definición mencionado, hay que decir que no se trató de una revolución científica. No se cuestionó la categoría misma de planeta, se cuestionó el estatus planetario de cierto astro. Es, por supuesto, un asunto de palabras. El nominalismo, imperante en nuestra cultura, nos acostumbra a tratar despectivamente los asuntos de palabras como“meros” o “simples”: un mero asunto de palabras, un simple asunto de palabras. Flatus vocis que, en las canciones populares (poderosos dispositivos educativos), se insiste en que se los lleva el viento. Pero sin palabras no hay cosas; éste es un principio que, antes de Wittgenstein, Austin y Foucault, ya lo sabía Platón (toda la historia de la filosofía ha sido el desarrollo de este principio). Al reformar la definición de planeta, se perdió un objeto planetario, se deshizo; y su pérdida causó conmoción, de hecho, se anunció también (ver, El Tiempo, 5-9-2006, Sección 1, p.18) la renuencia de un grupo de científicos, sobre todo estadounidenses, a aceptar la descalificación producida por la nueva definición. Se afirma que los rebeldes “tienen previsto organizar una conferencia hacia mediados de 2007 para cambiar la definición oficial de planeta a la que esperan que asistan más de mil participantes”, incluso se añade que en pocos días recogieron 10 mil firmas ¿Por qué los rebeldes se rebelan? Por la sencilla razón de que no están de acuerdo con la nueva definición, y su desacuerdo no parece ser por la definición en sí, sino por su consecuencia más publicitada: la expulsión de Plutón del rango de planeta. Esta rebelión tiene dos detalles interesantes: uno se trata de cambiar la definición con el fin de que Plutón vuelva a ser planeta; dos, es un procedimiento que se hace por elección de la mayoría: se espera la asistencia de más de mil participantes; y, según las palabras de Alan Stern (Íbid.), en la asamblea de la UAI sólo participaron 428 miembros, mientras que hay un total de diez mil. En la astronomía las cosas parecen funcionar como en la política a tal punto que unos astrónomos se rebelan contra una reforma conceptual porque excluye una tradición venerable para ellos. El asunto es afectivo, incluso religioso, pues se afirma (Íbid.) que Alan Stern (cuyas palabras citamos atrás) es director de la New Horizons, una sonda automática de exploración que fue lanzada en enero de 2006 y que transporta “parte de las cenizas de Clyde Tombaugh, el astrónomo estadounidense que lo descubrió”. No sólo es, entonces, un asunto de firmas y votos, sino de algo más profundo: la magia, el fetichismo, el animismo. Así como el hombre de las cavernas pintó la imagen de su mamut en la pared de la gruta para poseerlo ya antes de haber salido a cazarlo, y tener ganada la mitad de la partida, así mismo, amparados por su gran desarrollo artefactual, los estadounidenses toman posesión del planeta lanzando en la sonda los despojos del que lo descubrió. Tomar posesión del lugar colocando en él un cadáver es una tradición milenaria de muchas culturas. Así, pues, la magia, eso que se supone quedó atrás por los avances de la ciencia, por eso mismo tantas veces vilipendiada y expurgada de la escuela (considerada el principal dispositivo educativo) que enseña el rosario de planetas como dato de gran relevancia cultural, se resiste a irse y permanece, encubierta en una actitud de afecto.



III


Estos asuntos, el de los votos, las firmas y, sobre todo, la sonda con cenizas, atestiguan el poder del ciclo educativo. La educación es un ciclo poderoso, su poder consiste en sedimentar unas disposiciones, en hacer que una cultura se reitere generacionalmente, en establecer una repetición.

Soter (2007, p.27) afirma que este descontento de los científicos renuentes a la definición nueva no tiene fundamento científico, aduce que la ciencia no puede permanecer atada a las concepciones erróneas (misconceptions) del pasado, pues los conceptos de la ciencia no están gravados en piedra, sino que se hallan en continua evolución. Se equivoca; la ciencia sí puede, de hecho lo hace. He aquí, entonces, que podemos cuestionar, así sólo sea por puro gusto, ese axioma tan difundido por los medios, y entre los medios incluimos a la escuela: el axioma, el prejuicio (en el fondo no hay diferencia lógica entre axioma y prejuicio) de que la ciencia hace avances. Avanzar supone un camino y una meta, el avance se mide por la cercanía a la meta. ¿Cuál puede ser la meta de la astronomía si el universo es infinito? La ciencia tiene horizontes, por eso avanza. Pero ¿qué es el horizonte? Una línea imaginaria que se aleja a medida que se va en dirección a ella. Plutón es el horizonte de los estadounidenses que lanzaron la sonda con las cenizas de Clyde Tombaugh, pero la reforma de la definición les deshizo el horizonte, justamente porque éste es imaginario, ahora se revelan para volver a rescatar ese horizonte, para que cuando la sonda llegue, Plutón siga siendo planeta y no un simple KBO, en los extramuros del sistema solar. Es un problema de orgullo nacional ¿y qué es la patria sino (por usar una palabra de moda en pedagogía) un imaginario?

