En Octubre 3 de 2006 se llevó a cabo en Bogotá
la Tercera Jornada de reflexión sobre «La lectura y la escritura en la
escuela», evento organizado por Asolectura, con el auspicio de la Secretaría de
Educación Distrital de Bogotá, el programa Red capital de bibliotecas púbicas
(Bibliored) y Colsubsidio. La conferencia central (Tercera conferencia anual)
estaba a cargo del español Jorge Larrrosa, profesor de Filosofía de la
educación en la Universidad de Barcelona. Los conferencistas invitados eran
María Eugenia Dubois, psicóloga argentina radicada en Venezuela; Fernando Cruz
Kronfly, abogado y escritor colombiano, Profesor Titular de la Universidad del
Valle; María Fernanda Paz-Castillo, venezolana especialista en literatura; y
Guillermo Bustamante Zamudio, educador colombiano, profesor de la Universidad
Pedagógica Nacional y miembro del Observatorio Pedagógico de Medios.
En ese evento, Fernando Cruz Kronfly leyó la conferencia «El declive del pensamiento crítico y de la cultura letrada y su impacto en la práctica social: la educación como espacio de resistencia cultural». Por los temas que trató en su intervención y por la manera de abordarlo, nos pareció muy cercano a las problemáticas desplegadas por el Observatorio Pedagógico de Medios. En consecuencia, a continuación presentamos los puntos de vista expuestos por Kronfly, que es Doctor Honoris Causa en Literatura, profesor de la Facultad de Ciencias de Administración de la Universidad del Valle, donde forma parte del Grupo de Investigación “Nuevo Pensamiento Administrativo”.
La cultura está ahí... ¿para quién?
La metáfora de la “Luz” enfrentada a las
“Sombras” es, para la modernidad de fines del siglo XVIII y todo el siglo XIX,
más que una figura literaria. El paso de las “sombras” precedentes en la
historia a la “Luz de la razón”, fue un digno proyecto cultural de la
humanidad. El Estado, como institución de poder político, y los sujetos se
comprometieron a alfabetizar, fundar universidades, prohijar la ciencia, la
filosofía y las letras, y patrocinar el ingreso masivo al mundo de la cultura
letrada y la razón pensante.
Así, una cultura explicativa del mundo —filosofía, ciencia, literatura— está dada y objetivada para uso de los sujetos. De esta cantera que es la tradición espiritual pueden beber los seres humanos que arriesgan y que consideran un valor, para la dignidad de sus vidas, entrar en contacto con ella y poder interiorizar el menú de su predilección. En esto consiste no sólo el peso específico sino el valor perturbador de la tradición. Dicha espiritualidad objetivada, en términos de cultura material y riqueza de la tradición (Hartmann, 1954), existe a disposición de quienes quieran entrar en contacto con ella (bibliotecas, librerías selectas o especializadas, museos, centros de documentación, etc.).
Pero el conocimiento y la lucidez son acontecimientos y estados del espíritu que ocurren en cada sujeto, como una especial vivencia transformadora, sólo si son buscados con afán y el sujeto se compromete con ellos, a partir de los recursos ofrecidos por los marcos referenciales de su tiempo (Taylor, 1996).
Ruptura con la tradición letrada
El proyecto de la modernidad entró en declive
al terminar la primera mitad del siglo XX. La sociedad contemporánea rompió con
la cultura letrada, heredera de la Ilustración y de la Enciclopedia. Pero, lo
que es aun más grave, también rompió con el pensamiento (Steiner, 1977;
Finkielkraut, 1987). Se trata de un proceso de desvalorización gradual y
tendencial del prestigio reconocido en la modernidad a la tradición letrada
entre “las masas” o como una retirada gota a gota del pensamiento crítico en la
cultura, donde antes ambos dominaban con legitimidad como parte del proyecto de
la Ilustración.
Al dejar de ser un proyecto prioritario para la humanidad, lo que hoy resta de pensamiento crítico en la cultura contemporánea podría haber quedado enclaustrado, resistiendo en las universidades librepensadoras, en condiciones de cierto aislamiento respecto de la base social. Y la cultura letrada podría estar atrincherada en reducidos sectores cultos ligados a las buenas librerías y a las prácticas académicas ilustradas, cada vez más en retirada o embolsadas en rituales dignos de círculos iniciados. Lo que hoy se conoce como “sociedad del conocimiento”, no se parece ni de lejos al proyecto ilustrado ni a los sujetos modernos que lo prohijaron. En la era post-industrial, la expresión “sociedad del conocimiento” se refiere a la simple información que satura al sujeto (Gergen, 1992), así como al conocimiento instrumentalizado, funcional y acrítico, puesto al servicio ciego de la Racionalidad Productiva Instrumental.
