Globalización
obliga: recientemente, se ha hablado mucho del fin del Estado, pero no
recordando o constatando la vigencia de las tesis marxistas y anarquistas de la
extinción del Estado, sino desde la vulgata neoliberal y desde la
retórica de la globalización. Desde la década de los 80 del siglo XX, la
doctrina del Estado-mínimo se convirtió en consigna capitalista y no en utopía
marxista o anarquista. Hemos leído que un profesor italiano de Antonio Negri
afirmaba que “El Estado va y viene” (Moncayo, 2004:22). Pues bien, con este
boletín se trata de tratar de entender las mutaciones del Estado, a la luz de
lo que se llama “globalización”; advertiremos el sesgo ideológico y político de
la consigna neoliberal para, enseguida, reiterar los elementos que en el actual
proceso de globalización se dan de manera diferenciada con respecto a fases
anteriores del capitalismo. De este modo, desembocaremos en la perspectiva, no
de un Leviatán derrotado, sino de un Leviatán transformado (Ibíd., Pág. 16).
El Estado en la fase neoliberal o postmoderna
En sus tres o
cuatro más recientes décadas, la historia nos ha atiborrado de acontecimientos;
algunos opinan que se ha acelerado ella misma (Virilio), otros piensan que es
la disposición informativa y la interconectividad de base lo que nos genera
este avasallamiento. Esta aceleración y extensión del cambio crea la apariencia
de que los procesos desaparecen y la realidad contundente e inmediata se nos
impone, obligándonos, de manera flexible y rápida, a proveernos constantemente
de nuevas teorías para comprender lo que sucede, con el agravante de que la
realidad vertiginosa, diferencial, efímera, caótica, resiste y rechaza
cualquier esquema comprensivo, por mínimo que él sea.
Estamos en un
ciclo, no sólo de cambios, sino de aceleración de los mismos (Giddens, 1993:19): los
nuevos movimientos sociales de los 60, la derrota de USA en Vietnam, la crisis
ecológica, la caída del muro de Berlín, la disolución de la URSS, el fin de la
Guerra Fría, el 11 de septiembre de 2001, la guerra de Afganistán, la de Irak,
el 11 y 14 de marzo de 2004, Julio de 2005 en Londres, etc., son tan sólo
algunos ejemplos para ilustrar lo que decimos. Ahora bien, como en la ciudad de
los simulacros (Baudrillard), si nos atenemos a esta secuencia de vértigo, a
esta psicodelia inestable, podemos caer ebrios, sin lograr dar un marco de
referencia a lo que pasa y generando, además la sensación de lo ineludible de
una realidad ajena —por la velocidad— a la construcción de una memoria, tanto
individual como colectiva. Las teorías del cambio social, en sus versiones
canónicas, han quedado sin aliento y sin destrezas contextualizadoras para
comprender. No es para menos: “Las informaciones, como los capitales y las
mercancías, atraviesan las fronteras. Lo que estaba alejado se acerca y el
pasado se convierte en presente. El desarrollo ya no es la serie de etapas a
través de las cuales una sociedad sale del subdesarrollo, y la modernidad ya no
sucede a la tradición; todo se mezcla; el espacio y el tiempo se comprimen” (Touraine: 1997:9).
Desde luego que
no se trata tan sólo de las teorías del cambio social, como las de la modernización,
las que no dan cuenta de las mutaciones referidas, sino de todos los paradigmas
que, con genio y orgullo, fueron generados en la modernidad simple (Beck, et
al., 1997: 14-15) para dar cuenta de la realidad del mundo moderno. Esta
perplejidad que produce la debilidad de los marcos teóricos tradicionales para
captar la actualidad, se disminuye cuando consideramos que es desde
replanteamientos o reinterpretaciones científico-discursivas que podemos
abordar la comprensión de la modernidad en fase de globalización o, para ser
más precisos, del Estado en su fase neoliberal o postmoderna. Es sugerente el camino
de resignificación del Estado que han tomado Antonio Negri y Michael Hardt: la
globalización no sepulta al Estado, lo hace funcionar de distinto modo a como
funcionó en la fase clásica moderna.
Sin embargo, es
oportuno aclarar que la afirmación del “fin del Estado” no cubre a todos los
que estudian la globalización. Sabemos que es una consigna neoliberal que ha
sido socorrida por la trivialización de los medios de comunicación y por
intereses capitalistas privatizadores. Esto nos conmina a detenernos un poco en
este punto. Si “globalización” no es sinónima de “globalización neoliberal”,
surgen preguntas tales como: ¿qué dimensiones económicas, políticas y
culturales se escapan al neoliberalismo? Si “globalización” no es sinónima de
“fin del Estado”, ¿cómo entendemos el Estado en la actualidad?, ¿cómo funciona
en relación con el capitalismo y en relación con la misma globalización?
