Yolanda Reyes |
Según la columnista, “los debates electorales en Colombia no se caracterizan por su profundidad”. Por supuesto. Pero, si vamos a esperar profundidad en los mal llamados “debates electorales”, ¿no seríamos nosotros los equivocados, en lugar de los candidatos carentes de profundidad? Si un candidato tuviera profundidad, ¿para qué sería candidato? No es que no pueda (ha habido casos), sino que, sencillamente, nos lo preguntamos. ¿Acaso no se reitera que los candidatos “intelectuales” o “teóricos” fracasan como candidatos?, ¿acaso los votantes —la masa de los que eligen— están buscando profundidad? De ser así, ¡fracasarían aquellas campañas que no fueran dirigidas a ellos! En gran medida, las campañas tienen la forma de lo que la gente espera, pues se trata cada vez más de un producto de consumo, en el marco de cierta idea de “participación”.
Si, como afirma la columnista, más que la educación en las campañas son decisivos asuntos como “seguridad, economía, política exterior, infraestructura o manejo del conflicto”, es porque se trata de los asuntos más promovidos en los medios, no necesariamente por su importancia intrínseca; y no es que no la tengan… pero, si vamos a pensar que el desdén por la educación es un énfasis en otros asuntos, pues estaríamos creyendo que, en relación con tales otros asuntos, sí hay profundidad, cuando en realidad no hay profundidad en ninguno de los temas tratados durante las campañas. Si hubiera un tratamiento serio de los tópicos, por supuesto que tendríamos que llegar a la conclusión de que no todos los temas tienen la misma importancia (por ejemplo, algunos pueden ser implicación de otros o estar contenidos en otros) y entonces podríamos concluir que asuntos como los citados por la columnista sí pueden ser los más importantes; con todo, hay que ocuparse de cada uno de los asuntos, como en efecto pretendemos hacerlo nosotros —desde el OPM— a propósito de la educación (por lo cual hemos aceptado el reto de la columnista).
En este punto, alguien podría pensar que tener a mano una serie de estadísticas (con las que se intimida a los clientes) es equivalente a tener “profundidad”; pero la información es algo distinto a conocer cómo funcionan los asuntos que mueven un país… y eso sin entrar a preguntar dónde consiguen los candidatos la información que utilizan, pues se apabullan mutuamente con cifras que invalidan las de los contrincantes, no obstante cada uno reputar las propias como “objetivas”. Pero incluso más: que alguien tenga a disposición las cifras más precisas sobre algún tópico, nada garantiza en relación con la manera como las va a usar.
Pues, oh, sorpresa, la época actual nos enseña eso: las cifras mandan; por eso hay que contabilizarlo todo. Pero, entonces, ¿por qué medir la “intención” de voto con esa frecuencia vertiginosa con la que se lo hace? Porque no se trata de nuestra “decisión de voto”, como dice la columnista, sino de nuestra ausencia de criterios, incluso de nuestra carencia de decisión. Como decía un entrevistado por la radio cuando le preguntaban por quién iba a votar: “Estoy esperando a ver cómo avanzan las encuestas para decidir”. O sea: ¡quién decide no es él, sino las cifras obtenidas con personas que obran de la misma manera que él! Se vota con la misma inquietud de quien compra la nueva gaseosa porque ha visto la propaganda ya suficientemente repetida. Por supuesto que no todos votan así, pero sí parece que, cada vez más, las campañas políticas son campañas publicitarias. Y si no, ¿por qué hay que invertir tanto dinero en ellas, al punto de que algunos echan mano de dineros de dudosa reputación? Si en realidad fuera un debate, lo que habría es que cualificar los argumentos, no incrementar los presupuestos.
Los expertos que asesoran las campañas políticas no es tanto que sepan de los temas (algo sabrán, con seguridad), como que saben de las políticas en relación con los temas. Las políticas internacionales y las políticas nacionales; incluso, las locales. La pregunta no sería qué es la educación y, en consecuencia, qué habría que hacer para dinamizarla en cuanto tal, sino: qué es lo políticamente correcto que hay que decir al respecto. Si la UNESCO pone de moda un tema, hay que hablar de eso; si el sindicato de maestros pone una buena tajada de votos, toca hablar de las condiciones laborales del magisterio. Los candidatos y sus asesores están preparados politiqueramente, no conceptualmente, no políticamente…
O habría que hacer la diferencia que hacen los anglosajones entre politician (político) y policy maker (diseñador, ejecutor de políticas). Durante las campañas, vemos al primero; su estrategia es la retórica, no la dialéctica o el conocimiento; dice lo que la gente quiere oír. En la etapa mediática de los políticos, esto se resume así: “ofrecer soluciones simples para problemas complejos” (maría Cristina Matta). El policy maker es todo lo contrario.