De este proceso cultural que acompaña el fin de la modernidad (Vattimo, 1986), más que el registro escueto de los hechos y la puesta en evidencia de sus indicadores empíricos (cultura “post-moderna”), lo que se destaca son sus consecuencias sociales. La cultura de masas contemporánea se desconectó de la tradición letrada y desprecia el pensamiento crítico. Predominan la imagen sobre el texto escrito, la levedad y la superficialidad “light”. En medio de este mar de banalidad “massmediática” que tanto alegra y entretiene a la farándula, podríamos preguntarnos qué le sucede a una cultura cuando rompe con la tradición letrada y la relega al pasado inútil, de todo lo cual ya nadie quiere saber nada.
Ahora casi nadie se encuentra interesado en arriesgar por sí mismo, por fuera de la manada “massmediática” y neo-mística. Salvo en los casos de cierta obligatoriedad escolar, el contacto con dicha espiritualidad cultural interesa cada vez menos. El único contacto con la tradición letrada es la idea preconcebida de que es aburrida, que no vale la pena y, lo que es peor, que no sirve de nada. El medidor funcionalista de la cultura y del pensamiento, utilizado como casi único criterio de valor, es lo peor que le puede suceder a una cultura y se erige como la línea de demarcación más nítida entre la cultura letrada y el pensamiento crítico, por una parte; y la cultura contemporánea desconectada, de otra parte, puesta al servicio del pasatiempo banal y, simultáneamente, en función de la racionalidad instrumental, refractaria a todo aquello que no sea útil desde el punto de vista profesional y productivo.
“Cultura” actual y retornos
La cultura de nuestro tiempo nada tiene de
cosmovisión ni de conciencia del tiempo y de la época. Considera que el
pensamiento como actividad mental crítica y enriquecedora de la Razón, debe delegarse
a los especialistas, refugiados en los espacios de la sociedad donde se supone
que se piensa. La mayoría juzga que pensar es aburrido: “que piensen otros por
mí”; está dominada por cierto nadaísmo inculto, vacío de ideas, pero lleno de
sabroso aburrimiento, así como por una especie de “hedonismo” o de “nihilismo”
que huye de sus fuentes (los hedonistas y los nihilistas tienen fundamentos
filosóficos), a ciegas de la historia de las ideas y sin saber por qué; no
conoce, por ejemplo, que Federico Nietzsche existió y legó un crítico punto de
vista que hasta hoy conmueve los pilares de la interpretación. En medio de esta
ceguera por desconexión con la tradición letrada, la mayoría ignora de plano
quiénes fueron aquellos “viejos pasados de moda”, y prefiere la
contemporaneidad unplugged y vacía de sus orígenes. Ya nadie quiere pensarse
como un heredero de la tradición (Finkielkraut, 2001).
Una de las manifestaciones de la derrota del pensamiento y de la ruptura con la cultura letrada, es la resurrección de los misticismos neo-conservadores. En medio de una contemporaneidad que despista por su refrescante enganche con la actualidad inmediata desnuda (reality) y por su desconexión con la tradición humanista, masas enteras se pliegan no sólo a la banalidad de sus vidas, sino ante creencias y prácticas consoladoras religiosas, orientales y new age de todo orden. Habida cuenta de la crisis del sentido y el desamor contemporáneo, muchos desean retomar el rumbo de sus vidas por la cola de la historia, como si el racionalismo moderno y la razón analítica jamás hubieran existido. Los ángeles han vuelto a descender del cielo y a poblar los sombreados recintos de las casas. Lo que se publica y se lee es, ante todo, esoterismo y literatura de “auto-ayuda”. En este contexto, el proyecto ilustrado humanista se hunde. Pocos arriesgan a salirse del consuelo neo-místico o de su comodidad sin esfuerzo para instalarse en el terreno del pensamiento crítico e incursionar, de la mano de la razón, en espacios que la cultura letrada e ilustrada ha discutido, pero que cada que nace un ser humano se vuelven a confundir y a oscurecer. Cada que viene al mundo un niño, se impone de nuevo la tarea de la auto-conciencia como una construcción individual. El riesgo del pensamiento siempre fue una empresa individual, por más que la cultura como cuerpo objetivo brinde todos sus recursos.