Supongamos, sin embargo que “la ciencia avanza” significa: la ciencia conoce y cada vez mejora sus instrumentos de conocimiento. Conocer es subsumir en un esquema de conceptos y teorías unos datos recabados, y la subsunción no es otra cosa que la explicación de los datos que constituyen el fenómeno. Explicar es recortar, atrapar, precisar, llegar hasta la fuente de donde mana eso que se presenta a la observación. Y las preocupaciones de la astronomía han sido, justamente siempre relacionadas con el movimiento y la quietud. Planeta es una palabra para nombrar un movimiento, un amago. La palabra es antigua, es griega, un adjetivo (plánès): lo que en español equivale a errante, vagabundo. Tiene formas verbales (planáoo) que significa apartarse del fin, engañar, descaminarse. Una forma sustantiva (plánè) que equivaldría a carrera, vida, error, irregularidad. Con esta palabra, con esta familia de términos los griegos nominaron ciertos jastèros, estrellas, que tienen la cualidad de moverse. Lo que encierra, justamente, la nominación es que la estrella no tiene quietud, no está fija. Incluso engaña, porque, en realidad, esos que se mueven sólo tienen la apariencia de una estrella fija, son jaster-oide [20].

Conocer implica nominar, darle nombre a la cosa para fijarla en el acervo cultural. Una forma de control sobre las cosas. Fueron los griegos los que comenzaron la clasificación y por tanto la fijación; la explicación estaría, pues, en decir por qué la estrella no se queda fija. Pero para poder desarrollar tal discurso se presupone que ya existe la estrella errante, y esto significa que el que ha de explicarla, le ha dado un nombre, la ha clasificado. El Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno fueron para los griegos antiguos estrellas móviles; no así la Tierra porque la Tierra no aparece como móvil, por el contrario, parece ser el punto estático, central, desde el que se mira errar a los astros.

Sabemos que la revolución copernicana invirtió los términos y que el centro comenzó a ser el Sol, volviéndose, pues la Tierra uno de los astros móviles; a la movilidad del astro, los griegos habían sumado también el hecho de una órbita, una trayectoria circular constante. La explicación vino con la física, pero no la de Aristóteles, sino la de Newton: para los modernos, la física permitió subsumir esta trayectoria como un efecto de la relación del astro móvil con otro astro que, con mayor masa, ejerce una influencia sobre aquél, determinando en él un movimiento circular. El movimiento es, pues, el efecto dinámico de fuerzas gravitacionales que interactúan, esas fuerzas lo determinan y dan su origen al planeta, su forma esférica, y su poder de individuación. El planeta se hace individuo –y esto es lo que descalificó a Plutón– pues tiene poder de controlar su trayectoria, expulsando a otros astros, integrándolos a su masa o transformándolos en satélites suyos. Todas estas cosas son efectos dinámicos (Soter, 2007, p.24). La definición nueva, aprobada por la UAI, establece una precisión en el discernimiento de lo que ha de entenderse por planeta: lo que separa al planeta del no planeta no es que sea redondo; Ceres, Plutón y Eris lo son. Tampoco el que tenga una órbita alrededor del sol; los KBO, los cometas y los asteroides lo hacen. Lo que distingue el planeta del no planeta es que su movimiento no se vea obstaculizado por otros cuerpos, que limpie su camino, que lo controle. Según Soter (2007, p.26) la Tierra, por ejemplo, comparte su zona orbital con aproximadamente 1.000 asteroides de más de un kilómetro de diámetro. Estos 1.000 suman el 0,0001 por ciento de masa de la Tierra. Esta relación entre la masa del planeta y la masa del conjunto total de cuerpos que comparten su zona orbital se nomina con la letra griega μ. La Tierra tiene el μ más alto del sistema solar. Hay planetas de mayor masa, por ejemplo Júpiter, pero comparten su zona orbital con muchos más cuerpos que la Tierra, por tanto su μ es más bajo. Una relación de masas: la Tierra tiene más masa que los intrusos en su órbita, incluso, comparada con Júpiter, el planeta más grande. Esto le da a la Tierra un poder de dominio mayor sobre su órbita, puesto que tiene más masa que los intrusos juntos, entonces, o los expulsa de su órbita, o bien los integra a su propia masa o los mantiene como un satélite (el ejemplar más notorio en este último caso es la romántica Luna). La Tierra es el planeta por excelencia. ¿Que la ciencia avanza? La nueva definición de la UAI vuelve, por otro camino, al geocentrismo que se suponía superado con Copérnico. No se trata de un avance, sino de un retorno: si bien la Tierra no es el punto estático desde el cual se ve errar a las demás estrellas, sin embargo es el paradigma para definir lo que es un planeta. Antes no era planeta, ahora es El Planeta, los demás lo son porque se le parecen.

