En “Las dos orillas”, en marzo 26 de 2015, Mateo Trujillo
escribió la columna “Un modelo educativo propio”[1].
Este asunto de reclamar “lo propio” es muy curioso: ¿qué puede ser entendido
como “propio”? Hoy sabemos que todas las culturas son híbridas, que las
sociedades han surgido de combates entre grupos con costumbres y lenguas distintas…
pero, sobre todo, sabemos que todos tenemos la condición humana, que inevitablemente se juega en contextos
específicos, sí, pero que, no por eso, deja de ser la condición humana.
El autor nos recuerda el anuncio de la Ministra de Educación,
Gina Parody: se traerá a Colombia “el modelo de matemáticas de Singapur y
Corea, países que están punteando en las pruebas Pisa en esta materia y tienen
un modelo específico para enseñar”. El señor Trujillo siente indignación de
patria y la expresa de manera contradictoria.
No señala que las relaciones pasan por la colisión o la subducción tectónica entre diferencias, y por las resonancias entre similitudes; todo bajo las condiciones en que se produce el contacto (pues, teniendo cada cultura sus características, no es lo mismo el efecto de inmigrantes de A a B, que la invasión de A a B)… el autor ni siquiera señala la deficiente construcción de la frase de la ministra… ¡de educación! (claro que no sabemos si es de un periodista, pero para los efectos de testimoniar de nuestra educación, da lo mismo).
Trujillo justifica la consideración de “casos exitosos” si de “salir del parroquialismo” se trata. No sabemos cuáles criterios de “éxito” maneja pero, en cualquier caso, la ministra anda en las mismas: si considera el modelo de enseñanza de las matemáticas de esos países orientales, es porque “están punteando en las pruebas Pisa”; o sea: tienen “éxito”. Después de semejante declaración de coincidencia, ¿se justifican las objeciones? Pero tal vez hay algo más triste en tal declaración: la idea de “parroquialismo”. ¡Quiere defender lo “propio” y, sin embargo, lamenta el “parroquialismo”! ¿No hay un tufillo de segregación, según la cual lo ‘propio’ es de mejor familia que el ‘parroquialismo’?
Entonces pasa a lo evidente, a lo que ni siquiera la ministra podría ignorar: “ese modelo surgió en unas condiciones determinadas por diferentes influencias culturales, institucionales e históricas”. Claro; como todo. Ahora bien, si las condiciones son distintas, ¿eso quiere decir que nosotros no podríamos adaptar el modelo? Tal parecería, dada la aclaración de que se trata de diferentes influencias culturales, institucionales e históricas; porque, si no, ¿para qué decirlo? Y, sin embargo, inmediatamente pasa a señalar que los países que han tratado de adaptar ese modelo –Estados Unidos, Francia y Chile– ¡dicen que no es fácil ni barato hacerlo exitosamente! O sea que sí se puede, pero es difícil y costoso. O sea que las diferencias se pueden reducir con trabajo y con inversión. Es decir, el señor Trujillo no tiene en realidad una crítica consistente. Tiene una queja parroquialista.
No le resulta sospechosa –ya no digamos política, sino lógicamente– su postura según la cual las condiciones son determinantes y, no obstante, ceden ante el esfuerzo. Si fueran determinantes, otras condiciones no podrían determinar esa posibilidad; sin embargo –según el autor– sí existe la posibilidad de que se dé en otras condiciones, salvo que hay que trabajar duro para ello; pero, ¿acaso no fue así también en el “lugar de origen”? ¡Tal parece que las condiciones no son la historia y la geografía de tales países, sino el trabajo, el esfuerzo! Tal como es el caso de las cosas que valen la pena: hay que trabajar para hacerlas realidad.