Efectos en el tejido social
La “derrota del pensamiento” y la ruptura con
la tradición letrada afectan el reconocimiento de los otros seres humanos como
iguales en derechos. Ello produce una determinada orientación política de los
países, modelos de desarrollo, cierta política social y económica; llama a
“des-ideologizar” y “des-politizar”, al punto que la resistencia prácticamente
ha desaparecido, y la crítica contra la injusticia está en declive; en
contraposición, resurgen los neo-fascismos, la mirada sobre los demás se
insensibiliza, no preocupa ya el destino y la desgracia de los pueblos, en
medio del empobrecimiento generalizado y el aplastamiento de ciertos sectores
marginales, no sólo en los países del Sur sino incluso en los países del Norte.
Ahora la ley es una insensibilidad pragmática carente de principios solidarios.
La “competitividad” del capital es el catecismo de los empresarios y razón de
ser central y última de nuestro tiempo; la economía no está gobernada por
intelectuales, sino por hombres de empresa, expertos en sus propios negocios y
nada más. La regla de oro —de estirpe neo-darwiniana— es producir al menor
costo laboral, donde la mano de obra sea más barata, y que los hombres del
trabajo de los propios países se las arreglen como puedan, porque una cosa es
la caridad y otra los negocios.
Los desempleados son “sobrantes humanos” que el capital no necesita por costosos, puesto que ya no hay empleo para todos y la sobre-oferta de mano de obra gobierna como una ley de hierro el mercado del trabajo. Y que nadie diga nada, porque no tiene sentido histórico la protesta.
¿De dónde diablos ha salido esta indolencia ideológica, filosófica y jurídico-política, así como esta ausencia de solidaridad actuales por el otro, en contra de principios que cultivaron tanto el mundo cristiano, a su modo, como la modernidad ilustrada? ¿De dónde ha brotado este mundo absolutamente insolidario y a-fraternal, gobernado tan sólo por la Razón Subjetiva (Horkheimer, 2004) en cuanto racionalidad dominante en la sociedad y en el reino del trabajo? ¿Por qué razón ahora los pobres, en vez de despertar la solidaridad y el compromiso político por su suerte, despiertan más bien repugnancia y rechazo incluso visual, como si se tratara de desperdicios y de estorbos que ensucian el paisaje y estropean el disfrute liviano de la vida? (¿hay indigentes “infiltrados” en los centros comerciales, donde la vida debe disfrutarse a puerta cerrada?).
Trabajo (“flexibilizado”) y Capital (sin
patria)
En este momento, el capital carece de patria y
de bandera, porque el mercado ya no tiene fronteras y se encuentra en fiesta
global. El capital migra electrónicamente; se instala sin piedad en un abrir y
cerrar de ojos allí donde el precio de la mano de obra esté más deteriorado;
entonces empieza a enviar sus productos al mercado global, envueltos en el
sudor y en la sangre de los nuevos esclavos de nuestro tiempo, de cuya suerte
todos quieren estar desentendidos. Preocuparse por el destino de los seres
humanos en el mundo del trabajo está pasado de moda. Nadie se pregunta si hay
algo de indebido o de inmoral en todo esto, pues la moral misma en términos de deberes
y compromisos de principio se encuentra afectada (Lipovetsky, 1994).
Los hombres de negocios dicen que las “oportunidades” hay que aprovecharlas en medio de la guerra competitiva, aunque tales oportunidades consistan en aplastar y destruir vidas enteras. Y nada de esto entraña culpa alguna, pues el mundo está lleno de vidas sobrantes, consideradas inservibles, y es necesario que quienes tienen la fortuna de engancharse en la rueda del trabajo, se muestren agradecidos a pesar de su jornada de hasta doce y más horas diarias de labor, pagadas a 35 centavos de dólar y, hasta menos. Las garantías legales y prestacionales, que ampararon en otro tiempo la fuerza de trabajo, se derrumban como castillos de naipe. Y a esta desgracia de la humanidad laboriosa se la denomina “flexibilización” del contrato de trabajo y modernización del vínculo laboral. De este modo se enfrenta ahora la competencia global. Muy pocos levantan su voz y quienes lo hacen parecen profetas desprestigiados que hablan en una lengua extraña para la cual nadie quiere tener oídos.