Este punto es de
especial interés en el debate actual sobre la caracterización del mundo.
Podríamos admitir que, si bien es cierto que la globalización no necesariamente
se identifica con el neoliberalismo, la afirmación de que la globalización es
capitalista pareciera ser irrefutable. Como lo ha expresado Hugo Fazio (2002),
el capitalismo es el motor y el mercado es la gasolina de la globalización,
admitiendo, entonces, con muchos, que hoy día son inseparables los dos
fenómenos o, mejor, que el capitalismo es la condición socio-económica
insuperable de nuestro tiempo. Pero la globalización de carácter cultural, de
carácter político (derechos humanos), de carácter medioambiental, podrían
entenderse desde la idea de una autonomía relativa frente a la
globalización económica capitalista. En este lugar es bueno puntualizar, con
Fernando López (2003:18), en la diferencia entre globalización económica
y globalización neoliberal:
“[...] hoy tampoco tenemos una economía global regida totalmente por los
preceptos neo-liberales que se han convertido en la política exterior de Europa
y los Estados Unidos. El mercado global es simplemente una ilusión. De hecho,
las áreas del comercio internacional que se manejan realmente de manera
neoliberal hoy día son excepcionales. Es una globalización en la que subsiste
el proteccionismo y las barreras al comercio internacional, una globalización
llena de acuerdos de cooperación regional como NAFTA, MERCOSUR, el emergente pacto Asiático, o la Unión
Europea, que más bien protegen economías de escala de la competencia con
mercado global en vez de integrarlas en él”.
Se da un sensus
communis sobre el dominio capitalista en esta mundialización[1], existiendo eso sí posicionamientos diferentes
frente a esta constatación, explicados por las distintas tradiciones y por las
distintas formas de leer al mundo de la post-guerra fría. Inclusive una lectura
como la de Manuel Castells —en su trilogía de la Era de la Información—,
asume el capitalismo como condición necesaria de la civilización o sociedad
informacional, desplazando de este modo el análisis hacia la descripción del
nuevo fenómeno y dejando de lado el análisis crítico-político y
utópico-emancipador. Igual le ocurre a otros prestigiosos estudiosos de la
globalización, v. gr., Giddens, Beck, Bauman, Held y hasta la
misma Mouffe, cuya teoría hacia una democracia plural y radical se
enuncia en términos de una interpretación liberal de la historia de la
post-guerra fría.
Contrarios a ese
listado de ilustres científico-sociales, son los casos de Negri y de Hardt;
para empezar, no insinúan siquiera un mínimo resquicio de neutralidad de la
globalización[2], sino que la asumen como Imperio.
Veamos el planteamiento, en sus líneas generales:
“El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía. En
contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de
poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando
descentrado y desterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino
global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas. El Imperio maneja
identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de
redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del
mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global. La transformación
de la geografía moderna imperialista del mundo y la realización del mercado
mundial señalan un pasaje dentro del modo capitalista de producción. Más aún:
la división espacial de los tres Mundos (Primero, Segundo y Tercer Mundo) se ha
entremezclado de modo tal que hallamos continuamente el Primer Mundo en el
Tercero, al Tercero en el Primero, y al Segundo, en verdad, en ningún lado. El
capital parece enfrentar a un mundo suavizado o, realmente, un mundo definido
por nuevos y complejos regímenes de diferenciación y homogeneización,
deterritorialización y reterritorialización. La construcción de los pasajes y
límites de estos nuevos flujos globales ha estado acompañado por una
transformación de los propios procesos productivos dominantes, con el resultado
de que el rol del trabajo fabril industrial ha sido reducido y la prioridad
otorgada al trabajo cooperativo, comunicacional y afectivo. En la
postmodernización de la economía global, la creación de riqueza tiende cada vez
más hacia lo que denominamos producción biopolítica, la producción de la misma
vida social, en la cual lo económico, lo político y lo cultural se superponen e
infiltran crecientemente entre sí” (Negri, 2001:44-45).
En este
apartado, el autor italiano no sólo sintetiza su posición, sino que caracteriza
la globalización como realidad del capitalismo en su nueva condición de Imperio.
Volvemos en este lugar, a ubicar al neoliberalismo como una fase de
deconstrucción del Estado de Bienestar, fase que se ha abierto camino,
esgrimiendo un discurso agresivo contra el Estado y propagador de las bondades
de la iniciativa privada, es decir, un discurso profundamente ideológico; en
todo caso, dentro del marco de la globalización como Imperio, el neoliberalismo
es una jugada estratégica del Capital, pero no podemos identificarlo con la
globalización y con Imperio, ya que estas son dos dimensiones más complejas de
la actual dominación capitalista.