No obstante, ¿se trata de algo que no tiene equivalente acá y, entonces, no podría funcionar? La tecnología eólica, por ejemplo, está muy avanzada en Europa. Si queremos adaptarla a nuestro país, no hay problema pues ella no ha sido pensada para el “viento europeo”, sino para el viento, en general, encuéntrese donde se encuentre; y produce, no “energía europea”, sino energía en sentido universal.
Pero, veamos para dónde tuerce ahora el autor su azaroso recorrido. Dice que los finlandeses sobresalen en las pruebas Pisa (otra vez este referente, no discutido y muy problemático), pero que ellos, luego de analizar los modelos educativos de otros países, “diseñaron su propio modelo, teniendo en cuenta sus características culturales e involucrando a los docentes”. Acaba de decir que hay un camino (Singapur y Corea) y ahora señala otro (Finlandia). Pero ambos conducen a lo mismo, según los criterios que aceptó: el “éxito” en las pruebas Pisa. Pero no concluye (se desprende de lo que él ha planteado) que se trata de una tarea a la que se puede llegar por varios caminos, sino que reencuentra el asunto de “lo propio”: los finlandeses, luego de analizar otros modelos educativos, diseñaron el propio. Pregunta: ¿y para qué analizaron otros modelos si para ellos el asunto hubiera sido lo propio desde el comienzo? La decisión, ¿no habría podido tomarse con base en consideraciones de presupuesto (Trujillo nos aclaró que el modelo a comprar es caro), o de dificultad (Trujillo nos aclaró que el modelo a comprar es difícil)?
Extrañamente, todos los parroquialista saben que el parroquialismo es malo. Tanto así que Dave Snowden vino desde Inglaterra a decirnos que “el peor error que puede cometer el país es querer copiar modelos de educación que han sido exitosos en otros países sin tener en cuenta el contexto propio”. ¡Y nos los tiene que venir a contar un inglés! Habría podido decirnos que lo peor es traer asesores internacionales, como él, pero es que su “éxito” (que, en este caso no es puntuar bien en las pruebas Pisa, sino en el saldo de su cuenta bancaria) es no decir eso y venderles a los países una idea de Perogrullo: hay que esforzarse a la manera propia. Snowden viene a decirnos lo que ya Trujillo sabía: que hay que tener en cuenta nuestro contexto. Pero, a propósito: cuando Snowden enuncia esa idea, ¿tiene en cuenta nuestro contexto?; ¿o es lo que dice en todos los países a los que asesora?... en cuyo caso, ¡se trata de una verdad universal, o sea, poco parroquialista! Trujillo elogia a Snowden porque dice lo mismo que él piensa, pero su presencia en Colombia materializa todo lo contrario de la idea en juego.
Y Trujillo cierra con broche de oro esta argumentación cuya “lógica” es la que nos raja en las pruebas Pisa. Nos recuerda que la Ministra anuncia una nueva herramienta de medición: el Índice Sintético de Calidad Educativa, que servirá de base para otorgar incentivos. El autor critica esto con base en “investigaciones recientes” según las cuales esta política corporativista de incentivos fracasó en Estados Unidos e Inglaterra, pues es de corta duración y reduce la motivación intrínseca.