Este “darwinismo” social de nuevo cuño (disfrazado de modernidad para no dejar ver su lado neo-esclavista) y esta crueldad sin principios, no son ajenos en sus causas a una cultura que ha roto sus vínculos con la tradición letrada y con el pensamiento crítico moderno, de inspiración humanista. Por el contrario, son su rigurosa derivación y consecuencia. Tanto el “darwinismo” social como la crueldad sin principios desvalorizan, hasta ridiculizarlas por idealistas y fuera de época, aquellas consideraciones éticas relacionadas con el reconocimiento moderno que hacía el humanismo —más allá de las críticas que podamos hacerle— de la dignidad de todos los habitantes del planeta... consideraciones filosóficas que, en las prácticas reales del trabajo, han pasado hoy a convertirse en un estorbo.
Humanización y des-humanización
El mundo contemporáneo y sus prácticas efectivas,
son una de las derivaciones principales de la ruptura con la cultura letrada y
con el pensamiento crítico, relación causal hasta ahora relativamente invisible
en los estudios al respecto.
La humanización de las prácticas reales y las relaciones sociales es una construcción cultural ligada a la modernidad, impuesta a la naturaleza primaria de los seres humanos como una especie de segunda naturaleza. En esta medida, el borrón histórico de dicha cultura amenaza con regresar las cosas a su estado de crueldad y de insensibilidad anteriores. Por eso se pierde muy pronto todo sentido de solidaridad y de fraternidad respecto del otro. La in-humanidad de las prácticas termina por instalarse lentamente en todo el tejido social. Por esta razón, la cultura del capital en competencia desenfrenada puede considerarse bastante más a-fraternal (Habermas, 1989) de lo que pudo haber sido en décadas inmediatamente pasadas.
La igualdad humana fue un espléndido sueño moderno de parciales aunque progresivas realizaciones. Un sueño que guió el ascenso social de los pobres y de las capas medias. Sin embargo, de sueño maravilloso y revolucionario en la modernidad ha pasado en nuestro tiempo a ser una pesadilla, un estorbo para los nuevos y más agudos procesos de acumulación.
Para conformar una oferta de mano de obra más barata, el proceso de acumulación originaria de Capital se ingenió en Inglaterra y en sus colonias la expulsión de los hombres del campo de la posesión de sus tierras. Despojados de sus lugares naturales, aquellos hombres se volvieron obreros a sueldo. El tiempo ha pasado y hoy el mercado de la fuerza laboral se encuentra inundado de seres humanos no sólo disponibles sino prescindibles, cuya lucha ya no consiste en no ser explotados sino en que por favor los exploten y los tengan en cuenta (Forrester, 2000). La ética basada en los derechos humanos de orden social se transforma en inconveniente y en fuente de responsabilidades y culpas de las que ya nada se quiere saber. Las constituciones políticas todavía hablan de la igualdad y dignidad humanas, y defienden estos valores como principios centrales de otro tiempo, pero en la realidad de ciertas prácticas sociales y empresariales la idea de la igualdad y de la dignidad humana está en retirada. Todos “saben” que los seres humanos son iguales ante la ley y nadie se atreve a discutirlo abiertamente, pero a la hora de los hechos pocos hacen caso cuando se trata de regiones del planeta donde los derechos humanos en el trabajo son tan inusuales como una planta exótica en los países centrales. Y la responsabilidad moral y jurídica se oculta y desvanece en la sub-contratación, la maquila y el trabajo febril por cuenta ajena.
No es personal, es cuestión de negocios
La dignidad humana, la igualdad y la libertad se niegan en los países periféricos, donde se tienen instalados los negocios. Pero en los países centrales, donde todavía se reconocen —como parte de la herencia moderna—, ya se han empezado a deteriorar: véase el caso de Francia, recientemente afectada por huelgas ante el anuncio del recorte de condiciones laborales para los jóvenes. Para ser competitivo ahora, hay que atacar a fondo la igualdad de los hombres y mujeres del trabajo, y hay que saber ser cruel (sin arrepentimientos, que se consideran fuera de moda). La disculpa cínica dice: “No es asunto personal, es sólo cuestión de negocios”. Se trata de dos opciones: a) o bien correr a instalar los negocios en aquellos países donde las condiciones son “favorables”, es decir, donde el valor de los salarios tiende a cero (en Malasia e India la remuneración laboral está por el suelo; China crece en medio de salarios “atractivos”, “competitivos” en comparación con los países desarrollados e incluso con otras áreas del tercer mundo). b) O bien bajar hasta el límite los sueldos locales, mediante reformas legislativas que se auto-denominan modernas y que invocan a gritos el “realismo” flexible.