Retomando el
párrafo de Negri, cabe comentar que la descripción de la globalización como
Imperio nos coloca en un horizonte en el que, en primer lugar, no podemos
identificar a ésta con internacionalización, ni con americanización u
occidentalización. Tampoco podríamos identificarla con modernidad mundializada.
Inclusive las imágenes que han sido apostadas para describir el mundo de
post-guerra fría no serían adecuadas para dar cuenta de la realidad sobreviniente;
nos referimos a las representaciones de un mundo sin sentido (Laïdi, 1997:25 y ss), a
la idea de “choque de civilizaciones” de Huntington (1996), a la idea de “fin
de la historia” de Fukuyama (1992), pero también, no serían pertinentes para la
descripción las imágenes de la unipolaridad, del cosmopolitismo y de la
multipolaridad.
La
representación de Imperio pretende describir un capitalismo global biopolítico,
integral e intensivo. Imperio es el resultado de un proceso histórico que ha
logrado el tránsito de la subsunción formal a la subsunción real (Moncayo,
2004:103).
El dominio
integral de la globalización es un producto histórico que se ha manifestado con
todo su esplendor en la actualidad. Podríamos señalar que, desde el inicio
mismo de la Modernidad, se da una vocación para una dominación de estas
características. Como dice Negri, en el proceso histórico de los siglos XV a XX
se fue seleccionando una línea de desarrollo capitalista modernizadora que, en
principio, no se ofrecía como la única posibilidad. Quizá fue una contingencia[3] el que tanto la economía, como la política y
la cultura convergieran en un modelo modernizador capitalista que ex post
facto se identificó como necesario.
En el
Renacimiento[4], se esbozaban distintos cauces de desarrollo
histórico, en él se da un plano de inmanencia revolucionaria del Homo Faber (no
el hombre que fabrica utensilios, sino el hombre que se autoinventa o se
autoafirma en su ser), pero en ese momento también inicia su crecimiento otro
cauce, el de la guerra, el de la modernización, el del eurocentrismo. Tanto
Negri (2001:103 y ss) como Stephen Toulmin (2001:27 y ss) consideran que el siglo XVII ya visibiliza la
tendencia dominante que va a engordar el cauce de una modernización
capitalista. Interesa insistir en que en el inicio de la Modernidad y en su
ulterior desarrollo, se dan manifestaciones de fuerzas abarcantes[5], que paulatinamente van cobrando cobertura e
intensidad, articulando las dimensiones económicas, sociales, políticas y
culturales, que transitarán por un ciclo vital lleno de vicisitudes hasta
arribar a Imperio.
Este cauce
capitalista in crescendo articula, entonces, en torno al acrecentamiento
de las fuerzas productivas una concepción del todo social que, al decir de los
sociólogos, dibuja un tránsito de sociedades tradicionales (órdenes sociales
recibidos) a sociedades modernas capitalistas (órdenes sociales
producidos) [Touraine, 1997].
Lecturas como
las de Foucault, Deleuze y Negri sobre la biopolítica y la globalización como
Imperio tienen aquí su más destacada apuesta. El capitalismo global no es
principalmente el fin de los Estados Nacionales, o el fin del territorio[6], la hegemonía de la trasnacionalización o del
neoliberalismo. No, la globalización o el capitalismo de Imperio es el dominio
capitalista, es mucho más, es un poder entendido como biopoder, entendido como
el dominio que se ejerce ya no sobre la naturaleza como base primordial de la
existencia, sino el dominio sobre la autoproducción de la naturaleza misma
(tanto la exterior como la interior, léase el inconsciente); el capitalismo ha
conquistado no sólo el mundo dado, también domina el mundo diseñado, el mundo
dispuesto y representado (Heidegger, 1995: 75 y ss.) por el desarrollo y poder
de la técnica y la ciencia de amplitud planetaria. El todo de la vida, el todo
socio-económico, el todo socio-cultural, el todo socio-político ya no es dado,
es producido de cabo a rabo por Imperio o por la biopolítica. Antes, los dioses
nos daban la vida, después la naturaleza era la proveedora, ahora, es la
ingeniería genética, la ingeniería social gradual o no, la que produce nuestra
condición y, por ende, también la que decide.