Es el movimiento el horizonte nunca alcanzado, porque el movimiento que constituye al astro planetario es un efecto de fuerzas gravitacionales. Alcanzar este movimiento es subsumirlo en esas fuerzas, o sea, desaparecerlo en las honduras de la física. El avance es apariencia, la ciencia es, realmente, una fijación; sus teorías y artefactos sólo cumplen la tarea de posibilitar esa fijación. El aparente avance es sólo reorganización conceptual en torno a la idea central; la idea del movimiento que constituye al planeta, desde los griegos antiguos, se preserva durante la existencia de la astronomía, se repite cada vez, dicta lo que ha de ser relevante en cada caso: la redondez, la órbita, la limpieza. El concepto de kosmos nació de las relaciones sociales; se trata de una palabra griega antigua para nombrar un fenómeno humano: la formación en escuadras de los soldados. Pero esa palabra luego se empleó para nombrar el orden del mundo circundante: los cambios de las estaciones, por ejemplo. Estos fenómenos que hoy llamamos del orden de lo natural fueron nombrados como un orden que consistió en un dominio, en una injusticia (adikía) que lo caliente cometía con lo frío, luego lo frío con lo cálido, luego lo húmedo con lo seco, etc.; los fenómenos naturales se pensaron con el acervo de las palabras asentadas en las relaciones sociales. Esto, en los primeros momentos de la ciencia occidental. Actualmente, kosmos se le denomina aún a ese orden de los astros y, nuevamente, los modelos tomados de las relaciones humanas subsumen los fenómenos naturales: es la relación dinámica, de movimiento, con otros cuerpos lo que define el planeta. Su posición frente a otros, y esta posición es un asunto de maduración cuyo modelo vuelve a ser la Tierra. Dominio, control de su vecindario. El concepto de planeta se constituye con base en un modelo de las relaciones humanas territoriales. Es político.

Y junto con la idea paradigmática a la que los científicos consagran sus esfuerzos y presupuestos cotidianos, en este caso la idea de movimiento que caracteriza al planeta, puede preservarse (y de hecho así ha ocurrido) esa otra actitud, la del fetichismo que dicta la acción de colocar las cenizas de Clyde Tombaugh en la sonda de exploración. La educación no cambia la cultura (menos la pedagogía), sólo le permite repetirse en cada individuo volviéndolo miembro de una comunidad. O, dicho de otra forma, conmina al individuo a repetir las actitudes que le dan identidad. La modernidad se imagina a sí misma como una cultura en la que cambia todo, en la que nada encuentra reposo, estabilidad, sino que rápidamente es removido para ser reemplazado por algo mejor. Una opinión convulsivamente repetida, a tal punto que no han faltado los modernos que han buscado ya el reemplazo de la propia modernidad y le han dado nombre: posmodernidad (curiosamente, el nuevo nombre conserva el antiguo). Pero si en una ciencia se desmiente ese afán de cambio es en la astronomía.