Esta ferocidad y esta crueldad implícitas en la racionalidad instrumental contemporánea, ligadas al cinismo social que ha dejado a un lado los principios inherentes al proyecto cultural de la modernidad, con el que ha roto, son derivaciones directas de la derrota del pensamiento crítico e hijas aún no reconocidas de la desconexión con la cultura letrada y su tradición humanista en favor del reconocimiento del otro como un igual.
Y no es que durante la acumulación originaria de capital no haya habido crueldad e insolidaridad. Las hubo, en demasía, y siempre la habrá. Pues son propias de la condición humana en el mundo de los negocios y en el reino de la acumulación. Pero fueron combatidas y resistidas con la ayuda del pensamiento crítico, la fundamentación filosófica y ética, y los desarrollos jurídico-políticos, alrededor de la dignidad humana... Temas, valores, visiones del mundo y construcciones culturales de los cuales la cultura contemporánea prácticamente se ha desentendido.
Pensamiento crítico, insensibilidad y medios
El pensamiento crítico existe, pero en minoría. No es que le haya sido aplicada una anestesia histórica, sino que carece tanto de espacio propicio de generación, como de interlocutores. A duras penas, resiste contra la corriente, neutralizado casi por completo en sus efectos e impactos sociales.
Por ejemplo, en relación con el conflicto en Irak, algunos intelectuales y cierto pensamiento crítico han salido a la denuncia... pero lo que dicen es aplastado por la banalidad y la insensibilidad que domina la época, más que por la misma manipulación informática. La gente cree que en Irak ocurrió fue una guerra y no un aplastamiento unilateral, montado sobre supuestos mentirosos que el control sobre los medios masivos de comunicación convirtió muy pronto en verdades.
Frente a la intervención militar en Irak, se impone el “fascinante espectáculo” visual, sobre cualquier intento de interpretación moral. El conflicto está a la altura de los mejores “efectos especiales” del cine y los video-juegos. No hay una frontera entre lo uno y lo otro. El juicio ético sobre la destrucción de un pueblo se neutraliza por su cercanía simbólica con la ficción.
Las ideas de los intelectuales y los pensadores críticos solo producen sus impactos en círculos independientes minoritarios, aislados y controlados por la misma banalidad “light” del entorno.
En ciertos círculos de la “vieja” Europa operan reservas todavía, habría que decirlo, cristalizadas en el espíritu objetivo como consecuencia de una tradición social y cultural que la aplastante potencia norteamericana no posee ni entiende por no haberla vivido. Recientemente, Derrida y Habermas (2006) han escrito:
«En Europa las diferencias de clase, que han
tenido una larga repercusión, fueron experimentadas por los afectados como un
destino que sólo la acción colectiva podía cambiar. Así, en el contexto del
movimiento obrero y las tradiciones cristianas de pensamiento social se abrió
paso un ethos solidario de la lucha por “más justicia social” que apunta hacia
una redistribución igualitaria, en contra del ethos individualista de la
justicia vinculada al rendimiento personal, un ethos dispuesto a pagar el precio
de escandalosas desigualdades sociales».
Palabras certeras que invitan a pensar. La
“vieja” Europa, culta y sufrida, tiene mucho qué decir al mundo en este momento
de horror cínico, pero una cosa es tener cosas qué decir y otra es tener a
quién decírselo: sujetos dispuestos a escuchar y actuar en consecuencia. La
cultura “massmediática”, mucho más como derivación de los tiempos
contemporáneos que como causa en sí misma, mantiene el pensamiento crítico
relegado a su lugar, que no sólo es secundario sino inofensivo. Dicho lugar es
la academia y ciertos círculos de intelectuales considerados obsoletos. Dentro
de las actuales escalas de valor, en términos de la racionalidad instrumental
dominante, el pensamiento crítico se considera dis-funcional y poco o nada
útil. En determinados casos se admira al intelectual, con cierta mezcla de
compasión, pues en los ámbitos de la cultura dominante se lo juzga un fósil
admirable que, sin embargo, ya no sirve para mucho y, encima de todo, aburre
con sus cultas parrafadas. ¿No es acaso esta la representación que cualquier
“famoso” de la farándula nacional e internacional tiene de un intelectual
culto?