Entonces, ¿podemos afirmar —como hace la columnista— que “cobertura” y “calidad” son clichés, temas del sentido común en educación? Nos parece, más bien, que llegaron a ser clichés. Y esto es tal vez lo más relevante, porque son políticas internacionales, muchas de ellas de obligatorio cumplimiento por parte del país. Es gracioso, por ejemplo, que en la época de la presidencia de César Gaviria se comenzó a hablar de “calidad de la educación”, más precisamente, de evaluar la calidad de la educación; entonces, se creó el Sistema Nacional de Evaluación de la Calidad, el cual se presentó como invento del gobierno, cuando en realidad era una exigencia del Banco Mundial, como requisito para desembolsar los préstamos destinados al sector educativo. Y hoy todo el mundo —desde el Ministerio de Educación hasta la FECODE— habla de “calidad”, como si estuvieran diciendo la gran cosa, cuando el hecho es que se impuso una política de ajuste fiscal al sector mediante la introducción de la palabra “calidad”.
Entonces, ¿vamos a decirles a los candidatos que sean serios cuando hablen de educación?, ¿que sean profundos, que no mientan? Como dice el refrán, no hay que pedirle peras al olmo (aunque Octavio Paz sí encontró las peras del olmo). Podemos señalar esos derroteros comunes, esas mentiras compartidas, esos compromisos previos que tienen los candidatos… pero no podemos pensar que un seguimiento —incluso, que una exigencia— a lo que los candidatos hablen sobre educación va a mejorar algo. La educación se cambia en otro lugar. Tomamos la posta de la propuesta de la columnista, pero no para pulir el sistema de venta de candidatos, sino para evidenciar, desde la especificidad de la educación, que se trata de eso: de publicidad. Y, en lugar de mejorar la publicidad, lo mejor sería quitarle audiencia.
La columnista pide, con toda razón, que los candidatos expliquen por qué y cómo se realizarán sus propuestas (por ejemplo: aumentar horas, grados, salarios); pero tal procedimiento ya empieza a no ser lo que ellos ven que la gente pide. La gente pide, por ejemplo, que alguien, no importa que mienta, no importa que casi todos sus cercanos estén condenados o en procesos judiciales por sus procedimientos non sanctos… que alguien encarne ese sueño de hacer justicia por mano propia, de usar la norma si conviene, de cambiarla si no conviene, y de pasar por encima de ella si no se puede cambiar. Nadie parece caer en cuenta de que estos personajes se contradicen, a veces con minutos de diferencia. Los productos comerciales no buscan ser lógicos, sino impactantes. Ahora bien, ¿qué impactan?, ¿a qué parte de nuestro corazón van dirigidos? En cualquier caso, no a la razón. ¿Qué sería, razonablemente, la “chispa de la vida”? No hay que hacerse esa pregunta, hay que ir y destapar un envase donde supuestamente ese misterio se aloja. Y no importa que la vida siga siendo igual… o peor.
Dice Yolanda Reyes, con razón, que la educación “no ha sido un tema que defina una campaña electoral en el país”. Debe ser ínfimo el número de personas que conteste afirmativamente a su pregunta: “¿Acaso usted alguna vez ha elegido a un candidato porque su propuesta educativa le haya parecido mejor que la de otro?”. Ahora bien, ¿tiene sentido que nos esforcemos por promover ese importante tema a tan relevante lugar? Primero tendríamos que cambiar muchas cosas. Pongamos un ejemplo, tal vez el más insignificante: el puntaje del ICFES con el que se ingresa a las licenciaturas —los programas universitarios que forman los maestros del país—es mucho más bajo que el de otras carreras; no es infrecuente que quien no puede entrar a una carrera prestigiosa, toma el premio de consolación de una licenciatura. Pero esta situación no es casual, ni es resultado de una norma; es el efecto de una cantidad de factores en juego, que no vamos a transformar haciendo que los candidatos se sinceren sobre el tema, o que estudien sobre el tema.
Juan Manuel Galán |
Es algo tan simple, y tan lleno de las palabras esperadas, que cualquiera —en la dinámica comercial, por supuesto— lo puede decir y asignarle el sentido que sea. El sociólogo Pierre Bourdieu decía [¿Qué significa hablar?] que ese procedimiento permitía que muchos asuntos de la sociedad funcionaran: no importa qué se entienda por “PEI”, por “valores”, por “pertinencia de la educación”… el caso es que se digan; allá cada cual si cree que los demás piensan como él. ¿Qué es la “chispa de la vida” para cada uno de los que toma el producto respectivo?… Pero, ¿acaso importa?, ¡lo importante es que crea que eso significa algo y que obre —que compre— en consecuencia.