De modo que la
globalización es Imperio y eso significa que ella es compleja, es planetaria,
pero igualmente es la aldea global. La globalización es omniabarcante pero
también es una abreviación. Podemos hacer un seguimiento al proceso histórico
que nos trajo a ella. Podemos identificar la sucesión de fases, en las que el
proceso de captura ontológica de la realidad por la máquina capitalista va
haciéndose cada vez más intenso hasta llegar a un orden social producido
global. El capitalismo produce hoy, y domina sobre un mundo-objeto. Ese mundo
es la unidad operativa; la globalización —como la define Hobsbawm (2003:24-25)—
es entender al mundo como única unidad operativa:
“Entre 1914 y el comienzo del decenio de 1990, el mundo ha avanzado
notablemente en el camino que ha de convertirlo en una única unidad operativa,
lo que era imposible en 1914. De hecho, en muchos aspectos, particularmente en
las cuestiones económicas, el mundo es ahora la principal unidad operativa y
las antiguas unidades, como las «economías nacionales», definidas por la
política de los estados territoriales, han quedado reducidas a la condición de
complicaciones de las actividades trasnacionales”.
Negri dice que
Imperio es la máxima expresión de la eficiencia de la explotación capitalista
del ser (ser natural, ser social, ser subjetivo). El capitalismo ha producido
un orden funcional de la realidad para su explotación. El proceso para crear el
mundo-objeto ha sido el del encogimiento del planeta y el de la aceleración del
tiempo (Augé, 1995:27). Fin de la geografía y asunción ya no del tiempo-espacio
sino del espacio-velocidad. Además, Imperio superpone lo económico, lo político
y lo cultural. De tal suerte, es muy difícil separar los procesos económicos de
los culturales. Por ello, se hace insostenible la idea de entender la
globalización como desligada de la economía capitalista. Todo se mezcla, según
el enunciado de Touraine. En tiempos de la industria cultural, de indefinición
entre conocimiento e información, de sondeocracia, de microships, etc., ¿cómo
distinguir lo que es cultural, de lo que es económico, de lo que es político?,
¿existe una dimensión dominante?
Del fin del Estado a la trasformación de su función
La frase del
maestro de Negri —“El Estado va y viene”— nos coloca en la perspectiva de
comprender que el Estado es una realidad relacionada con y subordinada al
desarrollo de las fuerzas productivas, a su forma y grado de organización.
Somos conscientes de que el debate sobre la autonomía del Estado tiene muchos
malentendidos. Desde nuestra perspectiva, es dable decir que, simultáneamente,
el Estado es y no es autónomo. Su autonomía se da por cuanto es una instancia
de racionalización de la vida social y económica que no puede ser
instrumentalizada de modo arbitrario por los intereses inmediatos de una clase
o un grupo social. Pero, de modo semejante, no es autónomo por cuanto es una instancia
co-generadora de un orden social de la producción material del orden social
capitalista. El Estado es coerción con propósitos de cohesión, en el marco de
la generación de un orden social, cuya prioridad es la acumulación y
organización de Capital.
En condiciones
de globalización, es decir, en condiciones de un orden social capitalista en su
fase de Imperio, más que nunca se hace visible que el Estado no puede ser visto
como una esencia autónoma:
“El aislamiento del concepto de Estado es un absurdo lógico antes de ser
una decisión histórica radical, es decir, la decisión de aquél que manda en la
división del trabajo social” (Negri, citado por Moncayo, 2004:28).
El orden social
capitalista ha integrado una ontología de la creación, es decir, se ha generado
de pies a cabeza como un orden social producido en el que la forma Estado es
funcional de manera diferencial. Qué duda cabe de que el Estado jugó un papel
de centralización política y económica frente a la dispersión feudal, un papel
de limitación del rey en su fase de monarquía absoluta, tomó funciones de
gendarmería en la fase librecambista del capitalismo, un papel militarista y
belicoso en la fase monopolista del orden social capitalista. Ni hablar del
Estado de Bienestar en la encrucijada de la primera mitad del siglo XX entre la
desestructuración de la Gran Depresión y la “amenaza” del socialismo. Podríamos
decir que, a lo largo de esta historia, el Estado va y viene, se conserva
transformado, no desaparece. La historia de las transformaciones del Estado o
de la forma Estado depende o es relativa a, al decir de Negri, no es más que el
acompañamiento o la trascripción de su Forma dependiendo de los cambios en la
organización del modo de producción.
Ahora bien, como
quiera que se da insistentemente, y no sólo en el marxismo, el debate
base-superestructura[7], debemos entender que esta lectura marxista y
quizá marxiana del Estado, no se puede colocar en los términos monocausales e
instrumentalistas de la que tanto se ha hablado. La forma Estado no es una
simple organización represiva de una clase social sobre otra; el Estado es una
racionalización, una producción abstracta (Forma-Estado) idónea, eficiente, es
decir, funcional a un orden de dominación inscrita en el orden social
capitalista. El Estado es objeto y sujeto de dicho orden.