Claro que, en épocas electorales, el poder político a veces se acerca a ciertos intelectuales, en vulgar coqueteo, de la misma manera como se aproxima a las estrellas de la farándula, sólo para aprovecharse electoralmente de lo poco que queda de su viejo prestigio.
Por su parte, algunas universidades y unidades académicas denominadas “técnicas” le huyen al intelectual y lo consideran arcaico, pues juzgan que lo importante para el joven que se educa no es la formación de su espíritu por medio del pensamiento crítico y la investigación, sino el “saber hacer” profesional y el manejo operativo de las técnicas (¡las competencias!).
Las dimensiones de la modernidad
La modernidad tuvo dos claras dimensiones: a) el proyecto cultural letrado e ilustrado, y b) la racionalidad productiva instrumental del capitalismo.
Durante un buen tiempo —y todavía en la “vieja” Europa— predominó el primero sobre el segundo. Sin embargo, en la era histórica del Fin de la modernidad, la racionalidad productiva instrumental, en asocio con el mercado y sus leyes, han aplastado el proyecto cultural de la modernidad y se han sacudido de él y de su ética como un estorbo inconveniente. La cultura contemporánea (“post-moderna”), entendida como un modo de vivir livianamente y no pensar críticamente, ha venido a sustituir en su declive al proyecto cultural ilustrado de la modernidad, junto con su ethos en retirada. ¿Quién en la calle, incluso en los ámbitos universitarios y académicos normales, salvo excepciones, conoce siquiera que Derrida y Habermas existen? ¿Quién sabe que ellos han pensado recientemente el papel civilizador de una Europa post-nacional en el Occidente escindido? Y, todo esto, a cuestas y a pesar de un mundo real a-fraternal e insolidario, que se sostiene a condición de sembrar la sospecha y de precipitar y prohijar el choque de las civilizaciones donde tal choque no existe, a lo Bush. Un mundo dominado por las leyes del mercado global, circunstancia que amenaza como una maquinaria aplastante el ethos colectivo de la “vieja” Europa y hasta sus mismas reservas culturales, cuya presencia en el mundo actual debe ser entendida mucho más como efecto de su capacidad de resistencia que como resultado de la contagiosa fuerza expansiva que tenía en otro tiempo.
Fetichización de los medios
Desafortunadamente, el mundo académico —posible reducto del pensamiento crítico— ha sido afectado por este proceso: en los escenarios de la cátedra, la utilización de medios audiovisuales se ha venido convirtiendo en algo más importante y deslumbrante que la misma profundidad conceptual de lo que se dice. Existen profesores expertos en la utilización de técnicas y medios pedagógicos de última generación, que tienen muy poco que decir. Se pasan la vida diseñando currículos y aprendiendo a manejar las técnicas de la pedagogía, pero se preocupan menos por pensar en el sentido de lo que transmiten.
Fetichización del método
En el mundo académico se confunde con frecuencia el esfuerzo encaminado a generar conocimiento, con la metodología formal que utiliza la investigación institucional. En alguna proporción, la investigación adelantada en los centros académicos no genera “nuevo” conocimiento, ni siquiera para el investigador.
Existen anaqueles y aposentos repletos de trabajos investigativos “impecables” desde el punto de vista del método formal, que muy poco agregan al conocimiento específico o al estado de la disciplina, que sólo resultan ser una simple banalidad o un lugar común respecto del estado del arte. Costosos esfuerzos institucionales que difícilmente construyen nuevas ideas, perspectivas refrescantes, enfoques novedosos o críticos, respecto de los puntos de vista convencionales... pero que surten los requisitos de una carrera profesional. No son escasos los trabajos académicos de investigación ligados tan solo a la carrera promocional de los profesores en términos de sus puntajes, cuando es el caso, pero en cuanto a “valor agregado” en términos de conocimiento, muy poco más. Tesis de maestría y de doctorado que sirven, en primer lugar, para certificar que el estudiante ha recibido un adiestramiento en el método y ha quedado apto para trabajar como investigador, pero sin que la vida de sus autores cambie en absoluto; y, en segundo lugar y sobre todo, para satisfacer un requisito inherente a los programas de estudio. A este respecto, decía el profesor Estanislao Zuleta (1985):
«... una educación que transmite el saber en
el mismo proceso con que refuerza las resistencias al pensamiento produce uno
de los logros más nefastos de nuestra civilización: el experto y el científico
que hacen aportes y que, fuera del campo de su especialidad, son las ovejas más
mansas del rebaño, se atienen a las ideas y los valores dominantes y conservan
incontaminadas por su saber, las más extravagantes creencias con tal de que
sean los suficientemente tradicionales y colectivas, como para que no les
planteen problemas en su medio».