Trujillo no menciona el asunto del “nuevo índice”. Un índice es una medida estandarizada, de manera que no nos pueden venir a decir, de buenas a primeras, que hay un nuevo metro. ¿Acaso perdió validez el índice anterior? ¿O sea que todo lo que nos dijeron sobre la calidad de la educación, con base en él, era falso o, al menos, inexacto? No importa; lo que los consumidores deleitan en este caso es la “novedad” misma. El hecho de que sea nuevo es bueno. No importa que el cambio recaiga sobre un índice, sobre una medida estándar. Pero, claro, toca cambiar las reglas de medición conforme a las necesidades políticas. Por eso tenemos en Colombia algunos cambios en la dirección del DANE. Para poner un ejemplo del país de Snowden: en Inglaterra han cambiado más de treinta veces la manera de medir el empleo, para poder bajar el porcentaje de desempleados. Hoy en día, basta con trabajar una hora a la semana, para pasar al campo de los ‘empleados’. Trujillo no ve este importante aspecto y critica la parte administrativa: los incentivos. Pero, si bien es cierto que, como él dice, “investigaciones recientes” (como si la investigación tuviera fecha de vencimiento) dicen que esa política es poco duradera y reduce la motivación intrínseca, la ministra le puede citar otras “investigaciones recientes” que dicen lo contrario; es la moda: un día dicen una cosa y otro día la contraria; y a ambas cosas las llaman “investigación”. Es la moda, porque se trata de destacar es lo cambiante que es el mundo, no la falta de rigor de lo que hoy se toma por investigación. Por ejemplo, lo que la ministra está tomando en cuenta para gastar quién sabe cuánto presupuesto en un esfuerzo más, otro esfuerzo perdido, por mejorar lo que ella –y los de su especie– creen que es la educación.
La ministra reconoce, nos cuenta Trujillo, que mientras el sistema de Singapur es centralizado, en el finlandés los profesores gozan de autonomía. Y sin entender las razones de esa diferencia, se muestra proclive al segundo modelo… ¿todo porque incluye la palabra de moda ‘autonomía’? En todo caso, no aplica su propia idea (que comparte con Snowden), según la cual la autonomía que caracteriza el trabajo docente en Finlandia responde a la especificidad de las condiciones de ese país y, por lo tanto, no se puede importar al nuestro. Eso le pasa por no hacerse las preguntas que permitirían acercamientos y distancias, independientemente de consignas moralistas. Según él, de un lado, como Colombia es diversa, necesita autonomía… pero, ¿por qué no al contrario?; además, ¿quién dijo que la centralización implica necesariamente un atentado contra la diversidad? Y, de otro lado, habría que estimular “el trabajo colaborativo, creativo y solidario”, en vez de la competencia; pero, ¿acaso se habla en la educación en Colombia de otra cosa que no sea la colaboración, la creación y la solidaridad?... y, sin embargo, nunca eso faltó tanto.
Es que, como Trujillo, la ministra y Snowden no esgrimen argumentos, entonces se trata de escoger a gusto del consumidor.
Según Trujillo, la Ministra “necesita un equipo interdisciplinario y diverso que reconozca las realidades culturales de Colombia”. Bueno, señor Trujillo, ella ya tiene varios de esos equipos, pues en las palabras con las que usted lo describe, están las de moda. Pero nuestro autor, además, le dice qué hacer a ese equipo y a la ministra. El equipo tendría que ser “consciente de que la educación no consiste solamente en desarrollar habilidades cognoscitivas para obtener puntajes altos en exámenes estandarizados”; la idea –tomada también de los estereotipos– ¡por fin se acuerda de decir algo sobre las pruebas!… era de esperarse, pues trabajó con la idea de éxito en las pruebas. Y a la Ministra Parody, Trujillo le dice: “¡desarrollemos nuestro propio modelo!”. Pero, entonces, el que tenemos, ¿no es nuestro?, ¿no resultó de nuestras condiciones específicas, de la colisión y la subducción, de las resonancias?, ¿no habría que entenderlo si es que pretendemos “mejorarlo”?
Las matemáticas, señor Trujillo, hay que estudiarlas... en cualquier lugar del mundo donde uno aspire a enseñarlas o a aprenderlas. Si no las estudiamos, no hay ni modelos extranjeros ni pedidos parroquialistas que valgan. De otro lado, señor Trujillo, la enseñanza tiene sus propias complejidades que es necesario comprender... en cualquier lugar del mundo donde uno aspire a enseñar; y la enseñanza trabaja inmersa en contextos específicos, pero para trascenderlos (no para ignorarlos), lo cual implica conocerlos. Si no estudiamos estas complejidades, no hay ni modelos extranjeros ni pedidos parroquialistas que valgan.
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