Se ha modificado
el orden social capitalista y, por ende, se ha modificado el Estado y sus
funciones. ¿Qué Estado se ha ido, qué Estado ha venido? Imperio es la fase de
un orden social que se da en condiciones de explotación sobre el trabajo
objetivado, la informatización de la sociedad, la automatización, el
post-fordismo en la organización del trabajo, las competencias y la
flexibilización de la fuerza laboral; también se da economía de capital fijo,
la re-organización del espacio productivo, la prevalencia del trabajo
inmaterial, limitaciones al salario directo e indirecto, deslocalización y
desterritorialización, trasnacionalización. El orden de Imperio es causado y
causante de estas transformaciones, de tal suerte que detallaremos lo que se ha
transformado en la forma-Estado, lo que permanece y lo que devendrá.
Pero antes, es
bueno recordar el método de abordaje de estas transformaciones y de la
descripción del Nuevo Orden de Imperio. Quisiéramos en este punto tomar distancia
frente a dos enfoques; a uno lo llamaremos el moderno-ilustrado y al
otro el de la desmodernización. Ambos enfoques han sido criticados por
marxistas, post-estructuralistas y sociólogos de la complejidad. La
interpretación moderna es en grado sumo racionalista, humanista y adherida a la
“filosofía” del Progreso. La crítica marxista y foucaultiana ha sido
contundente frente a esta perspectiva. En efecto, la fase actual de la sociedad
no es más humana, no es una etapa superior de desarrollo evolutivo del hombre y
la sociedad. Los hombres construyen y son construidos por la sociedad, es
decir, son condicionados-condicionantes, y toda sociedad es un orden social
investido de asimetrías, conflictos, guerras, dominaciones. La globalización no
es un don que se irrigue por igual y generosamente por el cuerpo social. Si la
globalización es un bien, no es un bien común, es un bien disputado, una
riqueza quizá producida por toda la sociedad, pero apropiada privadamente, por
clases, grupos, sectores dominantes y Estados dominantes.
Considerando lo
anterior, debemos en actitud fenomenológica (epojé) poner entre
paréntesis el progreso, el humanismo y el racionalismo. Imperio no es la era
del capital en la cual su dominación ha desaparecido en una legitimidad universal,
o en una interiorización invisibilizadora y seductora de sus tecnologías de
poder. No somos más civilizados, no sufrimos menos, aunque lo cierto es que la
dominación y el poder se han transformado profundamente. Hemos pasado a la fase
de Imperio, es decir, a la fase en que la dominación no se justifica desde el
discurso político, el ético, el ideológico; la dominación se ha vuelto
performativa, la dominación se legitima desde el funcionamiento o desde la
pragmática eficiente del funcionalismo: si es funcional, si es eficiente,
entonces es legítimo.
Recordando la célebre tesis de Weber en
su Ética protestante y el espíritu del capitalismo, José Joaquín Brunner
—el sociólogo chileno— hace una pregunta pertinente en la fase del capitalismo
global y/o de la globalización: ¿es posible un capitalismo post-ascético? Ante
ello, habría tres tipos de respuestas: a) respuestas pesimistas, al estilo
neoconservador de Daniel Bell, que abogan por un back to basics —por
ello lo denominan a él y a sus afines como virtuócratas—; b) respuestas
optimistas, a lo Hayek, para quien el capitalismo ha dado muestras de
viabilidad evolutiva, responde flexiblemente, se adapta y supervive; y c)
respuestas intermitentes, a lo Foucault, a lo Negri, consistentes en plantear
intermitencias entre la dependencia y la autonomía de la evolución de la
cultura y el progreso del capitalismo... similar a la tesis de que el Estado va
y viene. Se trata de la afirmación de que, una vez adquiridos ciertos
comportamientos —por ejemplo, en el nivel de la cultura económica— ellos se
mantendrán hacia el futuro, por cuanto que se convertirán, según Habermas, en
stocks de aprendizaje evolutivo irreversible o en una especie de “segunda
naturaleza”, independizándose de los manantiales de inspiración ética o de las
eventuales recompensas simbólicas (religiosas, intelectuales, estéticas o
políticas). Es lo que Foucault denomina “sociedad disciplinaria” y que alcanza
grados eximios de sutileza en Imperio. El capitalismo puede ser
intermitentemente, dice Brunner (1999:78 y ss), puritano o nihilista, ilustrado
o postmoderno y —agregaríamos nosotros— con centralidad en el Estado-Nación o
descentrado en la trasnacionalización.