No es cierto que encasillar el pensamiento en
los marcos de un método formal riguroso garantice por anticipado la generación
de conocimiento. En realidad, el método no garantiza mucho e, incluso, en
determinadas circunstancias, estorba el pensamiento en libertad. Según el
diccionario ideológico de la lengua española, método es el «modo de hacer con
orden una cosa». Sin embargo, el pensamiento auténtico, en su operación
crítica, linda a veces con el desorden y la búsqueda sin esquemas. El método no
necesariamente pone en marcha la operación auténtica del pensamiento crítico,
capaz de colocar en estado de conmoción toda la existencia, incluida la propia
identidad. Si “yo soy lo que pienso y creo”, en muy buena parte, mi actitud de
pensamiento crítico pone en riesgo permanente, por el camino de la duda, cuanto
creo y por lo tanto cuanto en un determinado momento soy. A la inversa y por
idéntica razón, en ciertas ocasiones y en medio de una relativa precariedad
metodológica, se han conseguido importantes atisbos y logros. La “novedad” en
el conocimiento no suele provenir del método en sí mismo, sino de la mirada que
está detrás del método y lo guía, para hacerlo productivo. Una mirada que,
ayudada y apoyada en el método, huye de lo convencional y arriesga. Lo que
torna infecundo el método es la precariedad de la perspectiva y el refugio en
él mismo, como un seguro contra los riesgos de la incertidumbre, que es el
terreno normal en que la mente se mueve cuando realmente se piensa.
Sin embargo, un punto de vista inusual no se alcanza de la noche a la mañana, ni resulta de un simple acto de buena voluntad. La mirada inusual es el producto de un proyecto de vida intelectual a todo costo. La mirada, entonces, es el resultado de un proceso de construcción intelectual a largo plazo. Es decir, de un proyecto de vida que apuesta por el pensamiento crítico y por su contacto con la tradición letrada de la ciencia, la filosofía y las artes, de manera generalmente trans-disciplinaria.
Fetichización de lo instrumental
El actual prestigio de las disciplinas
técnicas se debe a que apoyan la racionalidad instrumental dominante. Los
instrumentos y las técnicas son muy importantes en la vida humana, y a ellos se
debe en muy buena parte la historia de la civilización y el mejoramiento de las
condiciones materiales de existencia. Pero los instrumentos y las técnicas son
derivaciones del pensamiento racional, que diseña los medios y los
procedimientos en función de los fines que persigue. Se sabe que la
“innovación” en el contexto actual de la racionalidad instrumental, exigida con
urgencia de resultados por la industria y el mundo de los negocios y sus
finalidades acumulativas, suele ser, ante todo, de tipo instrumental y técnico.
De esta manera, la denominada “innovación”, puesta al servicio de la
racionalidad productiva instrumental, resulta ser absolutamente otra cosa si se
la coloca frente a la urgencia social y cultural de pensamiento crítico. Ni
mejor, ni peor que el conocimiento, sino absolutamente otra cosa. La novedad
auténtica es difícil de alcanzar, cuando es pensada en términos de generación
de conocimiento como valor agregado, no exactamente a la instrumentación, sino
al estado general de la “episteme” social.
La administración de negocios, que como profesión está de moda, es ante todo tecnología blanda. Y, en cuanto tal, sus “novedades” son regularmente de ese orden. La denominada “administración científica” no fue pensada, desde los tiempos de Frederik Tylor, para generar conocimiento como valor agregado a la ciencia humana o social, sino para organizar los procesos de trabajo de un modo que fueran más productivos, propósito vigente hasta nuestros días. Los profesores y estudiantes con una concepción instrumental de la técnica, se preguntan para qué puede servir un propósito intelectual crítico o letrado en el mundo actual, si lo que importa es la productividad y, sobre todo, la competitividad. Para la cultura contemporánea y sus criterios de valoración social y moral, lo importante es lo útil, en términos de la racionalidad instrumental de medios eficaces para el logro de los fines. Y lo que no sirve a estos propósitos, sino a las artes y a la cultura letrada, deviene inútil y superfluo.