La astronomía es la ciencia más antigua, y en sus disposiciones básicas sigue como hace miles de años. La astronomía cumple el ideal aristotélico de la episteme opuesta a la techne; el ideal de ciencia que sólo contempla, que es theoria, que se opone al saber del que produce lo necesario para la vida. El astrónomo, pues, es el científico ideal desde la antigüedad, pues su vida es bios theoretikos, vita contemplativa. Hasta el presente, el desarrollo instrumental de la astronomía se ha dado principalmente en función de la theoria; los artefactos, no importa su sofisticación, sólo sirven para apoyar la contemplación: telescopios poderosísimos, instalados tanto en la Tierra como en el propio cielo, naves que viajan miles de kilómetros recabando datos y enviándolos hacia la Tierra, donde es convertida en información, antenas que captan las más tenues ondas energéticas, etc., mas todo ese despliegue artefactual sólo busca alcanzar lo que con los sentidos no se puede. La astronomía, pese al paso de los siglos, continúa contemplando; pese al paso de los siglos que, al día de hoy, se denominan, incluso, posmodernos. Incluso no ha faltado quien diga que la ciencia sólo es moderna; y a esa ciencia moderna se le exige, para que, legítimamente, se le dé tal calificativo que afecte la vida concreta, que progrese y que avance: la ciencia moderna, desde hace poco más de dos siglos, ha entrado en el ámbito del mercado, es lo que Jürgen Habermas (2005, p.86) llamó “tecnificación de la ciencia”; la ciencia ha de tener una expresión mercantil. Mas aún, en este sentido, sigue siendo antigua la astronomía, y en el mismo sentido, resulta ser más moderna –pese a las apariencias– la astrología, tan emparentada con la magia, pues el astrólogo basa su saber en los mismos astros que la astronomía, y de su saber sí deriva una técnica que le permite afectar la cotidianidad de los sujetos y entrar en la esfera del mercado.


¿Qué hemos dicho? Que los medios enseñan tanto como la escuela y que incluso pueden enseñar primero; que la escuela es un medio donde se ha dicho que Plutón es un planeta; que los medios comenzaron a decir que no; que la escuela ha dicho que la ciencia avanza, lo seguirá diciendo así no diga más lo de Plutón. Pero los medios, en lo relacionado con Plutón, dejan entrever que tal vez la escuela se equivoca, también en lo del avance de la ciencia. Pero la escuela no dirá que se equivoca en eso, porque ella es el lugar del saber por excelencia, o por lo menos eso dicen los profesores y los políticos.


Notas

[19] Traducción nuestra.
[20] Las "estrellas fijas" aparecen una y otra vez con idénticas configuraciones (de ahí, por ejemplo, las constelaciones). Sin embargo, se mueven: nacen y se ponen, como el Sol, la Luna y los Planetas; y, con el transcurrir de los meses unas desaparecen y otras aparecen (cosa que no ocurriría si no tuviéramos inclinado el eje de rotación). En cambio, contra ese patrón fijo, los planetas describen unas trayectorias retrógadas. No es que planeteen, deambulen, porque aparecen en la noche y van avanzando hasta que se ponen. No. Es una apreciación noche a noche. Por ejemplo, mientras las estrellas de Escorpio permanecen en las mismas posiciones unas respecto a las otras, Marte entra a esa constelación y noche a noche se lo ve en otra posición. Entre otras, es la manera como se descubre un cuerpo no estelar: en la cámara de destellos se pasan fotos de varias noches (en principio iguales) para ver si el observador detecta un punto que aparenta moverse entre las estrellas.


Bibliografía (de las tres partes)


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García Calvo, Agustín. Lalia. Madrid: Siglo XXI Editores, 1973.
Garlick, Mark. Astronomía. Barcelona: Círculo de Lectores, 2004.
Habermas, Jürgen. Ciencia y técnica como“ideología”. Madrid: Tecnos, 2005.
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Koyré, Alexandre. Del mundo cerrado al universo infinito. México: Siglo XXI Editores, 1979.
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Sagan, Carl. Cosmos. Barcelona: Planeta, 1980.
Soter, Steven. What is a Planet? En: Scientific American, enero de 2007.

Artículos de prensa

El Tiempo. Astrología no se afectaría por el ajuste planetario. 23-8-2006, Sección 1, p.17.
________. Hoy se espera el pronunciamiento oficial en Praga. 24-8-2006, Sección 1, p.13.
________. El Sistema Solar queda con ocho planetas. 25-8-2006, Sección 1, p. 14.
________. 300 científicos se rebelan contra nueva alineación del Sistema Solar. 5-9-2006, Sección 1, p.18.
Semana, Nº 1.269, El enano excéntrico. 28-8-2006. pp: 106-107.

Páginas web (consultadas entre octubre de 2006 y febrero de 2007)

http://www.segre.es/charlas/palma06.pdf

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