“Se trata, como bien lo precisa Antonio Negri, de la construcción social
de un aparato trascendental que fue capaz de disciplinar a una multitud de
sujetos, al interrogarlos como formalmente libres y al sustituir el dualismo
ontológico de la sociedad feudal por un nuevo dualismo funcional, que mediatizó
las relaciones con la naturaleza y la divinidad hasta el punto de magnificar la
razón, como lo expresó todo el iluminismo” (Moncayo,
2004:62).
Por su parte, la forma discursiva de
Alain Touraine subraya el carácter de erosión del orden social en condiciones
de globalización o de Imperio, al decir de Negri. Touraine considera que en
circunstancias de baja Modernidad, se ha producido una desmodernización,
consistente en una desinstitucionalización, una despolitización y hasta una
desocialización de la vida en común. Comparada con la Modernidad clásica, el
sociólogo francés describe el mundo actual como atravesado por una crisis de
las columnas clásicas, la educación y la institucionalización (juridificación)
de la vida. Crisis de la familia, de la iglesia, de la escuela y del Estado.
Los parámetros que integraron la clásica Modernidad se han disuelto, dejando al
individuo expósito en medio de la globalización neoliberal (en especial,
expuesto a los medios de comunicación y su lógica del consumo) y del
comunitarismo como reacción o resistencia a esa modernización neoliberal
globalizada y globalizante. En cierto sentido, no hay en Touraine una lectura
de Progreso sino de involución, de movimiento regresivo, por cuanto en la
desinstitucionalización vislumbra, más que una oportunidad de emancipación, un motivo
de carencia o desestructuración. Lo de Touraine se parece más a un discurso del
fin, muy en boga en las referencias posmodernistas. Contrario sensu,
el discurso de Hardt y de Negri es el de reordenamiento o reconfiguración de la
dominación del orden social capitalista. El saldo es que, mientras el discurso
desmodernizador de Touraine aparece como atado a una linealidad histórica (a
pesar de la cita que hemos hecho, ubicada al principio del libro referido),
Imperio da una lectura, digamos dialéctica, de la realidad.
Miremos cómo el
Estado-Nacional, en condiciones del Nuevo Orden Global, queda inscrito en un
funcionamiento en el que la lógica dominante es la trasnacionalización y la
subnacionalización de una sociedad red o multirred (Castells,
1997, Tomo I). No sobra reiterar
que el concepto clásico de soberanía nacional se modifica o se automodifica,
porque hay que señalar el papel jugado por el Estado para coadyuvar al tránsito
de sociedades estatales a sociedades globales. La sociedad global tiene en la
red, en la virtualidad, en la velocidad de los flujos, un soporte axial que
genera intercambios propios de una prevalencia de la producción inmaterial y de
una valorización predominante de la comunicación/información.
El Estado,
dijimos, ha jugado un papel clave en el tránsito a sociedades complejas y/o
globales. Ha contribuido a administrar dicha transición de manera pacífica o
acudiendo a la guerra[8]. A este respecto, todo lo que se ha dicho
sobre la apertura de fronteras, la desregulación, la estandarización, se puede
entender como adecuación a Imperio. Una expresión central de todo el proceso o
pasaje (como dice Negri) es el de la demanda obsesiva por la seguridad
jurídica. Desde su lógica, el dominio de Imperio no es, o no puede ser,
arbitrario. Lo jurídico ya no es la expresión de un poder que ha pasado de su
estado natural y salvaje al social-civilizado. La lógica de lo jurídico no
pertenece a lo incluyente de la teoría del pacto social, sino a la lógica de la
confianza, o la reducción de la incertidumbre. Lo jurídico hace fluido el
dominio, la acumulación. Lo jurídico no representa la soberanía (del pueblo,
del constituyente primario) sino la normalización de una sociedad que necesita seguridad
ontológica[9]. Lógica de acción y pensamiento que se da igualmente
en el tratamiento de las disrupciones antisistema y que tiene como
ejemplificación el discurso que deniega la existencia o persistencia de la
guerra[10] en la actualidad; claro está que este discurso
ya se hizo presente en la Modernidad Clásica y que en la actual condición de
orden global se traduce como guerra justa y acción policíaca contra bárbaros y
delincuentes (terroristas).
Es decir,
denegación del conflicto, denegación de la guerra, denegación de los actores
opositores, denegación de la ruptura. El Estado Nacional cumple funciones de
seguridad ontológica y es un patrimonio del orden social heredado de la
sociedad moderna, nada despreciable. Por ello, se ha transformado para
insertarse funcionalmente en la época de la desterritorialización informatizada
del capitalismo de Imperio.