Salvo honrosas excepciones, la producción intelectual investigativa toma partido en favor de la racionalidad productiva instrumental, que se juzga inamovible y eterna, y se concibe a sí misma sólo como afinamiento de las destrezas encaminadas a generar utilidades al menor costo posible; en el mejor de los casos, se trata sólo de adecuaciones de las nuevas tecnologías blandas importadas, a las realidades culturales y sociales que se reconocen como barreras que deben ser superadas para poder transferir e implantar con éxito las nuevas técnicas y procedimientos. En consecuencia, se trata de una producción intelectual construida y pensada casi hegemónicamente desde la mirada funcional instrumental. Esta mirada suele ser refractaria a la crítica, elude el candente tema de la ética, de la manipulación psíquica y del estado de los derechos humanos en el trabajo y en la sociedad, no le interesa la cuestión de la “verdad” en términos del conocimiento, sino el carácter tangible de los resultados; mirada que se expresa casi siempre en términos de rentabilidad económica y competitividad en el mercado globalizado. Tal como sucede habitualmente en el reino de la política y el ejercicio del poder, lo que aquí importa son los resultados, cada vez más desligados de la ética de los medios.
Investigación y tipos de conocimiento
El mundo del trabajo y de las organizaciones contemporáneas avanza vertiginosamente hacia una nueva esclavitud, como resultado, precisamente, del refinamiento a ultranza del ingenio y de las tecnologías administrativas y organizacionales aplicadas obsesivamente a reducir los costos laborales. Generar conocimiento, hoy por hoy, significa tomar, ante todo, una postura ética y, por supuesto, política, en su más noble acepción, delante de estos procesos que exigen, como los sostiene Méda (2002), reinventar la política, en términos de modelos alternativos justos para la humanidad. Generar conocimiento a partir del pensamiento crítico, no es entonces generar destrezas ni refinar técnicas de aprovechamiento inmediato, sino generar conceptos que permitan conocer, explicar y descifrar racionalmente determinadas realidades inexplicadas o simplemente encubiertas por el interés o el deseo. Lo anterior significa, ante todo, desarrollar puntos de vista innovadores, derivados de la puesta en proximidad de la disciplina académica o científica de que se trate, con los paradigmas de las ciencias humanas y sociales, con el pensamiento matemático y la ética.
De todas maneras, es imprescindible un conocimiento subjetivamente nuevo. Es lo menos que cualquier estudiante y todo profesor debe llevar a cabo como parte sustancial de su oficio: leer con atención y apropiarse de las teorías y de sus contextos históricos y epistemológicos, deber básico de toda formación. Mediante la investigación bibliográfica y documental, el investigador hace suyas e internaliza las teorías, se enriquece subjetivamente y se prepara para investigar “en terreno” o en el interior de la misma teoría, de manera responsable, apoyado en este presupuesto básico que empieza a obrar en su mente como un pre-requisito ineludible. Un investigador responsable se apropia de las teorías que conforman la ciencia normal (Kuhn, 1990) en un momento determinado. Esto ya es bastante.
Derrida, Jacques y Habermas, Jürgen. El
Occidente escindido, 2006.
Finkielkraut, Alain. La derrota del
pensamiento, 1987.
________. La ingratitud, 2001.
Forrester, Vivian. El horror económico, 2000.
Gergen, Kenneth J. El yo saturado, 1992.
Habermas, Jürgen. Teoría de la acción
comunicativa, 1989.
Hartmann, Nicolai. La nueva ontología, 1954.
Horkheimer, Max. Crítica de la razón
instrumental, 2004.
Kuhn, Thomas. La estructura de las
revoluciones científicas, 1990.
Lipovetsky, Gilles. El crepúsculo del deber,
1994.
Méda, Dominique. El trabajo, un valor en
extinción, 2002.
Steiner, George. En el castillo de Barbazul,
1977.
Taylor, Charles. Fuentes del yo. 1996.
Vattimo, Gianni. El fin de la modernidad,
1986.
Zuleta, Estanislao. Sobre la idealización en
la vida personal y colectiva y otros ensayos, 1985.
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