Aquí el asunto importante no es que Galán no sepa qué es el PEI. El asunto importante es que nadie sabe lo que es el PEI. No lo sabe el Ministerio de Educación Nacional, por ejemplo. Si es cierto lo que nos recuerda la columnista para evidenciar la ignorancia de Galán, pues esa ignorancia está en el mismo artículo 73 de la ley 115 que, por un lado, establece que el PEI debe obedecer a su contexto y ser hecho por la comunidad educativa; pero que, por otro lado (en el segundo párrafo) habla de implantar los PEIs valorados como “excelentes” en poblaciones pobres. Así, o el artículo 73 es galanista, o sufre de la misma ignorancia: si cada PEI es singular, ¿con qué criterios se los va a comparar? (sólo así es posible saber cuáles son “excelentes”) y ¿con qué criterios se los va a implantar a comunidades inscritas en contextos distintos, conformadas por personas distintas?
El senador, como dice la columnista, no puede hacer lo que trinó para el mundo. Pero tampoco el MEN puede llevar a cabo el PEI establecido en la ley 115. Y tampoco las comunidades respectivas, pues ellas están llamadas a pensar sus condiciones específicas sí, pero también están presionadas por las evaluaciones masivas. De manera que, ¿a cuál amo se obedece cuando éstos profieren exigencias excluyentes? Pues al que más se tema (independientemente de que haya o no una norma de por medio).
Simón Gaviria |
¿Qué promete el otro delfín? Resume la columnista: “un proyecto de ley de guarderías para ofrecer incentivos tributarios a las empresas que subsidien guarderías donde las empleadas puedan dejar a sus hijos menores de dos años, mientras trabajan. El objetivo es disminuir las altas tasas de desempleo entre mujeres y «aliviar esa difícil carga que tienen todos los días»”. Concluye la columnista que lo menos importante del proyecto es el desarrollo infantil. Y tiene toda la razón. Y también tendría la razón si lo aplicara más allá, al sistema educativo mismo: ¿no se le hace curioso que la escolarización previa al grado primero haya aparecido cuando la mujer empezó a vincularse al sector laboral? ¡No se trata de un tema de “desarrollo infantil”, sino de un asunto de crear ciertas condiciones de posibilidad para satisfacer la bulimia del capitalismo! Sí, Yolanda, la escuela sirve, entre otras, para parquear niños mientras los padres trabajan. No tiene tacto el senador en este caso, es cierto, pues habría podido incluir otra frasecita de aquellas “políticamente correctas” para pasar desapercibido. Pero no, lo dijo groseramente y, sin embargo, hay algo de verdad en eso. ¿Qué hacemos? ¿Disfrazar la realidad de las instituciones educativas con frases bonitas? Esos eran los clichés que la columnista quería descartar… ¿está pidiendo que cuando la cosa sea cruel hablemos, más bien, del “desarrollo infantil”? ¿Y no es ése otro cliché? ¿Qué quiere decir “desarrollo infantil”?, ¿un eslogan como “la chispa de la vida”? Así lo llame “desarrollo emocional y cognitivo de los primeros años”, es un asunto que suscita discusiones encarnizadas en los ámbitos académicos, pues semejante eslogan no está desprovisto de intereses.
Hoy se oye en los colegios a los docentes decir cosas como: “al menos están aquí en la institución y no en la calle con malas influencias”. Eso es, descarnadamente algo de lo que la escuela es: un parqueadero de niños. El caso es que lo que rodea al parqueadero no solamente ha subido de temperatura, sino que ya se metió al colegio y está haciendo estragos adentro. Si queremos sincerar la discusión sobre educación, no se nos pueden olvidar estas cosas.
Es cierto, como dice Reyes, que los menores de dos años de ciertos sectores no sólo necesitan comer, dormir y ser cuidados, sí, pero ¿comen?, ¿qué tal comen?, ¿duermen?, ¿en qué condiciones duermen?, ¿son cuidados?, ¿bajo qué idea de cuidado? De otro lado, ¿qué plus recibirían?, ¿otra serie de frases rimbombantes? (como: “De cero a Siempre”, nombre de la campaña que, según la columnista, ignora Gaviria, no obstante pertenecer al gobierno que la instauró). La llamada “Educación Inicial”, que intenta cambiar el asistencialismo, ¿no es uno de los eufemismos con los que se nombra el ajuste fiscal en el sector?
* http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/yolandareyes/la-educacin-a-debate-electoral-yolanda-reyescolumnista-el-tiempo_13444700-4
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