Como balance
Es dable afirmar
que la soberanía de los Estados nacionales está declinando progresivamente; la
soberanía se desplaza hacia formas globales más descentradas que convergentes
en un Estado unilateral; ha desaparecido la geopolítica de los tres mundos, la
producción de riqueza está sujeta a la producción del biopoder (dominación
integral e intensiva, que contradice la idea de libertad negativa, tal como la
entienden los liberales).
Ahora bien, el
desplazamiento de soberanía no significa, como autores de best sellers
lo han afirmado, que se ha perdido el control o que estamos prontos al
advenimiento de la anarquía (Kaplan) o a la proliferación de nuevas guerras
(Kaldor) en las que la lucha de identidades fundamentalistas en medio de una
economía universal e informal van a ser el pan de cada día. La pirámide
kelseniana de lo nacional no es abolida quedando en su reemplazo nada más que
el vacío o la anarquía. No, al contrario: es posible vislumbrar ya un orden basado
en una pirámide de la constitución global. A primera vista, el conjunto de
controles y organizaciones representativas parece estar dispuesto de manera
desarticulada y caótica. Si bien es cierto, los elementos constitucionales son
múltiples (Estado-Nación, asociaciones de Estados-Nación, ONGs, trasnacionales,
Organizaciones de Institutos Supranacionales, etc.). La apariencia de
yuxtaposición sin orden se ve contrarrestada si entendemos que sin poder ser un
Estado imperialista (un unilateralista global), los Estados Unidos juegan un
papel de cúspide aún. En descenso por esta pirámide de la constitución global
encontramos un grupo de Estados-Nación que controla y regula instrumentos
monetarios globales, v. gr, el G8. En un tercer nivel de esta pirámide, existe
una serie de asociaciones de todo tipo: se trata de ONGs, organismos
multilaterales, asociaciones humanitarias, etc. Todo este engranaje despliega
poder cultural y biopolítico en una escala ya no nacional, sino mundial.
La imagen de una
pirámide de la constitución global que representaría a Imperio quizá no es del
todo feliz. Imperio es sociedad de control, interconectividad planetaria,
cartografía de flujos, sociedad red. Es más Imperio que Polis. Esta nueva o
acabada forma de dominar y ordenar al mundo ubica estratégicamente los
elementos como en un juego de ajedrez. Juegan las trasnacionales, los entes
supranacionales, las ONGs, las regiones, las localidades, Los
Estados-Nacionales, el FMI, la OMC, etc. Pero cada uno hace movimientos
(jugadas) de acuerdo con un libreto macro que atribuye valores diferenciales
tanto a los actores como a sus jugadas o actuaciones. La forma de dominio
global es sui genéris, y para explicarla debemos retrotraernos a la
Guerra Fría[11]. Zaki Laïdi lo ha expresado notablemente cuando
caracteriza a la Guerra Fría como la máxima expresión de la Cultura Moderna de
las Luces, como quiera que se articularon el poder y el sentido. Se trataba de
dos Mega-Estados, hijos de la Modernidad y con todas sus prerrogativas. Con el
Fin de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS,
muchos vaticinaron la unipolaridad o un Nuevo Orden Internacional. Laïdi en
1994 no fue tan auspicioso: diagnosticó el divorcio entre poder y sentido,
queriendo con ello significar que la era en que nos adentrábamos quedaba
huérfana de las grandes ideas que había cohesionado a la Modernidad.
Con Negri y con
Bauman, entendemos que el divorcio entre poder y sentido es el de
reconfiguración entre política y poder, en el sentido de que, en buena medida,
las agencias políticas se ven desposeídas de poder pero no de función (ejemplo,
el Estado-Nación):
“Entre otras cosas, «globalización» alude a la progresiva separación del
poder y la política. Tal como señala Manuel Castells [...], el capital, y particularmente
el capital financiero, «fluye», ya no más limitado por las restricciones de
espacio y distancia, mientras la política sigue siendo, como antes, local y
territorial. Ese «flujo» está cada vez más fuera del alcance de las
instituciones políticas. El espacio físico y geográfico sigue siendo el hogar
de la política, mientras que el capital y la información habitan el
ciberespacio, donde se neutraliza o se cancela el espacio físico” (Bauman, 2002:129).
Desde luego es
importante resaltar matices. Hemos mencionado que el Estado va y viene, que el
Estado es un agente globalizante estratégico; no queremos perder este punto de
vista, de lo contrario caeríamos en una interpretación dicotómica de la
globalización: poder/política; mercado/Estado, etc. La dicotomía se disuelve si
reiteramos este juego de relevos, este papel del Estado en términos de agente
protágonico unas veces y de coprotágonico otras veces. Para ejemplificar de
nuevo podríamos decir a vuelo de pájaro que el sistema Estadocéntrico originado
en la primigenia Modernidad (en Westfalia en 1648) ha sido relativizado por la
emergencia, rivalidad y paralelismo de otros agentes de la vida internacional.
Es cierto, igualmente, que la ideología neoliberal considera al Estado un mal
necesario (Estado Mínimo). Sin embargo, el globalismo neoliberal orientado
hacia el mercado ha tenido que replantear muchas de sus percepciones y
acciones, después de 11 de Septiembre de 2001. A partir de esta fecha se
produjo un redimensionamiento del Estado, dado el paso de una esquema
eminentemente geoconómico a uno en que la geoseguridad ocupa un lugar
destacado.
También podemos
decir que, si bien la globalización de Imperio enfatiza en la sociedad de
control-red, esto no riñe con el hecho de que Estados Unidos, El Pentágono, La
Reserva Federal son “lugares” que toman decisiones con alcance o pretensión
extraterritorial, pero ya no al modo clásico westfaliano. Como lo dijera Javier
Solana —antiguo director español de la OTAN—, Estados Unidos es el único, quizá
el último Estado unilateralista global. Esto podría significar que se da aún
una relación de Estados globalizantes contra Estados globalizados, que redes
globales estratégicas están dominadas por una potencia comercial, militar y
diplomática y, no obstante, esto no nos vuelve a la idea de que la
globalización es un velo encubridor del dominio de los Estados más poderosos de
la tierra sobre los demás. Estamos ante la emergencia de una gobernabilidad
mundial diferente al sistema internacional basado sólo en los Estados. El poder
ya no es sólo territorial, ahora se extiende a otras dimensiones de la vida
social. Por ello, en la actual coyuntura no es desacertado señalar una
tendencia en la que se marca la política sin poder, el Estado-Nación sin
soberanía. El poder tiende a concentrarse o a irradiar su dominación desde el
ciberespacio, más que desde la territorialidad; más desde el FMI, que de los
Ministerios de Hacienda de los Estados globalizados; más en Planeación Nacional
o en la Junta Directiva del Banco de la República, que en el Congreso...
Globalización obliga.
Bibliografía
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[1] El término “mundialización” proviene del
francés; ver Laïdi, 1997.
[2] “Ni
globalización ni postmodernidad son nombres inocentes, sin embargo. Son
términos cargados de valor, como otros de la misma familia: capitalismo,
dependencia, democracia, desarrollo, etc.” (Brunner, 1999:10).
[3] Argumentación de los teóricos de la sociedad
del riesgo como Giddens y Beck, pero también de Laclau y Mouffe.
[4] Boaventura
Sousa considera que nació primero la Modernidad y después el capitalismo, para
acabar primero ésta y seguir en pie aquél. Véase De la mano de Alicia.
[5] Berman, 1988, Pág. 28 y ss., sobre el título
de Goethe, la tragedia del desarrollo.
[6] Sabemos que la globalización es ambigua, es
homogeneización y diferenciación, integración y fragmentación,
territorialización y desterritorialización, localización y globalización.
[7] Dice Moncayo (2004:49) que: “Los límites de
esa comprensión, en términos de causalidad estructural (como la denominó el
propio Althusser), que fueron incluso advertidos y entendidos en la autocrítica
althusseriana, abrieron el camino a una explicación muy diferente que, en buena
medida, bebió en la fuente de los grundrisse, para poder renegar en
forma definitiva de la pareja base-superestructura, y remitir la problemática
en forma exclusiva a la producción material, pero sin identificarla con la
economía, entendida como base”.
[8] La tesis de “nuevas guerras” de Kaldor es
plausible desde el punto de vista de que la globalización ha transformado la
guerra como violencia organizada y política. En otro sentido compartimos la
crítica que ha recibido, en tanto lo tajante de la diferenciación entre viejas
y nuevas guerras.
[9] Contribución importante a esta línea la
representan los teóricos de la sociedad del riesgo y la modernidad reflexiva
como Giddens, Beck, Bauman y Lash.
[10] Marín Ardila, Luis Fernando Marín, Reseña 3
Sobre reformulaciones de la teoría del Estado y del poder.
[11] Se ha señalado que en la época de la Guerra
Fría, como fase de la globalización, los Estados-Nación ya pierden su soberanía
en sentido clásico. En efecto, no tienen el monopolio de la violencia, sólo USA
y URSS ya que poseen el arma nuclear; no poseen tampoco la soberanía económica,
lo cual se hizo más explícito con el cambio del patrón oro; y, además, no
poseen el dominio territorial, ya que este es birlado por el poder tecnológico
de las potencias que se guardan para sí el dominio del éter (satélites, órbita
geostacionaria, espacio electromagnético).
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